Read El hombre unidimensional Online
Authors: Herbert Marcuse
Orientándose en el universo reificado del discurso cotidiano, y exponiendo y aclarando el discurso en términos de este universo reificado, el análisis prescinde de lo negativo, de aquello que es ajeno y antagónico y no puede comprenderse en términos del uso establecido. Clarificando y distinguiendo significados, y conservándolos aparte, limpia al pensamiento y el habla de contradicciones, ilusiones y trasgresiones. Pero las trasgresiones no son las de la «razón pura». No son trasgresiones metafísicas más allá de los límites del conocimiento posible, sino que sirven para abrir un campo de conocimiento más allá del sentido común y la lógica formal.
Al impedir el acceso a este campo, la filosofía positivista establece un universo autosuficiente de su propiedad, cerrado y bien protegido contra la intrusión de factores exteriores que le perturben. En este respecto, importa muy poco que el contexto que da validez sea el de las proposiciones lógicas o matemáticas, o el de los usos y costumbres. De una manera u otra, todos los posibles predicados con auténtico significado son prejuzgados. El juicio que prejuzga puede ser tan amplio como el lenguaje inglés hablado, el diccionario o cualquier otro código o convención. Una vez aceptado, constituye un
apriori
empírico que no puede trascenderse.
Pero esta aceptación radical de lo empírico viola lo empírico, porque en ella habla el individuo «abstracto», mutilado, que experimenta (y expresa) sólo aquello que le es
dado
(dado en un sentido literal), que tiene sólo los hechos y no los factores, cuya conducta es unidimensional y manipulada. En virtud de la represión de hecho, el mundo experimentado es el resultado de una experiencia restringida, y la limpieza positivista del espíritu pone al espíritu en el mismo plano que la experiencia restringida.
En esta forma expurgada, el mundo empírico llega a ser el objeto del pensamiento positivo. A pesar de toda su exploración, exposición y clarificación de las ambigüedades y las oscuridades, el neopositivismo no se preocupa de la grande y general ambigüedad y oscuridad que es el universo establecido de la experiencia. Y debe permanecer ajeno a él porque el método adoptado por esta filosofía desacredita o «traduce» los conceptos que pueden guiar la comprensión de la realidad establecida en su estructura irracional y represiva : los conceptos del pensamiento negativo. La transformación del pensamiento crítico en positivo tiene lugar principalmente en el tratamiento terapéutico de los conceptos universales; su transformación en términos operacionales y de conducta es estrechamente paralela a la traducción sociológica discutida antes.
El carácter terapéutico del análisis filosófico debe subrayarse firmemente: curar de las ilusiones, los engaños, las oscuridades, los enigmas insolubles, las preguntas sin respuesta, los fantasmas y espectros. ¿Quién es el paciente? Aparentemente, un cierto tipo de intelectual, cuya mente y cuyo lenguaje no se adaptan a los términos del discurso común. En realidad hay una buena porción de psicoanálisis en esa filosofía: análisis que no contiene el descubrimiento fundamental de Freud de que el problema del paciente está enraizado en una enfermedad
general
que no puede curarse mediante la terapia analítica. Cuando, en cierto sentido, según Freud, la enfermedad del paciente es una reacción de protesta contra el mundo enfermo en el que vive. Pero el médico debe hacer a un lado el problema «moral». Él tiene que devolverle la salud al paciente para hacerlo capaz de funcionar normalmente en su mundo.
El filósofo no es un médico; su tarea no es curar individuos, sino comprender el mundo en que viven: entenderlo en términos de lo que le ha hecho al hombre y lo que puede hacerle al hombre. Porque la filosofía es (históricamente, y su historia todavía es válida) lo contrario de aquello en lo que Wittgenstein intentó convertirla cuando la proclamó como la renuncia a toda teoría, como la tarea que «deja todo como es». Y la filosofía no conoce un «descubrimiento» más inútil que aquel que le «da paz a la filosofía, para que ya no esté atormentada por preguntas que pueden ponerse en duda a sí mismas».
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No hay una sentencia más antifilosófica que el pronunciamiento del obispo Butler que adorna los
Principia Ethica
de G. E. Moore: «Todo es lo que es y, no otra cosa»; a no ser que el «es» se entienda como referente a la diferencia cualitativa entre aquello que las cosas son realmente y aquello que se hacen ser.
