—¿Cuánto tiempo piensas quedarte en la ciudad? —preguntó Seda.
—No estoy seguro —dijo Yarblek mientras se mesaba la rala barba y alzaba la vista hacia el árbol—. Dolmar ha conseguido casi todo lo que necesito, pero quiero husmear un poco en los mercados. Hay un tolnedrano en Boktor que dice estar interesado en piedras preciosas sin tallar. Podría hacer una rápida fortuna con esa transacción, sobre todo si logro pasar las piedras por la aduana drasniana.
—Tenía entendido que los oficiales de la reina Porenn hacían en la aduana unos controles muy estrictos —dijo Garion.
—Los hacen —rió Yarblek—. Te revisan de arriba abajo y, si es necesario, te dan la vuelta del revés. Sin embargo, jamás le pondrán un dedo encima a Vella. Todos conocen su habilidad con las dagas. Ya he multiplicado por cien lo que pagué por ella escondiendo pequeños paquetitos entre sus ropas. —Rió con brutalidad—. Y por supuesto, también me divierto mucho al esconderlos —dejó escapar un ruidoso eructo y añadió—: Perdón.
Belgarath cruzó el jardín. Tras declinar todos los diplomáticos ofrecimientos de Zakath, el anciano seguía usando —según Garion, con actitud desafiante— su vieja túnica sucia, sus calzas llenas de remiendos y sus botas desparejas.
—Bueno, veo que por fin has llegado —le dijo a Yarblek sin preámbulos.
—Me retuvieron en Mal Camat —respondió el nadrak—. Kal Zakath está requisando barcos en toda la costa oeste para traer a sus tropas desde el apestoso Cthol Murgos. Tuve que alquilar botes y esconderlos en las marismas, al norte de las ruinas de Cthol Mishrak. —Señaló el barril de cerveza—. ¿Quieres un poco?
—Por supuesto. ¿Tienes otra jarra?
Yarblek se palpó la voluminosa chaqueta en distintos puntos y por fin sacó una jarra abollada de un bolsillo interno.
—Me gustan los hombres prevenidos.
—Un buen anfitrión siempre está preparado. Sírvete tú mismo. —El nadrak se volvió hacia Garion—. ¿Y tú? —preguntó—. Creo que podría encontrar otra jarra.
—No, gracias, Yarblek. Todavía es temprano para mí.
En ese momento, un hombre vestido con llamativas ropas salió de detrás de un árbol. Su vestimenta era una mezcla de colores chillones. Una manga era roja, la otra verde. Una pierna de sus calzas tenía rayas rosas y amarillas y la otra estaba cubierta de grandes topos azules. Llevaba un sombrero puntiagudo con un cascabel en la punta. Sin embargo, lo más sorprendente de él no eran sus ropas. Lo primero que llamó la atención de Garion fue que el hombre caminaba con las manos, y teniendo los pies levantados en el aire.
—¿He oído que alguien le ofrecía a alguien algo de beber? —preguntó con un extraño y melodioso acento que Garion no fue capaz de identificar.
Yarblek miró al hombrecillo y volvió a rebuscar en su chaqueta.
El acróbata flexionó los hombros, saltó haciendo una cabriola en el aire y cayó de pie. Luego se sacudió las manos y se acercó a Yarblek con una sonrisa agradecida. Su cara era anodina, ese tipo de cara que suele olvidarse inmediatamente después de haberla visto. Sin embargo, Garion la encontraba familiar.
—¡Ah!, honorable maestro Yarblek —dijo el hombrecillo al socio de Seda—. Estoy seguro de que eres el hombre más generoso del mundo. Estaba a punto de morir de sed, ¿sabes? —Cogió la jarra, la sumergió en el barril de cerveza y bebió ruidosamente. Luego dejó escapar un suspiro y una exclamación de satisfacción—. Esta cerveza sí que es buena, maestro Yarblek —dijo volviendo a llenar su jarra.
Belgarath tenía una expresión extraña en la cara, en parte de asombro y en parte divertida.
