Ya en el interior, una luz que surgía de unos pequeños orificios que había en las paredes iluminaba toda la estancia. Dicha estancia no tenía ni un solo grabado, salvo en una de las paredes, donde estaba esculpido el símbolo del medallón. El techo era transparente, pues el cristal que habían visto desde el exterior hacía esa función. Justo en mitad del suelo, había un agujero del que surgía un enorme obelisco que llegaba hasta el cristal y se introducía unos centímetros en su interior.
—Mira Natalie, el símbolo del medallón está esculpido en aquella pared. Y mira ese obelisco, está lleno de inscripciones —le dijo acercándose a él.
—Este símbolo debía significar mucho para esta gente, me muero de ganas de saber qué significa —le decía mientras pasaba su mano sobre la pared en la que estaba grabado, y prosiguió—: Quizás en el obelisco ponga algo de su significado.
—Eso espero —dijo sonriente—, pero espera…, parece que… No, no, no lo parece, es de metal —dijo Thomas al ver más de cerca el obelisco—. Y parece como si no tuviera fin, es como si fuera igual de alto que la pirámide —comentó impresionado mientras intentaba ver su base por el interior del agujero.
—Pero eso es imposible, esta pirámide es enorme.
—¿Imposible? Ya nada me parece imposible. Desde que estoy inmerso en esta aventura he visto demasiadas cosas para pensar ahora que esto no es posible, ¿no crees?
—Hombre…, mirándolo así… Tienes toda la razón. ¿Y qué me has dicho, que es de metal?
—Sí, es parecido o igual al del medallón —le dijo buscándolo en su pecho—. ¡El medallón! —se asustó al no encontrarlo.
—Tranquilo, tranquilo, lo tengo yo. Lo habías dejado puesto en el bloque y lo he cogido cuando entrábamos. A veces me asombras Thomas —le decía mientras se lo mostraba y movía su cabeza de un lado a otro.
—
¡Buff
! —resopló aliviado—, qué susto.
—Bueno, ¿y qué pone en el obelisco?
—Ahora mismo lo traduzco.
Thomas sacó la hoja de su mochila y comentó:
—Espero que de una vez por todas lo que hay aquí escrito nos aclare algo.
Tras detenerse un instante para coger aire, agarró con fuerza la hoja, miró a Natalie y dijo:
—Allá voy.
Con voz firme, comenzó a leer lo que ponía en el obelisco.
—Este es el legado que dejamos a las generaciones venideras, para que sepan y tengan presente de dónde proceden.
»Hace millones de años, nuestra civilización surgió en una galaxia muy lejana a ésta.
»En el planeta primogénito, donde nació nuestra cultura y nuestra forma de vida, nuestros antepasados, como personas pacíficas y civilizadas que eran, se dedicaban a cultivar la tierra, a la ganadería y al comercio. Durante millones de años vivieron en armonía con la naturaleza y con todo aquello que les rodeaba. Poco a poco, nuestra cultura fue evolucionando tanto intelectualmente como tecnológicamente, pero siempre respetando al planeta que les daba cobijo y les proporcionaba todas aquellas maravillosas cosas. Pero por desgracia nada dura eternamente, pues el planeta en el que habían vivido desde el principio de sus tiempos, poco a poco se estaba muriendo.
»Esa muerte lenta e irreversible estaba provocada por la estrella que nos bendecía con su luz, una estrella, que cada vez se acercaba más a ellos.
«Después de docenas de años buscando una manera o una solución para aquel problema, el consejo de sabios llegó a la conclusión de que se debía intentar buscar algún planeta para poder colonizarlo y, así, poder salvar y perpetuar la especie.
»Tras aquella decisión, los viajes a los planetas cercanos al nuestro comenzaron, pero lamentablemente ninguno de ellos tuvo éxito, pues a los planetas a los que acudían les era imposible albergar algún tipo de vida.
»Al ver la situación angustiosa en la que se encontraban y ver el fin cada vez más cerca, los sabios volvieron a reunirse.
»Tras varios días de deliberación, y viendo la situación crítica en la que se encontraban, dictaminaron que debían dejar el planeta lo antes posible y surcar el universo para no morir con él y así, poder tener la posibilidad de sobrevivir.
»Unos años después, miles de naves colonizadoras, cada una de ellas con un número determinado de personas que garantizara la continuidad de la especie, salieron del planeta, separándose unas de las otras y esparciéndose por el inmenso universo. Comenzaron así la ardua tarea de encontrar ese planeta que les salvara.
»Y así, de esta forma, abandonamos nuestro planeta y nos vimos navegando por el espacio, en la más profunda soledad y con una sola misión: que alguna de las naves, aunque sólo fuera una, llegara a algún planeta y pudiera perpetuar la especie.
»Tras años y años de viaje, sin un rumbo que seguir, la desesperación comenzó a adueñarse de nosotros, pues nos parecía increíble que en un universo tan grande no hubiera ni un solo planeta en el que pudiéramos vivir.
