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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (16 page)

BOOK: El prisma negro
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—Supongamos por un momento que, por casualidad, llegaras a matarme sin morir a tu vez. Sé lo que haces aquí: saquear una ciudad para crear un ejército. Fundar tu propia Cromería. La cuestión es: ¿crees que estás listo, ahora mismo, para ir a la guerra? Porque si regreso ahora, armado únicamente con palabras, es posible que el Espectro no me crea. Pero si me matas, ese será el testimonio más elocuente que nadie podría formular. ¿Y crees realmente que tu versión de lo ocurrido es la única que circulará por ahí? Eres un monarca muy joven, ¿verdad? Y hete aquí, hablando de espías hace tan solo unos instantes.

El silencio se extendió entre ellos como unas manos heladas. Por lo que a duelos de retórica se refería, Gavin había ganado con más contundencia que nunca.

—El muchacho es súbdito mío y un ladrón. Se queda. —El cuerpo entero de Garadul temblaba de furia. No estaba poniendo a prueba el farol de Gavin. Se negaba a perder, eso era todo.

Pero Gavin no estaba tirándose ningún farol. En nueve de cada diez casos, supongo que podría matar hasta al último de estos soldados y trazadores, en función del talento de estos últimos. Y seguro que lograría escapar sin nada más que las cejas chamuscadas. Proteger al muchacho durante semejante batalla era harina de otro costal. ¿Qué era preferible, castigar al culpable o que sobreviviera el inocente?

Y no todas las Siete Satrapías estarían tan predispuestas a perdonar como él sugería.

—No es ningún ladrón —dijo, intentando desviar la conversación de la bifurcación del «yo gano, tú pierdes»—. No posee nada más que la ropa que lleva puesta. Hiciera lo que hiciese su madre, él no tiene nada que ver con ello.

—Nada más fácil de comprobar, ¿no es así? —repuso Rask—. Registradlo.

A juzgar por su expresión, parecía que Kip sí que era un ladrón. Increíble. ¿Dónde escondía lo que fuese que había robado? ¿Entre las lorzas?

—¡No! ¡Es lo último que me dio! —Gavin reconoció de inmediato la ferocidad que impregnaba la voz del muchacho, antes incluso de que los iris de Kip se inundaran de jade. El chiquillo se disponía a atacar al rey Garadul, a sus Hombres Espejo y a sus trazadores. Muy valiente, pero aún más estúpido.

Los trazadores del rey Garadul también se habían dado cuenta.

Gavin levantó la mano izquierda en un arco fugaz para formar un muro de luxina roja, verde, amarilla y azul entrelazada entre Kip y los hombres del rey Garadul. Con la mano derecha trazó una cachiporra azul y golpeó a Kip en la nuca. El muchacho se desplomó. Únicamente Karris, pensó Gavin, podría haber sido más rápida.

Una bola de fuego de luxina roja de uno de los trazadores de Garadul se estrelló contra la pared y siseó al hundirse en el escudo de Gavin, apagada al instante.

Todos los demás estaban petrificados. Gavin soltó el escudo. Unos cuantos Hombres Espejo contemplaban de nuevo los cadáveres de sus camaradas, pensando tal vez que sus muertes no se debían a ningún golpe de suerte. Solo Rask Garadul parecía impertérrito. Desmontó, se acercó al muchacho inconsciente y lo cacheó sin miramientos.

Rask Garadul sacó un fino estuche de palisandro que estaba encajado en el cinturón de Kip. Lo abrió una rendija, dirigió una sonrisita de satisfacción a Gavin y se guardó la caja en el cinto. Regresó junto a su caballo y volvió a montar.

—Un ladrón y asesino en potencia. Gracias por la ayuda prestada para frustrar el atentado, noble Prisma. —El rey Garadul apuntó a Kip con el dedo y dijo a sus hombres—: Creo que ese árbol será capaz de soportar el peso. ¿Te quedarás para asistir a la ejecución, Gavin?

