Read El hombre unidimensional Online
Authors: Herbert Marcuse
a) un proyecto individual, esto es, la comunicación específica (un artículo periodístico, un discurso), hecha en una ocasión específica con un propósito específico
;b) a un sistema supraindividual establecido de ideas, valores y objetivos del que el proyecto individual participa
;c) a una sociedad particular que en sí misma integra diferentes e incluso confictivos proyectos individuales y supra-individuales.
Como ejemplo: un determinado discurso, artículo periodístico o incluso una comunicación privada es hecha por un cierto individuo que es el encargado de hacer declaraciones (autorizado o no autorizado) en nombre de un grupo particular (profesional, residencial, político, intelectual) en una sociedad específica. Este grupo tiene sus propios valores, objetivos, códigos de pensamiento y conducta que entran —afirmados o atacados— dentro de varios grados de conciencia y claridad en la comunicación individual. Esta última «individualiza» así un sistema de significados supra-individual, que constituye una dimensión del discurso diferente y sin embargo fundida con la comunicación individual.
Y este sistema supra-individual es a su vez parte de un campo de significado comprensivo, omnipresente, que ha sido desarrollado, y por lo general «cerrado», por el sistema social dentro del que y a partir del cual la comunicación se produce.
El grado y extensión del sistema social de significación varía considerablemente en diferentes períodos históricos y de acuerdo con el nivel de cultura alcanzado, pero sus fronteras se definen con suficiente claridad si la comunicación se refiere a algo más que los implementos y relaciones de la vida diaria que no llevan a controversia. Hoy, los sistemas sociales de significación unen a diferentes Estados nacionales y áreas lingüísticas, y estos amplios sistemas de significado tienden a coincidir con la órbita de las más o menos avanzadas sociedades capitalistas por un lado, y la de las sociedades comunistas en crecimiento en el otro. A la vez que la función determinante del sistema social de significación se afirma más rígidamente en el universo del discurso controvertido, político, opera también, de una manera mucho más encubierta, inconsciente, emocional, en el universo del discurso común. Un análisis auténticamente filosófico de significado tiene que tener en cuenta todas estas dimensiones de significación, porque las expresiones lingüísticas participan de todas ellas. Consecuentemente, en filosofía el análisis lingüístico tiene un compromiso extralingüístico. Si se decide por hacer una distinción entre el uso legítimo y el ilegítimo, entre el significado auténtico y el ilusorio, el sentido y el sinsentido, invoca un juicio político, estético o moral.
Puede objetarse que tal análisis «externo» (entre comillas porque en realidad
no
es externo, sino más bien el desarrollo interno de significado) está particularmente fuera de lugar cuando el propósito es aprehender el significado de los términos analizando su función y empleo en el discurso común. Pero mi respuesta es que esto es precisamente lo que
no
hace el análisis lingüístico en la filosofía contemporánea. Y no lo hace en tanto que transfiere el discurso común a un universo académico especial que es purificado y sintético incluso donde (y especialmente donde) rebosa de lenguaje común. En este tratamiento analítico del lenguaje común, este último es realmente esterilizado y anestesiado. El lenguaje multidimensional es convertido en lenguaje unidimensional, en el que los significados diferentes y conflictivos ya no se interpenetran sino que son mantenidos aparte; la explosiva dimensión histórica del significado es silenciada.
El interminable juego de lenguaje de Wittgenstein con la construcción de piedras, o la conversación de Fulano y Mengano pueden servir de ejemplos otra vez. A pesar de la simple claridad del ejemplo, los que hablan y su situación permanece sin identificación. Son «x» c «y», sin que importe qué hablen tan familiarmente. Pero en el universo real del discurso, «x» e «y» son «fantasmas». No existen; son el producto del filósofo analítico. Sin duda, la conversación de «x» e «y» es perfectamente comprensible, y el análisis lingüístico aparece correcto a la comprensión normal de la gente común. Pero en realidad, nosotros nos entendemos sólo a través de áreas de incomprensiones y equivocaciones. El universo real del lenguaje común es el de la lucha por la existencia. Es en realidad un universo vago, oscuro, ambiguo, y desde luego que necesita ser clarificado. Más aún, tal clarificación puede cubrir una función terapéutica, y si la filosofía llega a ser terapéutica habrá llegado a su propio terreno.
La filosofía se acerca a esta meta en la medida en que libera al pensamiento de la esclavización por parte del universo establecido del discurso y la conducta, demuestra la negatividad del sistema establecido (sus aspectos positivos reciben abundante publicidad en cualquier forma) y proyecta alternativas. Sin duda, la filosofía contradice y proyecta sólo en el pensamiento. Es ideología, y este carácter ideológico es el destino mismo de la filosofía, un destino que ningún cientificismo ni positivismo pueden superar. Sin embargo, su esfuerzo ideológico puede ser verdaderamente terapéutico, puede mostrar la realidad como aquello que realmente es y mostrar aquello que la realidad evita que sea.