»Continuaron pasando los años y la esperanza comenzó a abandonarnos. La comida iba escaseando, la gente comenzó a enfermar y a morir, las comunicaciones con las otras naves se perdieron, ya fuera por la lejanía o por la destrucción de las mismas… Parecía que estábamos destinados a morir, tanto nosotros, como nuestra raza.
»Pero un buen día llegamos a una galaxia. No era muy grande, pero en ella se escondía un preciado secreto, un planeta virgen e idóneo para poder vivir en él.
»Rápidamente comenzamos con los preparativos para el aterrizaje y, tras acabarlos, pusimos rumbo hacia él.
«Ilusionados ante una nueva vida y por haber conseguido que nuestro linaje no se perdiera en el olvido, llegamos a tierra firme.
»Ya en ella, tomamos la decisión de purificar aquel planeta y así, exterminaríamos todo el mal que pudiera haber en él y nosotros podríamos empezar de cero, creando un planeta como en el que vivíamos anteriormente.
»Y éste es nuestro legado y aquí quedará escrito durante toda la eternidad, para que nunca olvidéis el fin del principio de nuestra existencia.
Thomas, al acabar de leer aquel fascinante relato, se levantó del suelo y sin decir ni una sola palabra comenzó a rodear el obelisco con semblante pensativo.
—¡Esto es increíble! ¿Será verdad? —decía Natalie sorprendida.
—Increíble no es la palabra —respondió Thomas mientras continuaba rodeando el obelisco.
—Llámalo como quieras, pero según esto, estas personas están aquí desde el principio, cuando comenzó la vida en el planeta. Qué digo, son ellos los que crearon la vida tal y como la conocemos.
—Puede ser, pero esta historia es demasiado irreal. Hablamos de hace millones de años. ¿Cómo puede ser que pasaran desapercibidos durante todo ese tiempo? ¿Cómo puede ser que no se haya encontrado nada de esa época que los relacionara?
—No puedo responderte, pero… ¿es que no lo pone ahí? ¿No hay nada más?
—No, no pone nada más. Este obelisco narra su historia hasta llegar a la Tierra, no habla de nada de lo que ocurrió después.
—Debe de haber algo más, estamos ante una civilización extraterrestre. ¿Me has escuchado, Thomas? ¡Extraterrestre!
Al escucharla, Thomas se apoyó en la pared que tenía el símbolo y dijo:
—Extraterrestres, esto sí que no me lo esperaba. Pancho tenía razón —susurró mientras se reía, y prosiguió—: Pero si esto es cierto, si esto es verdad, descendemos de ellos, así que toda la humanidad pertenece a una civilización extraterrestre. Pero… ¿y la teoría de la evolución del mono? No sé, Natalie, hay que asegurarse que están hablando de esa época y que todo lo que hay aquí escrito es cierto.
—Dios mío, quedan tantas incógnitas aún.
—Es que por más que pienso no logro entenderlo. Si estaban tan avanzados, ¿cómo es que este lugar parece tan primitivo? ¿Cómo puede ser que durante todo este tiempo no continuaran evolucionando?
—Puede que no quisieran cometer errores pasados y así, utilizando el mínimo de tecnología, pudieron vivir perfectamente —Natalie intentó responder a sus preguntas.
—¿Y qué me dices de su misteriosa extinción? Es muy extraño todo, tiene que haber algo que nos arroje algo de luz sobre lo que sucedió tras llegar al planeta.
—Seguro que lo hay. ¿Pero dónde?
—No lo sé, quizás esté aquí, en la Atlántida, o quizás esté en otro lugar del mundo.
—Espera, ¡mira esto! —exclamó Natalie al ver una cosa que le llamó la atención en la pared.
—¿Qué?, ¿qué hay?
—Mira, en el centro hay una pequeña abertura. ¿Qué será?
Thomas, al mirar en su interior, exclamó:
—¡Es el símbolo! Trae el medallón y veremos qué pasa.
—Espera, espera…
Pero Thomas, eufórico y muy rápido en sus movimientos, le arrebató el medallón y lo introdujo en el interior de aquella abertura.
—Ya está —dijo muy contento.
En ese mismo instante, como si procediera de las entrañas de la pirámide, comenzó a escucharse un leve silbido.
—¿Y ahora qué va a ocurrir? —preguntó Natalie asustada.
—No lo sé, pero esto me da muy mala espina —le respondió Thomas.
Aquel leve silbido comenzó a ganar intensidad, convirtiéndose en un ruido molesto.
El agujero del que surgía el obelisco comenzó a iluminarse de un color rojo intenso y, como si de un río de sangre se tratase, la luz comenzó a recorrer el obelisco hasta llegar al cristal, que se iluminó de igual forma.
—¿Pero qué es esto? ¿Qué va a pasar? —continuaba preguntando Natalie.
Thomas, que no dejaba de mirar aquella sucesión de acontecimientos, cogió a Natalie de la mano y, tirando de ella, la sacó del interior de aquella construcción.
