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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (76 page)

BOOK: El prisma negro
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Unos hombres lo levantaron y se lo llevaron a rastras. A lo lejos oyó el sonido de la contienda que se reanudaba. Mientras los Guardias Negros lo sujetaban, rodeándolo con sus cuerpos y retirándolo del campo de batalla, vio al rey Garadul a través de la puerta abierta, cargando… solo. Daba igual todo lo demás que Gavin hubiera hecho; en última instancia había destruido la barricada y todos los demás obstáculos de la zona. Un puñado de hombres se unió al monarca. La tierra alrededor de Rask explotaba en diminutos penachos mientras los tiradores intentaban abatirlo, pero ninguno acertó en el blanco. Era como si el hombre estuviera encantado, bendecido, protegido por otra deidad más poderosa que Orholam.

Gavin reparó en el rostro de Puño Trémulo, ensangrentado y cubierto de pólvora.

—Perdonadme, lord Prisma —estaba diciendo el Guardia Negro—. Hicisteis cuanto pudisteis. Incluso más. Ahora…

Gavin perdió el conocimiento.

74

La llanura no se oscureció cuando cayó la noche. Al principio, Liv no entendía por qué. Llevaba caminando todo el día, pegada a la carreta, cubierta con un viejo petasos con la visera baja para que sus ojos de trazadora no llamaran tanto la atención. Había oído el retumbo de los cañones antes, pero pensó que debía de tratarse de algún ejercicio. Era imposible que el ejército hubiera llegado ya a Garriston. Junto con lo que parecía ser la mitad del campamento entero, avanzó para ver qué era lo que brillaba tanto.

Eran tantas las personas que cubrían la llanura que Liv estuvo a punto de pasar por alto las señales de la batalla que había concluido meras horas antes, a pesar de lo evidentes que eran. Los surcos dejados por el impacto de las balas de cañón se convertían en simples socavones a evitar por las carretas. Las zonas resbaladizas, embarradas y ensangrentadas junto a esas marcas de cañonazos, con fragmentos de armaduras esparcidos a su alrededor, eran simplemente sitios en los que pisar con cuidado en la penumbra. El penetrante olor a pólvora comenzaba ya a diluirse.

Los restos de las grandes columnas de soldados desfilaban por la puerta en esos momentos, obligando a todos los seguidores del campamento a esperar a que hubieran terminado de entrar y acampado. Liv oyó rumores descabellados sobre inmensas conflagraciones mágicas, una batalla épica, pero era escéptica. El ejército del rey Garadul había tomado la muralla en una tarde. La batalla no debía de haber sido tan encarnizada. Su padre era un gran general. Solo había perdido una batalla en toda su vida, y por los pelos. Debía de haber decidido que no podrían terminar la muralla de luxina a tiempo y se habría retirado a las murallas de la ciudad. Lo más probable era que hubiese ordenado a unos cuantos cañoneros que se quedaran para infligir un daño fácil a los hombres del rey Garadul antes de replegarse.

La idea hizo que Liv se sintiera mejor. Si su padre había decidido ofrecer resistencia en otra parte, seguro que hoy no había corrido peligro. La posibilidad de que hubiera luchado y fallecido a menos de una legua de distancia sin que ella tuviera siquiera un presentimiento enfermizo era demasiado espantosa. Se había enfrascado tanto en la búsqueda de Kip que ni siquiera se había percatado de lo cerca que estaban de la ciudad.

Pero todos los pensamientos, preocupaciones y distracciones se evaporaron cuando se abrió paso entre el gentío que contemplaba la muralla. Nadie quería acercarse a menos de cincuenta pasos de ella. Cuando Liv llegó al frente por fin, comprendió el porqué. Una araña gigantesca, más grande que una persona, había capturado una docena de cadáveres. No, no eran cadáveres, al menos uno de los bultos envueltos en telarañas estaba forcejeando. Ante la atónita mirada de Liv, el hombre liberó la cabeza, con las manos fuertemente inmovilizadas contra el pecho. Cabeza abajo, el hombre se contorsionó en un intento por liberar el brazo, empezando a balancearse suavemente. La araña no se dio cuenta, distraída como estaba formando otra vaina a diez pasos de distancia.

