Read El hombre unidimensional Online
Authors: Herbert Marcuse
Sin embargo, incluso si le damos tal realidad a estos universales políticos, ¿no tienen todos los demás universales un
status
muy diferente? Lo tienen, pero su análisis es conservado muy fácilmente dentro de los límites de la filosofía académica. La siguiente discusión no aspira a entrar en el «problema de los universales», sólo trata de esclarecer el alcance (artificialmente) limitado del análisis filosófico y de indicar la necesidad de ir más allá de esos límites. La discusión será centrada otra vez en universales sustantivos, en tanto que distin- tos de los lógico-matemáticos (serie, número, clase, etc.) y, entre los primeros, en los conceptos más abstractos y controvertibles que presentan el reto verdadero al pensamiento filosófico.
El universal sustantivo no sólo se abstrae de la entidad concreta, denota asimismo una entidad diferente. El «espíritu» es algo más y diferente que los actos conscientes y la conducta. Su realidad puede ser descrita aproximadamente como la manera o la forma en que estos actos particulares son sintetizados, integrados por un individuo. Podemos sentirnos tentados a decir que
a priori
sintetizados por una «apercepción trascendental», en el sentido de que la síntesis integradora que hace posibles los procesos y actos particulares los
precede
, los configura, los distingue de «otros espíritus». Sin embargo, esta formulación violentaría el concepto de Kant, porque la prioridad de tal conciencia es una prioridad empírica, que incluye la experiencia, las ideas, las aspiraciones supra-individuales de grupos sociales particulares.
Ante estas características, la conciencia puede muy bien ser llamada una disposición, una propensión o una facultad. No es una disposición o facultad individual entre otras, sin embargo, sino, en sentido estricto, una disposición general que es común, en diversos grados, a los miembros individuales de un grupo, clase o sociedad. Sobre esta base, la distinción entre la conciencia verdadera y la falsa es plenamente significativa. La primera sintetizará los datos de la experiencia en conceptos que reflejen, tan total y adecuadamente como sea posible, la sociedad dada en los hechos dados. Se sugiere esta definición «sociológica», no por ningún prejuicio en favor de la sociología, sino por la inserción de hecho de la sociedad en los datos de la experiencia. En consecuencia, la represión de la sociedad en la formación de conceptos equivale a un confinamiento académico de la experiencia, una restricción del significado.
Más aún, la restricción normal de la experiencia produce una penetrante tensión, incluso un conflicto, entre «el espíritu» y el proceso mental, entre la conciencia y los actos conscientes. Si yo hablo del espíritu de una persona no me refiero meramente a sus procesos mentales tal como se revelan en su expresión, su habla, su conducta, etc., ni tampoco meramente a sus disposiciones o facultades tal como son experimentadas o inferidas de la experiencia. También me refiero a aquello que ella
no
expresa, por lo que no muestra disposición alguna, pero que sin embargo está presente y que determina, en un grado considerable, su conducta, su entendimiento, la formación y el rango de sus conceptos.
Estos elementos «negativamente presentes» son las fuerzas ambientales» específicas que precondicionan su espíritu por la repulsión espontánea ante ciertos datos, condiciones, relaciones. Están presentes como material rechazado. Su
ausencia
es una realidad; un factor positivo que explica su proceso mental real, el significado de sus palabras y su conducta. ¿Significado para quién? No sólo para el filósofo profesional, cuya tarea es rectificar los errores que cubren el universo del discurso común, sino también para aquellos que sufren estos errores, aunque puedan no darse cuenta de ello: para Fulano y Mengano. El análisis lingüístico contemporáneo evita esta tarea, interpretando los conceptos en términos de una mente empobrecida y precondicionada. Lo que está en juego es la intención no reducida, no expurgada, de ciertos conceptos claves, su función en la comprensión de la realidad no reprimida, en el pensamiento no conformista, crítico.
¿Son aplicables los comentarios que se acaban de presentar sobre el contenido real de universales tales como «espíritu» y «conciencia» a otros conceptos, como los universales abstractos y sin embargo sustantivos, como Belleza, Justicia, Felicidad, con sus contrarios respectivos? Parece ser que la persistencia de estos universales intraducibles como puntos clave del pensamiento refleja la conciencia desgraciada de un mundo dividido en el que «aquello que es» no se acerca e incluso niega a «aquello que puede ser». La irreductible diferencia entre el universal y sus particulares parece estar enraizada en la experiencia original de la inconquistable diferencia entre potencialidad y realidad: entre dos dimensiones del único mundo experimentado. El universal comprende en una sola idea las posibilidades que están realizadas y al mismo tiempo detenidas en la realidad.
