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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (77 page)

BOOK: El prisma negro
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—Inocente —lo interrumpió Zid. Echó la cabeza hacia atrás y se carcajeó. Tiró unos manguitos amarillos encima de la mesa—. Eso es por llamarme «mastuerzo» hace un rato. Ahora estamos en paz.

—En paz, dice, no estamos en paz ni de lejos —sonrió Galan—. Bueno, el deber me llama, encantado de conocerte, Liv, y si se te presenta la ocasión, bájale los humos a este, ¿vale?

—Será un placer —dijo Liv, sonriendo para disimular el nerviosismo que le atenazaba las entrañas, como si le hiciera ilusión que la dejaran participar en la broma.

Minutos después se quedó a solas. Tras ponerse los manguitos por primera vez, entró en la ciudad. Ahora lo único que tenía que hacer era salvar a Kip y a Karris. En fin, no podía ser tan difícil.

Por primera vez en los últimos días, Liv sintió deseos de maldecir, de romper algo, de chillar, de quejarse y, tal vez solo un poquito, de llorar. En vez de eso, respiró hondo y se adentró en el campamento.

75

Cuando Gavin abrió los ojos se vislumbraba claridad en el exterior. Había una figura sentada junto a su cama. La miró. Su madre.

—Ay, gracias a Orholam. Pensé que estaba despierto —dijo Gavin.

Felia Guile se rió, y Gavin supo que no estaba soñando. Hacía años que la risa de su madre no sonaba tan libre.

—Ya es casi mediodía, hijo. Sé que no hace falta que te recuerde cuál es tu deber, pero deberías levantarte.

—¿Mediodía? —Gavin se sentó en la cama de golpe. Craso error. Le dolía todo el cuerpo. Le dolía la cabeza. Se quedó quieto mientras los martillazos que sentía en la nuca se reducían de mazas de diez pesos a mazas de cinco pesos y sus ojos volvían a enfocarse. Por lo general, el mal de la luz no le afectaba, claro que tampoco nunca había empleado tanta magia como el día anterior. No desde la Roca Hendida, y por aquel entonces era mucho más joven—. ¿Es casi el mediodía del Día del Sol?

—Pensamos que sería mejor para ti ahorrarte la ceremonia de bienvenida al sol y el amanecer. De todas formas, este año iba a ser un Día del Sol más informal. Que Orholam nos perdone.

—Madre, ¿qué haces aquí?

—Gavin… ha llegado el momento.

—¿El momento?

—De mi Liberación.

Gavin sintió que una oleada de escalofríos lo recorría de la cabeza a los pies. No. Su madre no. Había dicho en algún momento en los próximos cinco años. Le había dado tiempo para prepararse, pero no podía ser tan pronto.

—¿Y padre? —se limitó a preguntar.

Felia recogió las manos encima del regazo.

—Tu padre ya ha tomado demasiadas decisiones por mí —dijo, imprimiendo a su voz una sutil dignidad—. La Liberación es entre el trazador y Orholam.

—De modo que no lo sabe —dijo Gavin.

—Seguro que ya se ha enterado —repuso su madre, con un destello en la mirada.

—¿Te has… «escapado»? —Seguro que era eso lo que había ocurrido. Habría salido furtivamente de noche, habría sobornado al capitán de algún barco con una cantidad de dinero indecente y se habría marchado antes de que los espías de Andross Guile tuvieran tiempo siquiera de presentar sus informes. Habría elegido la embarcación más veloz del puerto para que, aunque Andross enviara un barco en pos de ella con la siguiente marea, sus hombres llegaran demasiado tarde. Gavin debía admitir que era brillante.

Y a Andross Guile no le sentaría bien. Nada bien.

Felia guardó silencio durante largo rato.

