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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (16 page)

BOOK: El hombre unidimensional
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El
Manifiesto Comunista
proporciona un ejemplo clásico. En él, los dos términos claves, burguesía y proletariado, «gobiernan», respectivamente, predicados contrarios. La «burguesía» es el sujeto del progreso técnico, la liberación, la conquista de la naturaleza, la creación del bienestar social, y de la perversión y destrucción de estos logros. Similarmente, el «proletariado» lleva consigo los atributos de la opresión total
y
de la derrota total de la opresión.

Tal relación dialéctica de los opuestos, en y por la proposición, se hace posible mediante el reconocimiento del sujeto como agente histórico cuya identidad se constituye en
y contra
su práctica histórica, en
y contra
su realidad social. El discurso desarrolla y establece el conflicto entre la cosa y su función, y este conflicto encuentra expresión lingüística en frases que unen predicados contradictorios en una unidad lógica: contrapartida conceptual de la realidad objetiva. En contraste con todo el lenguaje orweliano, la contradicción se demuestra, se hace explícita, se explica y se denuncia.

He ilustrado el contraste entre los dos lenguajes refiriéndolos al estilo de la teoría marxiana, pero las cualidades críticas, cognoscitivas, no son características exclusivas del estilo marxiano. Pueden encontrarse también (aunque en modelos diferentes) en el estilo de la gran crítica conservadora y liberal de la sociedad burguesa en desarrollo. Por ejemplo, el lenguaje de Burke y Tocqueville por un lado, de John Stuart Mill por otro, es un lenguaje claramente demostrativo, conceptual, «abierto», que no ha sucumbido todavía a las fórmulas hipnótico-rituales del neoconservadurismo y neo-liberalismo actuales.

Sin embargo, la ritualización autoritaria del discurso es más fuerte cuando afecta al lenguaje dialéctico mismo. Las exigencias de la industrialización competitiva, y la sujeción total del hombre al aparato productivo aparecen en la transformación autoritaria del lenguaje marxiano en el lenguaje stalinista y postestalinista. Estas exigencias, tal como son interpretadas por los dirigentes que controlan el aparato, definen lo que es verdadero y falso, correcto y equivocado. No dejan tiempo ni espacio para una discusión que proyectara alternativas capaces de provocar una ruptura. Este lenguaje ya no se presta en modo alguno al «discurso». Declara, y en virtud del poder del aparato, establece hechos; es una enunciación que se hace válida a sí misma. Sobre este aspecto,
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debe bastar con citar y parafrasear el pasaje en el que Roland Barthes describe sus rasgos mágico autoritarios: «ya no hay ningún lapso entre la denominación y el juicio, y el cierre del lenguaje es perfecto…»
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El lenguaje cerrado no demuestra ni explica: comunica decisiones, fallos, órdenes. Cuando define, la definición se convierte en «separación de lo bueno y lo malo»; establece lo que es correcto y lo equivocado sin permitir dudas, y un valor como justificación de otro. Se mueve por medio de tautologías, pero las tautologías son «frases» terriblemente efectivas. Expresan el juicio de una «forma prejuzgada»; pronuncian condenas. Por ejemplo, el «contenido objetivo», esto es, la definición de términos como «desviacionista», «revisionista», es la de un código penal, y este tipo de validación hace nacer una conciencia para la que el lenguaje de los poderes existentes es el lenguaje de la verdad.
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— Por desgracia, esto no es todo. El crecimiento productivo de la sociedad comunista establecida condena también a la oposición comunista libertaria, el lenguaje que trata de recordar y preservar la verdad original sucumbe a su ritualización. La orientación del discurso (y de la acción) en términos tales como «el proletariado», los «consejos obreros», la «dictadura del aparato stalinista» se convierten en orientación mediante fórmulas rituales donde el «proletariado» ya no existe o todavía no existe, donde el control directo «desde abajo» interferiría con el progreso de la producción en masa, y donde la lucha contra la burocracia debilitaría la eficacia de la única fuerza real que puede ser movilizada contra el capitalismo a escala internacional. En este caso, el pasado se mantiene rígidamente, pero sin la mediación con el presente. Se oponen los conceptos que comprenden una situación histórica sin que vean desarrollados para la situación del momento: su dialéctica es bloqueada.