De modo que es así como acaba. Este es el precio de mis pecados.

—No se ha producido ningún atentado contra vuestra vida, rey Garadul. Ambos lo sabemos. El muchacho ni siquiera ha llegado a trazar. Me he limitado a disciplinarlo como alumno de la Cromería por considerar el trazo sin permiso. Tenéis la caja y ya habéis ejecutado a la supuesta ladrona, su madre. Un castigo riguroso, sin duda, pero esta es vuestra satrapía… vuestro «reino», quiero decir. Es evidente que él no sabía nada, tan solo que su madre le había hecho un regalo. Cualquier autoridad que tengáis sobre él palidece en comparación con la mía.

—Es mi súbdito, y por consiguiente me pertenece y puedo hacer con él lo que me plazca.

A Gavin solo le quedaba una carta.

—Antes me preguntasteis por qué había venido a esta letrina maloliente que llamáis reino —dijo—. Kip es el motivo. Mi autoridad sobre él es mayor que la vuestra. Es mi bastardo.

Los ojos de Rask Garadul se tornaron inexpresivos, y Gavin supo que había ganado. Nadie proclamaría públicamente semejante deshonra si no fuera verdad. Los mismos ojos le dijeron también, antes incluso de que el hombre abriera la boca, que tendría que matar a Rask Garadul. Pero no hoy.

—Tu tiempo se ha agotado —declaró Rask Garadul—. El tuyo y el de la Cromería. Estás acabado. La luz no puede ser encadenada. Escucha con atención, Prisma: Recuperaremos lo que nos habéis robado. Los horrores de vuestro reinado tocan a su fin. Y cuando todo termine, yo estaré allí para verlo. Lo juro.

18

Karris condujo la batea corriente abajo hasta doblar un recodo y perderse de vista. No creía que los soldados se hubieran percatado de su marcha, de modo que dejó la embarcación en la orilla opuesta del río y buscó una colina desde la que poder ver a Gavin. Ascendió por la ladera agazapada. Entre ellos mediaban varios árboles, arbustos y hierba alta. Ideal. Algo menos ideal era la distancia. Ciento veinte pasos. Su puntería era excelente, pero el arco que llevaba consigo era un simple recurvado, no largo. Práctico y portátil, muy exacto hasta los setenta pasos. Ciento veinte era otro cantar. Desempolvó el ábaco mental. Debería contemplar un margen de error de cuatro pies, y podía disparar en rápida sucesión. Si el sátrapa Garadul se quedaba quieto, podría disparar cuatro flechas en cuestión de segundos, corrigiendo sus errores sobre la marcha. Era aceptable. Mejor, cuando menos, que el resto de sus opciones. Se retiró de lo alto de la colina y armó el arco, comprobó las remeras y las puntas de las flechas, y se arrastró de nuevo hasta la posición elegida, furtiva y letal.

Karris se tranquilizó al ver que Gavin y el sátrapa conversaban durante varios minutos. Hablando, Gavin era capaz de engatusar a cualquiera, salvo posiblemente a la Blanca. Aunque Gavin se erguía rodeado de las montañas de cadáveres de los hombres de Rask Garadul, lo más probable era que a estas alturas fuese el sátrapa quien estuviera buscando la manera de compensar a Gavin por las molestias que hubiera podido ocasionarle.

Cerciorándose de que aún podía ver a Gavin y de que sus armas estaban a mano, Karris abrió el petate. La Blanca le había dicho que no leyera sus órdenes antes de partir con rumbo a Tyrea, de modo que Karris las había dejado en el fondo de la mochila, bajo una muda de ropa limpia, anteojos de repuesto, utensilios de cocina, un puñado de bengalas y granadas; gracias a Orholam que estas no habían explotado cuando se cayó durante la reyerta, pero valía la pena correr el riesgo por ellas. Extrajo la nota doblada. Como ocurría siempre cuando se trataba de órdenes confidenciales, estaban escritas en el papel más fino posible, cubierto de inscripciones el exterior para que la hoja no delatara su contenido con tan solo ponerla al trasluz. El sello contenía un sencillo detonante sortílego: quien se limitara a romperlo provocaría la unión de dos contactos de luxina, y se produciría un fogonazo, pequeño pero instantáneo. Eso no significaba que fuera a prueba de tontos, por supuesto; cualquier trazador meticuloso podría desmontarlo, y cualquiera, trazador o no, podría limitarse a recortar el sello, pero a veces las precauciones más sencillas daban resultado allí donde fracasaban los planes más concienzudos.

