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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (81 page)

BOOK: El prisma negro
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—Mi relación con Gavin ya había empezado a estropearse. El azul y el verde despertaron pronto para mí, pero sospechaba que podría conseguir más aún. Así se lo dije. ¿Sabes?, nos habíamos distanciado desde que anunció su elección como Prisma, y el asesinato de Sevastian no contribuyó a mejorar las cosas. Supongo que pensaba que contarle que mis aptitudes estaban expandiéndose serviría para recuperar su confianza. Como si pudiéramos volver a ser amigos. Pero no le hizo ninguna gracia. Ni pizca. —De la nada, un torrente de lágrimas afluyó a los ojos de Gavin. Extrañaba tanto a su hermano que le desgarraba el alma—. Ahora comprendo lo amenazador que debía de ser para alguien tan joven perder lo único que le hacía especial. Entonces no me di cuenta. Un día después de que le contara que era un policromo oí que apremiaba a padre para que lo prometiera con Karris. No me esperaba una traición tan miserable. El amor de Karris era lo único que me hacía especial. Hubo de transcurrir algún tiempo antes de que viera la simetría que entrañaba todo aquello.

»Fuera como fuese, creía que Karris me quería tanto como yo a ella. Cuando padre anunció su compromiso con Gavin decidimos huir juntos. Debió de contárselo a alguien. Tal vez fuera un accidente. Tal vez Gavin le pareciera mejor partido. Karris y yo debíamos reunirnos frente a la mansión de su familia a medianoche. No apareció. Su doncella me dijo que estaba dentro. Era una trampa, por supuesto. Los hermanos Roble Blanco sabían que había estado tonteando con Karris y querían darme una lección. Me acusaron de haberlos deshonrado, de haber convertido a Karris en una ramera.

Lo apresaron en cuanto puso un pie en la casa. Los siete hermanos. Le arrancaron la capa, las gafas y la espada. Aún recordaba el enorme patio cerrado, los criados asomados a puertas y ventanas. Una hoguera impresionante ardía en medio; había luz en abundancia, pero no para un bicromo de verde y azul despojado de sus lentes.

—Empezaron a golpearme. Habían estado bebiendo. Varios de ellos estaban trazando rojo. Se les fue de las manos. Creía… aún lo creo… que iban a matarme. Conseguí zafarme una vez, pero la puerta con la que me tropecé estaba cerrada con cadenas.

—¿Ellos pusieron las cadenas a las puertas? —preguntó Felia Guile. La historia contaba que Dazen era el responsable de aquello. Que lo había hecho empujado por la crueldad. El padre de Karris conocía la verdad, pero no había hecho nada por desmentir los rumores.

—No querían que saliera, ni que los soldados del exterior se entrometieran antes de que ellos hubiesen terminado. —Gavin guardó silencio. Miró de soslayo a su madre. El rostro de Felia era todo ternura. Gavin apartó la mirada.

»Aquella noche dividí la luz por primera vez en mi vida. La sensación era… asombrosa. Pensaba que podría ser un policromo del supervioleta al amarillo, pero aquella noche utilicé el rojo. En abundancia. Quizá no estaba preparado para resistir los efectos que surte el rojo en uno cuando está furioso. —Recordaba la sorpresa que se reflejó en sus facciones cuando empezó a trazar. Sabían que era verde y azul. Sabían que lo que estaba haciendo era imposible. Cada generación producía un solo Prisma. Imágenes de bolas de fuego proyectadas desde sus manos ensangrentadas, del cráneo de Kolos Roble Blanco humeando mientras él aún seguía en pie, de los guardias de la familia masacrados por docenas, descuartizados, la sangre que lo bañaba todo—. Maté a los hermanos y a todos los guardias de los Roble Blanco. Las llamas se extendían por todas partes. La puerta principal se desplomó mientras la cruzaba. Los gritos resonaban en mis oídos.

