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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (14 page)

BOOK: El simbolo
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Aquel hombre no cesaba de señalarle el cielo y, seguidamente, le mostraba un objeto que sostenía entre sus manos. Thomas, olvidando por completo la extraña situación que estaba viviendo y llevado por la curiosidad, se acercó despacio para observar aquel objeto, cuando de repente un fuerte ruido se escuchó en el cielo de la selva. Las aves, que se hallaban plácidamente descansando en las ramas de los árboles, retomaron el vuelo espantadas, y los dos hombres que hablaban se levantaron y lo miraron fijamente. Thomas, muy asustado, dio un paso atrás, tropezó con un tronco que hacía de banco y se cayó al suelo. En ese mismo instante despertó en el frío suelo de su casa. Se había caído del sofá y su frente estaba empapada de sudor. Cogió el filo de su camiseta y, quitándose el sudor, dijo:

—¡Dios mío! Era sólo un sueño.

Todavía sin reaccionar y sentado en el suelo, pensaba en el extraño sueño, cuando se percató de que el ruido que había provocado aquel revuelo en su sueño era el del teléfono, que continuaba sonando una y otra vez.

Adormecido aún, se levantó como pudo y se acercó hasta él. Lo cogió y preguntó:

—¿Sí? ¿Dígame?

—Buenos días, señor Thomas —le dijo una voz seria.

—Buenos días. ¿Me podría decir quién es? —preguntó mientras se apretaba los ojos con los dedos para ver si se despejaba un poco.

—Soy el director de la universidad, y me preguntaba si se encontraba bien ya.

—Sí, ya estoy mejor. Perdóneme por no haberle reconocido, pero es que me acabo de despertar —le dijo con cara de sorpresa.

—Si está mejor ya, ¿vendrá a trabajar hoy? —le preguntó.

—Por supuesto.

—Muy bien, estaba preocupado al ver la hora que era y que no había dado señales de vida.

Thomas levantó la mirada y vio el reloj que tenía en la pared. Eran más de las once y media de la mañana.

—Perdone, ahora mismo voy —le dijo mientras colgaba rápidamente el teléfono y corría hacia el lavabo para asearse.

Al llegar a la universidad, se dirigió al despacho del director, con la intención de disculparse por su demora y por su falta de responsabilidad al no haber ni siquiera llamado.

Tras media hora de charla, salió del despacho, cabizbajo y con la mirada fija en el suelo. Iba reprochándose lo ocurrido y pensaba si aquel sueño querría decir alguna cosa, si era como una especie de revelación o visión, pues las escenas que ocurrieron en él le eran muy familiares.

Empecinado en encontrarle una explicación lógica, pensó que sería mejor no darle más importancia de la que tenía, pues podría llegar a obsesionarse con él y en ese momento tenía otras cosas en las que pensar. Por todo esto, decidió no darle más vueltas y zanjar el tema.

Ya con la cabeza más despejada, se dirigió hacia su clase, donde lo esperaban los alumnos, impacientes, pues debían entregarle un trabajo que contaba para las notas finales. Al llegar, se disculpó por su tardanza, se sentó en su mesa y les pidió a sus alumnos que le entregaran los trabajos y que, tras hacerlo, repasaran el tema que estaban dando.

Con tranquilidad, comenzó a corregir los trabajos uno a uno, de vez en cuando hacía una pequeña pausa para pensar en su descubrimiento, pues era algo insólito, algo que podía cambiar el concepto que se tenía hasta entonces de ciertas civilizaciones antiguas, pero también pensaba en que lo había perdido todo: la momia, el sarcófago, la extraordinaria sala… Sólo tenía aquellos papeles copiados de los originales y, seguramente, al ver sus inconsistentes pruebas, nadie creería la existencia de aquella civilización. Lo más probable era que pensaran que era un simple chiflado.

Continuaba corrigiendo los trabajos cuando vio algo inusual en uno de ellos. Dejó el bolígrafo en la mesa, se levantó y se dirigió al propietario de dicho trabajo.

—¿Podrías acompañarme a mi mesa, por favor? —le pidió amablemente.

—Claro —le respondió el alumno extrañado.

Thomas volvió a sentarse y enseñándole el trabajo al alumno le preguntó:

—¿Me podrías decir qué es esto?

—¿El qué? No veo nada.

—Sí, fíjate bien —le señaló la esquina superior con el bolígrafo.

—Uy, perdóneme —exclamó avergonzado.

—Sabes que este trabajo tiene una gran repercusión sobre la nota final, es una cosa muy sería e importante para ti, no deberías hacer dibujos en él.

—Le suplico que me perdone, no volverá a ocurrir —le volvió a decir avergonzado.

—Muy bien, hoy seré indulgente contigo y no tomaré ninguna represalia, pero la próxima vez no tendrás tanta suerte y deberé suspenderte —le dijo con voz autoritaria.

—De verdad que no volverá a ocurrir —se disculpó de nuevo.

Al ver el arrepentimiento de su alumno, decidió acabar con su reprimenda y, asintiendo con la cabeza, le dijo que volviera a su mesa.