Karris echó un vistazo a Gavin. Seguía hablando. Bien.

Tras trazar un poco de verde de la hierba en la que estaba sentada, desarmó la trampa del sello. Gavin le había pedido que no creyera lo que decía la nota, redactada por la Blanca en persona. Pero ¿quién era más probable que la engañara? Gavin, diez veces de cada diez. La idea le revolvió el estómago. No, estaba adelantando acontecimientos. Pensó en guardar la nota; podía ocuparse de eso más tarde.

Pero sus órdenes guardaban relación con Tyrea, tal vez incluso con el sátrapa Garadul, al cual tenía ahora a la vista. Quizá las órdenes fuesen que lo matara, o asegurarse de que nadie lo hiciera. Debía averiguarlo ahora mismo.

Abrió la nota. La letra de la Blanca era un poco temblorosa, pero aún expresiva y elegante. Karris tradujo automáticamente el sencillo código: «Por mucho que el púrpura sea el nuevo color, a todos nos sería grato conocer las nuevas tendencias». Infiltrarse e investigar qué se proponía Garadul. Las Siete Satrapías y la Cromería recelaban de las intenciones del nuevo sátrapa.

La última S incluía una filigrana para comunicarle que el código oficial había concluido, pero la nota continuaba: «También tengo noticias de un muchacho de quince años que vive en la ciudad de Rekton. Su madre asegura que es de G. Si se presenta la ocasión, averigua lo que puedas. Me encantaría conocerlos». Gavin tenía un bastardo en Rekton. Llevar a la madre y al hijo a la Cromería.

Karris miró a Gavin a tiempo de ver cómo trazaba una cachiporra y la estrellaba en la nuca del muchacho. Podría haber sido gracioso o alarmante, si no fuera porque Karris se sentía como si también ella acabara de recibir un mazazo. Observó, estupefacta, que Gavin erigía una muralla de luxina, repelía un ataque y continuaba hablando sin perder la compostura.

Estaba tan asombrada que no cargó el arco, ni llegó a levantarlo siquiera. Estaban en Rekton. El muchacho sabía trazar. Era demasiada casualidad. Había sido ella la que insistió para que Gavin desviara el ingenio volador hacia aquí. La sobrevino un escalofrío. Su presencia en ese lugar obedecía ni más ni menos que a la intervención de Orholam. Karris estaba segura de que la deidad no sentía el menor interés por ella. Era demasiado insignificante. Así pues, ¿qué era esto? ¿Una prueba para Gavin?

Quince años de edad. Hijo de perra. Ese chiquillo había sido concebido cuando Gavin y ella estaban prometidos.

Gavin cogió al muchacho en volandas, con esfuerzo (el joven era alto y rollizo), y se lo cargó al hombro. A continuación encaminó sus pasos hacia el río, con aire de absoluta despreocupación. Realmente pensaba alejarse del sátrapa sin más, dejando a treinta de sus guardaespaldas muertos tras él. Gavin era tan audaz, imparable e inconmovible como de costumbre. Era como si las reglas que gobernaban al común de los mortales no surtieran el menor efecto sobre él.

Jamás lo habían hecho.