—Hijo, llevo cinco años diciéndole a tu padre que quería unirme a la Liberación. Me lo ha prohibido siempre. Puedo sentir cómo me desvanezco. Hace tres años que no trazo y mi vida se ha vuelto gris. Quiero mucho a tu padre, pero siempre ha sido muy egoísta. Andross aspira a aferrarse a su vida y a su poder eternamente, y no quiere quedarse solo. Yo… lo compadezco, hijo, y le he concedido estos años por el amor que alguna vez compartimos. Sabes que siempre le he sido fiel, pero ambos sabemos que interpretará esto como una traición. Y sé que preferirá culparte a ti antes que a sí mismo, pero si debo escoger entre mi responsabilidad para con tu padre y mi responsabilidad para con Orholam…

—Orholam gana.

Felia le dio una palmadita en la rodilla.

—He enviado un mensajero a Corvan Danavis…

—¿Corvan está vivo? En la muralla, temía…

Su madre esbozó una sonrisa teñida de tristeza.

—Está bien. Pero tus defensores perdieron la muralla, a pesar de tu heroicidad.

Mi heroicidad. Solo su madre podría hablar así sin el menor atisbo de sarcasmo en la voz. ¿Qué pensarías de eso ahí abajo, en tu celda, hermanito?

—Fuera como fuese, le he enviado un mensajero para que sepa que has despertado. Me alegra volver a verlo. Es un buen hombre. —Felia sabía, naturalmente, que Corvan había elegido vivir en el exilio para que la mascarada de Gavin funcionara, pero, como siempre, prefería mostrarse circunspecta, por si acaso hubiese oídos indiscretos en las inmediaciones. La madre de Gavin siempre había tenido un don para saber cómo vivir su vida y exponer sus opiniones pese a las presiones de la vida en la corte y las restricciones del protocolo, el secretismo y la discreción—. Te veré esta noche, hijo.

Gavin se vistió muy despacio cuando se marchó su madre, tanteando su cuerpo para ver si los excesos del día anterior le habían provocado algún daño permanente. Estaba magullado, pero sin duda se merecía algo peor. Sus músculos se relajarían conforme se desgranara la jornada, y estimó que estaría listo para trazar cuando hiciera falta esa noche. Pasaba ya el mediodía del Día del Sol.

Se produjo una suave concatenación de golpecitos con los nudillos en la puerta, la melodía de una antigua canción que siempre les había gustado a Corvan y a él. La puerta se abrió.

Corvan entró en la habitación.

—Estás levantado. —Parecía sorprendido.

—Y bastante molido. Gracias por dejarme dormir, pero sabes que hoy necesitas mi ayuda. ¿Cuál es la situación? —Gavin estaba anudándose los lazos de la camisa.

Corvan sujetó el rostro de Gavin con ambas manos y lo miró fijamente a los ojos. Gavin las golpeó para apartarlas, pero Corvan lo retuvo con firmeza.

—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó Gavin.

—Deberías estar muerto —fue la respuesta de Corvan—. ¿Recuerdas cuánto trazaste ayer?

—Lo recuerdo perfectamente, gracias, incluido un dolor de cabeza que no estás contribuyendo a aliviar.

Tras observarlo durante unos instantes más, Corvan lo soltó.

—Lo siento, lord Prisma. Dicen que cuando un Prisma empieza a morir se pueden apreciar los síntomas. No tengo ni idea de cuáles son, pero pensé que si algo era capaz de doblegarte sería lo que hiciste ayer. Ni siquiera un Prisma debería ser capaz de trazar tanto. Pero tus ojos parecen normales.

Gavin encogió los hombros, restándole importancia.

—¿Cómo perdimos la muralla?

Corvan exhaló un suspiro.

—Rask Garadul es un genio chiflado, o tal vez un chiflado sin más, así la perdimos.

—Entonces, ¿nadie disparó contra ese cretino cuando asaltó la puerta?