Al hablar de una bella muchacha, un bello paisaje, un bello cuadro, tengo desde luego cosas muy diferentes en la mente. Lo que es común a todos ellos —la «belleza»— no es ni una misteriosa entidad ni un mundo misterioso. Al contrario, nada es quizá tan directo y claramente experimentado como la apariencia de la «belleza» en varios objetos bellos. El novio y el filósofo, el artista y el enterrador pueden «definirla» de maneras muy diferentes, pero todos definen el mismo estado o condición específicos: alguna cualidad o cualidades que hacen a lo bello contrastar con otros objetos. En está vaguedad y concreción, la belleza es experimentada
en
lo bello; esto es, es vista, escuchada, olida, tocada, sentida, comprendida. Es experimentada casi, como una conmoción, debida quizás al carácter contrastante de la belleza, que rompe el círculo de la experiencia cotidiana y abre (por un breve momento) otra realidad (de la que el temor puede ser un elemento integral).
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Esta descripción tiene precisamente ese carácter metafísico que el análisis positivista desea eliminar mediante la traducción, pero la traducción elimina aquello que tiene que ser definido. Hay muchas definiciones técnicas más o menos satisfactorias de la belleza en la estética, pero parece ser que sólo hay una que preserva el contenido que se experimenta de la belleza y que es por tanto la definición menos exacta: la belleza como una «promesse de bonheur»
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Esta definición aprehende la referencia a una condición de los hombres y las cosas y a una relación entre hombres y cosas que ocurre momentáneamente al tiempo que se desvanece, que aparece en formas tan diferentes como individuos hay y que,
al desvanecerse
, manifiesta lo que puede ser.
La protesta contra el carácter vago, oscuro, meta-físico de tales universales, la insistencia en una concreción familiar y la protectora seguridad del sentido común y científico revela todavía algo de aquella angustia primordial que guió los orígenes conocidos del pensamiento filosófico en su evolución de la religión a la mitología y de la mitología a la lógica; la defensa y la seguridad todavía son grandes apartados en los presupuestos, tanto intelectuales como nacionales. La experiencia cruda parece estar más familiarizada con lo abstracto y lo universal de lo que lo está la filosofía analítica; parece estar incrustada en un mundo metafísico.
Los universales son elementos primarios de la experiencia; no como conceptos filosóficos, sino como las cualidades propias del mundo con el que uno es confrontado diariamente. Lo que se experimenta es, por ejemplo, la nieve, la lluvia o el calor, una calle, una oficina o un jefe, el amor o el odio. Las cosas particulares (entidades) y los sucesos sólo aparecen en (e incluso
como
) una colmena y una continuidad de relaciones, como incidentes y partes en una configuración general de la que son inseparables; no pueden aparecer de ningún otro modo sin perder su identidad. Son cosas y sucesos particulares sólo contra un trasfondo general que es más que un trasfondo: es el terreno concreto del que salen, en el que existen y pasan. Este terreno está estructurado sobre universales como el color, la forma, la densidad, la dureza, la suavidad, la luz o la oscuridad, el movimiento o el descanso. En este sentido, los universales parecen designar la «materia» del mundo:
Quizás podemos definir la «materia» de mundo como lo que es designado por palabras que, cuando son empleadas correctamente, aparecen como sujetos y predicados o términos de, relaciones. En ese sentido, yo diría que el material del mundo consiste en cosas como la blancura, más que en objetos que tengan la propiedad de ser blancos… Tradicionalmente, cualidades tales como blanco, duro o dulce cuentan como universales, pero si la teoría anterior es válida, sintácticamente están más cerca de las sustancias.
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El carácter sustantivo de las «cualidades» señala el origen relacionado con la experiencia de los universales sustantivos, la manera en que los conceptos se originan en la experiencia inmediata. La filosofía del lenguaje de Humboldt subraya el carácter experiencial del concepto en su relación con el mundo; esto le lleva a asumir un parentesco original no sólo entre conceptos y palabras, sino también entre conceptos y sonidos (
Laute
). Sin embargo, si la palabra, como vehículo de los conceptos, es el verdadero «elemento» del lenguaje, no comunica el concepto confeccionado, ni contiene el concepto ya fijo y «cerrado». La palabra meramente sugiere un concepto, se relaciona a sí misma con un universal.