Liv vio una espada enterrada en el suelo, no muy lejos del hombre. Este liberó el brazo derecho y empezó a arañar el resto de la telaraña que lo apresaba, pero no podía desgarrarla. Entonces vio la espada. Se meció, estirando el brazo hacia ella. La rozó.

—¡Que Orholam se apiade de él! —exhaló alguien entre la multitud.

—¡Fijaos en la araña!

La criatura se había quedado paralizada, como si hubiera oído algo. Se giró justo cuando el hombre empezaba a balancearse con más ahínco. Sus ojos relucían con un tono verde enfermizo.

Las manos del hombre se cerraron en torno a la empuñadura de la espada al mismo tiempo que la araña se abalanzaba sobre él. Descargó una estocada, falló, y las mandíbulas de la criatura le apresaron el cuello. Por un instante espantoso el cuerpo entero del hombre se tensó, con los rasgos deformados de dolor. Las sobrecogedoras mandíbulas se cerraron como unas tijeras y la cabeza del hombre rodó por el suelo. Su brazo libre, sujetando todavía la espada, sufrió varios espasmos mientras la sangre que brotaba de su cuello empapaba el suelo. Por fin soltó la espada, que se clavó en el suelo, justo donde la había encontrado.

La araña se acopló a la herida ensangrentada y empezó a alimentarse.

Liv oyó que a alguien le daba una arcada. Otros murmuraron plegarias y maldiciones.

Estaba paralizada, igual que todos los demás. Al cabo, la araña empujó el brazo del hombre de nuevo contra su pecho y lo envolvió otra vez en su tela. Recogió la cabeza y volvió a unirla al cuerpo.

Mientras la araña estaba enfrascada con las telas, envolviendo la cabeza del hombre en su sitio, otro de los bultos comenzó a moverse.

—Llevo observando dos horas —dijo un hombre al lado de Liv—. Ninguno de ellos logra escapar. Un tipo consiguió recorrer treinta pasos antes de que la araña lo destripara. Otros dos intentaron hacerle frente juntos. Siempre acaba igual. Lo sé, pero no puedo dejar de mirar.

¿Siempre acaba igual? Liv observó de nuevo al primer hombre y se fijó en la posición de la espada debajo de él. La imagen era la misma de antes… exactamente la misma. La sangre encharcada bajo su cabeza cortada se había desdibujado hasta desaparecer. Esto no era un asesinato, sino un espectáculo de títeres. Lo cual, en realidad, no le restaba espectacularidad.

—¿Qué haces? —preguntó alguien detrás de Liv.

Ni siquiera se había percatado de que había empezado a caminar, pero no se detuvo. Cuanto más se acercaba, más evidente era que sus sospechas eran correctas. Siguió andando mientras, cómo no, el segundo hombre se liberaba y escapaba corriendo. Pero la araña dejó de perseguirlo, se detuvo y se giró. La multitud contuvo el aliento a espaldas de Liv. La araña desanduvo la distancia a gran velocidad, cargando directamente contra Liv.

Liv se quedó petrificada, con el corazón en un puño. La araña se detuvo, justo delante de ella, chasqueando las fauces inmensas, levantadas en su dirección las patas traseras. Paralizada de miedo, Liv vio que las fauces cascabeleaban a menos de diez pasos de distancia. Clack-clack…

¿Sin hacer ruido?

