—¿Los caballos? —preguntó Zakath con incredulidad—. ¿En un momento así se preocupa por los caballos?
—Intenta comprender a Durnik —respondió Garion—. Es un hombre que se toma muy en serio sus responsabilidades. Creo que ambos sabemos lo que es eso.
—Las legendarias virtudes sendarias —rió Zakath con voz cansada—: deber, honestidad y pragmatismo. —Se encogió de hombros—. ¿Por qué no? Dile a Durnik que si eso lo hace feliz puede conducir a sus caballos a los pasillos del ala este.
—¡Oh, no creo que pretenda eso! Entre las virtudes sendarias has olvidado mencionar el decoro. El interior de una casa no es el lugar más indicado para los caballos. Además, el suelo de mármol podría dañarles los cascos.
—Eres un encanto, Garion —afirmó Zakath con una débil sonrisa—. ¡Te preocupas por cada nimiedad!
—Las cosas importantes se componen de menudencias, Zakath —respondió Garion con tono sentencioso. Luego miró al cansado emperador, sentado del otro lado de la mesa, y experimentó una extraña sensación de tristeza por tener que engañarlo pese al afecto que sentía por él—. ¿Te encuentras bien? —le preguntó.
—Supongo que sobreviviré —respondió Zakath—. Ya ves, Garion, uno de los secretos de este mundo es que la gente que se aferra con desesperación a la vida suele morir antes. Como a mí me da igual vivir que morir, creo que llegaré a los cien años.
—Yo no me confiaría demasiado en ese tipo de supersticiones —dijo Garion. De repente se le ocurrió una idea—. ¿Te molestaría que cerráramos las puertas del ala este hasta que todo esto haya terminado? Yo no temo enfermar, pero me preocupan Ce'Nedra, Liselle y Eriond. Ninguno de los tres es demasiado robusto y Pol dice que la fortaleza es fundamental para sobrevivir a la enfermedad.
—Es una petición razonable y una buena idea —asintió Zakath—. Debemos hacer todo lo posible por proteger al chico y a las damas.
—Tienes que dormir —dijo Garion mientras se ponía de pie.
—No creo que lo consiga —respondió Zakath—. ¡Tengo tantas cosas en la cabeza!
—Haré que te envíen a Andel —sugirió Garion—. Si es tan buena como cree tía Pol, debería darte algo capaz de dormir a todo un regimiento. —Miró al hombre agotado a quien consideraba un amigo—. No te veré por un tiempo —dijo—. Adiós y cuídate, ¿de acuerdo?
—Lo intentaré, Garion, lo intentaré.
Se estrecharon las manos con solemnidad y Garion se marchó de la habitación.
Durante las horas siguientes, estuvieron muy ocupados. A pesar de las precauciones de Garion, la policía secreta de Brador seguía pendiente de todos sus movimientos. Durnik, Toth y Eriond fueron al establo y volvieron con los caballos, seguidos de cerca por los incansables policías.
—¿A qué se debe esta demora? —preguntó Belgarath cuando todos volvieron a reunirse en la espaciosa sala de la planta alta.
—No lo sé —respondió Seda con cautela, mirando a su alrededor—, pero sólo es cuestión de tiempo.
En ese momento se oyeron gritos y carreras al otro lado de las puertas del ala este, seguidos por el ruido metálico de las espadas al chocar unas con otras.
—Creo que ocurre algo —dijo Velvet.
—Ya era hora —gruñó Belgarath.
—No seas malo, venerable anciano.
También dentro del ala este se oyeron pasos rápidos y las puertas que comunicaban con otras partes del palacio se abrieron y se cerraron con estrépito.
—¿Se van, Pol? —preguntó Belgarath.
La mirada de Polgara cobró una expresión ausente.
—Sí, padre —respondió ella.
Las carreras y los ruidos de puertas continuaron durante varios minutos.
—¡Cielos! —exclamó Sadi—. Eran un montón.
