El simbolo (28 page)

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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El simbolo
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—Parece que hay algo, pero no consigo verlo. Espera… —le dijo metiendo la mano.

Muy suavemente pasó las yemas de sus dedos por aquel nuevo hallazgo y, al palparlo, gritó:

—¡Corre Natalie! Pásame otra hoja y el carboncillo.

Sin perder tiempo, le acercó lo que le pedía y observó cómo Thomas apoyaba la hoja en una de las paredes y pasaba con dificultad el carboncillo sobre ella. Al acabar salió de la abertura y le enseñó el nuevo calco.

—Esto es…

—Sí, Natalie, es el símbolo del medallón, pero aquí está completo y además… —dejó de hablar y se sacó el medallón del bolsillo—. ¡Mira!

Lo acercó al calco y, poniéndolo sobre el dibujo, pudieron comprobar que eran del mismo tamaño.

—Déjamelo un momento Thomas.

Mientras se lo decía, le cogió el calco de las manos, con tan mala suerte que el medallón, que continuaba encima, cayó junto a la momia. De repente, el medallón comenzó a brillar y la momia, que permanecía en el suelo y sin una de sus piernas, comenzó a brillar también.

—Nos habíamos olvidado de este detalle —le dijo Thomas agachándose para recoger el medallón.

Cuando lo tuvo en sus manos, lo pasó por encima de la momia para ver mejor en qué punto relucía con más intensidad.

—Mira Thomas, parece que es por la zona del pecho —le señaló con su dedo.

Thomas continuó quitando los últimos trozos de venda que quedaban, con la esperanza de que debajo hubiera algo que les diera un poco de luz sobre lo que estaba ocurriendo.

Tras quitar el último pedazo de venda, y para su decepción, Thomas vio que aquella momia estaba vestida exactamente igual que la que había encontrado en Honduras y que, salvo ese detalle, no parecía que tuviera nada más que se saliera de lo normal.

—Es como la otra —dijo decepcionado.

Al escuchar sus palabras y ver la cara de desilusión de Thomas, Natalie se agachó, le cogió el medallón y le dijo que debía esconder alguna cosa más, pues aún no habían logrado averiguar de dónde salía aquella luz.

Con el medallón en su mano, comenzó a pasarlo por encima de la momia lentamente, recorriendo cada centímetro, hasta que, al pasárselo por el pecho, volvieron a iluminarse intensamente tanto el medallón como la momia.

—Thomas, coge la navaja y ábrela por aquí —le dijo señalándole el lugar—, parece que tiene algo en su interior.

—¿Cómo? Esta momia tiene miles de años, no estoy dispuesto a hacer eso. Además, me da un poco de reparo hacerlo.

—A veces me asombras. Anda, trae la navaja —le dijo quitándosela de las manos.

Con la navaja en la mano, Natalie comenzó a rajarla desde la garganta hasta el ombligo y, tras hacerlo, introdujo la mano en su interior.

Thomas veía cómo Natalie, sin pudor alguno, metía cada vez más su brazo en el interior de la momia, y la trasteaba como si nada.

—¡Ya está! Tiene que ser esto —le dijo sacando su brazo del interior.

Abrió su mano y le mostró lo que había encontrado.

Los ojos de Thomas se abrieron de par en par, pues lo que sostenía en su mano era otra pequeña pieza metálica.

Natalie, con una pieza en cada mano, comenzó a observarlas para ver si eran iguales.

—El color y el tamaño es el mismo, pero la forma y el símbolo son diferentes y me parece que… —se calló y comenzó a acercarlas la una a la otra.

Mientras lo hacía, la intensidad de la luz iba aumentando y, a su vez, una extraña fuerza provocaba que sus manos se unieran. Al no entender qué ocurría, intentaba luchar contra aquella misteriosa fuerza, pero no lo lograba. De repente, en un momento de flaqueza, sus manos se unieron, provocando que las dos piezas se tocaran, y en ese mismo instante y ante la mirada atónita de Thomas y Natalie, una nueva luz, una luz aún más potente que la anterior, surgió de entre sus manos, cegándolos momentáneamente.

Asustados por lo ocurrido y sin poder ver bien, no dejaban de preguntarse si aquello era el fin, pues todo lo que les estaba ocurriendo no era normal: las momias, el medallón, las luces, aquellos hombres y, cómo no, la Atlántida. Incluso llegaron a pensar que aquello era obra de extraterrestres. Miles y miles de cosas les pasaron por la cabeza en escasos segundos.

Cuando la luz desapareció y recobraron la visión, estaban sentados junto la momia, abrazados. Natalie miró sus manos, pero ya no tenía ninguna de las piezas de metal. Rápidamente intentó averiguar dónde estaban. Miró por la ropa de Thomas y por encima de la momia, cuando él le dijo recogiendo algo del suelo:

—No busques más, está aquí.


¡Ufff
!, creí que se habían volatilizado o algo así.

—Pues no, pero algo ha cambiado en ellas —le dijo abriendo su mano.