Una vez en la calle, tambaleándose, sintiéndose vacío y entumecido, intentó encontrar un caballo.

—Había una doncella en la puerta de servicio. La mujer que me había conducido a la emboscada. Asomaba a los barrotes, me imploró que la abriera. Era la misma puerta que me había impedido escapar antes. El candado de las cadenas estaba en la parte de dentro, pero ella no tenía la llave. Le dije que podía arder en el infierno y me fui. No me di cuenta… ni siquiera se me pasó por la cabeza que todas las demás puertas también podrían estar aseguradas con cadenas. Solo quería marcharme de allí. Supongo que nadie encontró las llaves a tiempo. En un arrebato de crueldad caprichosa, condené a morir a cien inocentes. —Como si la muerte de los culpables fuera preferible a la vida de aquellos.

Curiosamente, podía llorar por el distanciamiento con su hermano, pero no le quedaba nada dentro para aquellas víctimas inocentes. Esclavos y criados que no estaban vinculados a los Roble Blanco por voluntad propia. Niños. Era demasiado monstruoso.

Y la mayoría de los hombres que se unieron a Dazen en la guerra más tarde ni siquiera le habían preguntado por lo ocurrido aquella noche. No les importaba combatir por alguien al que creían culpable de haber incendiado una mansión entera repleta de gente… porque eso significaba que era indestructible. Cómo los despreciaba.

Su madre acudió a su lado y lo abrazó. Ahora, en silencio, Gavin lloró. Quizá por aquellos muertos. Quizá egoístamente, porque iba a perderla.

—Dazen, no me corresponde a mí absolverte por lo que sucedió aquella noche, ni por lo que ocurra durante esta guerra en la que aún estás embarcado. Pero te perdono en la medida de mis posibilidades. No eres ningún monstruo. Eres un auténtico Prisma, y te quiero. —Estaba temblando, tenía las mejillas surcadas de lágrimas, pero resplandecía. Besó a Gavin en los labios, algo que no había vuelto a hacer desde que él era un muchacho—. Me siento orgullosa de ti, Dazen. De ser tu madre —dijo—. Sevastian también estaría orgulloso.

Gavin la abrazó con fuerza, llorando. No existía la absolución para él. Sevastian estaba muerto, y su otro hermano se pudría en el infierno que Gavin había creado a su medida. Felia jamás le hubiera perdonado algo así. Pero Gavin lloró, y su madre continuó abrazándolo, consolándolo como si volviera a ser un niño pequeño.

Al cabo, demasiado pronto, lo apartó de sí.

—Ha llegado el momento —dijo. Respiró hondo—. ¿Es… es aceptable que trace una última vez? Han pasado muchos años.

—Por supuesto —dijo Gavin, intentando recuperar la compostura. Señaló el panel naranja que había en la pared.

Felia absorbió la luxina. Se estremeció. Suspiró.

—Es lo que se siente al estar vivo, ¿verdad? —Se arrodilló grácilmente—. Recuerda mis palabras —dijo.

—Siempre —le prometió Gavin. Ni siquiera él creía en sus palabras.

—No te preocupes. Creerás algún día.

Gavin parpadeó varias veces seguidas.

Felia Guile soltó una risita.

—No todos tus talentos los has heredado de tu padre, ¿sabes?

—Nunca lo había dudado.

Felia apartó el cabello de sus hombros para despejar el acceso a su corazón. Apoyó una mano en su muslo, lo miró. Dejó escapar la luxina.

—Estoy preparada.

—Te quiero —dijo Gavin. Aspiró profundamente—. Felia Guile, has dado lo mejor de ti. Tu servicio no caerá en el olvido, pero a partir de ahora tus errores serán eliminados, olvidados, borrados. Te concedo la absolución. Te concedo la libertad. Bien hecho, mi sierva leal.