—Ha venido siguiéndonos desde que salimos de Mal Camat —explicó Yarblek—. No lo he echado porque Vella lo encuentra gracioso. Cuando las cosas no salen como quiere, se vuelve un poco quisquillosa.
—Mi nombre es Feldegast, el malabarista, honorables señores —dijo el extraño hombrecillo con una ampulosa reverencia—. Soy un acróbata, como ya habéis tenido oportunidad de apreciar, un comediante de gran talento y un renombrado mago. Puedo engañar vuestros ojos con mi excepcional habilidad para la prestidigitación. También puedo interpretar alegres melodías con una flauta o, si vuestro humor es melancólico, puedo tocar canciones con el laúd que os harán un nudo en la garganta y llenarán vuestros ojos de dulces y tristes lágrimas. ¿Estáis dispuestos a disfrutar de mi asombroso talento?
—Tal vez más tarde —respondió Belgarath todavía algo asombrado—. Ahora mismo, tenemos que discutir otros asuntos.
—Sírvete otra jarra de cerveza y ve a entretener a Vella, comediante —le dijo Yarblek—. Cuéntale otra de tus atrevidas historias.
—Lo haré encantado, maestro Yarblek —respondió el extraño hombrecillo con tono ampuloso—. Es una joven voluptuosa, con un gran sentido del humor y un refinado gusto por las historias obscenas.
El malabarista se sirvió otra jarra de cerveza y luego se alejó haciendo cabriolas hacia donde estaba la morena nadrak.
—Es despreciable —gruñó Yarblek—. Con algunas de las historias que cuenta me ruborizo hasta las orejas, pero cuanto más picantes son, más se ríe ella —añadió con un gesto de disgusto.
—Bueno, ahora ocupémonos de nuestros asuntos —dijo Belgarath—. Necesito saber qué ocurre en Karanda.
—Es muy simple —respondió Yarblek—. Todo se reduce a lo que hace Mengha con sus malditos demonios.
—Dolmar ya nos ha informado —dijo Seda—. Estamos al tanto de lo ocurrido en Calida y sabemos que los karands de los siete reinos se están alistando en las filas de Mengha. ¿Ya ha comenzado a avanzar hacia el sur?
—Que yo sepa no —respondió Yarblek—. Ahora parece estar consolidando la situación en el norte. Sin embargo, está convirtiendo a todos los karands en fanáticos. Si Zakath no actúa pronto, tendrá que enfrentarse con una verdadera revolución. Los histéricos karands de Mengha ya controlan toda la costa de Zamad.
—Tenemos que ir a Ashaba —le informó Garion.
—No os lo aconsejo —dijo Yarblek con énfasis—. He visto a los grolims cortar corazones humanos para ofrecérselos a Torak desde que era sólo un niño, pero lo que sucede en Karanda es capaz de producirme náuseas incluso a mí. Los karands atan a la gente a estacas clavadas en el suelo y luego llaman a sus demonios. Los demonios están engordando.
—¿Te importaría darme más detalles?
—Preferiría no tener que hacerlo. Usa la imaginación, Seda. Tú ya has estado en la tierra de los morinds y sabes bien lo que comen los demonios.
—¡Bromeas!
—¡Oh, no, y los karands se comen los restos! Como ya te he dicho, tienen unos hábitos muy poco saludables. También corren rumores de que los demonios se aparejan con mujeres humanas.
—¡Eso es repugnante!
—Lo es —asintió Yarblek—. Las mujeres no suelen sobrevivir a los embarazos, pero he oído que varios niños han nacido vivos.
—Tenemos que detenerlos —afirmó Belgarath con rabia mal contenida.
—Buena suerte —dijo Yarblek—, pero yo volveré a Gar og Nadrak en cuanto pueda organizar la caravana. No pienso acercarme a Mengha ni al demonio domesticado que lo acompaña.
—¿Nahaz? —preguntó Garion.
—¿Has oído su nombre?
—Dolmar nos lo dijo.
—Tal vez deberíamos comenzar con él —sugirió Belgarath—. Si podemos devolverlo al sitio de donde ha venido, es probable que los demás demonios lo sigan.