Desde fuera, vieron que el cristal volvía a cambiar de color, pasando del rojo intenso a un verde claro, y que de su punta salía un haz de luz azul que subía hasta la cúpula de hielo.
—¿Qué es esa luz? Parece que está derritiendo la cúpula —dijo Natalie muy preocupada y señalándole el punto exacto.
—No sé qué significa, pero creo que ésa va a ser nuestra salida. Ya era hora de que la suerte nos sonriera.
De repente, un fuerte temblor hizo que Tomas y Natalie cayeran al suelo.
—¿Qué está pasando, Thomas?
—No lo sé Natalie, no lo sé.
En ese mismo instante, una fuerte luz surgió desde la entrada de la construcción y, como si de un cañón se tratase, salió impulsada por el cristal, recorriendo el haz de luz y colisionando con la cúpula de hielo, que debido al impacto se derritió instantáneamente dejándoles ver el exterior.
—Mira Thomas, se ve el cielo, esa luz ha conseguido derretir todo el grosor de la capa de hielo.
Tras aquel impacto, el haz de luz consiguió salir de su prisión de hielo, elevándose cientos de metros para luego caer sobre la superficie y esparcirse como el viento en todas direcciones.
El caos y la destrucción comenzaron a reinar en el lugar. La ciudad estaba siendo destruida por enormes bloques de hielo que caían de la cúpula, ya que debido al enorme agujero que se había ocasionado había perdido toda su estabilidad. Y entonces, en ese momento en que parecía que sus vidas llegaban a su fin, Natalie abrazó a Thomas y le susurró:
—Abrázame Thomas, tengo mucho miedo, no me…
Y antes de poder acabar la frase, una fuerza misteriosa que surgió desde el interior de aquella construcción les hizo perder el sentido, provocando que se desplomaran sobre el suelo.
Q
ué ha pasado? —preguntó Thomas desorientado y con los ojos aún cerrados.
—Abre los ojos, Thomas McGrady —le contestó una voz. Al escuchar aquella voz, que no era de Natalie y que le era peculiarmente conocida, abrió lentamente los ojos y vio horrorizado que él y Natalie, que estaba a su lado y aún permanecía inconsciente, estaban rodeados por aquellos misteriosos hombres. Se encontraban en el interior de un coche que llevaba los cristales completamente tintados y que les impedía ver el exterior.
Asustado, intentó despertar a Natalie zarandeándola mientras gritaba que no se acercaran a ellos y que los dejaran libres. Entonces, uno de aquellos hombres, el que tenía frente a él, se despojó de su capucha.
Tenía el pelo de color rubio y recogido con una trenza. Su semblante era el de una persona joven, pero en él y en sus ojos, unos ojos de color azul claro que ya había visto en otra ocasión, se podía apreciar una profunda tristeza.
—Al fin lo has conseguido, Thomas. Has logrado encontrar la Atlántida —le dijo con voz pausada y llena de dolor.
—¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo habéis conseguido encontrarnos? —preguntaba muy asustado y temiéndose lo peor.
—No nos ha sido muy difícil encontraros, simplemente hemos visto lo que ha ocurrido.
—¿Ocurrido? ¿De qué estás hablando? No entiendo nada.
Natalie, en ese mismo instante, recuperó la conciencia, y al abrir los ojos y ver a aquellos hombres comenzó a gritar histéricamente.
—Tranquila, Natalie Duthij, ya no os va a suceder nada —le dijo el hombre de los ojos azules.
—¿Qué está pasando, Thomas? ¿Nos van a matar? ¿Cómo nos han encontrado? ¿Pero qué…? —le preguntaba mientras se agarraba a él con fuerza.
—
Shhh
, tranquilízate, Natalie, que no pasa nada —le dijo para calmarla mientras le acariciaba el pelo.
De repente, aquel hombre, con un gesto de su mano, le indicó al conductor que detuviera el coche. Al detenerse, abrió la puerta, salió del coche y muy amablemente les invitó a salir con él.
—No te fíes Thomas —le dijo agarrándolo del brazo.
—Algo me dice que debemos confiar en él, si nos hubieran querido hacer algo, ya nos lo hubieran hecho. ¿No crees?
Tras decir esto, Thomas y Natalie salieron del coche y vieron un panorama que nunca olvidarían.
Se encontraban en la calle más popular y concurrida de la ciudad, cerca de la casa de Thomas, pero paradójicamente estaba desolada. Aquella calle que siempre estuvo llena de vida, ahora tenía edificios en llamas, vehículos parados en medio del asfalto, otros ardiendo, otros volcados, otros dentro de los escaparates de la tiendas…, y la gente, que antes recorría aquella calle como si de hormigas se tratase, incomprensiblemente permanecía estirada en el suelo, en silencio, dormida.
—¿Pero qué ha pasado? ¿Por qué la gente está así? —preguntó Thomas sorprendido ante tal visión.
—Entremos en el coche y os lo explicaré.
Aquel misterioso hombre, que antes había intentado acabar con ellos y que ahora les trataba tan cordialmente, comenzó a explicarles lo que pasaba: