—Sí, gran padre —señaló el contrito comerciante.
—Bien. Deberás vaciar los intestinos por completo durante cuatro días —le advirtió aquella voz—. Para ello tomarás una cocción a base de semillas de algarrobo, miel, vino y frutos de sicómoro. En ese tiempo ayunarás, y te cuidarás de copular con tu esposa, ya que podrías transmitirle los demonios.
El pobre hombre se quedó abatido.
—¿No podré tocarla? —se lamentó.
—Ni un pelo. Si no haces cuanto te digo ella te abandonará, ya que obran en ti fuerzas malignas de gran poder.
—¡Isis bendita!
—Además, cada noche, antes de dormir, tu esposa deberá decir el siguiente conjuro: genios del Amenti, súcubos maléficos, volved a los infiernos y abandonad para siempre el vientre de mi amado; yo os conmino en el nombre de Amón. ¿Has entendido?
—Sí, gran padre.
—Mas no olvides que deberá ser tu mujer quien diga el conjuro, pues ella está pura y su palabra se hallará justificada. Ah, y recuerda algo de crucial importancia.
—Dime, oh rey de reyes.
—Al exorcizar a los demonios, tu esposa deberá pasar una pluma de ibis por tu ano, ya que esta representa a Thot, dios de la sabiduría y conocedor de toda la magia de Kemet. Si no lo haces así nunca sanarás. Ahora vete y regresa dentro de cuatro días con el vientre libre de demonios para que te dé mi bendición.
—Será como tú ordenas, Amón sapientísimo. ¡Doy loas a tu nombre! —exclamó aquel hombre en tanto desaparecía a la carrera.
Wennefer se desternillaba de risa a la salida de la capilla, y no pudo evitar volver al cabo de los cuatro días para ver el resultado de sus prescripciones.
Tal y como le habían recomendado, el comerciante regresó puntualmente aunque, eso sí, lo hiciera casi arrastrando los pies, pues apenas se mantenía sobre ellos. El hombre volvía hecho una sílfide y hasta parecía otro.
—Apenas tengo palabras —se atrevió a balbucear el pobre—, pues hasta el aliento me ha abandonado. ¡Qué barbaridad!, la cantidad de demonios que he debido de expulsar.
—Ya te lo advertí, hijo del pecado. Has de saber que el Oculto todo lo ve y se encuentra lejano a la glotonería.
—Lo sé, lo sé, padre divino. Soy otro hombre. He comprendido el alcance de tus sabias palabras.
—¿Seguiste mis consejos, tal y como te los anuncié?
—Al pie de la letra; hasta que ya no hubo nada que excretar. ¡Fíjate! Mi vientre ha desaparecido. Mírame ahora, oh padre Amón. Más parezco un picapedrero que un opulento mercader.
—Eso es bueno a mis ojos; y así deberás continuar.
El penitente puso cara de horror.
—¿Debo seguir con el tratamiento?
—Toda tu vida. Al menos una vez por semana deberás vaciar los intestinos para que los súcubos no regresen, ya que eres proclive a ellos. ¿Continúas con tus flatulencias?
—Se han ido con los genios, como tú sabiamente me pronosticaste.
—¿Lo ves? Por eso deberás evitar que regresen los demonios.
—¿Y los conjuros? ¿Continuará mi esposa recitándolos mientras me aplica la pluma de ibis?
—Todas las noches sin excepción.
El hombre dio un saltito de alegría, ya que se había aficionado a tales caricias. Algo bueno debía sacar de todo aquello.
—Mañana mismo haré un gran donativo al templo, y tu nombre será alabado en mi presencia cada día, oh gran Amón —exclamó el mercader mientras se marchaba—. Soy un hombre nuevo —se repetía al salir—. Por fin he visto la luz de mi espíritu.
