—Es muy complicado de entender, sólo te digo que lo que protegemos es el secreto mejor guardado de la humanidad.
—¿Pero no me lo vas a contar?
—
Ja, ja, ja
. No, y creo que ya te he contado demasiado. Ahora me despido de ti —le decía mientras salía por la puerta trasera del coche.
Thomas comenzó a gritar desesperado, mientras veía por el retrovisor como aquel hombre se introducía en otro coche que aguardaba detrás. De repente, el coche comenzó a acercarse lentamente, hasta llegar a apoyarse en el que se encontraba Thomas, lo empujó y lo precipitó al río.
Poco a poco comenzó a sumergirse, hasta desaparecer por completo.
En el interior, con los pies humedecidos por el agua que comenzaba a entrar, Thomas luchaba por salvar su vida, intentando deshacerse de las ataduras que lo tenían retenido en aquel asiento. Mientras, en el exterior, el hombre que había estado hablando con Thomas salió del coche, se acercó a la orilla, miró el lugar por donde se había sumergido el vehículo y dijo:
—Vamos, de ésta ya no sale.
Volvió a subir al coche y se alejó de aquel lugar.
En el interior del vehículo, la angustia de Thomas cada vez era mayor, el agua, que le llegaba por el pecho, le comenzaba a impedir que se moviera.
Agotado por el esfuerzo que hacía por desatarse y sin dejar de gritar, veía que todos sus esfuerzos no servían para nada, que no podría salir de allí, que ese lugar se convertiría en su morada para la eternidad. En ese mismo instante, al borde de la catástrofe, su vida comenzó a pasar por delante de él.
El agua le cubría ya casi por completo. Con su cara pegada al techo del coche, intentaba recoger el poco oxígeno que quedaba dentro del habitáculo. En un último esfuerzo, recogió todo el aire que pudo antes de que el agua lo cubriera todo, se sumergió e intentó con todas sus fuerzas desatarse por última vez, pero no obtuvo resultado alguno. Entonces, habiendo utilizado todas las cartas de su baraja, desistió y esperó con esa última bocanada de aire que le quedaba en los pulmones que llegara su fin.
«¡No quiero morir!», se repetía una y otra vez.
Sus pulmones no aguantaban más, querían soltar el oxígeno empobrecido de su interior y así lo hicieron. Poco a poco el aire comenzó a salir de su boca. Thomas veía como con aquellas burbujas se le escapaba la vida, era su fin, su vida acababa.
Rápidamente cerró la boca para que dejara de salir el aire y el agua no entrara, pero sus pulmones necesitaban aire, un aire que en aquel lugar no existía. Con todas sus fuerzas intentaba aguantar el impulso de cogerlo, pues sabía que si lo hacía sus pulmones se llenarían de agua, y eso le provocaría la muerte. Pero eso era una cosa que no podía evitar por más tiempo.
Comenzó a sentir que se mareaba. Se estaba quedando inconsciente, necesitaba aire rápidamente y en ese mismo momento, entre la conciencia y la inconciencia, entre la vida y la muerte, pudo ver una silueta por el espejo retrovisor que se acercaba al coche.
La silueta que vio Thomas por el espejo retrovisor era la de aquella chica que había conocido en las puertas del museo, que afortunadamente había venido a rescatarlo.
La muchacha, que estuvo en el exterior viéndolo todo, se acercó a la ventanilla del conductor para comprobar el estado en el que se encontraba Thomas y vio horrorizada que estaba inconsciente. Se apresuró a romper la ventanilla con una piedra que había cogido en la orilla y, tras hacerlo, desató tan rápido como pudo las cuerdas que lo tenían inmovilizado y lo extrajo por la ventanilla que había roto. Sin demorarse, pasó su brazo por debajo de las axilas de Thomas y comenzó a bucear hacia la superficie.
Ya en la orilla del río, echó a Thomas al suelo y comprobó que no respiraba. Nerviosa, comenzó a hacerle el boca a boca y a oprimirle el pecho con las palmas de sus manos, intentando así que soltara todo el agua que había en el interior de sus pulmones, pero era inútil, continuaba sin respirar. La pobre muchacha no tenía experiencia en situaciones así y comenzó asustarse. Miraba a un lado y a otro para ver si había alguna persona que le pudiera socorrer, pero era inútil, por allí no pasaba nadie, estaba muy apartado de cualquier lugar. Entonces, dejándose llevar por la desesperación, comenzó a darle fuertes golpes en el pecho con sus puños y a gritar:
—¡No te mueras! ¡Respira!
Y en ese mismo instante, Thomas, como si de un milagro se tratase, comenzó a toser y a sacar agua por la boca. La muchacha, al ver que había conseguido reanimarlo, comenzó a gritar de alegría mientras ayudaba a Thomas a incorporase para facilitarle que respirara y vaciara sus pulmones de agua.
Después de unos minutos, Thomas, que ya se encontraba mejor, le dijo:
—Gracias por salvarme la vida, eres mi ángel de la guarda. Si no fuera por ti ahora mismo estaría en el fondo de ese río.