—¿Por qué no dejáis de felicitaros a vosotros mismos y volvéis a cerrar las puertas? —preguntó Belgarath.
Seda sonrió y se marchó de la habitación. Unos minutos después, regresó con cara de preocupación.
—Creo que tenemos un problema —dijo—. Los guardias de la puerta principal parecen tener un estricto sentido del deber y no han abandonado sus puestos.
—Tu plan ha estado muy bien organizado, Seda —gruñó Belgarath con sarcasmo.
—Toth y yo podemos ocuparnos de ellos —dijo Durnik, confiado, mientras cogía un leño de la caja situada junto a la chimenea.
—Creo que es un método demasiado drástico, cariño —murmuró Polgara—. No creo que quieras matarlos, y tarde o temprano se despertarán e irán a contárselo todo a Zakath. Creo que debemos pensar en una acción más solapada.
—Esa palabra no me gusta nada, Pol.
—¿Te parece mejor decir «diplomática»?
—No —respondió él después de reflexionar un momento—. En realidad significa lo mismo, ¿verdad?
—Bueno, tal vez sí —asintió ella—, pero suena mejor, ¿no crees?
—Polgara —dijo el herrero con firmeza, y era la primera vez que Garion le oía pronunciar su nombre completo—, no quiero ser obtuso, pero ¿cómo podemos enfrentarnos con el mundo si mentimos, hacemos trampas y empleamos métodos solapados cada dos por tres? De verdad, Pol...
—¡Oh, mi querido Durnik! —exclamó ella y lo abrazó con una efusión algo infantil—. ¡Te quiero! Eres demasiado bueno para este mundo, ¿sabes?
—Bueno —dijo él un tanto avergonzado por una demostración de afecto que hubiera preferido mantener en privado—, es una cuestión de decencia, ¿no crees?
—Por supuesto, Durnik —asintió ella, sumisa—. Lo que tú digas.
—¿Qué vais a hacer con los guardias? —preguntó Garion.
—Yo me ocuparé de ellos, cariño —sonrió Polgara—. Haré que no oigan ni vean nada. Podremos escapar sin que nadie se entere. Eso contando con que mi padre sepa lo que hace...
Belgarath la miró y le hizo un guiño.
—Confía en mí —dijo—. Durnik, trae los caballos.
—¿Que los traiga dentro? —preguntó el herrero, sorprendido.
—Tenemos que llevarlos al sótano —asintió Belgarath.
—No sabía que hubiera un sótano en esta ala —dijo Seda.
—Zakath tampoco —sonrió Belgarath—. Ni siquiera lo sabe Brador.
—¡Garion! —exclamó Ce'Nedra de repente.
Garion se volvió y vio un resplandor en medio de la sala. En aquel momento apareció la figura de Cyradis, con los ojos vendados.
—Daos prisa —dijo—. Debéis llegar a Ashaba antes del fin de semana.
—¿Ashaba? —exclamó Seda—. Tenemos que ir a Calida, donde un hombre llamado Mengha está convocando demonios.
—Eso no tiene importancia, príncipe Kheldar. Los demonios no deben preocuparos. Sin embargo, debéis saber que el hombre llamado Mengha también se dirige a Ashaba. Él estará a cargo de una de las tareas que deben realizarse antes del enfrentamiento entre el Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas, en el lugar que ya no existe. —Giró la cara hacia Garion—. Se acerca el momento en que deberéis cumplir con vuestra misión, Belgarion de Riva, y si alguno de vuestros compañeros fracasa en la tarea que le ha sido asignada, el mundo estará perdido. Por eso os ruego que vayáis a Ashaba —añadió, y desapareció.
Se hizo un silencio sepulcral y todos se quedaron mirando el sitio donde había aparecido la vidente.
—Eso lo resuelve todo —dijo Belgarath—. Debemos ir a Ashaba.
—Eso si podemos salir del palacio —le recordó Sadi.
—Saldremos. Confiad en mí.
—Por supuesto, venerable anciano.