Al abandonar la capilla Wennefer estalló en carcajadas, con tan mala fortuna que se encontró con un sacerdote que había sido testigo de cuanto había ocurrido. Al descubrirse los hechos, el joven acólito fue apartado del resto de los pupilos del templo, y el caso llegó a oídos del mismo Ptahmose quien no lo expulsó por afecto a su padre, que era persona principal y gran amigo suyo desde la niñez. Eso sí, Wennefer pasó más de un mes limpiando los establos del santuario.
—Supongo que no querrás convertirte en un nuevo Sejemká —le dijo una tarde Wennefer a Neferhor.
—No sé por qué dices eso.
—Porque llevas camino de ello. Aseguran que el viejo maestro nunca ha salido de Karnak más que para ir a las procesiones y que aún no ha conocido mujer.
Neferhor se encogió de hombros, pues no le interesaba entrar en tan delicados temas; mas su amigo no cejaba.
—Imagínate qué perspectivas. Toda una vida sin recibir la visita de la diosa del amor. En verdad que Hathor ha debido de olvidarse del pobre hombre. Seguro que Neferhotep piensa que así estaba escrito.
—No me cabe la menor duda —respondió este.
—¡Ja, ja! Toda la vida estudiando las admoniciones de Ptahotep.
—O el
Kemyt
—subrayó Neferhotep—. El libro de texto con el que nos enseñó a escribir.
—¡Ja, ja! Imaginaos, con lo viejo que es —prosiguió Wennefer—. Mi padre asegura que Sejemká ya era un anciano cuando él estudió aquí. Y durante todo este tiempo su
mu
no ha visto la luz.
Aquel comentario despertó grandes carcajadas entre sus amigos, pues
mu
era la palabra con la que se designaba al semen.
—Hay que tener en cuenta que no come lechugas ni puerros, prohibidos para los sacerdotes, y que estos son los que más
mu
proporcionan —apuntó Neferhotep.
—Debe de estar completamente seco —aseguró Wennefer—. Y su
henen
, su miembro, arrugado como un pellejo. El pobre ha sido abandonado hace siglos.
Los jóvenes rieron con ganas, ya que Wennefer adornaba sus frases con gestos graciosos.
—Tú ríete, Neferhor, pero te auguro un mal futuro.
—Algún día tomaré a la mujer que ame —respondió este.
—Oh. Eso está muy bien; pero hasta que llegue ese momento deberías practicar un poco.
De nuevo volvieron las risas.
—No «levantaré tiendas» con ninguna mujer de las que acuden a las casas de la cerveza —respondió Neferhor muy digno.
—Pero podrías iniciarte con una
heset
—indicó Neferhotep.
—¿Con una muchacha cantora al servicio de Hathor?
—No se me ocurre nadie más indicado. Ellas no son prostitutas como las demás —contestó Neferhotep—. Mi padre me llevó a visitarlas para que «levantara tiendas» por primera vez.
Durante unos instantes se hizo el silencio, pues todos sabían que Neferhor era huérfano.
—No hace falta llegar a esos extremos —intervino Wennefer al punto—. Basta con que acudas a pasear por la orilla del río de vez en cuando. Allí podrás encontrar quien se haga cargo de ti.
El comentario volvió a provocar las carcajadas de sus amigos, y Neferhor se puso colorado.
—Supongo que tú conoces bien el lugar —respondió Neferhor sin disimular su desagrado.
—Algún paseo que otro me he dado por allí. Mas, si quieres saber cómo fue mi primera vez, te confiaré que lo hice con una prima mayorna ace=" que yo, que ya sabía lo que se traía entre manos.
Sus amigos asintieron comprensivos.
—Ahora soy una persona seria —aseguró Wennefer, cambiando de tono—. Mi padre dice que pronto he de tomar esposa, pues ya estoy en edad.
—Deberías presentar a tu prima a Neferhor —sugirió Neferhotep de improviso.
Wennefer abrió los ojos desmesuradamente; de forma cómica.
—Sí, y podría venir acompañado por Sejemká y así darle una sorpresa al maestro —dijo sin pensarlo.