Le apuñaló el corazón. Después se abrazó a ella, arrodillado a su lado, besando su rostro mientras moría. Tardó unos minutos interminables en reunir la entereza necesaria para levantarse y llamar a los Guardias Negros.

Cuando abrieron la puerta, Gavin vio que había cien trazadores en el pasillo, esperándolo. Ninguno de ellos sonreía. El gigantesco Usef Tep, el Oso Púrpura, dio un paso al frente.

—No queríamos molestaros mientras estabais con vuestra madre, señor, pero tenemos que hablar.

Señor. Ni lord Prisma, ni Gavin.

Así comienza el final.

80

—Kip, pase lo que pase, no te separes de mí —le susurró Karris al oído.

La tensión y la certidumbre que destilaban sus palabras indicaron a Kip que algo iba a ocurrir. Enseguida. Se abstuvo de preguntar nada, aunque se moría de ganas. Los guardias estaban cerca, si bien todo el mundo volcaba su atención en lord Arco Iris y su diarrea verbal sobre el deber y la justicia. Hacía rato que Kip había dejado de escucharlo. Su mirada estaba fija en una chica, a menos de diez pasos de distancia. Liv.

Hubiera jurado que durante un rato intentó abrirse paso hasta Karris y él, pero llevaba los últimos diez minutos paralizada, escuchando a lord Arco Iris. La muchedumbre que los separaba se había movido y Kip vio que Liv lucía unos avambrazos de tela amarillos. Liv era amarilla. Tenía que tratarse de ella.

Estiró el cuello para mirar a su alrededor, en dirección a la Muralla de Agua Brillante.

—Deja de llamar la atención —masculló Karris, con los dientes apretados. Lo que dejó a Kip absolutamente sin nada que hacer. Si observaba a Liv, eso llamaría la atención sobre ella, el discurso le revolvía el estómago, no podía contemplar la muralla, y cuando miraba a Karris, no podía por menos de fijarse en su vestido. Karris estaba tremendamente guapa cuando Kip la vio embozada en el pesado manto negro que cubría su uniforme de la Guardia Negra. Con el fino vestido negro que llevaba puesto ahora, su belleza arrancaba el corazón del pecho de Kip, lo pisoteaba y le prendía fuego. Su porte era distinguido, imperioso, regio, la elegancia personificada. Nadie le había ofrecido ni siquiera un chal a pesar del frío que hacía esa noche. A la luz incipiente, Kip podía ver que tenía la piel de gallina.

—Menuda helada, ¿eh? —dijo.

Uno de los guardias resopló.

—Te puedo reventar la cabeza, si tanto te empeñas —dijo Karris, sin dejar de mirar al frente.

Kip no tenía ni idea de qué estaba hablando, ni de qué se reía el guardia.

—¿Qué he…? —Bajó la mirada al busto de Karris. Sus pezones se definían nítidamente contra la fina seda. Kip se quedó boquiabierto mientras Karris giraba la cabeza y lo descubría embobado.

—Kip. Las gafas oscuras no te dan permiso para recrearte.

¿Se quiere abrir la tierra y tragarme de una vez? Karris pensaba que estaba bromeando con sus… Ay, Orholam. Era el imbécil más grande de la historia.

El discurso concluyó sin que sucediera nada extraordinario. Kip miró cuidadosamente de reojo a Karris. Esta había girado el rostro hacia el este, donde el firmamento clareaba ya.

—Está esperando a que despunte el alba —susurró Karris mientras los guardias les indicaban a empujones que empezaran a caminar—. Prepárate.

—¿Quién?

—¡Silencio! —dijo el Hombre Espejo situado a la izquierda de Kip. Le pegó un golpe con la culata del mosquete.

Ah, conque puedo hacer chistes impertinentes por accidente, pero cuando solo intento escapar vas y te enfadas.

Al principio, Kip no podía ver muy bien adónde se dirigían en medio del inmenso gentío. Gradualmente, sin embargo, vio que los trazadores estaban uniéndose a un grupo mucho más numeroso arengado por el rey Garadul.