Bajaron las escaleras y caminaron por el pasillo en dirección a la gran puerta que separaba el ala este del resto del palacio.
—Espera, padre —dijo Polgara. Se concentró un momento y el rizo blanco de su cabello se volvió del color del fuego. Garion percibió las vibraciones de su poder—. Ya está, los guardias están dormidos.
El anciano continuó andando por el pasillo.
—Es aquí —dijo, y se detuvo ante un gran tapiz que colgaba sobre la pared de mármol. Buscó algo detrás del tapiz, cogió un aro de hierro y tiró. Se oyó un chirrido metálico seguido de un ruido seco—. Empujad por ahí —dijo señalando el extremo del tapiz.
Garion apoyó los hombros contra el tapiz. Entonces la plancha cubierta de mármol giró poco a poco sobre oxidados ejes de hierro situados arriba y abajo, en el preciso centro del panel.
—Una idea muy ingeniosa —dijo Seda mientras espiaba en el interior de la oscura cueva llena de telarañas, del otro lado de la plancha—. ¿Quién ha construido esta puerta?
—Hace mucho tiempo, un emperador de Mallorea se sentía inseguro —respondió el anciano— e ideó una forma rápida de huir en caso de emergencia. Todos han olvidado la existencia de este pasadizo, de modo que nadie nos seguirá. Ahora entremos con nuestros bolsos y demás posesiones. No creo que regresemos al palacio.
Tardaron cinco minutos en apilar sus pertenencias delante del panel de mármol disimulado por un tapiz. Mientras tanto, los caballos conducidos por Durnik, Toth y Eriond avanzaban por el pasillo con gran estrépito de cascos que chocaban con el mármol.
Garion se acercó a una esquina y miró con cautela hacia la puerta principal, donde los dos guardias estaban de pie, rígidos, con expresión ausente y ojos vidriosos. Luego se unió a los demás.
—Algún día tendrás que enseñarme a hacer eso —le dijo a Polgara señalando a los dos soldados inconscientes.
—Es muy simple, Garion —dijo ella.
—Lo será para ti —respondió él. En aquel momento se le ocurrió una idea—. Abuelo —dijo con una mueca de preocupación—, si este pasadizo conduce a la ciudad, ¿no estaremos peor allí que en el palacio? Hay una epidemia y todas las puertas están cerradas.
—El pasadizo no conduce al interior de Mal Zeth —respondió el anciano—. Al menos eso me han dicho.
Fuera del área del palacio, los ruidos de la pelea se volvieron más fuertes.
—Parecen muy entusiasmados, ¿verdad? —murmuró Sadi, orgulloso.
—Bueno —dijo una voz familiar y cantarina desde la oscuridad—. ¿Pensáis quedaros ahí a felicitaros por vuestro plan sin hacer nada más en toda la noche? Tenemos que recorrer kilómetros y kilómetros, ¿sabéis? Y a menos que nos pongamos en marcha, tardaremos más de un mes en salir de Mal Zeth.
—Vamos —se limitó a decir Belgarath.
Los caballos se resistían a entrar en el oscuro y húmedo pasadizo que había al otro lado del panel de mármol. Sin embargo, Eriond y Caballo entraron con confianza, seguidos de Chretienne, y los demás caballos acabaron imitándolos con cierto recelo.
Garion se dio cuenta de que el lugar no era exactamente un sótano. Unos cuantos escalones conducían a lo que podía describirse mejor como un rústico pasadizo de piedra. Los caballos tuvieron dificultad para bajar las escaleras, pero por fin lograron llegar al fondo.
En lo alto de las escaleras, el gigante Toth volvió a cerrar el panel de mármol y aseguró la aldaba con enorme estruendo.
—Un momento, padre —dijo Polgara, y Garion oyó las vibraciones de su poder en la oscuridad—. Listo. Los soldados ya están despiertos y ni siquiera saben que hemos estado aquí.
El bufón Feldegast los aguardaba al final de la escalera con una lámpara.