Aquello desató de nuevo las carcajadas y al punto se hicieron los comentarios más jocosos y malévolos que se pudieran escuchar.
—Me lo imagino, me lo imagino —señaló Wennefer sin parar de reír—. No se hable más; eso es lo que haremos. Tú, Neferhor, te encargarás de comunicárselo al viejo.
Neferhor le miró con cara de pocos amigos, ya que no le gustaba que se rieran así de su preceptor.
—Está bien —replicó Wennefer con un gesto de su mano, en tanto trataba de recuperar el resuello—. Continuad con vuestro celibato como siervos puros que sois.
—Nuestro celibato es grato a los ojos del Oculto —replicó Neferhor muy serio.
Wennefer asintió, como haciéndose cargo, y enseguida clavó su mirada astuta en las orejas de su amigo. No hizo falta decir nada, ya que al momento regresaron las risas.
—Hoy estás particularmente gracioso, Wennefer. Te advierto que con ellas oigo muy bien, y que son capaces de escuchar lo que otros no deberían decir.
—Bah, no le hagas caso —intervino Neferhotep, conciliador—. Ya sabes cómo es.
Entonces apareció la gata negra que solía visitarle a menudo. Al verla, a Neferhor se le iluminó el semblante y la llamó por su nombre.
—Hola,
Ta-Miu
. ¿Me echabas de menos?
—¿Ta-Miu?
—inquirió Neferhotep al instante—. ¿La llamas
Ta-Miu
?
—Sí; «señora gata».
—Vaya, ese es el nombre de la gata del príncipe Tutmosis. —Neferhor lo miró extrañado—. Así se llama. El príncipe es un gran amante de los gatos, y su preferida atiende al nombre de
Ta-Miu
.
—Yo ya había oído hablar a mi padre de ello —intervino Wennefer—. Al parecer la reina Tiyi también venera a estos animales.
Neferhor acarició suavemente al minino mientras le hablaba.
—¿Tienes tratos con Bastet? —preguntó Wennefer con tono misterioso.
Neferhor le miró fijamente, sin dejar de acariciar a la gata.
—La diosa gata y yo mantenemos buenas relaciones. Pero ya sabes que esta puede convertirse en Sekhmet, la diosa leona, cuando se la molesta. En tales circunstancias deberéis cuidaros de su ira, aunque yo estoy en buenos términos con ella.
Ta-Miu
viene a contarme lo que ocurre en el templo todas las tardes.
Wennefer sintió un escalofrío, y decidió acabar con sus bromas por aquel día. De Sekhmet era preferible no burlarse, pues ni el dios que gobernaba la Tierra Negra estaba libre de su cólera.
—La diosa gata es sabia —dijo conciliador—, y de alguna manera ella te ha elegido. Seguro que Amón se siente satisfecho por ello. Bastet señorea en el Delta, desde su casa de Per-Bastet, debemos honrarla, como a esta ciudad santa que nos ha mostrado parte de sus misterios durante todos estos años. Hagamos un juramento ahora, en este antiguo patio en el que hemos pasado tantas horas, y con Bastet como testigo. Siempre permaneceremos juntos, aunque sea en el recuerdo. Cuando nuestros caminos se separen nos ayudaremos, allá donde nos encontremos.
Los tres amigos cerraron su juramento, uniendo sus manos simbólicamente. La tarde caía y
Ta-Miu
maulló complacida.
Próximo a la ceremonia en la que Neferhor sería purificado ante Amón para convertirse en uno de sus sacerdotes, el joven recibió la visita de su viejo maestro. Este parecía más serio que de costumbre, y Neferhor sintió remordimientos por haber intervenido en las bromas junto con sus amigos.
—Ven conmigo —le dijo su preceptor con tono grave—. Deseo mostrarte algo.
Neferhor le acompañó con gusto, pues sentía un gran cariño por Sejemká, pero por el camino ambos se mantuvieron en silencio ya que el anciano no despegó los labios.