Por un peligroso momento Karris volvió a tener dieciséis años, despojada de todo cuanto conocía hasta entonces, de todas las personas a las que había amado. Había llorado aquel día, había llorado hasta comprender que nadie iba a acudir a consolarla. Había trazado rojo para solazarse en su calor y su furia. Había trazado tanto rojo que había estado a punto de costarle la vida. Hoy, ni siquiera necesitaba trazar. La furia se apoderó de ella en un abrir y cerrar de ojos. «No creas lo que digan tus órdenes», le había recomendado Gavin. Claro que sí. Embustero. Malnacido.

Por eso le había pedido la Blanca que no abriera sus órdenes de inmediato. Quería que los ánimos de Karris se aplacaran antes de enfrentarse a Gavin. Que no causara problemas.

Qué bonito, comprobar que las dos personas más importantes de su vida estaban manipulándola.

Gavin trazó una trainera en el río y depositó al muchacho en su interior. Embarcó sin prisa, dejando que lo arrastrara la corriente, sin mirar por encima del hombro ni tan siquiera una vez. Así pues, debía de haber estado cerca. Estaba tratando al sátrapa Garadul como si este fuera un perro al que podría provocar con el mero contacto visual. En fin, Karris sabía perfectamente lo que era ser tratada como un perro, ¿verdad?

Antes de darse cuenta se había puesto en pie y se dirigía hacia el río con largas zancadas. Misteriosamente, los anteojos habían encontrado solos el camino hasta su nariz. Si el sátrapa Garadul no estuviera a tan solo doscientos pasos de distancia, Karris pensó que habría arrojado una bola de fuego contra la cabeza de Gavin, que en esos momentos dobló un recodo del río y reparó en su expresión.

Palideció. Y, por una vez, no dijo nada.

Karris se quedó temblando en la ribera mientras la pequeña embarcación continuaba acercándose.

A Gavin no le hizo falta preguntar si había leído las órdenes; la respuesta era evidente.

—Monta —dijo—. Si aún tienes esa capa negra, tápate con ella. Será mejor que no te vean la cara.

—Vete al infierno. A partir de aquí viajaré sola —repuso Karris.

Gavin extendió una mano y, con un proyectil de luxina verde, practicó un boquete del tamaño de un puño en la batea de Karris.

—¡Que montes! —le ordenó—. El rey Garadul llegará de un momento a otro.

—¿«Rey»? —Karris trazó luxina verde para reparar los desperfectos. Su actitud era pueril e ilógica, y maldijo a Gavin por conseguir que fuese ella quien pareciera poco razonable. Lo odiaba. Lo aborrecía con una pasión que eclipsaba todo lo demás. Que vinieran los jinetes a por ella si se atrevían.

—Ha renunciado a la Cromería, al Prisma, a las Siete Satrapías y al mismísimo Orholam. Se ha coronado rey. —Gavin hizo un gesto en dirección a la batea. Cientos de diminutos misiles salieron disparados de su mano, se clavaron en la madera a lo largo y ancho de la embarcación y estallaron al unísono. Los bañó una lluvia de astillas y serrín—. Dame una bofetada y acabemos de una vez, pero sube el trasero a la barca.

Tenía razón. Karris montó en la trainera. Este no era el momento. Revolvió el petate en busca de su capa y se la echó por encima, poniéndose la capucha a pesar del calor. El muchacho seguía sin recuperar el sentido. Gavin no esperó más; en cuanto Karris hubo embarcado, trazó los remos y los escálamos. Se adentraron en el agua, y la trainera aceleró casi de inmediato. Al mirar atrás, a Karris no le sorprendió ver que una docena de jinetes coronaban una colina, en pos de ellos.

Pero la persecución estaba abocada al fracaso. El terreno que flanqueaba el río era abrupto y la trainera de Gavin era veloz. Gavin y Karris navegaron en silencio, incluso cuando se adentraron en un largo tramo de aguas embravecidas. Karris ayudó a ensanchar la plataforma con luxina roja, flexible, y verde, más rígida, confiriéndole una quilla más elevada. Gavin trazó luxina naranja viscosa en el fondo para deslizarse sobre las rocas que se interponían en su camino.

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