Entre risas de sus compañeros, volvió avergonzado a su mesa y cuando se sentaba sonó la sirena que daba por finalizada la clase. Como si de una manada en estampida se tratase, comenzaron a salir los alumnos, dejando a Thomas, que debía quedarse para acabar de corregir los trabajos solo.

Thomas, al finalizar, comenzó a recoger los trabajos de su mesa y a meterlos en su maletín.

La puerta de la clase se abrió y por ella apareció el director, que se acercó y comenzó a explicarle que por la tarde había una reunión muy importante y que si estaba dispuesto a comparecer en ella. Thomas le contestó que no había ningún problema, que allí estaría. El director, mientras se quitaba las gafas y las apoyaba en los trabajos que aún tenía Thomas sobre la mesa, comenzó a explicarle de qué iba a tratar dicha reunión, cuando Thomas gritó:

—¡Es increíble!

Se levantó de un salto, haciendo que la silla cayera al suelo.

—¿Pero qué le pasa? ¿Se encuentra bien? —le preguntó el director boquiabierto.

—Sí, sí, luego continúa explicándome.

—Pero… —intentó decirle a Thomas, que salía corriendo de la clase con un papel en la mano.

Thomas corría por los pasillos de la universidad como si el mismo diablo lo persiguiera, miraba a un lado y a otro desesperado, colisionando con todo lo que se interpusiera en su camino. De repente, se detuvo frente la cristalera que daba a la cafetería de la universidad. Comenzó a mirar una a una las mesas, repletas de estudiantes, hasta que por fin su mirada alocada se detuvo centrándose en una de ellas, en la que hablaban tranquilamente cuatro muchachos.

Con más tranquilidad, pero visiblemente nervioso, entró en la cafetería y se acercó a dicha mesa.

—Daniel, ¿podrías venir un momento por favor? Tengo algo que preguntarte.

—¿Qué quiere? Mi clase ya ha finalizado, ahora estoy en mi descanso —le dijo extrañado.

—Lo sé, pero te pido por favor que me acompañes, será sólo un momento. Luego podrás continuar con lo que estás haciendo.

El muchacho, accediendo a su petición, se levantó de la mesa y acompañó a Thomas fuera de la cafetería.

Daniel, que era el chico que le había dado una reprimenda por el dibujo hacía unos veinte minutos, le volvió a preguntar:

—¿Qué quiere de mí ahora?

—Perdona por haber interrumpido tu descanso, ¿pero te importaría hablarme sobre el dibujo? —le preguntó enseñándoselo.

—Ya le he dicho que me disculpara, que no lo volveré a hacer más —repitió una vez más.

—No, no, no digo eso. Me gustaría saber de dónde lo has sacado.

—¿Para qué lo quiere saber? Si quiere lo borro o repito nuevamente esa hoja.

—¡No, por Dios! —exclamó—. No lo borres, sólo dime de dónde lo has sacado.

Daniel se tocó la barbilla y dijo:

—Pues ahora mismo…, no me acuerdo.

—No me digas eso por favor, intenta recordar —le insistía.

—Es que no me acuerdo —le volvió a decir.

—De acuerdo. ¿Podrías volver a dibujarlo?

—Eso sí, del dibujo me acuerdo perfectamente.

Tras decir esto, Thomas le comentó si no le importaría acompañarlo hasta su despacho. Daniel, al ver la persistencia y el gran interés que mostraba ante aquel simple dibujo, accedió a su petición.

Ya en el despacho y bajo la atenta mirada de Thomas, Daniel comenzó a dibujar en una hoja que previamente le había dado. Tras unos minutos dijo:

—Ya está.

—Sí que es, no me equivocaba —dijo Thomas sorprendido al verificar lo que se temía.

—¿Sí que es el qué? —le preguntó Daniel—. ¿Qué le pasa? Está muy extraño.

—Por favor Daniel, intenta recordar de dónde lo has sacado. Haz memoria.

—Es que no me acuerdo. Bueno…, déjeme que piense.

Daniel comenzó a pensar de dónde había podido sacarlo, pues hacía una semana que había acabado aquel trabajo. Mientras tanto, Thomas continuaba observando el dibujo.

—¡Ya está! ¡Ya me he acordado! —exclamó Daniel.

—Dime, ¿de dónde lo sacaste?

—Mientras hacía el trabajo sentado en el escritorio de mi habitación, me surgió una duda en uno de los temas que había propuesto usted y tras intentar buscar la solución en los libros sin éxito alguno, decidí meterme en internet para probar suerte. Navegué durante horas, buscando en varias páginas, y al ver que no encontraba la respuesta a mis dudas, me metí en un foro de arqueología y colgué mi pregunta. Seguidamente me levanté y fui a cenar. Tras cenar, volví a mi habitación, con la esperanza de que alguien hubiera leído mi pregunta y me la hubiera respondido. Al volver a encender la pantalla de mi ordenador, comprobé que alguien me había contestado, y no era alguien cualquiera, pues la respuesta era muy extensa y daba detalles que sólo alguien que conoce bien la materia podría dar.