—¿Ocurre algo? —quiso saber el joven, al que extrañaba aquel silencio desacostumbrado.
Sejemká frunció los labios, como si le costara hablar, pero al poco hizo un gesto con su mano para señalar la Casa de los Libros.
—Ya casi hemos llegado —indicó el viejo, lacónico.
A Neferhor aquel comportamiento le pareció misterioso, pero enseguida entraron en la biblioteca en la que tantas horas había pasado durante los últimos años.
—Sígueme y no preguntes —le señaló el maestro con gesto adusto.
Neferhor guardó silencio e hizo lo que le ordenaban. Tras atravesar un gran patio, acompañó a Sejemká a través de diversas salas anexas hasta llegar a una puerta que el joven conocía bien. Aquel era el límite de su conocimiento; la frontera que no podía atravesar; más allá se encontraba el lugar que más ansiaba conocer desde el día que llegara a Karnak; un mundo prohibido para todo aquel que no estuviera iniciado ante los ojos de Amón. Aquel sería su premio el día que fuera ordenado sacerdote.
Sejemká se paró un instante y miró fijamente a su pupilo. Sentía un gran cariño por él, y este creyó leer en sus ojos una dulzura que nunca había visto con anterioridad.
—Ha llegado la hora de que cruces esta puerta —susurró el anciano.
El joven movió sus ojos desorientado, pues no acertaba a comprender el alcance de aquellas palabras.
—Pero… este lugar me está prohibido y…
—Ya no.
—Todavía no me he purificado —se resistió el muchacho.
—Hoy eres bien visto ante los ojos del Oculto —señaló Sejemká mientras abría la puerta—. Pero has de jurar no contar nunca a nadie lo que vas a ver.
Neferhor tragó saliva con dificultad.
—Juro que no saldrá de mi boca nada de lo que vea aquí.
Sejemká sonrió complacido a la vez que le daba una palmada en el hombro.
—Lo sé. Y Amón también, pues hace ya mucho tiempo que ha leído en tu corazón.
A continuación invitó al joven a que entrara y cerró el portón.
—He aquí el vestíbulo de Amón, donde se guarda la sabiduría de Thot; aquella que solo los iniciados pueden comprender. Admira el conocimiento de los dioses.
Neferhor abrió la boca sin saber qué decir. Ante él apareció una gran sala, cuyas paredes cubiertas de nichos se elevaban al compás de las poderosas columnas que las soportaban hasta el techo. Eran como los enormes pilonos que jalonaban el templo para engrandecerlo, solo que esta vez se encontraban atiborrados por el saber y el conocimiento. Milenios de erudición, de doctrinas en busca de la omnisciencia, del camino mostrado en el principio de los tiempos por los dioses primigenios; toda la sabiduría tal y como fue legada por el dios Thot se encontraba allí. Miles y miles de papiros enrollados se apretujaban en los estantes que parecían perderse en la penumbra de unos techos que formaban parte de la propia ilusión; como si en verdad se adentraran en el reino del Gran Mago, el que todo lo sabía, Thot, el señor del conocimiento. La bóveda de aquel lugar formaba parte de una suerte de ensueño que transmutaba la omnisapiencia divina en conocimiento humano. Una transformación colosal que daba la oportunidad al individuo de desprenderse de una parte de su esencia, de apartar su ancestral barbarie, para convertirse en un ser elevado; trer iónansitar por los caminos del
maat
, tal y como la diosa los había dibujado en el principio, cuando Kemet estaba por hacer. Todo se encontraba allí, quizá para que nunca fuera olvidado, o para que hubiera quien salvaguardara aquel inmenso tesoro cuyas máximas muchos hombres nunca estarían dispuestos a seguir. Así eran las cosas, como los maestros sabían muy bien, por eso preferían guardar tan celosamente aquellos rollos de papiro de los no iniciados; de aquellos que no fueran capaces de comprender el alcance de semejante fortuna.