Read El prisma negro Online

Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (14 page)

BOOK: El prisma negro
10.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Cuando te avise, sal corriendo —le dijo Kip a Sanson.

Con el rabillo del ojo percibió un resplandor sobre los árboles a su izquierda, a varios cientos de pasos, pero cuando miró no vio nada. Sin embargo, los Hombres Espejo habían empezado a cruzar las miradas, como si también ellos hubieran detectado el mismo destello.

—Ahora, Sanson. Corre. —Kip no apartó la mirada del trazador.

Sanson emprendió la huida.

Los Hombres Espejo titubearon hasta que el trazador rojo hizo un gesto, una rápida señal, con eficiencia militar. Dos Hombres Espejo, uno a cada lado de la formación, se separaron y rodearon a Kip, clavando los tacones con fuerza en los ijares de sus caballos. El trazador rojo se adelantó en solitario.

Hasta ese momento, todo lo que había hecho Kip con la magia había sido instintivo. Ahora necesitaba hacer algo a propósito. Lo bañaba la luz. Estaba rodeado de verde. Los dos Hombres Espejo que lo rodeaban no lo perdían de vista, pero su objetivo era Sanson. La furia se apoderó nuevamente de Kip, que sintió cómo la piel bajo sus uñas volvía a desgarrarse mientras la luxina afluía a la palma de su mano, en la que se formó una jabalina. La arrojó contra el Hombre Espejo que estaba más cerca de Sanson, pero el lanzamiento fue patético. El arma voló unos quince pasos, menos de la mitad de la distancia necesaria.

El trazador rojo se rió. Kip hizo caso omiso de sus burlas.

Kip había visto cómo el otro trazador rojo y su aprendiz, Zymun, lanzaban bolas de fuego sin tomar impulso. Habían sido empujados hacia atrás por proyectar algo con tanta fuerza, pero no lo habían arrojado solo físicamente. Kip se imaginó que la magia emanaba de él como había hecho la de los rojos. El aire frente a él se condensó, chisporroteó, verdes relucientes, desde la espuma marina a la menta y las hojas imperecederas, adoptando el perfil de una punta de lanza.

Con una explosión de energía, salió disparada. Kip sintió como si acabara de disparar un mosquete sobrecargado. Se cayó al suelo. Peor aún, erró el tiro. La lanza verde cortó el aire detrás del Hombre Espejo que se alejaba al galope. Se estrelló contra una de las pocas paredes que quedaban en pie en uno de los hogares incendiados. La pared se derrumbó entre remolinos de cenizas.

Kip volvió a ponerse en pie, tambaleante, pero mientras el aire empezaba a chisporrotear verde ante él, detectó algo rojo con el rabillo del ojo. Se giró hacia el trazador rojo, demasiado tarde. Algo abrasador le traspasó las manos, dispersando la luxina verde que había logrado reunir, quemándole la piel.

El trazador rojo había desmontado y avanzaba ahora hacia él, caminando plácidamente, con las manos envueltas de nuevo en espirales rojas. Kip levantó las manos, igual que había hecho cientos de veces cuando Ram amenazaba con golpearlo. En esta ocasión se formó un escudo verde, traslúcido, que lo cubrió de la cabeza a los pies, apoyado su peso en el suelo.

El trazador rojo apuntó con un dedo hacia delante. Una chispa salió disparada, dejando una larga estela roja. Se adhirió al escudo de Kip, llameando con delicadeza, extendida su cola hasta el trazador. Kip sucumbió al pánico y, cargando con el escudo tan solo porque estaba pegado a sus brazos, fintó a un lado. Un proyectil rojo mucho más grande brotó con un rugido del trazador rojo. Siguió la cola hasta la chispa, curvándose en pleno vuelo a lo largo de esa línea.

Kip fue levantado del suelo y voló una docena de pies hacia atrás. Sintió que el escudo verde se resquebrajaba con un crujido, como el que podrían haber emitido sus propios huesos al romperse.