En la era totalitaria, la tarea terapéutica de la filosofía sería una tarea política, puesto que el universo establecido de lenguaje común tiende a coagularse en un universo totalmente manipulado y adoctrinado. Entonces, la política aparecería en la filosofía, no como una disciplina especial o un objeto de análisis, ni como una filosofía política especial, sino como el intento de sus conceptos por comprender la realidad sin mutilarla. Si el análisis lingüístico no contribuye a tal comprensión; si, en vez de eso, contribuye a cerrar el pensamiento en el círculo del universo mutilado del discurso común, es, en su punto más alto, del todo inconsecuente. Y, en su punto más bajo, una huida hacia lo que no es controvertible, lo irreal, hacia aquello que sólo académicamente es objeto de controversia.
El compromiso de la filosofía analítica con la realidad mutilada del pensamiento y el habla se muestra claramente en su tratamiento de los
universales
. El problema ya fue mencionado como parte del carácter general inherentemente histórico y al mismo tiempo trascendente de los conceptos filosóficos. Ahora requiere una discusión más detallada. Lejos de ser sólo un problema abstracto de epistemología o una pregunta pseudoconcreta sobre el lenguaje y su uso, la cuestión del
status
de los universales está en el centro mismo del pensamiento filosófico, porque el tratamiento de los universales revela la posición de una filosofía en la cultura intelectual: su función histórica.
La filosofía analítica contemporánea se propone exorcizar o mitos» o «fantasmas» metafísicos tales como el Espíritu, la Conciencia, la Voluntad, el Alma, el Yo, disolviendo la intención de estos conceptos en afirmaciones sobre operaciones, actuaciones, poderes, disposiciones, propensiones, habilidades, etc., particularmente identificables. El resultado muestra, de una manera extraña, la impotencia de la destrucción: el fantasma sigue persiguiéndonos. Aunque cada interpretación o traducción puede describir adecuadamente un proceso mental particular el acto de imaginar lo que quiero decir cuando digo «yo» o lo que quiere decir el cura cuando dice que María es una «buena chica», ni una sola de estas reformulaciones, ni su suma total, parecen captar o incluso circunscribir el significado total de términos como el Espíritu, la Voluntad, el Yo, el Bien. Estos universales siguen persistiendo tanto en el uso común como en el «poético» y cada uso los distingue de las distintas formas de conducta o disposición que, según el filósofo analítico, completan su significado.
Sin duda, tales universales no pueden alcanzar validez mediante la afirmación de que denotan una totalidad que es superior y diferente de sus partes. Aparentemente lo son, pero esta «totalidad» requiere un análisis del contexto de la experiencia no mutilado. Si este análisis supralingüístico es rechazado, si el lenguaje común se toma como valor inmediato, esto es, si un universo falaz de entendimiento general entre la gente se sustituye por el universo prevaleciente de incomprensión y comunicación administrada, los universales en tela de juicio son ciertamente traducibles y su sustancia «mitológica» puede ser disuelta dentro de formas de conducta y disposiciones.
Sin embargo, esta misma disolución debe ser puesta en cuestión, no sólo para bien del filósofo, sino para bien de la gente común en cuya vida y en cuyo discurso tal disolución tiene lugar. No se trata de su propia acción y su propio comentario; es algo que les pasa a ellos y que los viola en tanto que son obligados, por las «circunstancias», a identificar su espíritu con el proceso mental, su yo con los roles y las funciones que tiene que desempeñar en su sociedad. Si la filosofía no comprende estos procesos de conversión e identificación como procesos sociales, esto es, como mutilación de la mente (y del cuerpo) infligida a los individuos por su sociedad, la filosofía sólo lucha contra el fantasma de la sustancia que quiere desmitificar. El carácter mistificador no se adhiere a los conceptos de «espíritu», «Yo», «conciencia», etc., sino más bien a su conversión a términos de conducta. La conversión es falaz precisamente porque traduce fielmente el concepto en modos reales de conducta, propensiones y disposiciones y, al hacerlo así, toma las apariencias mutiladas y organizadas (¡ bastante reales en sí mismas!) por la realidad.
Sin embargo, incluso en esta batalla de los fantasmas, se levantan fuerzas que deben llevar la falsa guerra a un fin Uno de los problemas más perturbadores en la filosofía analítica es el de las declaraciones sobre universales como «nación», «Estado», «la Constitución Británica», «la Universidad de Oxford», «Inglaterra».