—Buen truco —gruñó Yarblek.
—Soy un hombre de recursos —respondió el anciano—. Después de que los demonios se hayan ido, Mengha se quedará sólo con una pandilla de fanáticos karands. Luego podremos continuar con nuestros asuntos y dejar que Zakath ponga orden —añadió con una sonrisa—. De ese modo estará demasiado ocupado para preocuparse de nosotros.
Vella y Feldegast se acercaron al árbol. La joven se reía a carcajadas y el pequeño comediante caminaba otra vez sobre las manos en una línea irregular, agitando las piernas en el aire de forma ridícula.
—Sabe contar buenas historias —dijo la voluptuosa joven nadrak, sin dejar de reír—, pero es incapaz de controlar sus borracheras.
—No me pareció que bebiera tanto —dijo Seda.
—No fue la cerveza lo que le sentó mal —respondió ella mientras sacaba una petaca de plata de debajo de su cinturón—. Le di un sorbo o dos de esto. —Sus ojos brillaban con picardía—. ¿Quieres probar un poco, Seda? —dijo ofreciéndole la petaca.
—¿Qué es? —preguntó el hombrecillo con desconfianza.
—Una bebida que preparamos en Gar og Nadrak —respondió ella con toda la inocencia del mundo—. Es suave como la leche materna —añadió, y lo demostró bebiendo un trago.
—¿Othlass? —La joven asintió con un gesto y Seda se estremeció—. No, gracias. La última vez que lo bebí, perdí la conciencia de mis actos durante toda una semana.
—No seas tan gallina —dijo ella con desprecio, y bebió otro trago—. ¿Ves? No hace ningún daño. —Se volvió hacia Garion—. ¿Cómo está tu bonita esposa? —preguntó.
—Está bien, Vella.
—Me alegro de oírlo. ¿Ya la has dejado embarazada otra vez?
—No —respondió Garion, ruborizándose.
—Estás perdiendo el tiempo. ¿Por qué no vuelves al palacio y la persigues por la habitación? —Entonces se giró hacia Belgarath—. ¿Y bien?
—Y bien ¿qué? —La joven desenvainó una de las dagas que llevaba en el cinturón y se volvió de modo que su bien formado trasero quedara frente al anciano—. ¡Ah, gracias, Vella! —dijo él con dignidad—, pero todavía es algo temprano.
—No te preocupes, viejo —dijo ella—. Cuando llegue el momento, estaré preparada. Si sientes deseos de tocar algo, hazlo. He afilado todos mis cuchillos especialmente para ti.
—Eres muy amable.
El borracho Feldegast se tambaleó, intentó recuperar el equilibrio, pero se cayó en una posición muy poco elegante. Cuando por fin se puso de pie, su vulgar cara estaba crispada y llena de manchas y tenía la espalda tan doblada que parecía deforme.
—Creo que esta joven se ha aprovechado de ti, amigo mío —dijo Belgarath con tono jovial mientras lo ayudaba a enderezarse—. Deberías intentar ponerte derecho, pues si sigues inclinado de ese modo, se te harán nudos en las tripas. —Garion vio que los labios de su abuelo se movían ligeramente mientras le murmuraba algo al mareado bufón. Luego, de forma casi imperceptible, oyó las vibraciones del poder del anciano.
Feldegast se incorporó y ocultó la cara tras sus manos.
—¡Oh, cielos! —exclamó—. ¿Me has envenenado, jovencita? —le preguntó a Vella—. No recuerdo que el alcohol me haya hecho erecto con tanta rapidez.
Se quitó las manos de la cara. Las manchas y la crispación habían desaparecido de su rostro y el hombrecillo había recuperado su aspecto normal.
—Nunca bebas con una mujer nadrak —le aconsejó Belgarath—, sobre todo cuando ella misma ha preparado el licor.
—Mientras entretenía a la joven, oí vuestra conversación. ¿Acaso hablabais de Karanda y de las cosas terribles que están sucediendo allí?