El lenguaje ritual-autoritario se extiende sobre el mundo contemporáneo, a través de los países democráticos y no democráticos, capitalistas y no capitalistas.
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De acuerdo con Roland Barthes, es el lenguaje «propio a todos los regímenes autoritarios» y, ¿dónde hay actualmente, en la órbita de la civilización industrial avanzada, una sociedad que no esté bajo un régimen autoritario? Conforme la sustancia de los distintos regímenes deja de aparecer en formas de vida alternativas, llega a descansar en las técnicas alternativas de manipulación y control. El lenguaje no sólo refleja estos controles sino que llega a ser en sí mismo un instrumento de control, incluso cuando no transmite órdenes sino información; cuando no exige obediencia sino elección, cuando no pide sumisión sino libertad.

Este lenguaje controla mediante la reducción de las formas lingüísticas y los símbolos de reflexión, abstracción, desarrollo, contradicción, sustituyendo los conceptos por imágenes. Niega o absorbe el vocabulario trascendente; no busca la verdad y la mentira, sino que las establece e impone. Pero esta clase de discurso no es terrorista. Parece injustificado asumir que los receptores crean, o sean llevados a creer, lo que se les dice. El nuevo recurso del lenguaje mágico-ritual consiste más bien en que la gente no lo cree, o no le importa, y, sin embargo, actúa de acuerdo con él. Uno no «cree» la declaración de un concepto operacional, sino que ésta se justifica en la acción: al conseguir que se haga el trabajo, al vender y comprar, al negarse a escuchar a otros, etc.

Si el lenguaje de la política tiende a convertirse en el de la publicidad, cenando por tanto la separación entre dos campos de la sociedad anteriormente diferenciados, esta tendencia parece expresar el grado en el que la dominación y la administración han dejado de ser funciones separadas e independientes en la sociedad tecnológica. Esto no significa que el poder de los políticos profesionales haya disminuido. Al contrario. Cuanto más global sea el conflicto que construyen con objeto de afrontarlo, más normal sea la proximidad de la destrucción total, mayor será su independencia respecto a la soberanía popular efectiva. Su dominación ha sido incorporada a las acciones y el descanso diarios de los ciudadanos, y los «símbolos» de la política son también los de los negocios, el comercio y la diversión.

Las vicisitudes del lenguaje son paralelas a las vicisitudes de la conducta política. En la venta de equipos para diversión en los refugios contra bombas, en el programa de televisión de los candidatos que compiten por el liderazgo nacional, es completa la articulación entre política, negocios y diversión. Pero la articulación es fraudulenta y fatalmente prematura: los negocios y la diversión son todavía la política de dominación. No se trata de la pieza satírica después de la tragedia, no es
finis tragoediae
: la tragedia puede empezar ahora. Y, de nuevo, no será el héroe, sino el pueblo, la víctima ritual.

En busca de la administración total

La comunicación funcional es sólo la capa exterior del universo unidimensional en el que se enseña al hombre a olvidar, a traducir lo negativo en positivo para que pueda seguir ejerciendo su función, disminuido pero adaptado y con un razonable bienestar. Las instituciones de libertad de palabra y libertad de pensamiento no estorban la coordinación mental con la realidad establecida. Lo que está ocurriendo es una total redefinición del pensamiento mismo, de su función y contenido. La coordinación del individuo con su sociedad llega hasta aquellos estratos de la mente donde son elaborados los mismos conceptos que se destinan a aprehender la realidad establecida. Estos conceptos se toman del a tradición intelectual y se traducen a términos operacionales: traducción que tiene el efecto de reducir la tensión entre pensamiento y realidad, debilitando el poder negativo del pensamiento.

Es este un desarrollo filosófico y con el fin de esclarecer el grado de ruptura con la tradición, el análisis tiene que hacerse cada vez más abstracto e ideológico. Es la esfera más alejada de la concreción de la sociedad, la que puede mostrar con mayor claridad el grado de dominio del pensamiento por la sociedad. Más aún, el análisis tendrá que retroceder a la historia de la tradición filosófica y tratar de identificar las tendencias que condujeron a la ruptura.

Sin embargo, antes de entrar en el análisis filosófico y como transición hacia un plano más abstracto y teórico, discutiré brevemente dos ejemplos (representativos desde mi punto de vista) en el campo intermedio de la investigación empírica, que concierne directamente a ciertas condiciones características de la sociedad industrial avanzada. El problema a discutir va contra distinciones académicas tan claras como las de lenguaje o pensamiento, palabras o conceptos, análisis lingüístico o epistemológico. La separación de un análisis puramente lingüístico de otro conceptual, es en sí misma una expresión de la nueva orientación del pensamiento que el capítulo próximo tratará de explicar. En tanto que la siguiente crítica de la investigación empírica se lleva a cabo como preparación para el análisis filosófico subsiguiente, y a la luz de él, puede servir como introducción una declaración preliminar sobre el uso del término «concepto», que guía a la crítica.