Liv exhaló un aliento que no sabía que estuviera conteniendo. Entrecerró los ojos y vio que el suelo a su alrededor estaba sembrado de disparadores supervioletas. Brillante. Dio un paso a la izquierda, y la araña no se movió hasta que entró en la zona siguiente. Se plantó a su lado en un abrir y cerrar de ojos. Ahora que estaba tan cerca, Liv podía ver que la caverna tras la araña ofrecía un aspecto extraño. No era de ninguna manera tan profunda como aparentaba a cincuenta pasos de distancia. Era como un cuadro en el que la luz y la sombra se combinaban para crear la ilusión de que había una cueva entera donde no existía ninguna. La araña misma estaba hecha por completo de colores primarios estables, superpuestas sus capas para que no resultara tan obvio que se trataba de una creación de luxina.

Cuando Liv dejó atrás los disparadores, la araña salió corriendo tras el hombre que había «escapado», aunque de alguna manera no había sabido aprovechar los últimos treinta segundos para culminar con éxito su huida. La araña lo destripó, tal y como había dicho el hombre.

Liv tocó la luxina de la muralla e inmediatamente se olvidó de la ingeniosa pantomima de la araña. La luxina amarilla era impecable. Perfecta.

Olvidando dónde estaba, trazó directamente a partir del fulgor amarillo del muro. Trazar a partir de la luxina amarilla se había considerado en su día la fuente perfecta de luz (al menos para los amarillos), pero nunca se había extendido. Algo se perdía siempre, y siempre resultaba ineficaz. Pero con una muralla entera, de leguas de longitud, la ineficacia no tenía importancia. Liv creó una pequeña antorcha de luxina sólida en su mano para ver mejor la muralla cuando la iluminaba una segunda fuente de luz. A veces los trazadores ocultaban cosas en sus construcciones que…

—¡Oye! ¡Señorita! ¿Qué haces ahí fuera? Se supone que todos los trazadores tendrían que estar ya dentro de las murallas.

Sobresaltada, Liv vio a un soldado de cabellos entrecanos que se encaminaba hacia ella, vestido con el uniforme de sargento de Tyrea, un manojo de bonitas pistolas de pedernal en el cinturón y la vaina de la espada vacía. Tenía el rostro tiznado de pólvora o humo, y las manos envueltas en vendajes holgados. Echó un vistazo a los antebrazos de Liv mientras se aproximaba.

—Yo, esto… —Liv intentó desesperadamente recordar la mentira que había preparado en caso de que alguien se interesara por la ausencia de avambrazos de colores.

—Estás deslumbrada por la Muralla de Agua Brillante. Ya lo sé, les pasa lo mismo a todos los trazadores. ¿Dónde tienes los brazos?

¿Los brazos? Liv supuso que se refería a los avambrazos de colores que lucían los demás trazadores.

—Pues, ejem, anoche me invitaron a la fiesta de los señores de los colores y me temo que me pasé con la bebida. Me quedé dormida detrás de un arbusto, y mi unidad o no me encontró, o pensó que sería divertido dejarme allí prácticamente, ejem…

—¿Desnuda?

Liv se ruborizó, más que nada por lo flagrante de su mentira.

—Es una suerte que todavía conserve las gafas —dijo, mostrándole las lentes amarillas que llevaba guardadas en el bolsillo.

—Probablemente yo también bebería demasiado si me invitaran a esa clase de fiestas. Ponte las gafas y dirígete a la puerta. Te dejarán pasar. Luego ve a hablar con el contramaestre Zid. Es un hijo de perro redomado y te hará la vida imposible, pero… Bah, qué diablos. Acompáñame, te enseñaré el camino. Ese soy yo, sargento primero Galan Delelo, rendido a los pies de una boquita de fresa y una mirada de cierva asustada.

—¡Eh! —protestó Liv.

—Era broma, era broma —dijo Galan—. En realidad me recuerdas a mi hija. Si tiene algún defecto, lo habrá heredado de su padre. En marcha. —Se dio la vuelta—. Y vosotros, condenados imbéciles, que no es real. Se trata de un simple espejismo. Ya podéis dejar de ensuciaros los pantalones. —Dio una palmada en la pared para subrayar sus palabras. El sonido provocó que la mitad de los curiosos se tiraran al suelo.