—Así es —admitió Belgarath.
—¿Sabéis? Yo suelo demostrar mi talento en las posadas y en las tabernas de los caminos, a cambio de monedas o de un trago o dos. En esos lugares se obtiene mucha información. A veces, si uno logra hacer reír a un hombre, puede sacarle más información que dándole dinero o invitándolo a una copa. Hace tiempo, estaba yo en una taberna, asombrando a los espectadores con mi brillante actuación, cuando entró un caminante que venía del este. Era un hombre rudo y corpulento y traía noticias de Karanda. Cuando terminó de comer y beber más cerveza de la aconsejable, lo interrogué a fondo. En mi profesión, un hombre nunca sabe demasiado de los lugares donde actúa. Aquel hombre grande y fuerte, que no debería haber temido a nada, temblaba como un bebé asustado, y me dijo que si valoraba en algo mi vida, debía mantenerme lejos de Karanda. Luego me contó una historia muy extraña, que yo todavía no he comprendido. Dijo que el camino entre Calida y Mal Yaska estaba lleno de mensajeros que iban de un sitio a otro. ¿No es increíble? ¿Cómo se explica una cosa así? Pero en el mundo están sucediendo cosas extrañas, buenos señores, milagros que ningún hombre podría haber imaginado.
El tono cantarín del bufón resultaba casi hipnótico por su encanto y fluidez y Garion estaba tan fascinado por su forma de narrar, que cuando el llamativo hombrecillo se detuvo, no pudo evitar sentirse decepcionado.
—Espero que mi historia os haya servido de entretenimiento, buenos señores —dijo Feldegast con gracia mientras extendía su mano por el césped con un sugestivo gesto—. Recorro el mundo con mi ingenio y mi talento, regalándolos como si fueran pájaros, pero siempre agradezco una pequeña muestra de reconocimiento, ¿sabéis?
—Págale —se limitó a ordenarle Belgarath a Garion.
—¿Qué?
—Que le des dinero.
Garion suspiró y sacó la bolsa de cuero que llevaba atada al cinturón.
—Que los dioses te sonrían, joven —dijo Feldegast con tono efusivo, agradecido por las pocas monedas que cambiaron de manos. Luego miró a Vella con expresión astuta—. Dime, jovencita, ¿acaso conoces la historia de la lechera y el buhonero? Debo advertirte que es una historia picante y no quisiera hacer ruborizar tus pálidas mejillas.
—No me he ruborizado desde que tenía catorce años —respondió Vella.
—Bueno, entonces apartémonos un poco y veré si puedo remediarlo. Tengo entendido que el rubor es bueno para la piel.
Vella rió y lo siguió por el jardín.
—Seda —dijo Belgarath con brusquedad—, necesito que hagas algo para distraer a los espías ya mismo.
—Todavía no hemos organizado nada, Belgarath.
—Pues entonces improvisa algo. —El anciano se volvió hacia Yarblek—. No quiero que abandones Mal Zeth hasta que te lo diga. Podría necesitarte aquí.
—¿Qué ocurre, abuelo? —preguntó Garion.
—Tenemos que marcharnos de aquí cuanto antes.
A cierta distancia de allí, Vella se llevaba las manos a las mejillas encendidas, con los ojos desorbitados de asombro.
—Tendrás que admitir que te lo había advertido, jovencita —dijo Feldegast con una risita triunfal—, aunque tú no puedas decir lo mismo sobre ese horrible brebaje que me obligaste a beber. —La miró lleno de admiración—. Sin embargo, debo reconocer que te ruborizas como una rosa roja y que es un placer contemplar tu pueril confusión. Ahora, dime, ¿has oído el cuento de los pastores y el caballero errante?
Vella huyó de allí.
Aquella tarde, Seda, que solía evitar cualquier esfuerzo físico, pasó varias horas en el jardín del ala este, apilando rocas sobre la pequeña fuente de agua clara y turbulenta. Garion lo observaba desde la ventana de su salita, hasta que no pudo resistir más la curiosidad y salió a hablar con el pequeño drasniano.