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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (11 page)

BOOK: El simbolo
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Muy preocupado ante tan extraña situación, se percató de que su mochila se había caído a consecuencia del frenazo, y al abrirse había caído su contenido al suelo. Sin perder tiempo, se agachó y comenzó a recogerlo todo.

Al acabar de recoger, estaba estirado por completo en el suelo y con su cara apoyada en el asiento del conductor. Tras la barrera continuaba la acalorada discusión, y los gritos entre los dos hombres, aun estando insonorizada la parte trasera, seguían escuchándose. Pero de repente las voces cesaron. Y creyendo que ya había acabado todo, preguntó:

—¿Pasa algo?, ¿necesita ayuda? ¿Qué es lo que quería ese hombre?

Y en ese mismo instante, vio perplejo cómo una punta brillante redondeada atravesaba ensangrentada el asiento del conductor y se quedaba a unos pocos centímetros de su rostro. La tenía tan cerca que podía verse reflejado en ella. Muy asustado, comenzó a gritar:

—¡Dios mío!, ¿qué es esto? ¿Pero qué está pasando? —no dejaba de gritar mientras intentaba incorporarse y veía cómo aquella punta repleta de sangre volvía a desaparecer.

Descontrolado por el pánico, comenzó a golpear las ventanillas y las puertas en un inútil intento de romperlas o abrirlas. Aterrorizado, no dejaba de pensar en el porqué de esa situación y en si él llegaría a correr la misma suerte que el pobre chófer.

Sus manos estaban enrojecidas de golpear las ventanas y las puertas, su voz no dejaba de pedir auxilio a los vehículos que circulaban incrédulos a su lado, su respiración se aceleraba cada vez más…, cuando un ruido llamó su atención. La barrera que lo ponía a salvo de todo peligro comenzaba inexplicablemente a descender. Al verlo, cesó de su vano intento de huir, agarró su mochila con las dos manos, se arrinconó en el asiento y se preparó para una muerte segura. En ese mismo instante, una lluvia de cristales cayó sobre él. Se giró para comprobar qué la había ocasionado, cuando inesperadamente un individuo entró por el agujero que había hecho en el parabrisas trasero y se abalanzó sobre él.

En un primer instante, Thomas quedó inmóvil, desconcertado, asustado y sin saber qué hacer, pero a los pocos segundos reaccionó e intentó defenderse del intruso, que comenzó a golpearle mientras le repetía:

—Fue advertido y no hizo caso.

Thomas, sin dejar de golpearle, le preguntaba:

—¿Qué quiere?, ¿por qué hace esto? ¿De qué advertencia me habla?

La barrera, que había bajado por completo, dejó al descubierto a otro individuo que intentaba mover al chófer al asiento del copiloto.

Thomas, que debido a los golpes recibidos sangraba por la nariz abundantemente, propinó un certero golpe en la cara al intruso, que al retroceder se golpeó con la puerta y quedó inconsciente. Aprovechando su buena suerte, agarró su mochila y, viendo que el otro individuo estaba agachado acabando de colocar al chófer en el otro asiento, se abalanzó sobre él, lo empujó y lo echó del coche. Rápidamente se sentó en el asiento del conductor, cerró la puerta y arrancó. Después, apretó con fuerza el acelerador y se incorporó a la circulación a gran velocidad.

Sin dejar de mirar por el retrovisor por si lo seguían y al individuo que se encontraba estirado en los asientos traseros aún inconsciente, murmuraba las palabras que le había dicho, intentando buscarles un significado o recordar el momento de dicha advertencia.

Después de unos diez minutos circulando a gran velocidad y de asegurarse de que no lo seguían, redujo la marcha hasta detenerse en el arcén, se giró y comenzó a observar el extraño atuendo que llevaba aquel hombre, vestido en su totalidad de color negro, con una gabardina ceñida a su cuerpo y completamente abrochada hasta la nariz, las manos cubiertas con guantes y sobre la cabeza una capucha que sólo dejaba ver al descubierto sus ojos. Bajo la gabardina, pudo ver aterrorizado algo que ya había visto antes de muy cerca, era aquella punta, brillante y redondeada. El miedo volvió a apoderarse de él y recorrió cada centímetro de su cuerpo, y a ese miedo le acompañó un escalofrío que le hizo estremecerse.

Inmóvil, paralizado por aquella sensación, volvió a mirar hacia delante despacio, pulsó el botón que accionaba la barrera, llevó sus manos al volante y nuevamente se puso en marcha.

Sin dejar de pensar en lo que debía hacer con aquel hombre, vio la señal que le indicaba la salida hacia la mansión del Sr. Arthur, puso el intermitente y se desvió.

Unos pocos metros más adelante, aparcado en un pequeño saliente de la carretera, vio un todoterreno parecido al que antes les había hecho detenerse. Sus manos apretaron el volante con fuerza y, sin dejar de mirarlo por los espejos, pasó por delante hasta perderlo de vista.

Suspiró tranquilamente y se repitió:

—Tranquilo Thomas, tranquilo, que no pasa nada. Estás paranoico.