Sin dejar de refunfuñar, Galan la condujo hasta la puerta. Los soldados seguían desfilando por ella. Habían dejado dos estrechos carriles a un lado para que pasaran los mensajeros, los nobles y los trazadores. Los guardias apostados allí conocían al sargento primero y le franquearon la entrada de inmediato.

Una vez al otro lado de la muralla, Galan zigzagueó rápidamente entre las tiendas, con paso decidido, y se dirigió a la cabeza de una columna de soldados de menor graduación para hablar con el contramaestre.

—Necesito trapos amarillos para esta chiquilla —anunció Galan a la espalda del contramaestre, un gigantón encorvado que estaba entregándole media docena de espadas a un soldado bisoño.

El contramaestre Zid se giró.

—No me suena su cara. No pertenece a las unidades que abastezco. Olvídalo.

—¿Te vas a poner terco conmigo? ¿Esta noche? Mastuerzo senil, ¿quieres que te estampe la suela en el culo?

—¿Mastuerzo? ¿Qué esperas presentándote aquí sin avisar, como una aparición? ¿Rosas y vino? Debería aplastarte esa narizota tan fea que tienes —repuso el jorobado.

Galan soltó una carcajada, acariciándose una nariz que a todas luces se había roto en más de una ocasión.

—Me suena que ya lo has intentado una o dos veces.

El contramaestre sonrió, y el terror de Liv se esfumó cuando comprendió que los dos eran buenos amigos.

—Sé que te alegra verme con vida —dijo Galan—. Así que hazme un favor y dale sus trapos a esta chica.

—¿Amarilla? —preguntó Zid. Soltó las espadas encima del mostrador, desoyendo las protestas del joven soldado que intentó agarrarlas todas a la vez, sin éxito, y a punto estuvo de ensartarse intentando, también sin éxito, impedir que se cayeran del mostrador.

—Sí —dijo Liv.

El contramaestre cogió una lista.

—¿Nombre?

—Liv.

El jorobado miró la hoja por encima.

—Aquí no hay ninguna Liv, lo siento. No hay ninguna trazadora amarilla que responda al nombre de Liv en todo el ejército.

Liv sintió que se le secaba la boca.

—Tú y tú —dijo Zid, apuntando a unos soldados que esperaban en la cola con gesto de irritación—. Detened a esta mujer. Habrá que informar de la presencia de una impostora…

—Venga ya, Zid, por el amor de Orholam. Pero ¿quién te crees que es, una espía? ¡Si no debe de tener ni dieciséis años! ¿Qué clase de condenado idiota enviaría un bebé para espiarnos?

Al escuchar la palabra «espía», las rodillas de Liv se convirtieron en gelatina.

—Tal vez un idiota de lo más listo, pensando que no sospecharíamos de ella por ese mismo motivo —dijo Zid, rezumando suspicacia por todos los poros—. Cuentan que Gavin Guile ya tuvo esa idea. Cuentan que en la tienda de los cirujanos hay un crío que es su mismísimo bastardo. ¿Que quién enviaría un bebé? Esos hijos de perra retorcidos, te lo aseguro. —Inclinó la cabeza vagamente en dirección a Garriston.

—Tengo diecisiete años —fue lo único que se le ocurrió replicar a Liv. ¿Cómo? ¿Que Kip estaba en la tienda de los cirujanos? ¿Estaba enfermo? ¿Herido? Se sentía demasiado abrumada y asustada como para alegrarse de acabar de obtener su primera pista sobre el paradero de Kip.

—Venga, Zid, cuando empieza la batalla esas listas no valen ni para limpiarse el culo, lo sabes perfectamente. Como si no hubieras hecho esto nun…

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