El simbolo (30 page)

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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El simbolo
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DE VUELTA A LA REALIDAD

Habitación del hotel.

D
espués de recordar lo sucedido y dar gracias a Dios por haberles salvado, Thomas y Natalie continuaron desayunando tranquilamente.

Al acabar, Natalie se levantó, fue hasta un armario empotrado que había junto la cama y comenzó a vestirse, mientras que Thomas cogió el teléfono y llamó a recepción para que le subieran el paquete.

Tras mantener una breve conversación, colgó el teléfono y comenzó a vestirse también.

Natalie, que ya había acabado de prepararse, estaba sentada junto una mesa y con la mochila sobre las piernas. Uno a uno comenzó a sacar y a colocar los dibujos que habían calcado en el interior de la pequeña abertura.

Cuando acabó de vestirse, Thomas se acercó para ayudar a Natalie, cuando de repente se escucharon unos golpes en la puerta.

—Sigue tú, ya abro yo —dijo Natalie dirigiéndose hacia ella.

Un joven botones llevaba un paquete fino y de pequeñas dimensiones entre sus manos.

—Menos mal, creí que me harían como antes —susurró el botones.

—¿Cómo dices? —le preguntó Natalie con una sonrisa en la cara.

—Nada, nada. Aquí le entrego el paquete que habían solicitado —le respondió resoplando.

—Muchas gracias. Espera, no te vayas.

Natalie volvió a entrar en la habitación y cogió un billete de uno de los cajones del mueble que había junto la puerta. Después, salió y le dijo al botones mientras le entregaba la propina:

—Muchas gracias por todo, esto es para ti.

—Muchas gracias y que pasen un buen día.

Ya fuera, el botones, que estaba muy contento por la propina, no dejaba de pensar si había sido tan generosa con él, porque había escuchado el comentario que había hecho.

Mientras tanto, en la habitación, Natalie volvió a dirigirse hacia la mesa con una sonrisa dibujada en su rostro.

—¿Qué pasa? —le preguntó Thomas al ver su cara.

—El pobre botones me ha hecho mucha gracia, pero bueno… ¿Ya has acabado? —preguntó Natalie.

—Ahora mismo. ¡Mira! —le respondió.

Sobre la mesa y gracias a que habían numerado las hojas, Thomas había acabado de montar, sin ninguna dificultad, aquel puzle de miles de años de antigüedad.

—¿Piensas aún que no es un mapa? —le preguntó Natalie.

—No sé, puede que tengas razón. ¿Pero de dónde? —le respondió con otra pregunta.

—Eso ahora mismo lo averiguaremos —le dijo enseñándole el paquete.

Natalie comenzó a romper el papel de color marrón oscuro que envolvía el paquete hasta dejar al descubierto un libro, un libro que contenía multitud de imágenes tomadas desde satélite de los continentes, también tenía una breve descripción de la evolución de dichos continentes desde que empezaron a separarse.

—¿Crees que ese libro nos dará la solución? —le preguntó Thomas no muy convencido.

—Estoy segura de ello —afirmó Natalie con rotundidad.

Rápidamente lo abrió y comenzó a ojear las páginas buscando algo que se pareciera a lo que había sobre la mesa.

El dibujo estaba compuesto por unas líneas continuas irregulares que serpenteaban por las hojas de una punta a la otra. En el centro, y tras haberlas unido, había aparecido una especie de círculo, pero al igual que ocurría con las líneas, tenía un trazado irregular.

—No sé, no sé, no estoy muy seguro de que esto sea lo que dices. A mí, personalmente, no me parecen líneas de costa —le dijo rascándose la cabeza.

—Ten un poco de fe, piensa que este dibujo está hecho desde hace miles de años —le respondió sin levantar la mirada del libro.

—Por eso lo digo, en aquella época no se conocía aún la existencia de otros continentes.

—Ya, pero… —Natalie enmudeció.

—¿Pero qué? ¿Has visto alguna cosa?

Ella no daba crédito a lo que estaba viendo, no se lo podía llegar a creer.

Lentamente, dejó el libro sobre la mesa junto los dibujos y dijo:

—Ahora sí que ya no entiendo nada.

—¿Cómo que no entiendes nada? Dime lo que has visto —le decía intentando ver en el libro lo que a ella le había causado tal impresión.

—Mira esto, Thomas, es increíble —le dijo señalándole una de las fotos.

Al ver la foto, Thomas se quedó mudo, boquiabierto. Aquel descubrimiento, si en verdad era cierto, iba a tener una repercusión sobre la humanidad increíble.

Sin poder creer aún lo que sus ojos habían visto, se levantó de la silla y comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa.

—No puede ser, tiene que estar equivocado. Quizás lo dibujé mal. Quizás sólo sea una mera coincidencia. O quizás, simplemente, tenga razón Natalie —especulaba en voz alta.

—No Thomas, está muy claro, todo coincide.

