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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (85 page)

BOOK: El prisma negro
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—Al corazón. —El mosquete rugió.

Con un estallido de sangre y luz, el trazador se perdió de vista.

—Hombre, a vuestra izquierda —dijo el ayudante—. Una mano a la izquierda y tres pulgares hacia arriba.

Lord Omnícromo devolvió el mosquete al hombre y le dio educadamente las gracias.

—Cuando llegue el momento, ¿se lo dirás? —preguntó a Liv.

—¿Decírselo? ¿Lo de mi padre? —Liv titubeó—. Haré lo que tenga que hacer.

—Lo que tengas que hacer. Es curioso cómo lo reducen a eso, ¿verdad? ¿Y si no consiguieras regresar a tiempo a la Cromería? ¿Matarías a tu padre con tus propias manos? ¿Y si te pidiera que no lo hicieras? ¿Y si te lo implorara?

—Mi padre no es tan cobarde.

—Estás evitando la pregunta. —Los ojos de lord Omnícromo se habían convertido en dos remolinos anaranjados. A Liv no le caían demasiado bien los naranjas. Siempre la ponían nerviosa. Cuando el silencio se prolongó, lord Omnícromo dijo—: Te comprendo mejor de lo que crees. Cuando fundé mi propia Cromería, yo también los seguí ciegamente al principio. A pesar de lo que soy. Una de mis alumnas rompió el halo y la asesiné con mis propias manos. No fue la primera en morir por culpa de la ignorancia de los trazadores, ni será la última, pero fue el principio del fin. Cuando la maté, supe que había obrado mal. No podía quitarme esa idea de la cabeza.

—Los trazadores enloquecen. Como tú. Se vuelven contra sus amigos. Matan a los que aman.

—Ah, sin la menor duda. A veces. Algunas personas no pueden soportar el poder. Algunos hombres parecen decentes hasta que les das una esclava, y pronto se transforman en tiranos que golpean y violan a la esclava a su cargo. El poder es una prueba, Liv. Todo el poder es una prueba. Nosotros no lo llamamos romper el halo, sino romper el cascarón. Nunca se sabe qué clase de ave va a salir de él. Algunos nacen deformes y deben ser sacrificados. Es una tragedia, pero no un asesinato. ¿Crees que tu padre resistiría un poco más de poder? ¿El gran Corvan Danavis? ¿Un trazador de inmenso talento que, a pesar de los pesares, ha tenido la disciplina necesaria para llegar a los cuarenta?

—No es tan sencillo —dijo Liv.

—¿Y si lo fuera? ¿Y si la Cromería hubiera perpetuado esta monstruosidad porque así es como se mantienen en el poder? Amedrentando a las satrapías, asegurando que solo ellos pueden adiestrar a los trazadores que nacen en su seno… por un precio, siempre por un precio… y solo ellos pueden contener a los trazadores que enloquecen, los cuales son todos. Así se aseguran de ser siempre útiles, siempre igual de poderosos, y al repartir trazadores entre las satrapías, se convierten en el eje de todo. Dime, Liv, cuando juzgas a la Cromería por los resultados, ¿qué ves? ¿Un centro de amor, paz y luz, como cabría esperar de la ciudad santa de Orholam?

—No —reconoció Liv. Ni siquiera sabía por qué estaba defendiéndola, salvo por cabezonería. La Cromería representaba todo cuanto odiaba y pervertía todo cuanto tocaba. Ella inclusive. Tenía deudas allí, y no era tan ilusa como para no darse cuenta de que haber seguido a Kip hasta Tyrea en realidad había sido un intento por escapar de Aglaia Crassos y de Ruthgar.