—La suerte estaba de su parte. Creo que les diste un susto de muerte a ambos bandos con… con lo que hiciste. Los tiradores temblaban tan incontrolablemente que no consiguieron acertar ni siquiera a un blanco tan fácil. Luego, cuando los hombres vieron que Rask estaba cargando y tú habías caído, pensaron que habías muerto… que había logrado derrotarte de alguna manera. Los Guardias Negros te pusieron a salvo, y la mayoría de los mejores tyreanos que teníamos habían sucumbido ya durante el combate. —Se pellizcó el puente de la nariz, a la altura de los ojos. La tensión le producía jaqueca. Gavin había olvidado que Corvan era propenso a padecer fuertes dolores de cabeza cuando la batalla era inminente. Gavin podía imaginarse la escena: el Prisma, abatido; los Guardias Negros de élite, replegándose de repente; y el enemigo cargando como si todos los esfuerzos de Gavin les trajeran sin cuidado. No era de extrañar que los tyreanos hubieran perdido el valor.

—De modo que los hombres del rey Garadul se sumaron a la carga y… ¿qué? ¿Nuestros hombres se asustaron? ¿Los masacraron? ¿Qué sucedió?

—Lo cierto es que defendieron la puerta durante varios minutos. Sin embargo, no supieron ejecutar las maniobras de recambio de tropas que había intentado enseñarles. —Se refería a cuando los mosqueteros de refuerzo, con las armas cargadas, relevaban a los soldados de la vanguardia—. Pero estaban pasando mosquetes cargados al frente de las filas y echando las armas ya disparadas hacia atrás para que las recargaran. Perdían terreno, aunque paulatinamente, y las defensas de la muralla resistían. Oscurecía… Pensamos que íbamos a conseguirlo.

—¿Y entonces?

—Se agotó la pólvora. —Suspiró. Gavin sabía que el general se lo tomaba como un fracaso personal—. Había de sobra en otra parte, por supuesto. Envié hombres a buscarla, pero… así es la guerra. —Confusión, o espías, o mensajeros asesinados, o carreteros que desertaban cuando deberían estar transportando la munición, u oficiales de alta graduación que no se tomaban la molestia de comprobar y volver a comprobar que se estuvieran cumpliendo sus órdenes, bien por inexperiencia, cobardía o defunción. Cualquiera de los eslabones de la cadena era susceptible de romperse en un ejército compuesto por tan pocos hombres entrenados, por tan pocas unidades acostumbradas a combatir juntas. El suministro de pólvora era el eslabón que se había roto esta vez, eso era todo.

Eso, naturalmente, no habría tenido mayor importancia si Gavin hubiera construido la condenada puerta antes. O si hubiera sido más fuerte. O si aquella bala de cañón no hubiera destruido sus moldes. Pero soñar no servía de nada.

—Los defensores rompieron filas y se desbandaron —dijo Corvan—. El rey Garadul no envió a nadie en nuestra persecución. Conseguí que los hombres del muro emprendieran una retirada relativamente organizada. Supongo que Garadul cree que nos rendiremos. Tal vez creyó que alcanzaría antes sus objetivos si se mostraba clemente en vez de exterminar a todo el que se le pusiera por delante. O no quería que sus soldados se mataran entre sí en la oscuridad. O se ha convertido a esta religión nueva que prohíbe combatir de noche.

—Es una religión muy antigua, me parece —dijo Gavin.

—Nada indica que vayan a atacar hoy.

—El Día de Sol es sagrado, incluso para los paganos.

—Lo que significa que tenemos hasta mañana. ¿Qué quieres hacer, lord Prisma?

—Cuando pensabas que estaba incapacitado, ¿qué decidiste hacer?