Se levantó del suelo a tiempo de ver cómo uno de los Hombres Espejo que perseguía a Sanson levantaba su largo sable curvado y proyectaba un tajo sin aflojar el paso. Kip no podía ver a Sanson, pero los Hombres Espejo tiraron de las riendas; el segundo jinete dio la vuelta a su lanza y la empujó hacia abajo con fuerza, una vez, dos, con movimientos fríos y profesionales.

Ambos Hombres Espejo adoptaron la pose relajada de quien ha completado su tarea, y Kip supo que Sanson había muerto.

Se dio la vuelta. El trazador rojo se erguía sobre él. Kip experimentó una ligera sorpresa al ver el aspecto tan anodino que ofrecía el hombre. El rostro alargado, los ojos oscuros, el cabello cortado de cualquier manera, los dientes torcidos revelados por su mueca. Se disponía a matar a Kip, pero sin ninguna pasión. Tan solo era un hombre que cumplía órdenes.

Antes de que Kip pudiera reunir la magia una vez más, el trazador le apresó los brazos en una sustancia roja, pegajosa y espesa. Kip no podía moverse.

El trazador elevó los anteojos hacia el sol una vez más mientras la magia le recorría los brazos como espirales de humo, cargándolo de energía para asestar el golpe de gracia. Un denso punto índigo apareció en su oreja, y después en su frente cuando movió la cabeza, como si alguien con una lámpara que emitiera un solitario haz de luz desde algún rincón del bosque estuviese apuntando el rayo hacia…

Sonó un rugido, tan solo durante una fracción de segundo, como si Kip volviera a encontrarse al pie de la cascada. Algo inmenso y amarillo impactó contra el trazador rojo con tanta fuerza y velocidad que fue como si el hombre se desintegrara. Su cuerpo fue lanzado por los aires, partido por la mitad a causa de la violencia de la colisión. La luxina roja que apresaba a Kip quedó reducida a un montón de polvo.

Kip se incorporó y contempló horrorizado los restos del hombre. El rojo del atuendo del trazador se mezclaba ahora con su sangre, entretejidas la magia y la violencia. Pero de su torso tan solo quedaba un montón de pulpa. Kip desvió la mirada hacia el bosque.

Con el muchacho a salvo por el momento, Gavin corrió hacia los Hombres Espejo. Karris había descendido por la ladera con la intención de salvar al joven que huía en dirección al río, pero había llegado demasiado tarde. Los Hombres Espejo formaron con asombrosa disciplina y velocidad. Ninguno de estos hombres se había tomado la molestia de colocar la barda a su montura. La armadura era pesada y aparatosa, los caballos que cargaban con ella se cansaban antes; era evidente que los Hombres Espejo no esperaban encontrar oposición, y menos la de unos trazadores. Eso significaba que los caballos eran los blancos más vulnerables. Pero a Gavin no le gustaba matar brutos inocentes. ¿Sus dueños? Eso era otro cantar.

Con la mano, dibujó un arco en el aire. El aire crepitó como una sucesión de piedras en una fogata. Salió disparada una docena de esferas azules, cada una de ellas del tamaño de su puño. La armadura especular reflejaba la luz como un espejo, repeliendo y disolviendo en parte aquella luxina que chocaba con ella. Eso constituía un serio inconveniente para el trazador que intentara abatir a un jinete con una espada de luxina, pero solo garantizaba protección, no invulnerabilidad. Los resquebrajadizos orbes de luxina se estrellaron contra la armadura especular y se rompieron, derramando una llameante viscosidad roja que bañó a los Hombres Espejo, cayendo por sus torsos e introduciéndose por los resquicios de sus gorjales y musleras.

La carga se disolvió en medio de las llamas, los alaridos y el siseo de la piel abrasada. Gavin trazó un nuevo arco con la otra mano y disparó otra docena de esferas. Los hombres se tiraban de sus sillas al suelo para rodar por él en un intento por sofocar las llamas. Otros arañaban sus yelmos incandescentes, cociéndose dentro de ellos. Aún había quienes se empeñaban en continuar el asalto, media docena de hombres bajaron sus lanzas… hasta que los alcanzó la segunda tanda de esferas.

