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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (13 page)

BOOK: El simbolo
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Fuera del alcance de la vista de algún integrante de la mansión, se detuvo un instante en el camino, abrió su mochila y dijo:

—Lo siento señor Arthur, pero esto me lo llevo conmigo.

Tras reanudar la marcha, fue hasta donde había cogido la moto y la volvió a dejar en el mismo lugar.

Arrepentido por lo que había hecho, comenzó a escribir una nota en uno de los dorsos del sobre, en la que ponía: «Siento mucho lo ocurrido, aquí le dejo un sobre que espero que le haga pasar el disgusto que le ocasioné».

Tras hacerlo, lo dejó sobre el asiento de la moto, se dirigió caminando hacia la urbanización, llamó por teléfono a un taxi y, después, a la policía, a la que le indicó donde podían encontrar la moto extraviada.

Pasados diez minutos llegó el taxi y, con su conciencia ya tranquila, se dirigió hacia su casa, donde retomaría su vida monótona y tranquila.

GOLPE DE SUERTE

Universidad Lebo (Estados Unidos). Tres meses después.

T
homas, recuperado de todo lo que le había ocurrido unos meses atrás, proseguía con su vida como si nada hubiera pasado.

Estaba en su despacho de la universidad observando algo que tenía sobre su mesa muy interesado, mientras daba pequeños giros con la silla y apoyaba sus manos en la cabeza.


¡Buff
! —resopló mirando al techo—. Nunca sabré qué significan —pensó en voz alta muy decepcionado.

Lo que miraba con tanto interés eran unos papeles que contenían toda la información que le había dado al Sr. Arthur, pues durante su recuperación en Honduras, se dedicó a copiarla toda.

Llevaba tres meses intentando darle sentido a todo aquello: al símbolo, a la escritura…, en fin, a todo lo que había visto sobre aquella civilización. Pero era inútil. Ni en sus libros, ni en internet, ni en ningún otro lugar había logrado conseguir información que le diera alguna pista que pudiera esclarecer alguna de sus dudas.

Cansado y desilusionado por no poder hacerlo, decidió que era hora de poner fin a aquella obsesión.

Se levantó de su silla y cogió una carpeta vacía que tenía en una de las estanterías, introdujo uno a uno los papeles en su interior, mientras les daba el último vistazo, esperando que se le ocurriera algo en el último momento, pero no fue así. Cuando lo tuvo todo recogido, acercó su silla a una de las estanterías y subiéndose en ella, colocó con cuidado la carpeta al lado de una caja de cartón, con tan mala suerte que la silla se movió y le hizo perder el equilibrio. La caja se cayó y todo su contenido quedó esparcido por el suelo.

Maldiciendo su suerte, se bajó de la silla y comenzó a recoger todo aquel estropicio, cuando…

—¡No me lo puedo creer! ¿Cómo no he sabido verlo antes? —gritó echándose las manos a la cabeza.

Rápidamente, volvió abrir la carpeta, se puso de rodillas en el suelo y comenzó a esparcir todos los papeles.

Tras observar durante un instante aquel desorden, gritó:

—¡Por fin! ¡La solución ha estado aquí todo el tiempo!

En ese mismo instante, la puerta del despacho se abrió y asomó una cabeza. Era un alumno que le preguntó preocupado:

—¿Le pasa algo? ¿Se encuentra bien?

—Tranquilo, no me pasa nada. Se me ha caído todo por el suelo y sin querer se me ha escapado un grito —le respondió sin mirarle ni a la cara.

—¿Quiere que le ayude a recoger?

—No, no, tranquilo, puedes irte. Además, ¿no empieza tu clase ahora? —le dijo para que le dejara solo.


Uy
, es verdad. ¡Ya me voy! —exclamó mientras cerraba la puerta y salía corriendo.

Dentro, Thomas no se había levantado aún, continuaba de rodillas en el suelo y observando boquiabierto todo aquello.

Lo que había sucedido era que la caja que se había caído, dejando esparcido por el suelo del despacho todo su contenido: diapositivas de los abecedarios de antiguas lenguas de civilizaciones extintas, para ser más exactos de la egipcia y la maya.

Todas las diapositivas, que con tanta perfección tenía colocadas en el interior de la caja, se habían mezclado por el suelo. Al agacharse para recogerlas, se percató de algo insólito, algo sorprendente, un hallazgo inesperado. Varias diapositivas, a causa de la falta de uso o de la electricidad estática, se habían pegado entre ellas y, al cogerlas para despegarlas, observó que la sobreimpresión de una con otra le resultaba muy familiar; lo que tenía entre las manos lo había visto antes. Se dio cuenta de que era lo que estaba buscando.

Inexplicablemente, la unión de aquellas dos transparencias, una de un jeroglífico egipcio y otra de uno maya, guardaba una extraordinaria semejanza con los jeroglíficos que él tenía en los papeles.

Thomas, que después de tres meses de esfuerzo, de trabajo continuo y de búsqueda obsesiva no había conseguido nada, tenía ahora la solución delante de él. Un golpe de suerte le había esclarecido, por fin, todas sus dudas.

—¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible? —repetía mirando el desorden.

Rápidamente comenzó a meter todos los papeles y las diapositivas en la carpeta, se levantó del suelo y salió del despacho. En el pasillo, se encontró de frente con el director, que le preguntó:

—¿Dónde va con tanta prisa? Su clase empieza dentro de media hora.

—Lo sé, pero es que estoy un poco indispuesto. Le agradecería que me dejara ir a mi casa —le respondió tocándose la barriga.

—Entiendo —le dijo mirándole, y prosiguió—: Muy bien, puede irse.

—Gracias, seguramente mañana ya me encontraré mejor y volveré a reincorporarme —le decía mientras se marchaba corriendo.

Ya en su casa, solo y sin el peligro de que nadie le interrumpiera, dejó la carpeta sobre la mesa del comedor y se dirigió hacia la cocina, donde abrió uno de los armarios. Sacó una cafetera, la llenó de café y la puso en el fuego, pues parecía que la noche iba a ser muy larga.

Thomas aprovechó para asearse y cambiarse de ropa mientras se preparaba el café. Cuando estuvo todo preparado, se sentó en una silla con la carpeta en la mano. Lentamente comenzó a esparcir todas las diapositivas por la mesa, mientras las observaba una a una, para poder separar los dos abecedarios. Después de clasificarlos, tanto por civilización como por orden alfabético, sacó los papeles donde tenía copiados los extraños jeroglíficos que había encontrado dentro del sarcófago de la sala y los colocó en medio de las dos columnas que había hecho con las diapositivas.

Hizo una pequeña pausa y se llenó la taza de café. Dándole un pequeño sorbo, pensó: «¿Cómo puede ser que ésta sea la solución de mi acertijo?».

Dejó la taza sobre la mesa en un lugar donde no le molestara, para poder así observar con claridad todo el montaje que con tanto tesón había realizado.

Poco a poco, comenzó a hacer todas las posibles combinaciones que había entre ambas escrituras, escribiéndolas posteriormente en una libreta que, a medida que transcurría la noche, se iba llenando hoja tras hoja.

Como si de un niño con un juguete nuevo se tratase, Thomas, que estaba muy ilusionado, no se separaba de aquella mesa. Se había propuesto no levantarse ni descansar, hasta darle fin a lo que había comenzado.

Le hicieron falta dos cafeteras más para poder finalizar las numerosas combinaciones, pero aún quedaba otro trabajo no menos importante, pues debía buscar las semejanzas entre lo que él había dibujado y los jeroglíficos de los papeles.

Tras unas cuantas horas más comparando y multitud de retoques en sus dibujos, gritó con efusividad levantándose de la silla:

—¡Ya está! ¡Lo conseguí!

Al fin lo había acabado. Entre sus manos sostenía una hoja con todas las semejanzas que encontró, dándole así forma al abecedario que le permitiría entender, por fin; el contenido de aquellos papeles.

Nervioso y a la vez intrigado, no se atrevía a comenzar a traducirlos, sus manos temblorosas hacían temblar el papel que sostenía con fuerza, como si de la hoja de un árbol sacudida por el viento se tratase.

En un intento de tranquilizarse, volvió a sentarse, dejó el papel en la mesa y se hizo una pregunta a sí mismo:

—¿Cómo es posible?

Tras la pregunta retórica y mirando fijamente el papel, comenzó a pensar en por qué la unión de las escrituras de esas dos civilizaciones, que eran muy parecidas pero estaban separadas por el tiempo y por cientos de kilómetros, daba como resultado la escritura de esa nueva civilización. ¿Serían antepasados? ¿Habría alguna conexión entre ellos o simplemente todo era un engaño? Multitud de preguntas comenzaron a bombardearle la mente, y contra más preguntas le surgían más inquieto estaba, pues la solución de todas ellas, posiblemente, la tenía en aquellos papeles.

Con decisión, cogió uno de los papeles y lo comenzó a leer de arriba abajo y de izquierda a derecha, pues imaginó que viendo la similitud con los egipcios y los mayas sería lo más correcto.

Fue escribiendo cada uno de los signos traducidos en una hoja y así hasta acabar con todos los extraños jeroglíficos. Tras hacerlo, releyó todo lo allí escrito.

Sus ojos se abrieron de par en par. Un «¡no me lo puedo creer!» se escapó de su garganta; los nervios comenzaron a apoderarse de él una vez más, pues lo allí escrito tenía sentido. Lo había conseguido.

Apoyado en su silla, con una mano sobre la cabeza y la otra en la barbilla, leía una y otra vez todo lo que había escrito. «¿Estará bien traducido?», se preguntaba. «Claro que sí», se contestaba a sí mismo.

Lo que había traducido eran numerosas frases y palabras separadas entre sí, ya que los papeles eran calcos de los fragmentos incompletos del sarcófago. Entre las palabras más destacadas estaban:
vida, muerte, cielo, supremo, guardia
. Algunas de las frases eran:
la vida aquí es diferente, inquietos por saber, cuando llegué
. Tradujo muchas palabras y frases más, pero no tenían ningún significado especial o desgraciadamente estaban incompletas, pero había una entre todas ellas, las más inquietante y reveladora del individuo que estaba momificado allí, que decía: «Soy Aketarram, uno de los sabios supremos de la…».