«Concepto» se emplea para designar la representación mental de algo que es comprendido, abarcado, conocido como el resultado de un proceso de reflexión. Este algo puede ser un objeto de uso diario, o una situación, una sociedad, una novela. De todos modos, si ellos son aprehendidos (
begriffen
;
auf ihren Bergrif gebracht
), han llegado a ser objetos del pensamiento y, como tales, su contenido y significado son idénticos y, sin embargo, diferentes de los objetos reales de la experiencia inmediata. «Idénticos», en tanto que el concepto denota la misma cosa; «diferentes», en tanto que el concepto es el resultado de una reflexión que ha entendido la cosa en el contexto (y a la luz) de otras cosas que no aparecen en la experiencia inmediata y que «explican» la cosa «mediación).

Si el concepto nunca denota una cosa particular, concreta, si es siempre abstracto y general, lo es porque el concepto abarca algo más y diferente que una cosa particular: alguna condición o relación universal que es esencial a la cosa particular, que determina la forma en la que aparece como objeto concreto de la experiencia. Si el concepto de toda cosa concreta es el producto de una clasificación, organización y abstracción mentales, estos procesos mentales conducen a la comprensión sólo en tanto que reconstituyen la cosa particular en su condición y relación universal, trascendiendo así su apariencia inmediata hacia su realidad.

Por el mismo motivo, todos los conceptos cognoscitivos tienen un
sentido transitivo
: van más allá de la referencia descriptiva hacia los hechos particulares. Y si los hechos son los de la sociedad, los conceptos cognoscitivos también van más allá de cualquier contexto particular de hechos; van hacia los procesos y condiciones sobre los que descansa la sociedad respectiva, que incluyen los datos particulares que hacen, sostienen y destruyen a la sociedad. Gracias a su referencia con esta totalidad histórica, los conceptos cognoscitivos trascienden todo contexto operacional, pero su trascendencia es empírica porque hace reconocibles los hechos como lo que realmente son.

El «exceso» de significado sobre y por encima del concepto operacional ilustra la forma limitada e incluso engañosa en que se admite la experimentación de los hechos. De ahí la tensión, la discrepancia, el conflicto entre el concepto y el hecho inmediato (la cosa concreta), entre el mundo que refiere al concepto y el que refiere a la cosa. De ahí nace la idea de la «realidad de lo universal». De ahí nace también el carácter acomodaticio, acrítico de estas formas de pensamiento que utilizan conceptos como armas mentales y traducen conceptos universales a términos con referentes particulares y objetivos.

Cuando estos conceptos reducidos gobiernan el análisis de la realidad humana, individual o social, mental o material, llegan a una falsa concreción: una concreción separada de las condiciones que constituyen su realidad. Dentro de este contexto, el tratamiento operacional de los conceptos asume una posición política. El individuo y su conducta son analizados en un sentido terapéutico: el ajustamiento a su sociedad. El pensamiento y la expresión, la teoría y la práctica deben ser alineados con los hechos de su existencia sin dejar espacio para la crítica conceptual de estos hechos.

El carácter terapéutico del concepto operacional se muestra con mayor claridad allí donde el pensamiento conceptual es colocado metódicamente al servicio de la exploración y del mejoramiento de las condiciones sociales existentes, dentro del marco de las instituciones sociales existentes; esto es, en la sociología industrial, la investigación de motivaciones, los estudios de mercados y opinión pública.

Si la forma dada de la sociedad es y permanece como el marco de referencia esencial para la teoría y la práctica, no hay nada equivocado en esta clase de sociología y psicología. Es más humano y más productivo tener buenas relaciones de trabajo que malas, tener condiciones de trabajo agradables en vez de desagradables, tener armonía en vez de conflicto entre los deseos de los consumidores y las necesidades de los negocios y la política.

Pero la racionalidad de esta clase de ciencia social aparece bajo una luz diferente si la sociedad dada, aún permaneciendo como marco de referencia, se hace objeto de una teoría crítica que apunta a la misma estructura de esta sociedad, presente en todos los hechos y condiciones particulares y determinando su lugar y su función. Entonces su carácter ideológico y político se hace aparente y la elaboración de conceptos cognoscitivos adecuados exige ir más allá de la falaz concreción del empirismo positivista. Los conceptos terapéuticos y operacionales se vuelven falsos en la medida en que aíslan y dispersan los hechos, los estabilizan dentro de la totalidad represiva y aceptan los términos de esta totalidad como términos del análisis. La traducción metodológica del concepto universal en operacional se convierte así en una reducción represiva del pensamiento.
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