—No tienes por qué dármelas. Tú hubieras hecho lo mismo por mí —le dijo la muchacha que lo tenía apoyado en su pecho.
—
Ja, ja, ja
, pues claro que sí. Hay que ver qué manera de conocernos más extraña.
—Eso no es del todo cierto.
—¿Cómo que no es del todo cierto? —preguntó extrañado.
La muchacha lo dejó sentado en el suelo, se levantó, se puso frente a él, se arrodilló, sacó un papel mojado de su bolsillo y se lo entregó. Thomas lo abrió cuidadosamente para no romperlo y vio sorprendido que aquel papel era el que le había entregado antes de que lo raptaran.
—Gracias por devolvérmelo, pero… con el agua se han borrado la mayoría de cosas que había escritas. Nunca podré contactar con esa persona —dijo entristecido.
—No, no. No lo entiendes —le dijo con una sonrisa en la boca.
—¿Cómo que no lo entiendo? Me parece que el agua ha hecho estragos en mi cabeza, porque no entiendo nada de nada.
—
Ja, ja, ja
, ¿de verdad que no lo entiendes?
—No —negó tajantemente.
—Te explico. Cuando me lo diste, no pude aguantarme y lo abrí, y cuál fue mi sorpresa cuando vi que el dibujo, el nombre y el número de teléfono eran míos.
—Entonces… ¡tú eres
Nefertari
! —exclamó abrazándose a ella.
—Sí, soy yo.
—¿Pero cómo lo has hecho para encontrarme? ¡Si vi como te marchabas desde el coche!
—A eso iba, cuando vi el papel. Intenté decírtelo, pero ya era demasiado tarde. Veía aterrorizada que te metían en aquel coche a la fuerza y, sin pensármelo dos veces, cogí mi coche y lo seguí hasta aquí. Después, vi cómo se detenía frente al río y salían unos hombres vestidos de una forma muy rara de su interior y se metían en otro coche que los esperaba detrás. Al poco rato, salió otro hombre del coche, vestido de la misma forma que los anteriores, se metió donde los otros y comenzó a empujar el coche en el que estabas tú. Después de unos escasos minutos, que fue lo que tardó en sumergirse por completo el coche, se marcharon. Al verlo, esperé unos instantes para cerciorarme de que no volvían y salté al agua para intentar salvarte, y aquí estas, vivito y coleando.
—Menos mal,
Nefertari
, que eras tú. Vete a saber si otra persona hubiera hecho lo mismo.
—¿Sabes quiénes han intentado hacerte esto? —preguntó mientas se ponía en pie.
—No te lo creerías nunca. Antes de contártelo, preferiría contarte por qué he venido hasta aquí a conocerte, y luego entenderás mejor quiénes son esos individuos sin escrúpulos —le respondió Thomas mientras se ponía en pie y miraba a un lado y a otro.
—Muy bien, como quieras. Ahora deberíamos irnos a cambiar de ropa, pues ésta ha quedado empapada.
—Sí, será lo mejor, aquí no estamos seguros.
S
entado en el asiento del copiloto, con la cara apoyada en el cristal de la ventanilla y con la mirada perdida, Thomas pensaba en todo lo que le estaba pasando, no cesaba de pensar en aquel hombre que vio por el retrovisor del coche y en lo que le había contado. Todo lo que le estaba ocurriendo y el misterioso velo que lo envolvía le parecía increíble, había desenterrado del olvido un secreto tan importante, tan trascendental para aquellos hombres, llamados Itnicos, que eran capaces de lo que fuese para que continuara así.
La noche envolvía Londres, las luces de las farolas iluminaban el asfalto mojado por la humedad y a un coche que circulaba a poca velocidad por una calle poco transitada. Ese coche era el de
Nefertari
, y se detuvo frente una vieja casa.
En el interior del coche,
Nefertari
tocó el hombro de Thomas, que dormía profundamente debido al cansancio, y le dijo con voz suave:
—Despierta, ya hemos llegado.
Al ver que no despertaba lo zarandeó suavemente.
—¿Cómo? —se despertó y preguntó desorientado sin saber dónde se encontraba.
—Que ya hemos llegado —le repitió.
—
¡Buff
! Siento haberme quedado dormido, pero es que ha sido un día muy difícil para mí, como comprenderás —le decía mientras se apretaba los ojos con el índice de su mano.
—No pasa nada, lo entiendo. Lo mejor es que ahora subamos a mi casa, nos cambiemos de ropa y que comiences a contarme lo que está pasando.
—¿A tu casa? Pero… ¿y mi hotel? —preguntó extrañado.
—No es seguro que vayas a tu hotel, quizás esos hombres lo estén vigilando para cerciorarse de que han acabado contigo. He pensado que ellos nunca te asociarían conmigo y, por lo tanto, nunca aparecerán por mi casa, así que te quedas conmigo —le dijo con firmeza.
—Espera. ¿Mi mochila? —dijo asustado mirando a un lado y a otro buscándola por el interior del coche.