Al abrirla, le enseñó una única pieza de metal que colgaba del cordón. Se habían unido formando una sola pieza. Estaban ensambladas perfectamente, como si nunca hubieran estado separadas, y lo más fascinante de todo era que el símbolo, antes fragmentado por la mitad, ahora estaba completo.

Asombrados por lo ocurrido, no lograban entender cómo era posible que se hubieran vuelto a unir.

—¡Claro! —exclamó Thomas interrumpiendo el momento.

—¿Qué ha pasado?

—Estaba pensando en este medallón y en lo que ha ocurrido y después de mucho pensar, he recordado lo que ponía en el acertijo: «Lo que fue uno, se convirtió en dos y nadie debe volver a unirlo». ¿Te acuerdas?

—Claro que me acuerdo.

—Pues ya está, esto es a lo que se refería el acertijo —dijo Thomas.

—Entonces, ese acertijo estaba hecho para ocultar las partes de este medallón. ¿Pero por qué? ¿Qué tiene de malo? —le preguntó mirándoselo.

—No lo sé.

Thomas y Natalie miraban la pieza como si ella fuera a responderles a sus preguntas, cuando de repente y sin aviso previo, Natalie cogió el medallón, se levantó y se acercó hasta la pequeña abertura. De rodillas ante ella, introdujo la mano en la que llevaba el medallón, y tras un instante la volvió a sacar, pero esta vez si en él.

—¿Qué has hecho? ¿Dónde está? —le preguntó Thomas al ver que ya no lo tenía.

—Acércate, tengo una corazonada —le dijo saliendo de la abertura y sin dejar de mirar.

De repente, algo empezó a ocurrir en ella.

Mientras se acercaban para ver más de cerca qué pasaba, vieron como del interior salía una luz de un color amarillenta, pero esta vez no era tan intensa. Rápidamente se metieron en el interior de la primera abertura y se asomaron para ver qué era aquello que relucía de aquella manera. Asombrados, veían cómo el medallón había cambiado de color y la luz que antes era amarillenta ahora había cambiado a roja. Después, como si de un líquido se tratase, comenzó a descender por la pared, introduciéndose por los surcos de las líneas que había calcado Thomas. Luego, cuando todas las líneas estuvieron llenas de aquel líquido, comenzó a subir por las paredes, dibujando en ellas nuevas formas y líneas, y cuando todas las paredes estuvieron repletas de aquellos nuevos dibujos, volvió a cambiar nuevamente de color, a un color blanco, un blanco reluciente.

Thomas, al ver que se había detenido, cogió rápidamente de su mochila unas hojas en blanco y comenzó a dibujar lo que había salido, pues temía que desaparecería cuando menos se lo esperaran.

—¿Qué haces? —le preguntó Natalie.

—Pues dibujar lo que ha aparecido. Seguramente sea lo que nos faltaba del mapa —le decía sin dejar de dibujar.

—¿Y por qué usas tantas hojas?

—Uso una hoja para cada cara y las numero para luego saber en qué posición iban. Así, viéndolo en grande y en la disposición en la que están en el interior, nos será más fácil averiguar de qué o de dónde se trata.

—Yo no sé tú, Thomas, pero no me puedo llegar a imaginar quién o quiénes pudieron hacer semejante artefacto, si se le puede llamar así. Tenían una tecnología superior a la nuestra, esto escapa a mi entendimiento —decía Natalie, maravillada.

—Si en realidad esta momia y la anterior son atlantes, ahora comprendo por qué las civilizaciones egipcias y las que surgieron tras los olmecas estuvieron tan adelantadas.

—¿Por qué lo dices?

—Sólo hay que ver todo el legado que nos dejaron. Por ejemplo, sus construcciones; hoy por hoy siguen en pie maravillándonos, por la manera de construirlas y por muchas cosas que hicieron en ellas. Con la tecnología actual seríamos incapaces de igualarlas. Y no olvides que tenían conocimientos de medicina, matemáticas, astrología y a saber de cuántas cosas más que no nos podemos llegar ni a imaginar. Seguramente, esta momia y la que yo encontré pertenecieron a dos atlantes que cuando estuvieron en vida vinieron a estos dos lugares pidiendo refugio, y en agradecimiento a ellos por dárselo les enseñaron parte de sus conocimientos.

—¿Pero cómo es posible que nunca se haya sabido de ellos? ¿Y cómo podían tener este nivel tecnológico?

—Como ya hemos comprobado tú y yo, estos que se hacen llamar Itnicos se han encargado muy bien de que no se supiera de su existencia. La otra pregunta no sabría respondértela, pero creo que si encontramos la Atlántida, saldremos de dudas.

—¿Pero cómo la encontraremos?

—Quizás cuando estudiemos con más detenimiento lo que aquí…

Antes de poder acabar la frase, las líneas iluminadas que había en el interior de la abertura comenzaron a desaparecer. El extraño líquido volvió a cambiar al color rojo, después al amarillento y, tras ir retrocediendo por las paredes, volvió a su estado original, al medallón.

Tras recoger el medallón, se sentaron en el suelo y comenzaron a mirar los dibujos.