La crítica neopositivista todavía dirige sus esfuerzos principales contra las nociones metafísicas y está motivada por una noción de exactitud que es la de la lógica formal o la de la descripción empírica. Ya sea que la exactitud se busque en la pureza analítica de la lógica o las matemáticas, o de acuerdo con el lenguaje común, es en ambos polos de la filosofía contemporánea, el mismo rechazo o devaluación de aquellos elementos del pensamiento y el habla que trascienden el sistema aceptado de ratificación. Esta hostilidad es más violenta cuando toma la forma de la tolerancia, esto es, cuando se concede un cierto valor de verdad a los conceptos trascendentes en una dimensión separada de sentido y significado (verdad poética, verdad metafísica). Porque precisamente el planteamiento de una reserva especial en la que se permite que el pensamiento y el lenguaje sean legítimamente inexactos, vagos e incluso contradictorios, es la forma más efectiva de proteger el universo normal del discurso de ser seriamente perturbado por ideas poco apropiadas. Toda la verdad que pueda encerrarse en la literatura es una verdad «poética», toda la verdad que pueda encerrarse en el idealismo crítico es una verdad «metafísica»; su validez, si tiene alguna, no compromete ni al discurso ni a la conducta comunes, ni a la filosofía ajustada a ellos. Esta nueva forma de la doctrina de la «doble verdad» sanciona una falsa conciencia negando la importancia del lenguaje trascendente para el universo del lenguaje común y proclamando la no interferencia total. Cuando el verdadero valor del primero consiste precisamente en su relevancia con respecto al segundo y su interferencia con él.
Bajo las condiciones represivas en las que los hombres piensan y viven, el pensamiento — cualquier forma de pensar que no esté confinada a la orientación pragmática dentro del
statu quo
— puede reconocer los hechos y responder a los hechos sólo «yendo detrás» de ellos. La experiencia tiene lugar ante una cortina que oculta y, si el mundo es la apariencia de algo que está detrás de la cortina de la experiencia inmediata, en términos de Hegel, somos nosotros mismos los que estamos detrás de la cortina. Nosotros mismos, no como sujetos de sentido común, como en el análisis lingüístico, ni como los sujetos «purificados» de las medidas científicas, sino como sujetos y objetos de la lucha histórica del hombre con la naturaleza y con la sociedad. Su facticidad es histórica, incluso cuando todavía es la de la naturaleza en bruto, inconquistada.
Esta disolución, e incluso subversión intelectual de los hechos dados, es la tarea histórica de la filosofía y de la dimensión filosófica. El método científico, también, va más allá de los hechos e incluso contra los hechos de la experiencia inmediata. El método científico se desarrolla en la tensión entre apariencia y realidad. La mediación entre el sujeto y el objeto del pensamiento, sin embargo, es esencialmente diferente. En la ciencia, el medio es la observación, la medida, el cálculo, la experimentación con sujetos despojados de cualquier otra cualidad; el sujeto abstracto proyecta y define al objeto abstracto.
En contraste, los objetos del pensamiento filosófico están relacionados con una conciencia para la cual las cualidades concretas entran en los conceptos y en su interrelación. Los conceptos filosóficos retienen y explican las mediaciones precientíficas (el trabajo de la práctica cotidiana, la organización económica, la acción política) que han hecho al mundo-objeto lo que actualmente es: un mundo en el que todos los hechos son acontecimientos, ocurren en un continuo histórico.
La separación entre la ciencia y la filosofía es en sí misma un acontecimiento histórico. La física aristotélica era parte de la filosofía y, como tal, preparatoria para la «ciencia primera»: la ontología. El concepto aristotélico de la materia se distingue del de Galileo y el post-galileano no sólo en términos de diferentes estadios en el desarrollo del método científico (y en el descubrimiento de diferentes «capas» de la realidad), sino también, y quizás primariamente, en términos de diferentes proyectos históricos, de una diferente empresa histórica que establece tanto una naturaleza diferente como una sociedad diferente. La física aristotélica se hace
objetivamente
errónea con la nueva experiencia y aprehensión de la naturaleza, con el establecimiento histórico de un nuevo mundo de sujeto y objeto, y la falsedad de la física aristotélica se remonta entonces a la experiencia y aprehensión pasadas y superadas.
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Pero estén o no integrados en la ciencia, los conceptos filosóficos permanecen como antagónicos al campo del discurso común, porque siguen incluyendo contenidos que no han sido realizados en la palabra hablada, la conducta manifiesta, las condiciones o disposiciones perceptibles, las propensiones dominantes. Así, el universo filosófico sigue conteniendo «fantasmas», «ficciones» e «ilusiones» que pueden ser más racionales que su negación, en tanto que son conceptos que reconocen los límites y los engaños de la racionalidad prevaleciente. Expresan la experiencia que Wittgenstein rechaza; esto es, que «contrariamente a nuestras ideas preconcebidas, es posible pensar 'tal y cual' cualquiera que sea su significado».