—Lástima que la frase acabe así, podría haberme dado el dato que revelaría quiénes eran y de dónde venían.

Thomas, que no dejaba de releer la frase, intentaba recordar si ese nombre lo había escuchado o leído alguna vez.

Levantándose de la mesa y dirigiéndose hacia el sofá, se volvió a preguntar: «¿Quién era ese hombre?, ¿de qué civilización se trataba?, ¿qué tenía en común con las otras dos?, ¿de qué lugar era sabio supremo?, ¿de allí o de otro emplazamiento?», y la preguntaba qué más le inquietaba: «¿Qué voy a hacer ahora con toda esta información?».

Sentado ya en el sofá, continuaba dándole vueltas a las preguntas, sabiendo que nadie le podría ayudar a resolver ninguna de ellas, pues el Sr. Arthur había sido muy claro y Thomas no estaba dispuesto a llamarlo para informarle de su descubrimiento, ya que había sido muy poco científico y, seguramente, si le contara lo que había descubierto, volvería a arrebatárselo y lo escondería, llevándolo así, nuevamente, al olvido.

Agotado, el pobre Thomas se quedó dormido mientras repetía una y otra vez:

—Soy Aketarram, uno de los sabios supremos de la…

NO ESTABA SOLO

T
homas se hallaba en medio de la selva muy desorientado.

Un cúmulo de sensaciones comenzó a recorrerle todo su cuerpo, pues el miedo y la desesperación se adueñaron de él. De repente comenzó a gritar:

—¡Pancho! ¿Dónde estás?

Empezó a correr entre el espeso follaje, hasta llegar a la orilla de un río de aguas cristalinas y vio con asombro que Pancho se encontraba sentado en la otra orilla, de espaldas a él y hablando con unos extraños hombres, a los que no podía ver con claridad a causa de la distancia y las sombras que hacían los árboles.

—¡Pancho, estoy aquí! —le gritó.

Sin inmutarse, Pancho continuó hablando, haciendo caso omiso a sus gritos desesperados.

Sin entender por qué no le contestaba, se lanzó al agua y comenzó a nadar hacia donde estaban, pero inexplicablemente, contra con más fuerza nadaba más se alejaba de ellos. De repente, Pancho y los hombres se levantaron y se giraron hacia él. Al verlo, Thomas se detuvo, pues vio aterrorizado que aquellos hombres con los que conversaba Pancho con tanta tranquilidad eran los mismos que intentaron matarle al llegar de Honduras. También pudo ver que Pancho portaba entre sus manos el tubo de madera que el Sr. Arthur tenía en su poder, y que se lo ofrecía muy cordialmente a los hombres.

Acto seguido y sin saber ni el cómo ni el porqué, se encontró de pie, totalmente seco y en medio de un pequeño emplazamiento indígena desolado. Extrañado por lo que había pasado, miraba hacia todos los lados, con la esperanza de encontrarle sentido a lo que estaba ocurriendo.

Aquel lugar estaba exento de vida, las chozas estaban vacías y no se veía ninguna persona ni animal. Era como si la tierra se hubiera tragado a todos los que allí vivían.

Comenzó a caminar por el poblado, haciendo paradas para introducirse en las pequeñas chozas, con el ánimo de encontrar a alguien que le pudiera decir dónde se encontraba exactamente.

Tras atravesar un rudimentario puente hecho con dos troncos de madera que sorteaba un pequeño riachuelo, vio con asombro que allí estaban todos los indígenas, rodeando una gran choza y arrodillados frente a los hombres que habían querido acabar con él y que había visto antes hablando con Pancho.

Rápidamente se escondió tras un gran árbol para observar lo que estaba ocurriendo y comprobó que los indígenas tenían una actitud de adoración frente aquellos hombres, como si de dioses se tratase. Enojado al saber que eran unos viles ladrones y que posiblemente intentaban aprovecharse de aquellos
pobres infelices
, salió de su escondrijo y comenzó a gritarles, pero permanecieron inmóviles, impasibles a sus gritos. Al ver su actitud de prepotencia, corrió hacia ellos con la intención de preguntarles por qué habían intentado acabar con él, qué habían hecho con su amigo y qué intentaban hacer con toda aquella gente, pero al llegar e intentar coger a uno se dio cuenta de que no le podía hacer nada, era como si de un espectro se tratase, pues su mano atravesó su cuerpo. Asustado, dio un paso hacia atrás. En ese instante se percató de que en la choza había gente, pues se escuchaban voces dentro. Sin pensárselo, se asomó a la tienda buscando respuestas a lo que estaba ocurriendo y vio una escena que le resultó muy familiar, pues el cabecilla del poblado estaba sentado frente a un hombre vestido como la momia que habían hallado Pancho y él en la sala.

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