—¿Ya está? ¿Eso es todo? —le preguntó efusivamente.

—Espérese, no he acabado de contarle aún —le contestó tranquilizándolo, y prosiguió—: Afortunadamente, esa persona que me había contestado aún estaba conectada, y pude ponerme en contacto con ella en el chat. Estuvimos comentando la respuesta durante un buen rato, luego nos despedimos y no he vuelto a meterme más en esa página.

—¿Pero el dibujo? —volvió a preguntarle.

—Ese dibujo era el avatar que tenía. Al verlo, me hizo gracia la forma y lo dibujé en la primera hoja que cogí, con la desgracia de que luego no me acordé de borrarlo.

—¿Sabes algo más de esa persona? ¿En qué página la encontraste?

—Se llama
Nefertari
y si me da otra hoja le escribiré la pagina donde la encontré.

Al acabar, Thomas le agradeció el tiempo que había perdido con él y le dijo que podía proseguir con su descanso.

Tras salir Daniel del despacho, Thomas se sentó frente al ordenador y lo conectó. Mientras acababa de cargarse el programa, pensaba en cómo la casualidad le había brindado esta oportunidad. Si no hubiera sido por los cristales de las gafas del director, que tenían un aumento considerable e hicieron de lupa, nunca se habría fijado bien en aquel dibujo y no hubiera sabido ni lo que era.

Era increíble lo que le estaba ocurriendo, no se lo podía creer. Una y otra vez miraba el dibujo y lo comparaba con la hoja que había realizado en su casa, pues aquel dibujo, que había pasado desapercibido ante sus ojos, era una letra del diccionario que había compuesto, en concreto la «o».

Cuando acabó de cargar el ordenador, introdujo su clave de acceso privada para entrar en internet y tecleó la dirección de la página que Daniel le había escrito en la hoja. Tras unos escasos segundos, que le parecieron a Thomas una eternidad, apareció en su pantalla una página que trataba de temas arqueológicos. Sin demora, buscó el apartado del chat y, tras ponerse un nombre y elegir uno de los avatares que le proporcionaba la propia página, buscó aquella misteriosa persona que se hacía llamar
Nefertari
. Pasó media hora, pero no logró encontrarla. Desesperado y decepcionado a la vez, recordó la sección de foros donde Daniel había colgado su pregunta, y rápidamente se introdujo en ella y colgó un comentario: «Hola, buenas, soy profesor de Historia de una universidad y me gustaría hablar con una tal
Nefertari
sobre su avatar. Aquí dejo mi dirección de correo electrónico. Gracias».

En ese mismo momento, sonó la sirena que indicaba que su clase comenzaba. Lentamente se levantó y apagó su ordenador, pensando si aquel mensaje lo leería la persona que buscaba y obtendría alguna respuesta de ella.

Las clases posteriores se le hicieron interminables, no dejaba de mirar una y otra vez el reloj. Su cabeza, como siempre, no paraba de darle vueltas a todo lo que le estaba sucediendo y lo fantástico que era que alguien más tuviera conocimiento sobre aquellos signos, pues eso significaba que posiblemente no estaba solo en su búsqueda.

Cuando terminó todas sus clases, se dirigió a su despacho para comprobar si su mensaje había sido leído por ella. Entonces apareció el director por el pasillo y le preguntó:

—Me gustaría saber si se encuentra bien de verdad, porque su comportamiento es muy raro.

—Pues claro que sí, perdóneme si mi comportamiento es un poco inusual.

—Muy bien, pero si no está bien, dígamelo. Hablando de otro tema, la reunión de esta tarde…

—No voy a poder asistir, lo siento —le interrumpió.

—¿Cómo que no? ¿Qué ha pasado?

—Son unos temas personales y si me disculpa tengo mucha prisa.

Se despidieron y rápidamente se dirigió a su despacho, donde pudo comprobar, tras encender el ordenador, que nadie le había respondido. Decepcionado, recogió todo y se encaminó hacia su casa.

Al llegar a ella, y sin ni siquiera quitarse la chaqueta, se sentó frente al ordenador e introdujo la dirección de la página de arqueología, con la esperanza de que
Nefertari
hubiera hecho acto de presencia. Tras introducirse en el foro, comprobó que su mensaje había sido leído y respondido por cuatro personas.

—¡Bien! —exclamó levantando los brazos al aire con los puños cerrados.

Nervioso, abrió uno a uno sus mensajes.

Los dos primeros no tenían nada que ver con lo que él preguntaba, el siguiente era de una persona que bromeaba sobre la vida de Nefertari. Muy desilusionado ante su fracaso, abrió de mala gana el último de ellos y al hacerlo sus ojos se abrieron de par en par, pues en él ponía: «Hola, soy
Nefertari
, casualmente he leído tu mensaje y me ha hecho gracia que te interese mi avatar, ya que eres el primero que me pregunta por él. Me suelo conectar por las noches, te lo digo por si estás interesado en que hablemos de él. Un beso,
chao
».

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