—Estoy muy cansada, Thomas, cada vez me cuesta más respirar —dijo Natalie.

—Tienes razón, yo también lo había notado. No te dije nada ya que creía que me pasaba porque estaba agotado, pero… diría que es por el aire.

—¿El aire?

—Sí, el oxígeno que había quedado atrapado en el interior de la cueva se nos está agotando.

—Entonces… —le dijo levantándose del suelo—, debemos salir de aquí como sea. ¿Pero por dónde? No hay salida. Con todo esto nos hemos olvidado por completo de buscarla.

—No te pongas nerviosa, déjame que piense cómo hacerlo. Tú ve guardando en la mochila todo lo que hemos encontrado, que mientras tanto yo buscaré la forma de salir de aquí.

CON EL AGUA AL CUELLO

T
homas comenzó a pensar de qué forma podrían salir de allí, pero por más vueltas que le daba, no lograba encontrar una solución factible, pues dado el lugar y la situación lo veía imposible.

Sentado en el suelo, miraba cómo Natalie se le acercaba tras haber acabado de recogerlo todo. Preocupado y cada vez más agotado por la falta de oxígeno, puso las manos en su cara y dijo:

—Por más vueltas que le doy, no sé cómo vamos a salir de aquí.

—No me digas eso, engáñame si hace falta —le dijo Natalie, que se había sentado a su lado y le acariciaba el pelo—. Este no puede ser nuestro final, me niego a pensarlo. Yo confío en ti y sé que podrás encontrar una salida.

Al escucharla y ver la confianza ciega que tenía depositada en él, tuvo la sensación de que el mundo se le caía encima, pues Natalie, aun estando en una situación que no les era nada favorable, continuaba pensando que él encontraría la forma de salir de allí.

De repente, como si alguien o alguna cosa le hubiera dado un pequeño empujoncito a su mente, Thomas recordó un detalle, un detalle que había pasado por alto, un detalle que podría ser la solución.

Ante la mirada atónita de Natalie, se levantó rápidamente. Su rostro había cambiado por completo, ya no reflejaba ni tristeza ni preocupación, sino todo lo contrario, ahora lo que reflejaba era entusiasmo y seguridad.

—Levántate y gírate Natalie, que voy a coger una cosa de la mochila —le dijo con voz seria.

Natalie, que llevaba colgada la mochila en su espalda, se levantó y se giró sin comprender qué quería hacer. Después, cuando Thomas ya había cogido lo que estaba buscando, se volvió a girar y vio que en sus manos sostenía el martillo y la escarpa.

—¿Para qué quieres eso? —preguntó extrañada.

—Tú sígueme, creo que ya lo tengo —le dijo dirigiéndose hacia donde antes estaba el altar.

Al llegar, Thomas le señaló la abertura de la que emanaba agua y le dijo:

—¿Recuerdas que al entrar en la sala te expliqué que la abertura se ideó para ventilar la sala?

—Sí que me acuerdo, ¿pero qué pasa? —le preguntó sin entender a dónde quería ir a parar.

—Pues que es nuestro billete hacia el exterior.

Natalie miró la abertura, después miró a Thomas y le dijo:

—¿Qué dices? Es muy pequeña. Además, ¿no ves que por allí sale agua? El otro extremo debe de estar también inundado.

Thomas se puso a reír y comenzó a golpear dicha abertura con fuerza mientras le decía:

—Es imposible salir por esta pequeña abertura. Primero debemos hacerla más grande, y el hecho de que el otro extremo esté inundado es precisamente lo que nos puede ayudar. Piensa que este lugar lleva bajo el agua mucho tiempo, y seguramente el agua que sale por aquí se debe haber filtrado poco a poco por la piedra, haciéndola más blanda y, por lo tanto, mucho más quebradiza.

Aunque no estaba muy convencida de la explicación que le había dado, comenzó a buscar fuera de la sala una piedra que pudiera usar para ayudarla, pues veía que era la única forma que había encontrado Thomas para salir de allí.

Los fuertes golpes que daban se veían amplificados al chocar con las paredes, acabando con el silencio que había reinado en aquel lugar durante miles de años, hasta que…

—Para, para, no golpees más —dijo Thomas—. ¡Mira! —le señaló con el dedo.

La abertura de la pared comenzó a agrietarse rápidamente y, por esas mismas grietas que se estaban formando, comenzó a salir agua.

—¿Ahora qué? ¿Seguimos golpeando? —preguntó Natalie.

—No, ahora lo que vamos a hacer es apartarnos un poco y esperar que la presión del agua haga su trabajo —le dijo cogiéndola del brazo y llevándosela hasta la entrada de la sala.

Sin quitarle ojo a la abertura y a las grietas, veían que cada vez salía más agua y se hacía más grande.

—¿Ves, Natalie? Se está haciendo más grande.

—Es verdad, la piedra está cediendo, está funcionando —le dijo abrazándolo.

Tras varios minutos, la abertura había aumentado considerablemente de tamaño, y el agua que salía por ella comenzaba a inundar la sala y la cueva.

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