—Todo el favor que el rey Garadul pudiera haber ganado en la ciudad perdonando las vidas de quienes huían ayer, lo perdió trayendo engendros de los colores a la batalla. Por toda la ciudad solo se escuchan historias de monstruos. Los habitantes están aterrados. Hace dos días me preocupaba que se volvieran en nuestra contra en un abrir y cerrar de ojos. Pero han visto cómo construías una muralla para salvaguardarlos y han visto que los estabas protegiendo de ellos. Así que ahora confían en ti y aborrecen al hombre que masacró a sus amigos con la ayuda de unas abominaciones. La ciudad entera es tuya. Si das la cara, te seguirán hasta las mismísimas puertas de la noche eterna.

—Corvan. Te he hecho una pregunta.

El sargento se frotó el cuello. Titubeó.

—No podemos vencer. El antiguo muro de piedra que rodea la ciudad no detendría ni a una mula obstinada. Rask confiscó casi toda la pólvora al conquistar la muralla, y todos los cañones. La mitad de nuestros mosquetes se quedaron en el campo de batalla cuando nuestros hombres los soltaron mientras huían. Tendremos suerte de matar a unos cuantos miles antes de que tomen la muralla interior, y cuando la lucha llegue a las calles, podremos acabar con unos pocos en algún que otro punto estratégico. Pero, tarde o temprano, su superioridad numérica garantiza que habrá un baño de sangre. No se me ocurre ninguna estrategia capaz de otorgarnos la victoria. Podemos producirles graves heridas mientras perdemos, pero no es lo mismo. —Hizo una mueca—. Estaba preparando la retirada.

—Retirada. —Corvan Danavis nunca había perdido una batalla… bueno, eso si uno no contaba lo ocurrido en la Roca Hendida como una derrota, cosa que Gavin no hacía. Si te propones perder y lo consigues, exactamente según lo planeado, en realidad no habrás perdido, ¿verdad?

—Incluso la retirada estará plagada de dificultades imprevistas, lord Prisma. La presencia de los «monstruos» que pone a todos los habitantes de la ciudad de nuestro lado significa también que todos los habitantes de la ciudad quieren salir. Temen que, si se quedan, serán masacrados y devorados, pero jamás conseguiremos evacuar a tanta gente con los barcos y el tiempo a nuestra disposición.

Gavin se masajeó la frente. Se puso la capa blanca ceremonial. Para ganar tiempo, más que nada.

—¿Han averiguado nuestros espías algo acerca de Karris? —preguntó, intentando sonar desinteresado. Como si pudiera engañar a Corvan.

—Ayer seguía con vida. Me imagino que planeaba utilizarla como moneda de cambio, llegado el caso. —Caso que ahora, evidentemente, ya no llegaría nunca. Lo que significaba que Karris se había vuelto prescindible. A Corvan no le hacía falta decirlo en voz alta.

—¿Hay noticias de Kip, Liv o Puño de Hierro? —Si Gavin hubiera reflexionado, si fuera un poco menos egoísta, habría preguntado primero por la hija de Corvan.

—Ninguna —dijo el sargento. Tensó las mandíbulas.

—Lo cual de por sí podría ser buena noticia, ¿verdad? Si les hubiera ocurrido algo malo, nuestros espías seguramente se habrían enterado ya, ¿no?

Corvan dejó que el silencio se prolongara, negándose a aceptar tan pobre consuelo. No era alguien que se agarrara a clavos ardiendo o se engañase pensando que era inmune a la tragedia. La muerte de dos esposas había curado su idealismo.

—Los espías informan de que hay una especie de rey de los engendros de los colores, un engendro policromo. Lord Omnícromo, lo llaman. Nadie sabe quién era antes de romper el Pacto… a menos que se trate de un verdadero policromo renegado.

Gavin se encogió de hombros. Solo era un contratiempo más entre cientos de ellos, pero sabía que Corvan estaba desplegando todos los problemas en potencia sobre la mesa para que Gavin pudiera decidir por sí mismo qué era importante y qué no.

—¿Qué quieres hacer ahora, lord Prisma?

Se refería a la batalla o a la evacuación, por supuesto.

—Quiero matar al rey Garadul.

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