Kip perdió de vista a Liv enseguida. Las gafas oscuras que llevaba puestas lo cegaban casi por completo. Podía ver por los márgenes si se esforzaba, pero así era imposible escudriñar la multitud. Y llevaba las manos atadas a la espalda, otro problema que tampoco podía solucionar.

Decenas de miles de soldados rodeaban al rey Garadul. El hombre estaba agitando los brazos, gritando, pero Kip únicamente pudo escuchar algunos fragmentos de su discurso mientras los trazadores se sumaban a la periferia del grupo.

—… purificar la ciudad… Recuperar lo que nos ha sido robado… castigar…

Sonaba bastante siniestro.

De nuevo, Kip parecía ser el único que no estaba pendiente de cada palabra, así que cuando salió el sol, acariciando primero la Muralla de Agua Brillante tras ellos porque era más alta que la llanura a sus pies, detectó movimiento en las almenas.

No podía ver bien entre la montura de las gafas, pero las formas de cinco hombres, una cuadrilla de artilleros, se convirtieron en tres, después en dos con un movimiento brusco, y al final en uno solo. El cañón situado en lo alto de la muralla apuntaba en una trayectoria elevada hacia Garriston, pero el hombre que lo operaba estaba inclinando el ángulo cada vez más hacia abajo.

Una chispa fugaz.

¡Bum!

El cañón escupió un fogonazo. Kip no vio caer el proyectil, pero lo sintió. Fue como si la tierra hubiera dado un salto.

Por un momento, nadie reaccionó, pensando que debía tratarse de un error. Alaridos de miedo y dolor. Karris chocó con él, tirándolo al suelo.

Kip se golpeó la cabeza al caer, por lo que al principio pensó que la segunda explosión solo se había producido en su imaginación.

—¡Botes de metralla! —exclamó Karris—. ¡Mierda! ¡Tenemos que huir! Puño de Hierro está apuntando a esa carreta.

¿Carreta? ¿Puño de Hierro? ¿Por qué iba a disparar Puño de Hierro contra ellos?

Kip no podía dejar de parpadear. Algo extraño ocurría con su vista… ¡ah! El impacto de su cabeza contra el suelo había arrancado una de las lentes negras de la montura.

—¡Coge esa lente y libérame las manos! —ladró Karris.

Ambos estaban tendidos en el suelo, maniatados. El cascabeleo del fuego de mosquete inundaba el aire.

Uno de los Hombres Espejo quiso agarrar a Kip e intentó ponerlo de pie.

Aunque estaba tendida de espaldas, Karris proyectó el pie izquierdo contra el envés de la rodilla del guardia. El hombre se tambaleó y, antes de que tocara el suelo, el pie derecho de Karris había salido disparado hacia arriba e inmediatamente de nuevo hacia abajo para estrellarle el talón en la garganta. Se produjo un crujido. Un surtidor de sangre atravesó el barbote que cubría la boca del moribundo.

Kip no se podía creer lo que acababa de presenciar, pero Karris ya se había puesto en marcha. Se encaramó encima del hombre, tendiéndose sobre él cuan alta era. Con las manos aún a la espalda, desenvainó un palmo de la hoja del cuchillo que el guardia portaba en el cinto y cortó las cuerdas que le apresaban las muñecas.

—¡Alto! —chilló un Hombre Espejo, apuntando a la cabeza de Karris con el mosquete.

Seguían oyéndose gritos por todas partes. Se había desatado el caos. Voces, disparos, los lamentos de los moribundos.

Kip lanzó una patada contra la rodilla del Hombre Espejo, tal y como acababa de hacer Karris segundos antes.

El Hombre Espejo lo vio venir y proyectó la culata del mosquete contra la pierna de Kip…

… y salió volando por los aires como si el mismísimo Orholam le hubiera pegado un revés.

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