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Pero precisamente la relación de la palabra con un sustantivo universal (concepto) hace imposible, de acuerdo con Humboldt, imaginar el origen del lenguaje como empezando por la significación de los objetos por palabras y luego procediendo a su combinación (
Zusammen-fügung
):
En realidad, el habla no es construida a partir de palabras precedentes, sino al contrario: las palabras salen de la totalidad del habla (
aus dem Ganzen der Rede
).
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La «totalidad» que aparece a la vista aquí debe ser deslindada en términos de una entidad independiente, de una «Gestalt» y otras cosas semejantes. El concepto expresa de algún modo la diferencia y la tensión entre potencialidad y realidad: la identidad en esta diferencia. Aparece en la relación entre las cualidades (blanco, duro; pero también bello, libre, justo) y los conceptos correspondientes (blancura, dureza, belleza, libertad, justicia). El carácter abstracto de los segundos parece designar las cualidades más concretas como realizaciones parciales, aspectos, manifestaciones de una cualidad más universal y más «excelente», que es experimentada
en
lo concreto.
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Y en virtud de esta relación, la cualidad concreta parece representar una negación tanto como una realización del universal. La nieve es blanca, pero no es «blancura»; una muchacha puede ser bella, incluso
una
belleza, pero no «belleza»; un país puede ser libre (en comparación con otros) porque sus gentes tienen ciertas libertades, pero no es la encarnación misma de la libertad. Más aún, los conceptos son significativos sólo en el contraste experimentado con sus opuestos: lo blanco con lo no blanco, lo bello con lo no bello. Las declaraciones negativas pueden ser convertidas algunas veces en positivas: «negro» o «gris» por «no blanco», «feo» por «no bello».
Estas formulaciones no alteran la relación entre el concepto abstracto y sus realizaciones concretas: el concepto universal denota aquello que la entidad particular es, y
no
es. La traducción puede eliminar la negación oculta reformulando el significado en una proposición no contradictoria, pero la declaración sin traducir sugiere una necesidad real. Hay
más
en el nombre abstracto (belleza, libertad) que en las cualidades (bello, libre) atribuidas a la persona, cosa o condición particulares. El sustantivo universal encierra cualidades que sobrepasan toda experiencia particular, pero persiste en la mente, no como una invención de la imaginación ni como posibilidades lógicas, sino como el «material» del que está hecho nuestro mundo. Ninguna nieve es puramente blanca, ni ninguna bestia u hombre cruel es toda la crueldad que el hombre conoce; la que conoce como una fuerza casi inagotable en la historia y la imaginación.
Pero hay una clase más amplia de conceptos —nos atreveríamos a decir, los conceptos filosóficos relevantes— en los que la relación cuantitativa entre lo universal y lo particular adquiere un aspecto cualitativo, en los que el universal abstracto parece designar potencialidades en un sentido histórico, concreto. Como quiera que «hombre», «naturaleza», «justicia», «belleza» o «libertad» puedan definirse, sintetizan contenido experienciales en ideas que trascienden sus realizaciones particulares, que son algo que está para ser superado, que puede ser llevado más allá. Así, el concepto de belleza, comprende toda la belleza no realizada
todavía
; el concepto de libertad, toda la libertad no alcanzada
todavía.
O, para usar otro ejemplo, el concepto filosófico «hombre» aspira a las facultades humanas totalmente desarrolladas que son sus facultades distinguibles y que aparecen como posibilidades en las condiciones en las que los hombres viven realmente. El concepto articula las cualidades que son consideradas «típicamente humanas». Esta vaga frase puede servir para elucidar la ambigüedad en tales definiciones filosóficas; esto es, que las mismas reúnen las cualidades que pertenecen a
todos
los hombres contrastados con otros seres vivientes y, al mismo tiempo, son presentadas como la más adecuada o más alta realización del hombre.
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Los universales aparecen así como instrumentos conceptuales para la comprensión de condiciones particulares de cosas a la luz de sus potencialidades. Son históricos y suprahistóricos; conceptualizan el material del que consiste el mundo experimentado, y lo conceptualizan con una imagen de sus posibilidades, a la luz de su limitación actual, su supresión y su negación. Ni la experiencia ni el juicio son privados. Los conceptos filosóficos se forman y desarrollan dentro de la conciencia de una condición general en una continuidad histórica; se elaboran desde una posición individual dentro de una sociedad específica. El material del pensamiento es material histórico; no importa cuán abstracto, general o puro pueda llegar a ser en la teoría filosófica o científica. El carácter universal-abstracto y al mismo tiempo histórico de estos «objetos eternos» del pensamiento es reconocido y claramente declarado en
La ciencia y el mundo moderno
de Whitehead
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