—Es una bonita noche para dar un paseo —observó—. ¿Nos vamos?
—Espero que sepas lo que haces —dijo Belgarath.
—¿Cómo puedes dudar de mí? —dijo el comediante, ofendido—. Soy la formalidad en persona, ¿no lo sabías? Sólo hay un problema pequeñín —añadió con una mueca de disgusto—. Por lo visto, parte de este pasadizo se derrumbó hace un tiempo, de modo que tendremos que recorrer un poquirritín de camino por las calles de la ciudad.
—¿Qué quieres decir con un poquirritín? —preguntó Belgarath con una mirada fulminante—. Preferiría que no emplearas esos términos. ¿Por qué insistes en usar expresiones que desaparecieron hace cientos de años?
—Forma parte de mi encanto, venerable Belgarath. Cualquier hombre que arroje pelotas en el aire puede cogerlas otra vez, pero el tono del espectáculo depende de la forma de hablar del artista.
—Por lo visto, vosotros ya os conocíais —dijo Polgara con expresión inquisitiva.
—Tu honorable padre y yo somos viejos, viejos amigos, mi querida Polgara —dijo Feldegast haciendo una profunda reverencia—, y ya he oído hablar de todos vosotros. Sin embargo, debo admitir que estoy abrumado por tu magnífica belleza.
—Este amigo tuyo es un pícaro —dijo Polgara, y sonrió divertida—, pero creo que puede llegar a gustarme.
—No te lo recomiendo, Polgara. Es mentiroso y artero, con hábitos muy poco saludables. Estás evadiendo mi pregunta, Feldegast, si es que quieres que te llame así. ¿Qué distancia tenemos que recorrer por las calles de la ciudad?
—No demasiada, mi querido y decrépito amigo, tal vez ochocientos metros, hasta que el techo del pasadizo sea bastante fuerte para que las piedras se queden donde están y no se derrumben sobre nuestras cabezas. Démonos prisa. Nos queda un largo camino hasta la muralla norte de Mal Zeth y la noche pasa con rapidez.
—¿Me has llamado decrépito? —protestó Belgarath.
—Es sólo una forma de hablar, Belgarath —se disculpó Feldegast—, te aseguro que no pretendía ofenderte. —Se volvió hacia Polgara—. ¿Caminarás conmigo, jovencita? Despides una fragancia tan maravillosa que me deja sin aliento. Caminaré junto a ti, inhalando tu aroma, aunque corra el riesgo de perecer de puro placer.
Polgara no pudo evitar reír y cogió el brazo del extravagante hombrecillo.
—Me gusta —le dijo Ce'Nedra a Garion en un murmullo mientras avanzaban por el pasadizo lleno de telarañas.
—Por supuesto —respondió Garion imitando el acento del hombrecillo—. ¿Cómo ibas a resistirte a su encanto?
—¡Oh, Garion! —rió ella—. Te quiero.
—Sí —respondió él—, ya lo sé.
Ella lo miró con expresión de disgusto y le dio un pequeño puñetazo en el hombro.
—¡Ay!
—¿Te ha dolido? —preguntó Ce'Nedra mientras le cogía el brazo, preocupada.
—Creo que podré resistirlo, cariño. Los héroes nobles como yo somos capaces de soportar cualquier tormento.
Caminaron tras la lámpara de Feldegast a lo largo de más de un kilómetro de oscuro pasadizo, seguidos por los ruidosos caballos, y de repente oyeron el siniestro traqueteo de los carros que llevaban los cadáveres por las calles de la ciudad. Hasta entonces, en la húmeda oscuridad del pasadizo sólo habían oído los pasos de un ratón errante y el suave roce de las arañas que cruzaban el techo abovedado.
—Odio este lugar —dijo Seda sin dirigirse a nadie en particular—. Lo odio con toda mi alma.
—No te preocupes, Kheldar —respondió Velvet mientras le cogía la mano—. No permitiré que te ocurra nada.