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El descuido o la aclaración de esta dimensión filosófica específica ha llevado al positivismo contemporáneo a moverse en un mundo sintéticamente empobrecido de concreción académica, y a crear más problemas ilusorios de los que ha destruido. Raramente ha exhibido alguna filosofía un
esprit de sérieux
tan tortuoso como el desplegado en análisis tales como el de la interpretación de Tres Ratones Ciegos en un estudio de «lenguaje metafísico e ideográfico», con su discusión de «un
triple- principio-de-ceguera-ratonil
artificialmente construido en secuencia asimétrica construida de acuerdo con los puros principios de la ideografía».
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Quizás este ejemplo no sea justo. Sin embargo, es justo decir que ni la metafísica más abstrusa ha exhibido preocupaciones tan artificiales y una jerigonza tal como las que se han provocado en relación con los problemas de reducción, traducción, descripción, denotación, nombres propios, etc. Los ejemplos son hábilmente mantenidos en equilibrio entre la seriedad y la broma: las diferencias entre Scott y el autor de
Waverly
; la calvicie del actual rey de Francia; Fulano encontrando o no encontrando al «contribuyente medio» Mengano en la calle; yo viendo aquí y ahora una mancha roja y diciendo «esto es rojo»; o la revelación del hecho de que la gente a menudo describe sentimientos como temblores, retorcimientos, aflicciones, palpitaciones, tirones, picazones, punzadas, erizadas, llamaradas, pesos, náuseas, apetencias, cerrazones, hundimientos, tensiones, roeduras y sobresaltos.
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Este tipo de empirismo sustituye el odiado mundo de fantasmas, mitos, leyendas e ilusiones por un mundo de fragmentos conceptuales o sensuales, de palabras y expresiones que luego son organizadas dentro de una filosofía. Y todo esto no sólo es legítimo, es incluso correcto, porque revela hasta qué punto las ideas, aspiraciones, recuerdos e imágenes no operacionales han llegado a ser inútiles, irracionales, confusas y sin sentido.
Al aclarar este desorden, la filosofía analítica conceptualiza la conducta en la actual organización tecnológica de la realidad, pero también acepta los veredictos de esta organización; la destrucción de una antigua ideología se convierte en parte de una nueva ideología. No sólo las ilusiones son destruidas, sino también la verdad contenida en esas ilusiones. La nueva ideología encuentra su expresión en declaraciones como la «filosofía sólo afirma lo que todo el mundo admite» o que nuestra reserva común de palabras encierra «todas las distinciones que los hombres han encontrado que vale la pena hacer».
¿Qué es esta «reserva común»? ¿Incluye la «idea» de Platón, la «esencia» de Aristóteles, el
Geist
de Hegel, la
Verdinglichung
de Marx en la traducción adecuada que se quiera? ¿Incluye las palabras claves del lenguaje poético? ¿O la prosa surrealista? Y si lo hace, ¿los contiene en su connotación negativa, esto es, invalidando el universo del uso común? Si no es así, todo un cuerpo de distinciones que el hombre ha juzgado meritorio hacer es rechazado, trasladado al campo de la ficción o la mitología; una falsa conciencia mutilada es colocada como la verdadera conciencia que decide sobre el sentido y la expresión de aquello que es. El resto es denunciado —y endosado— como ficción o mitología.
No está claro, sin embargo, qué lado es el que está comprometido con la mitología. Sin duda, la mitología es pensamiento inmaduro y primitivo. El proceso de civilización invalida el mito (ésta es casi una definición del progreso), pero también puede hacer volver el pensamiento racional a un
status
mitológico. En el último caso, las teorías que identifican y proyectan posibilidades 'históricas pueden llegar a ser irracionales, o más bien parecer irracionales, porque contradicen la racionalidad del universo establecido del discurso y la conducta.
Así, en el proceso de la civilización, el mito de la Edad de Oro y el Milenio es sometido a una racionalización progresiva. Los elementos (históricamente) imposibles son separados de los posibles: el sueño y la ficción, de la ciencia, la técnica y los negocios. En el siglo XIX, las teorías del socialismo tradujeron el mito original en términos sociológicos; o más bien descubrieron en las posibilidades históricas dadas el centro racional del mito. A continuación, sin embargo, se realizó el movimiento contrario. Hoy, las nociones racionales y realistas de ayer parecen ser otra vez mitológicas al ser confrontadas con las condiciones actuales. La realidad de las clases trabajadoras en la sociedad industrial avanzada hace del «proletariado» marxiano un concepto mitológico; la realidad del socialismo actual hace de la idea marxiana un sueño. La reversión es provocada por la contradicción entre la teoría y los hechos; una contradicción que no falsifica por sí misma a la primera. El carácter acientífico, especulativo, de la teoría crítica se deriva del carácter específico de sus conceptos, que designan y definen lo irracional en lo racional, la mistificación en la realidad. Su cualidad mitológica refleja la mistificadora cualidad de los hechos dados: la armonización falaz de las contradicciones sociales.