—La verdad es, Liv, que sabes que tengo razón. Sencillamente te asusta admitir que has estado en el bando equivocado. Lo comprendo. Todos lo comprendemos. Entre los hombres y las mujeres que nos combaten hay muchas buenas personas, pero se equivocan, las han engañado. Es doloroso reconocer una mentira, pero vivirla lo es más aún. Fíjate en lo que estoy haciendo. Estoy liberando una ciudad que nos pertenece por derecho propio. Garriston ha pasado de mano en mano como una ramera, para que todas las naciones se aprovechen de ella por turnos. No es justo. Tiene que terminar, y puesto que nadie más piensa hacerlo, lo haremos nosotros. ¿Acaso esta tierra no se merece la libertad? ¿Deberían pagar estas personas porque dos hermanos… forasteros los dos, insensibles al sufrimiento de estas gentes… decidieron pelear aquí? ¿Hasta cuándo deberían seguir pagando?

—No deberían pagar en absoluto —dijo Liv.

—Porque no es justo.

Recogió el largo mosquete de manos del ayudante de campo.

—Trazador rojo, en lo alto de la garita. A la cabeza.

Liv aguzó la vista. Con tanto humo y estallidos de magia, costaba ver con claridad la batalla enfrente de la Puerta de la Madre. Pero sí vio que la caballería del rey Garadul llegaba a la puerta, cargando los mosquetes y disparando contra los hombres de las almenas, aunque parecía que estuvieran esperando algo, frustrados porque no hubiera ocurrido todavía. El mosquete de lord Omnícromo rugió, y un instante después se produjo un pequeño destello en lo alto de la torre de la puerta. Liv se alegró de no haberlo visto todo.

—Justo en el blanco, lord Omnícromo —anunció el ayudante de campo—. ¡Un tiro excelente!

—¡Largo! Dejadnos a solas. —La cima de la colina se despejó rápidamente, salvo por el ayudante del mosquete, a quien lord Omnícromo indicó por señas que se quedara antes de girarse hacia Liv. Con gesto adusto, declaró—: No me gusta matar trazadores. Lo detesto. Pero estoy haciendo lo que debe hacerse. Quiero que te unas a mí, Aliviana.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? Soy una simple bicroma, sin influencia ni apenas poder.

Lord Omnícromo se rió por lo bajo.

—¿Estás preparada para escuchar la respuesta a esa pregunta? ¿Quieres jugar a ser una mujer adulta, Aliviana? ¿Quieres la verdad sin ambages? Porque es la única que conozco desde hace dieciséis años.

—Estoy preparada.

—Te quiero porque eres una trazadora y todos los trazadores son preciados para mí. Y porque eres tyreana. Este país necesitará que alguien lo tranquilice cuando venzamos, y yo no soy tyreano. Y porque eres la hija de Corvan Danavis.

—¡Lo sabía! —escupió Liv.

—¡Escucha, cabeza de chorlito! Escucha o demostrarás ser indigna del papel que pensaba asignarte.

Eso le cerró la boca.

—Como hija de Corvan, espero que seas al menos la mitad de inteligente que él. En tal caso, serás una aliada formidable. Necesito líderes brillantes. Pero no voy a engañarte. Espero que tu simpatía por nuestro bando libere a tu padre de las garras de la Cromería. Sospecho que si sirve al Prisma es únicamente porque te mantenían prisionera. Si eso es cierto, Corvan podría aliarse con nosotros, y contar con un general de su talla a nuestro lado evitaría que la guerra se prolongara más de lo necesario. Ese es el respeto que infunde tu padre. Muchos ni siquiera pisarán el campo de batalla para enfrentarse a él. Durante la Guerra de los Prismas, sus adversarios empleaban catalejos para ver qué general estaba dirigiendo la batalla. Si era tu padre, se retiraban para pelear otro día. Así de bueno es tu padre, y pecaría de estúpido si lo ignorara cuando podría luchar para mí. Si crees que te estoy manipulando, tienes razón. Te utilizaré. Eres importante. La Cromería te utilizará también. Ya lo ha hecho. Madura y acéptalo. Soy franco al respecto, eso es todo. Y mi franqueza te permite elegir. Es más de lo que te ofrecerán ellos. —Unas vetas rojas y anaranjadas, como llamas, danzaban en sus ojos.

Tenía razón. Era verdad. Y si eso era cierto, ¿qué impedía que lo fuera también todo lo demás?

—El rey Garadul masacró a toda mi ciudad.

—Sí. Incluso se llevó a algunos de mis trazadores y los obligó a ayudarle.