Más de una docena de caballos prosiguieron con la carga, no obstante. Aun sin la guía de sus jinetes, estos corceles estaban criados para el combate, y galopaban hacia Gavin.

Gavin se rodeó de cuñas verdes, como una ostra, y se preparó para resistir el impacto. Los caballos lo zarandearon con fuerza al pasar junto a él, pero logró mantenerse en pie.

Ya solo quedaban tres Hombres Espejo ilesos, y los tres se habían apresurado a interrumpir la carga a los extremos de la línea. Estaban tirando de las riendas, desesperados, mostrando las grupas dispuestos a huir. Cobardes, tal vez. Pero sensatos. Gavin extendió los dedos por turnos hacia cada uno de ellos. La luxina supervioleta era rápida, ligera e invisible para la mayoría. Como arañas, los puntos se adhirieron a los hombres y se deslizaron hasta la junta de la nuca de sus armaduras.

Un instante después, tres misiles puntiagudos de luxina amarilla volaron por las telarañas supervioletas tendidas desde esas arañas hasta Gavin. Con un chasquido seco, traspasaron las cotas de malla hasta alcanzar las columnas vertebrales de los tres jinetes, que se desplomaron sobre la marcha de los caballos al galope.

Con todos los jinetes muertos o moribundos a su alrededor, Gavin miró ladera abajo para ver cómo le iba a Karris contra los dos últimos Hombres Espejo. Uno había caído ya, y a Gavin le sorprendió ver que el otro seguía estando con vida; circunstancia que a buen seguro no tardaría en cambiar.

Hacía cuatrocientos años, cuando se fundó, la Guardia Negra era una compañía ilytiana, elegida tanto por su orgullosa relación con Lucidonius como por sus dotes marciales. Pero cuando Ilyta perdió influencia en el Espectro, la Guardia Negra se vio obligada a renunciar a seleccionar a sus miembros en función de la aptitud demostrada y pasar a justificar su estatus de élite según baremos más pragmáticos: cuando un trazador practicaba su magia, su piel se impregnaba del color que estaba a punto de emplear. En combate, eso suponía que su tez clara volvía predecibles a los trazadores atashianos o bosquesangrientos. Los parianos, de piel más morena, se habían dado por satisfechos con ese pretexto. Desde entonces la Guardia Negra se había compuesto en su mayoría de parianos e ilytianos, con los primeros convirtiéndose gradualmente en mayoría conforme aumentaba su influencia política.

Pero al basar su estatus privilegiado en la excelencia marcial, la Guardia Negra se había visto obligada a aceptar más de una docena de trazadores guerreros de élite procedentes de regiones ajenas a Paria e Ilyta en el transcurso de los dos últimos siglos.

Karris se había unido a ellos porque era imposible decirle que no. Se había enfrentado a todos los miembros de la Guardia Negra y los había derrotado a todos menos a cuatro. Era la trazadora más rápida que Gavin hubiera visto en su vida, sin discusión, y tras su paso por la escuela de adiestramiento de la Guardia Negra, una de las más peligrosas. Pero eso no significaba nada para ella. Al ritmo que se imprimía, Gavin pensaba que tendría suerte si duraba otros diez años. O cinco, siquiera. Era como si le estuviese echando una carrera hasta las puertas de la muerte. Pero no sería hoy cuando sucumbiera.

El otro jinete cargó contra ella con la espada desenvainada. Karris mantuvo la posición hasta el último momento, cuando se movió para colocarse justo enfrente del caballo. El soldado, que esperaba que saltara al otro lado, se sorprendió tanto que no consiguió desviarse a tiempo. Karris se tiró al suelo cuando el animal amenazaba ya con arrollarla. Con ayuda de unas extensiones flexibles de luxina verde y roja que brotaron de sus manos, entrecruzándose, agarró la cincha cuando el caballo pasó por encima de ella.