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Ninguna entidad particular corresponde a estos universales y, sin embargo, tienen un perfecto sentido, incluso es inevitable decir que la «nación» fue movilizada, que «Inglaterra» declaró la guerra, que yo estudié en la «Universidad
de
Oxford». Toda traducción reductiva de tales declaraciones parece cambiar su significado. Podemos decir que la Universidad no es una entidad particular más allá de sus distintas facultades, bibliotecas, etcétera, sino que es justamente la forma en que las mismas están organizadas, y podemos aplicar la misma explicación, modificada, a las demás declaraciones. Sin embargo, la manera en que tales cosas y personas están organizadas, integradas y administradas opera
como
una entidad diferente de sus partes componentes, hasta un grado tal que puede disponer de la vida y la muerte, como en el caso de la nación y la constitución. Las personas que ejecutan el veredicto, si son identificables, no lo hacen como individuos sino como «representantes» de la Nación, la Empresa, la Universidad. El Congreso de los Estados Unidos reunido en sesión, el Comité Central, el Partido, el Consejo de Administración, el Presidente, los Encargados de Negocios, y la Facultad, al reunirse y adoptar una política son entidades tangibles y efectivas sobre y por encima de los individuos que las componen. Son tangibles en los documentos, en los resultados de sus leyes, en las armas nucleares que ordenan y producen, en los nombramientos, salarios y exigencias que establecen. Reunidos en una asamblea, los individuos son los portavoces (a menudo sin advertirlo) de instituciones, influencias, intereses, incorporados en organizaciones. En su decisión (voto, presión, propaganda) —que ya en sí misma es el resultado de instituciones e intereses en competencia—, la Nación, el Partido, la Empresa, la Universidad es puesta en movimiento, preservada y reproducida como una realidad (relativamente) última, universal, que dirige a las instituciones particulares y a las gentes sometidas a ellas.
Esta realidad ha asumido una existencia superimpuesta, independiente; por tanto las afirmaciones relativas a ella significan un universal real y no pueden ser traducidas adecuadamente en afirmaciones relativas a entidades particulares. Y sin embargo, la urgencia por realizar tal conversión, la protesta ante su imposibilidad, indica que hay algo equivocado en ello. Para que tuviesen sentido, «la nación» o «el partido»
deberían
ser convertibles en sus constituyentes y componentes. El hecho de que
no
sea posible, es un hecho
histórico
que se interpone en el camino del análisis lógico y lingüístico.
La ausencia de armonía entre el individuo y las necesidades sociales, y la falta de instituciones representativas en las que los individuos trabajen para sí mismos y hablen por sí mismos, lleva a la realidad de universales como la Nación, el Partido, la Constitución, la Empresa, la Iglesia; una realidad que no es idéntica a ninguna entidad particular identificable (individuo, grupo o institución). Estos universales expresan varios grados y formas de reificación. Su independencia, aunque real, es espuria en tanto que es la de los poderes particulares que han organizado la
totalidad
de la sociedad. Una reconversión que disolviera la sustancia espuria de lo universal es todavía un desiderátum; pero es un desiderátum político.
Se cree morir por la Clase, se muere por las gentes del Partido. Se cree morir por la Patria, se muere por los Industriales. Se cree morir por la Libertad de las personas, se muere por la Libertad de los dividendos. Se cree morir por el Proletariado, se muere por su Burocracia. Se cree morir por orden de un Estado, se muere por el Dinero que lo sostiene. Se cree morir por una nación, se muere por los bandidos que la amordazan. Se cree… pero, ¿por qué creer en una oscuridad tal? ¿Creer? ¿Morir?… ¿cuándo se trata de aprender a vivir?
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Ésta es una auténtica o traducción» de universales hipostatizados en la concreción y sin embargo reconoce la realidad del universal llamándolo por su propio nombre. La totalidad hipostatizada resiste la disolución analítica, no porque sea una entidad mítica detrás de entidades y actuaciones particulares, sino porque es el terreno concreto y objetivo de su funcionamiento en el contexto social e histórico dado. Como tal, es una fuerza real, sentida y ejercitada por los individuos en sus acciones, circunstancias y relaciones. Ellos la comparten (de una manera desigual); ella decide sobre su existencia y sus posibilidades. El fantasma real tiene una realidad concluyente: la del poder separado e independiente de la totalidad sobre el individuo. Y esta totalidad no es meramente una
Gestalt
percibida (como en la psicología), ni un absoluto metafísico (como en Hegel), ni un Estado totalitario (como en la ciencia política vulgar): es el estado de cosas establecido que determina la vida de los individuos.