—Tranquilo, está en el maletero. Ahora mismo te la devuelvo.
Tras salir del coche y sacar la mochila del maletero, comenzaron a subir por unas bonitas escaleras de piedra que acababan en un pequeño porche, que daba acceso a la puerta de entrada de la casa.
Nefertari
sacó las llaves de un pequeño bolso y lentamente abrió la puerta, mientras miraba hacia la calle para asegurarse de que nadie les había seguido.
Ya en el interior,
Nefertari
dejó el bolso en un gracioso perchero con forma de camello, mientras encendía la luz del recibidor.
Al cerrar la puerta, le preguntó a Thomas:
—¿Sabes una cosa?
—¿Qué? —respondió.
—Con tantas emociones, ni siquiera nos hemos presentado —le dijo sonriendo.
—Es verdad, tienes razón —le contestó echándose la mano a la frente, y prosiguió—: Perdóname por mi mala educación, me llamo Thomas McGrady.
—Encantada —le dijo mientras le daba dos besos—. Yo me llamo Natalie Duthij.
—Encantado —le devolvió los dos besos.
Tras la presentación, los dos se quedaron mirándose, esperando que alguno dijera algo. Después de un minuto de incomodo silencio, Natalie le dijo:
—Bueno y después de las presentaciones, ¿qué tal si nos cambiamos de ropa?
—Sí por favor, estoy empapado —respondió nervioso.
—Siento decirte que no tengo ropa de hombre —comenzó a reír—, pero te buscaré algo que te vaya más o menos bien. Pasa hacia dentro, que ahora mismo vuelvo.
—Muy bien, no me marcharé, te lo aseguro.
Natalie entró en una habitación que estaba en un pequeño pasillo al lado del recibidor, mientras Thomas pasó al comedor. Ya en él, comprobó la fascinación que tenía aquella chica por Egipto.
Las paredes estaban repletas de papiros enmarcados con temas variados, de escenas de batallas, con jeroglíficos, etc., las estanterías estaban llenas de figuritas de reproducciones de faraones, dioses, escarabajos y demás. Tenía también a los pies del sofá una pequeña mesa de cristal que se sostenía sobre una reproducción de la pirámide de Keops.
Impresionado, se quedó inmóvil en el centro del comedor esperando que ella volviera.
—No te has ido, ¿verdad? —preguntó Natalie.
Thomas se giró hacia ella y al verla quedó embelesado de nuevo.
Natalie, que apareció por una puerta que se encontraba al final del comedor, se había puesto un gracioso pijama. La parte de arriba era de color blanco, con tirantes de tonos rosas y un perrito dibujado en el centro; el pantalón era largo, de raso y de color rosa también. Su pelo, oscuro con pequeñas mechas más claras, ya no se encontraba recogido con aquel gracioso moño, estaba suelto completamente y caía con suavidad sobre su espalda.
—Pasa a la habitación, que te he dejado la ropa. Espero que te vaya bien —Natalie comenzó a reír.
—Gracias, eso espero yo también —se le dibujó una sonrisa en la cara.
Thomas pasó a la habitación de Natalie y vio sobre la cama un sencillo pijama de dos piezas de color azul. Tras ponérselo, salió de la habitación, se apoyó en el marco de la puerta y dijo:
—¿Qué te parece?
Natalie, que se había acomodado en el sofá, no pudo contener la risa, pues aunque el pijama era realmente muy bonito, le quedaba corto por todos lados.
Entre risas por parte de los dos, Thomas se acercó hasta donde estaba sentada Natalie, que sostenía un cuadro.
Al sentarse a su lado, le preguntó qué era eso que sostenía entre sus manos, pero ella le respondió que primero le debía contar él su historia.
Thomas se puso cómodo en el sofá y comenzó a explicarle con todo lujo de detalles lo que le había ocurrido hasta ese mismo instante. Natalie, boquiabierta ante tal relato, escuchaba muy atentamente; no quería perderse ni un solo detalle de tan fascinante historia.
Al acabar, Thomas se levantó, cogió su mochila y sacó de ella todos los apuntes, poniéndolos cuidadosamente sobre la mesa de cristal y explicándole el significado de cada uno de ellos.
Natalie los miraba uno a uno con fascinación, pues lo que en ellos había escrito o dibujado le era muy familiar.
Cuando Thomas acabó de contarle su relato, ella exclamó:
—¡Dios mío!, lo que me has contado y estos papeles… ¡es increíble!
—Ya te dije que mi historia sería mejor contártela personalmente.
—Sí, es cierto, pero… Esos hombres, ¿qué esconden?, ¿qué secreto guardan?
—No lo sé, estos papeles no dicen nada en especial y la sala donde encontré todo este material ya no existe. Me imagino que debe haber algo más, algo que se me ha escapado, algo que no consigo ver.
—Pues eso que se te ha escapado debe de ser importantísimo.
—Lo sé, pero quizás nunca lo descubra —respondió Thomas con la mirada perdida.