Liv esperaba que lo negara, que intentara justificarlo.

—¿Y aun así esperas que sirva a sus órdenes?

Lord Omnícromo bajó la voz.

—Ningún rey vive eternamente. Y menos los imprudentes.

Una poderosa explosión sacudió la muralla a la izquierda de la garita de la puerta. La conmoción derribó a varios de los que combatían en el suelo, y a no pocos de los ocupantes de las almenas, pero conforme el humo se despejaba gradualmente Liv tuvo la impresión de que la carga debía de haberse plantado al otro lado del muro. La devastación que podía apreciarse allí era mucho mayor, algunas hileras de casas sencillamente se habían evaporado. La caballería prorrumpió en vítores, sin embargo, cuando el aire se despejó y dejó al descubierto un boquete practicado en la misma muralla.

—¿Lo ves?, los habitantes de Garriston colaboran con nosotros. Quieren que los liberemos.

Pero Liv solo lo escuchó a medias. Había visto algo entre las nieblas del campo de batalla, algo que le arrebató el aliento. Kip. Y no solo Kip. Kip y Karris, juntos, cabalgando hacia la refriega. Por un momento, Liv no entendió nada. ¿Kip y Karris se habían cambiado de bando? ¿Luchaban para liberar Garriston? Reparó entonces en la dirección de su trayectoria. Galopaban en línea recta hacia el rey Garadul.

El rey Garadul, a quien Kip odiaba por haber arrasado su ciudad y asesinado a su madre.

Y los perseguían media docena de Hombres Espejo a caballo.

—¿Cuánto valgo para ti? —preguntó Liv.

—Ya te lo he dicho.

—Entonces soy tuya, con una condición.

Las espirales rojizas desaparecieron de los ojos de lord Omnícromo, remplazadas por el naranja y el azul.

—Salva a mis amigos. A él y a ella. Los que corren delante de esos Hombres Espejo. —Señaló con el dedo.

Lord Omnícromo llamó bruscamente a su ayudante de campo con un ademán y el hombre se apresuró a acudir con el largo mosquete.

—Me pides que mate a varios aliados para conseguir uno solo —dijo lord Omnícromo—. Negocias como…

—Como una mujer adulta —lo interrumpió Liv.

—Y formidable, por cierto. Pero comprar lealtades no va conmigo. Haré lo que pueda por salvar a tus amigos. Considéralo un regalo, sea cual sea tu decisión. —Estabilizó el mosquete y disparó. Uno de los Hombres Espejo que cabalgaba hacia Karris murió envuelto en un estallido de luz y sangre. Lord Omnícromo devolvió el mosquete a su ayudante para que lo recargara.

»De modo que puedes eliminar eso de tus cálculos, Liv, pero ahora dime, ¿a quién vas a servir? ¿A mí o a la Cromería?

Lealtad para uno. Y para uno solo.

La solución perfecta no existía. Como tampoco existía la persona perfecta. Intentar hacer lo correcto había llevado a Liv a espiar a su principal benefactor. La Cromería corrompía incluso el amor que podían sentir dos personas. Todas las personas que conocía aseguraban que lord Omnícromo era un monstruo, pero todas las personas que conocía habían sido corrompidas por la Cromería. De modo que puede que lord Omnícromo no fuera perfecto. Gavin tampoco lo era. Los únicos inocentes en todo este asunto eran los habitantes de Tyrea. Merecían ser libres. Si Liv debía combatir, no sería del lado de sus opresores. ¿Lealtad para uno? ¿Los Danavis debían elegir a quién querían servir? Que así sea.

Liv respiró hondo y ensayó una solemne reverencia tyreana completa.

—Lord Omnícromo —dijo, con voz firme, sosteniéndole la mirada—, me tenéis a vuestra disposición. ¿En qué puedo serviros?

85

—¡Traidores! —oyó Kip que gritaba una mujer. Giró la cabeza de golpe hacia Karris, que escupió sobre los cadáveres de los Hombres Espejo. Imperiosa, solemne.

Pero ¿qué hace?