—Pero si ese dibujo es correcto, si ese dibujo es exactamente lo que he visto… No, no, es imposible, tiene que estar mal —Thomas continuaba negando lo que parecía ser evidente.

Natalie lo cogió del brazo al pasar por su lado y lo acercó otra vez al libro.

—Míralo bien, ¿aún crees que no lo es?

Thomas volvió a mirar la foto y el dibujo nuevamente.

—Ha cambiado un poco, pero son iguales. ¿Cómo puede ser? —preguntó Thomas.

—Me parece que este dibujo no tiene miles de años, sino unos cuantos más.

Al escucharla, Thomas se acercó hasta la cama, y como si un rayo le hubiera caído encima fulminándolo, se dejó caer sobre ella, quedando boca arriba, con los brazos y las piernas abiertas y la mirada perdida en el techo.

—Madre mía, Natalie, me resulta imposible creerlo.

—Ya lo sé, y a mí también, pero aquí está —le decía mientras comparaba una y otra vez los dibujos con la foto.

—Increíble, increíble —repetía Thomas una y otra vez.

—Ahora entiendo el afán que tienen esos hombres por mantener esto en secreto. Este descubrimiento supondría el derrumbamiento de todas las teorías que se han formulado sobre el hundimiento y la posible ubicación de la Atlántida.

—Exactamente, Natalie —le dijo Thomas mientras se levantaba y se le acercaba—, la Atlántida podría estar aún en pie y esperando que alguien la descubra.

Desde la antigüedad hasta la actualidad, se había mantenido la teoría del hundimiento de la Atlántida, ya que nadie había conseguido encontrar, salvo lo que Platón dejó escrito, ningún resquicio sobre aquella civilización. Pero eso iba a cambiar, ya que Thomas y Natalie estaban frente a un mapa muy detallado de la ubicación exacta de la Atlántida, ya que las líneas que Natalie había identificado correctamente como costas, pertenecían a los continentes de América y África.

El mapa les había dado la solución a por qué nadie había logrado encontrar la Atlántida, ya que, donde hoy hay agua, mostraba un continente, pero no el continente que se había creído siempre que se perdió bajo el agua, sino un continente que hoy en día, en la actualidad, está sobre ella. Debido a esto y a la situación de los otros continentes, llegaron a la conclusión de que ese mapa debía tener millones de años, ya que aquello que nadie había logrado encontrar, aquello que había permanecido en el secreto tantísimos años, aquel continente sumergido, hoy en día, se llama Antártida y estaba esperando a ser descubierto, descansando en silencio bajo metros y metros de hielo acumulados por el paso del tiempo.

—No me lo puedo creer, nunca hubiera imaginado que estuviera ahí. Pero hay algo que no entiendo. Platón hablaba de un sitio maravilloso, con ríos, espesos bosques, exóticas plantas y multitud de animales. ¿Cómo puede ser? —le preguntó Natalie.

—Es muy fácil, y si te fijas bien, el mapa te da la solución.

—Pues explícamela, porque yo no consigo verla.

Thomas se sentó junto a Natalie, cogió el libro y buscó en él el capítulo en el que se hacía referencia a la formación de los actuales continentes. Cuando lo encontró, le explicó a Natalie, mientras se lo intentaba recrear con dibujos, que hacía millones de años los continentes habían estado unidos formando uno solo, y que aquel mega continente se llamaba Pangea. Le explicaba que poco a poco, y tras miles y millones de años, se fueron fragmentando y separándose, hasta formar los continentes que hoy en día conocemos.

—Eso ya lo sé —le interrumpió Natalie.

—Espera y déjame que termine —le dijo Thomas.

Thomas continuó explicándole que al igual que los continentes se habían movido, el eje de la Tierra también había sufrido cambios, provocando que tanto los polos como el ecuador cambiaran de lugar y que eso había provocado que donde hoy en día hace un frío extremo, millones de años atrás el clima fuera completamente diferente.

—Entonces… —volvió a interrumpirle Natalie.

—Sí, Natalie, la Antártida hace millones de años fue un lugar lleno de vida, pero poco a poco, por el movimiento de los continentes y del eje de la Tierra, fue separándose y helándose, convirtiéndose en un lugar sin vida e inhóspito.

—¡Claro! —exclamó Natalie—. Por eso nadie lo ha encontrado, pero la Antártida hace millones de años que se encuentra en el polo Sur. ¿Cómo puede ser que los egipcios tuvieran constancia de su existencia y la describieran como un lugar tan diferente?

—Creo que ellos nunca la vieron, debieron ser aquellos hombres que procedían del mar los que les hablaron sobre ella.

—¡Las momias! —exclamó Natalie.

—Exacto.

—Pero si todo esto es cierto, ¿qué antigüedad tenía la civilización de los atlantes? —preguntó Natalie extrañada.

—No lo sé, pero creo que esto sólo hay una manera de averiguarlo —dijo Thomas levantándose de la silla y señalándole en el libro la Antártida con su dedo índice.