Circulaba por una carretera desierta, cuando un ruido en la parte de los asientos traseros lo obligó a parar.

Muy despacio, se acercó a la barrera y arrimó la oreja a ella, con la intención de saber si el ruido había salido de ahí o había sido otra cosa.

—Parece que no se escucha nada, habrá sido una rama o algo que habrá golpeado el coche —susurró.

En ese preciso instante, otro golpe, esta vez de mayor intensidad, hizo que apartara la cara de la barrera, pues la sacudida fue brutal.

—Dios mío, ha despertado. ¿Qué hago ahora? —se preguntaba asustado sin quitarle ojo a la barrera.

Tras ella, el individuo que anteriormente se hallaba inconsciente, había despertado, golpeándola con fuerza y gritando:

—¡Abre la barrera! ¡No te vas a escapar!

Desde el otro lado, un aterrorizado Thomas escuchaba aquellas palabras. Por un instante, pensó en salir del coche y huir corriendo, pero recordó que aquel hombre había entrado por un agujero en el parabrisas trasero y que podría salir por él, darle captura y matarlo. Entonces, rápidamente volvió a emprender la marcha, pensando que así no se arriesgaría a salir por el parabrisas y que ganaría algo de tiempo para pensar en lo que iba hacer. Pero por desgracia sus problemas no acababan ahí, pues por unos de los espejos retrovisores vio que se acercaba a gran velocidad el todoterreno que estaba aparcado en el saliente de la carretera.

—¿Qué más me puede pasar? —gritaba enloquecido.

Llevado por el pánico, pisaba el acelerador con fuerza, poniendo su propia vida en peligro.

Los problemas de Thomas se agravaban por momentos, sus perseguidores poco a poco iban ganando terreno y en el interior la barrera comenzaba a bajar. Sin saber qué hacer ya, apretaba el botón de subida una y otra vez, con la esperanza de que no bajara más, pero era inútil, porque seguía descendiendo. Sin saber a dónde mirar, si a la barrera o al todoterreno, continuaba aumentando la velocidad por aquella carretera.

—¿Por qué a mí, señor? ¿Cuándo acabará todo esto? —preguntaba sin cesar esperando una respuesta.

De repente, quedó inmóvil, pues de la barrera, que se había abierto unos pocos centímetros, apareció una extraña espada plateada. Estaba repleta de extraños signos, tenía la punta redondeada y la adornaban cuatro pequeños cristales de color azul. Se quedó clavada en el salpicadero.

Sin ni siquiera pestañear y escuchando los gritos amenazantes del individuo, pulsó el botón de bajada de la barrera, se giró y le dijo al intruso con voz serena:

—No sé lo que queréis de mí, pero no vais a lograr acabar conmigo.

—Eso ya lo veremos, porque…

Antes de que pudiera acabar la frase, Thomas, en un impulso de valentía, pisó el freno a fondo. El coche se detuvo bruscamente y el hombre salió despedido por el parabrisas delantero y se golpeó brutalmente contra el asfalto. Murió.

Thomas, que estaba aturdido por el fuerte impacto contra el airbag del conductor, levantó la vista y vio que el todoterreno no reducía la velocidad. Impacto contra la limusina pocos segundos después, y ésta salió de la carretera envuelta en llamas, colisionó con unos árboles y explotó.

El todoterreno, que había quedado muy maltrecho por el golpe, no se movía, su motor se había detenido y en el parabrisas delantero se podían apreciar unas grietas, como si alguien o algo desde el interior lo hubiera golpeado.

Ante tan caótica visión, un rayo de esperanza surgió, pues unos metros más adelante del accidente se podía ver la figura de una persona arrastrándose por el suelo e intentando escurrirse bajo el quitamiedos de la carretera, se trataba de Thomas, que milagrosamente había saltado del vehículo antes de la nefasta colisión.

Tras pasar por debajo del quitamiedos, comenzó a rodar por una pequeña pendiente, hasta que quedó estirado en el suelo boca arriba.

Con la mirada fija en el cielo, daba gracias a Dios por haberse salvado.

Nervioso y asustado, comenzó a reírse y a gritar:

—¿Qué os creíais, que ibais a acabar conmigo?

Tras unos minutos, cuando se había tranquilizado un poco, se levantó del suelo, sacudió el polvo de su ropa y de la mochila y se encaminó hacia un pequeño camino de tierra.

Mientras andaba, pudo ver que a lo lejos, a un kilómetro más o menos, había una pequeña gasolinera. Apretó el paso y se dirigió rápidamente hacia allí.

Cuando le faltaba poco para llegar, se giró un instante para comprobar que ya no le seguía nadie, pero se llevó una amarga sorpresa cuando vio que el todoterreno, que creía que había quedado inservible, atravesaba el quitamiedos como si de papel se tratase, salvaba la pequeña pendiente y se dirigía rápidamente hacia él.

Sin demorarse, comenzó a correr para pedir auxilio, pero por desgracia no iba a tenerlo, pues la gasolinera estaba abandonada desde hacía mucho tiempo.

Moviendo su cabeza de un lado a otro desesperadamente, buscaba algo o alguien que le ayudara a salvar su vida.