Karris agarró un mosquete y un cuerno de pólvora y empezó a recargar, como si fuera un simple soldado. Cuando Kip se fijó en la expresión de los hombres que los rodeaban, lo comprendió al fin. Acababan de ver cómo Kip y ella se enfrentaban a los Hombres Espejo, pero nadie sabía en qué bando luchaban ni si deberían intervenir. Parecía que estos soldados habían perdido a todos sus oficiales; lo cual no tenía nada de extraño, puesto que los defensores de la muralla intentarían matar primero a los comandantes. Probablemente ese era el único motivo de que Kip y Karris aún conservaran la vida.

—¿Y bien, trazador? —dijo Karris cuando terminó de recargar. En eso era tan rápida como en todo lo demás. Su piel era del color de la sangre. Ya no tenía los ojos cubiertos por las fundas violetas que le impedían trazar. Un momento, ¿eso lo había hecho él? Se sentía estremecido, agotado. El farol dio resultado, no obstante. Los soldados se disponían a reincorporarse a la refriega, decididos a no cruzarse en el camino de esta virago.

Que le estaba hablando a él.

Muy bien, genio, como si hubiera cerca alguien más que acabase de trazar dos lanzas gigantes y empalar a un par de Hombres Espejo.

Lo cual hizo que Kip desviara la mirada hacia sus víctimas. Craso error. Uno de ellos presentaba un agujero rebosante de espumarajos sanguinolentos en el pecho, del tamaño del puño de Kip. El otro tenía la cabeza hecha pedazos; las esquirlas de hueso blanco se mezclaban con los jirones rojos en una imagen que se resistía a adoptar la forma de un rostro.

—Kip, en circunstancias normales esto sería mala idea, dada tu inexperiencia, pero quiero que traces más verde. Te necesito conmigo —siseó Karris.

Kip no podía apartar la mirada de la cabeza esparcida por el suelo. Los soldados que se abrían paso hacia la puerta pisoteaban los restos de huesos y sesos, prefiriendo evitar a los dos trazadores antes que a los hombres que Kip había matado.

—¡Kip! —Karris le abofeteó con fuerza—. Llora más tarde. Ahora tienes que comportarte como un hombre. —Los diamantes rojos relampagueaban en sus ojos esmeraldas. Masculló una maldición, miró a su alrededor por unos instantes, en busca de algo, unos hilos verdes se extendieron desde sus ojos hasta las puntas de sus dedos a través del océano rojo que teñía su piel pálida, y trazó algo de pequeñas dimensiones en sus manos.

Gafas. Unas gafas compuestas por entero de luxina verde. Se las puso en la cara, las ajustó, hizo algo para sellarlas y dio un paso atrás.

—¡Y ahora traza! —ordenó.

Kip era una esponja. Era como salir a la calle un día soleado, cerrar los ojos y disfrutar del calor. Dondequiera que miraba había superficies de color claro, hogares y comercios encalados para conservar el frescor interior, y cada uno de ellos le proporcionaba algo de magia. Se empapó de ella, sintiéndose vigorizado. Libre. El dolor sordo de la mano que se había quemado se redujo hasta desaparecer.

Se unió al torrente de soldados que se dirigían a la brecha de la muralla. El fuego de mosquete procedente de las almenas casi había cesado por completo. La mañana estaba revelándose espléndida, radiante y sin nubes, y la niebla continuaba evaporándose lentamente. Pronto haría calor.

Donde antes, cuando estaba inmóvil, la multitud se abría a su alrededor como si fuera una roca al ver que se trataba de un trazador, los soldados empezaron a zarandearlo como si se tratara de uno más de ellos en cuanto se unió a la vorágine. Las líneas se comprimían a medida que se acercaban a la muralla, y aquellos que intentaban no separarse de sus unidades empujaban con fuerza. Conforme el espacio se volvía cada vez más reducido, cada vez más opresivo, Kip empezó a rebelarse. No sabía hasta qué punto era suya tanta agitación, y hasta qué punto se debía a la influencia que ejercía la luxina verde sobre él, pero estaba seguro de que su psique no era la única responsable de su reacción.

BOOK: El prisma negro
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