El animal siguió su camino y, por un momento, Gavin pensó que había aplastado a Karris. Entonces la vio elevarse por los aires. La luxina se descruzó y la lanzó hacia el caballo que se alejaba al galope. Karris se estrelló contra la espalda del jinete y estuvo a punto de resbalar de la silla, pero se encaramó y logró asentarse detrás del hombre.

El jinete agitó los brazos, despavorido, sin saber qué acababa de ocurrir ni qué lo había golpeado por detrás. Karris desenfundó el cuchillo mientras le agarraba la cabeza con la otra mano. Le abrió el visor de golpe y enterró el cuchillo con fuerza en su cara. El hombre sufrió un violento espasmo y se desplomó, arrastrándola en la caída.

Karris intentó empujar al jinete hacia abajo para aterrizar encima de él, pero el pie del hombre se resistía a abandonar el estribo. En vez de amortiguar el impacto, lo único que consiguió fue salir disparada de espaldas cuando el cuerpo del jinete desapareció inesperadamente debajo de ella; golpeó el suelo y avanzó rodando hasta detenerse. La suerte quiso que aterrizara en la hierba, al menos.

Gavin miró al muchacho cuyo rescate había costado la vida de treinta de los guardaespaldas de élite del sátrapa Garadul. Debía de contar unos quince años, era rechoncho y de aspecto torpe, y lo que acababa de presenciar le había dejado los ojos abiertos de par en par. El muchacho giró sobre los talones y empezó a correr hacia el río. Al principio Gavin pensó que huía despavorido, pero luego comprendió que el joven tan solo quería ver cómo estaba su amigo; el que Gavin y Karris quisieron salvar, demasiado tarde.

—¿Qué significa esto? —exclamó un hombre.

Gavin se dio la vuelta y se maldijo para sus adentros. Estaba tan preocupado por el muchacho, por Karris y por lo que ocurría en dirección al río que no había prestado atención a la carretera. El clamor de los rápidos y la cascada había amortiguado el sonido de los cascos, pero seguía sin tener excusa. El hombre que había hecho la pregunta exhibía una barbilla debilucha que parecía pedir a gritos que alguien le estampara un puñetazo; igual que hacía dieciséis años, cuando Gavin lo viera por última vez. Todo su cuerpo temblaba de indignación mientras contemplaba la carnicería que era cuanto quedaba de treinta de sus supuestamente invencibles Hombres Espejo.

Pero la expresión del sátrapa Garadul se alteró en cuanto reparó en Gavin. Tiró de las riendas mientras media docena de sus trazadores y una veintena de Hombres Espejo lo rodeaban.

—¿Gavin Guile?

17

La Blanca iba a matarlo.

Y Gavin se lo merecía. La presencia del sátrapa Garadul en persona lo cambiaba todo. Si estos hubieran sido meramente soldados del sátrapa Garadul, como Gavin y Karris esperaban, Gavin podría haber matado a los hombres y emprendido la huida. El sátrapa Garadul se pondría furioso y perseguiría a los trazadores responsables, pero no habría tenido la menor idea de a quién perseguía. La explicación podría haber sido tan sencilla como que había un trazador poderoso viviendo en… ¿cómo se llamaba esta insignificante ciudad? Rekton, eso era. Ah, qué ironía.

Ya era demasiado tarde para sacar los anteojos que Gavin guardaba en un bolsillo para casos así. Con las gafas puestas, con lo que había hecho, sería un misterioso policromo cualquiera. Sin ellas, solo podía ser el Prisma.

BOOK: El prisma negro
10.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Finger Lickin' Dead by Adams, Riley
Excesión by Iain M. Banks
The End of the Sentence by Maria Dahvana Headley, Kat Howard
So Cold the River (2010) by Koryta, Michael
Redefined by Jamie Magee