Comenzó a mirar por todos los rincones de aquella gasolinera, pero era inútil, no había nada ni nadie y el todoterreno estaba cada vez estaba más cerca. Cuando ya lo daba todo por perdido, observó que detrás de un árbol se podía ver lo que parecía ser la parte trasera de una moto y, sin perder tiempo, corrió hacia ella. Al llegar, comprobó que en efecto era una moto, una Harley Davidson para ser más exactos, y que extrañamente tenía las llaves puestas en el contacto. Miró hacia el cielo y dio gracias a Dios una vez más. Tras hacerlo, se subió a ella, arrancó el motor y salió a toda prisa de allí.

A unos pocos metros el dueño de la moto y su pareja estaban estirados en una pequeña manta, disfrutando de la privacidad que les daba aquel abandonado lugar, una privacidad que se vio truncada cuando escuchó el típico sonido de su moto. Rápidamente se levantó y, al ver lo que estaba sucediendo, salió corriendo como pudo, pues llevaba los pantalones bajados hasta los tobillos, detrás de Thomas, que no escuchaba los gritos desesperados de aquel hombre.

La persecución ahora tenía lugar en una pequeña urbanización de pocos habitantes. Thomas, que no sabía ni dónde estaba ni hacia dónde dirigirse, daba vueltas por las calles intentando despistar a sus perseguidores, que cada vez estaban más cerca de él.

Sacándole partido a las pequeñas dimensiones de su vehículo, se introdujo por un callejón, lo que hizo que el todoterreno se detuviera, ya que le era imposible pasar. Aprovechando el tiempo y la distancia que había ganado entre él y sus perseguidores, divisó a lo lejos una pequeña riera seca y sobre ella un pequeño puente de madera, hacia el que decidió dirigirse. Sin perder tiempo, se metió con la moto bajo él, apagó el motor y se quedó muy quieto.

Thomas, que aguantaba la respiración y no hacía ni un solo movimiento, veía como el todoterreno se acercaba muy despacio hasta el puente y, al llegar, se detenía en su entrada. Tras unos instantes de desconcierto, reanudó la marcha y prosiguió su búsqueda.

Soltando el aire, se echó las manos a la cara y comenzó a pensar en todo lo que le había ocurrido desde que había llegado, cuando inesperadamente alguien se acercó por detrás en silencio. Luego, una mano tocó su hombro, lo que provocó que nuevamente se exaltara y se girara gritando para ver quién le había dado caza al fin.

Del grito pasó a un suspiro de alivio, pues quien le había dado caza era un pobre niño que, perplejo ante la reacción que había tenido aquel desconocido, preguntó:

—¿Qué le pasa señor? ¿Se encuentra bien?

—Sí chaval, perdona si te he asustado con mi reacción —le decía mientras le tocaba la cabeza para tranquilizarlo.

Tras estar hablando con el niño durante unos minutos sobre cómo podía salir de allí, arrancó la moto, se despidió de él y se dirigió nuevamente hacia la mansión del Sr. Arthur. Pensó que si iba a la policía no le creerían, y además tenía el agravante de haber robado una moto. Así que decidió que lo mejor sería dirigirse hacia allí. Además, seguramente el Sr. Arthur tendría una solución para su problema.

Al anochecer y tras un largo día de penurias, llegaba a la mansión. En la puerta le esperaba el mayordomo. Al verlo llegar sin la limusina, le preguntó:

—Buenas noches señor Thomas. ¿No ha ido a recibirle el chófer?

—Sí, sí que ha ido, pero desgraciadamente hemos tenido algunos problemas. Por favor, dile a tu señor que estoy aquí. Tengo que hablar con él urgentemente.

—Muy bien, pase a la biblioteca, que ahora mismo le aviso de su llegada.

Ya en la biblioteca, se dejó caer sobre uno de los confortables sofás, mientras respiraba aliviado, pues era su primer momento de tranquilidad.

—Buenas noches —le dijo el Sr. Arthur desde la puerta.

—Perdóneme, no me había dado cuenta de que estaba ahí —le dijo levantándose del sofá de un salto.

—Tranquilo, siéntese y cuénteme eso tan importante que quería decirme. ¿Qué ha pasado? —le preguntó mientras se acercaba a la mesa para sentarse en su sillón.

Thomas, que se sentó a su lado en una de las sillas, comenzó a explicarle, con todo lujo de detalles, todo lo sucedido desde su llegada. El Sr. Arthur puso atención, y sorprendido ante la barbarie que le estaba contando, no daba crédito a lo que escuchaba. Cuando terminó de oír el relato de Thomas, el Sr. Arthur se levantó de la silla, cogió su bastón, se acercó a él y, poniéndole la mano sobre el hombro, le dijo con voz serena y tranquila:

—No se preocupe por nada, aquí estará seguro. Suba con mi mayordomo a sus aposentos, aséese, pida de comer lo que quiera y duerma tranquilo, que yo me encargaré de solucionarlo todo. Mañana, con más tranquilidad, ya hablaremos de cómo le fue en la expedición.

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