DOS SEMANAS DESPUÉS

Situación: en algún lugar del océano Atlántico Sur

Destino: la Antártida.

S
urcando las frías aguas del océano Atlántico Sur, estaba el
Iño
, un pequeño y viejo barco de mercancías.

En la proa, apoyadas en la fría barandilla, se podía distinguir a dos personas que observaban el horizonte mientras charlaban plácidamente.

Mientras tanto, en el puente de mando, el anciano capitán junto a su joven ayudante mantenían una conversación mientras repasaban la carta de navegación.

—Vaya pareja más rara —dijo el capitán.

—Sí que lo son —le respondió el joven.

—Tras seis días de navegación, es la segunda o la tercera vez que los veo fuera del camarote, ni siquiera lo han abandonado para comer.

—Es normal mi capitán, son recién casados —comenzó a reír.

—¡Encima eso! —exclamó el capitán—. Si ya son raros de por sí, más raro es el lugar que han elegido para pasar su luna de miel: ¡solos en la Antártida! Estos científicos están locos.

—Pues han tenido mucha suerte que nosotros tuviéramos que venir a abastecer a una de las bases científicas que hay.

—Sí que es verdad, porque debido al mal tiempo se han cancelado todos los cruceros hasta la zona y les hubiera sido imposible llegar, pero si lo miras bien, el beneficio ha sido mutuo, nos han pagado una cuantiosa suma de dinero por traerlos hasta aquí, esperarlos cuatro días y luego regresar. Nunca me habían pagado tan bien un transporte —comentó el capitán mientras se frotaba las manos.

En ese mismo instante, la puerta metálica del puente de mando se abrió y sus bisagras oxidadas hicieron un ruido desagradable.

—Buenos días —dijeron Thomas y Natalie al unísono.

—Buenos días —dijo el capitán y repitió el joven ayudante.

—Veníamos a preguntarle cuánto nos queda para llegar —quiso saber Thomas.

—Debemos estar aproximadamente a un par de horas, pero por eso no se preocupen, si quieren pueden ir preparando sus cosas para desembarcar, que cuando estemos a punto les llamaremos —respondió el capitán.

—Perfecto, así quedamos —dijo Thomas.

Tras despedirse, Thomas y Natalie salieron del puente de mando y se dirigieron hacia su camarote.

Transcurridas tres horas, el motor del
Iño
se detuvo.

—Ya hemos llegado, cuando lo deseen pueden salir a cubierta —se escuchó decir al capitán por un pequeño altavoz situado en una de las esquinas del camarote que ocupaban Thomas y Natalie.

Al escuchar aquellas palabras del capitán, salieron rápidamente del camarote y se dirigieron hacia la cubierta, donde vieron extrañados que el barco se encontraba a unos doscientos metros de la costa de hielo.

—¿Por qué hemos parado aquí? —preguntó Natalie.

—No lo sé —respondió Thomas—, pregúntales a ellos, a ver qué te dicen.

—Perdona, ¿por qué hemos parado aquí? —le preguntó Natalie al joven que pasaba con unos paquetes por su lado.

—Es muy peligroso acercarse más a la costa, piense que aunque no lo vea, bajo el agua podría haber una placa de hielo, y si así fuera atravesaría el casco como si fuera mantequilla fundida. Es más seguro ir hasta la orilla en una lancha —le respondió—. Vengan, ya casi está lista —dijo invitándoles a que le acompañaran.

Cuando llegaron a la proa del barco, vieron que el capitán se encontraba en el interior de dicha lancha. Estaba esperándoles para cargar sus equipajes y llevarlos a ellos y los paquetes hasta la orilla.

Ya en el interior de la lancha, Thomas, Natalie, el capitán y el joven; junto al equipaje y los paquetes para la base científica, comenzaron a dirigirse hacia la orilla.

Mientras recorrían los escasos metros que les quedaba para llegar, Thomas y Natalie quedaron maravillados al ver aquel frío, congelado y desolado paisaje. Columnas de hielo se alzaban sobre el agua hasta alcanzar alturas impresionantes, multitud de placas de hielo surcaban el mar sin rumbo fijo y de vez en cuando se podía ver alguna foca, que llevada por su curiosidad, asomaba tímidamente la cabeza entre las placas de hielo para ver qué era aquello que osaba interrumpir su plácida y tranquila vida.

Cuando llegaron a la orilla, el capitán y el joven bajaron de la lancha y les indicaron a Thomas y a Natalie que ya podían hacer lo mismo, y sin perder tiempo alguno comenzaron a descargar el equipaje y los paquetes.

—Parece que se acerca una tormenta —comentó el joven a su capitán.

—Eso parece, debemos darnos prisa en descargarlo todo antes de que nos alcance —dijo el capitán.

Thomas y Natalie, que miraban al cielo y no veían ni una sola nube, les dijeron:

—Pero si está despejado.

—Ustedes háganme caso, llevo más de treinta años haciendo esta ruta y la experiencia me dice que se acerca —les dijo el capitán.

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