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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (12 page)

BOOK: El hombre unidimensional
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Para la expresión de este otro orden, que es trascendencia dentro del único mundo, el lenguaje poético depende de los elementos trascendentes en el lenguaje común.
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Sin embargo la movilización total de todos los medios para la defensa de la realidad establecida ha coordinado los medios de expresión hasta un punto en el que la comunicación de contenidos trascendentes se hace técnicamente imposible. El espectro que ha perseguido a la conciencia artística desde Mallarmé —la imposibilidad de hablar un lenguaje no reificado, de comunicar lo negativo—, ha dejado de ser un espectro. Se ha materializado.

Las verdaderas obras literarias de vanguardia comunican la ruptura con la comunicación. Con Rimbaud, y más tarde el dadaísmo y el surrealismo, la literatura rechaza las mismas estructuras del discurso que, a través de la historia de la cultura, han ligado el lenguaje artístico y el común. El sistema proposicional
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(con la oración como su unidad de sentido) era el medio en el que las dos dimensiones de la realidad podían encontrarse, comunicar y ser comunicadas. La poesía más sublime y la prosa más baja compartían este medio de expresión. Entonces, la poesía moderna «destruyó las relaciones del lenguaje y redujo el discurso nuevamente a la sucesión de
palabras
».
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La palabra rechaza el orden unificador y sensible de la oración. Hace estallar la estructura preestablecida de significado y, convirtiéndose en un «objeto absoluto» en sí mismo, designa un universo intolerable que se autodestruye: una discontinuidad. Esta subversión de la estructura lingüística implica una subversión de la experiencia de la naturaleza:

La naturaleza deviene una discontinuidad de objetos solitarios y terribles, porque sólo tienen enlaces virtuales; nadie elige para ellos un sentido privilegiado, un empleo o un servicio, nadie los reduce a la significación de un comportamiento mental o de una intención, o lo que es lo mismo, finalmente, de una ternura… Esas palabras-objetos sin unión armadas con toda la violencia de su estallido… esas palabras poéticas excluyen al hombre; no hay un humanismo poético de la modernidad. El discurso es un discurso lleno de terror, lo que significa que relaciona al hombre no con los otros hombres, sino con las imágenes más inhumanas de la naturaleza: el cielo, el infierno, lo sagrado, la infancia, la locura, la materia pura, etc.
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Los elementos tradicionales del arte (imágenes, armonías, colores) reaparecen sólo como «citas», residuos de un sentido del pasado en un contexto de negación. Así, las pinturas surrealistas

…son el compendio de lo que el funcionalismo cubre con un tabú porque le recuerda su propio ser cósico que no es capaz de dominar; que su racionalidad sigue siendo irracional. El surrealismo colecciona lo que el funcionalismo le niega al hombre; las deformaciones demuestran lo que la prohibición hizo al objeto del deseo. Así el surrealismo rescata lo arcaico: un álbum de idiosincrasias donde se disipa la pretensión de felicidad, que los hombres encuentran negada en su propio mundo tecnificado.
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La obra de Bertold Brecht conserva la «
promesse de bonheur
» contenida en el romance y el
Kitsch
(claro de luna y mar azul; canciones y dulce hogar; lealtad y amor) convirtiéndola en fermento político. Sus personajes cantan paraísos perdidos e inolvidables esperanzas («Siehst du den Mond über Soho, Geliebter?» «Jedoch eines Tages, und der Tag war blau.» «Zuerst war es immer Sonntag.» «Und ein Schiff mit acht Segeln.» «Alter Bilbao Mond, Da wo noch Liebe lohnt»)*. Y las canciones resultan llenas de crueldad y dolor, explotación, engaño y mentira. Los engañados cantan su decepción, pero aprenden (o han aprendido) sus causas, y sólo aprendiendo estas causas (y cómo enfrentarse a ellas) recuperan la verdad de sus sueños.

Los esfuerzos por recuperar el Gran Rechazo en el lenguaje literario sufren el destino de ser absorbidos por lo que niegan. Como clásicos modernos, la vanguardia y los
beatniks
comparten la función de entretener sin poner en peligro la buena conciencia de los hombres de buena voluntad. Esta absorción se justifica por el progreso técnico; el rechazo es a su vez rechazado por el alivio de la miseria en la sociedad industrial avanzada. La liquidación de la alta cultura es un subproducto de la conquista de la naturaleza y de la progresiva conquista de la necesidad.

Invalidando las loadas imágenes de la trascendencia, incorporándolas a su omnipresente realidad diaria, esta sociedad demuestra hasta qué punto los conflictos insolubles se están haciendo manejables: la tragedia y el romance, los sueños arquetípicos y las ansiedades se están haciendo susceptibles de soluciones y disoluciones técnicas. El psiquiatra se ocupa de los donjuanes, Romeos, Hamlets, Faustos, conforme se ocupa de los Edipos: los cura. Los dirigentes del mundo están perdiendo sus características metafísicas. Su aparición en la televisión, en conferencias de prensa, en el parlamento y en discusiones públicas difícilmente se adapta al drama más allá de los límites de la publicidad,
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y en cambio las consecuencias de sus acciones sobrepasan la dimensión del drama.

Las prescripciones para la inhumanidad y la injusticia están siendo administradas por una burocracia racionalmente organizada, que es, sin embargo, invisible en su centro vital. El alma contiene pocos secretos y aspiraciones que no puedan ser discutidos, analizados y encuestados. La soledad, que es la condición esencial que sostenía al individuo contra y más allá de la sociedad, se ha hecho técnicamente imposible. El análisis lógico y lingüístico demuestra que los antiguos problemas metafísicos son problemas ilusorios; la búsqueda del «sentido» de las cosas puede ser reformulada como la búsqueda del sentido de las palabras, y el universo establecido del discurso y la conducta puede proporcionar criterios perfectamente adecuados para la respuesta.

Es un universo racional que, por el mero peso y las capacidades de su aparato, cierra todo escape. En su relación con la realidad de la vida cotidiana, la alta cultura del pasado era muchas cosas: oposición y adorno, protesta y resignación. Pero era también la aparición del reino de la libertad: la negativa a participar. Tal negativa no puede impedirse sin una compensación que parece más satisfactoria que la negativa. La conquista y unificación de los opuestos, que encuentra su gloria ideológica en la transformación de la alta cultura en popular, tiene lugar sobre una base material de satisfácción creciente. Ésta es también la base que permite una total
desublimación.

La alienación artística es sublimación. Crea las imágenes de condiciones que son irreconciliables con el «principio de realidad» establecido pero que, como imágenes culturales, llegan a ser tolerables, incluso edificantes y útiles. Ahora estas imágenes son invalidadas. Su incorporación a la cocina, la oficina, la tienda; su liberación comercial como negocio y diversión es, en un sentido, desublimación: reemplaza la gratificación mediatizada por la inmediata. Pero es una desublimación practicada desde una «posición de fuerza» por parte de la sociedad, que puede permitirse conceder más que antes porque sus intereses han llegado a ser los impulsos más interiorizados de sus ciudadanos y porque los placeres que concede promueven la cohesión social y la satisfacción.

El «principio de placer» absorbe el «principio de realidad», la sexualidad es liberada (o, más bien liberalizada) dentro de formas sociales constructivas. Esta noción implica que hay modos represivos de desublimación,
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junto a los cuales los impulsos y objetivos sublimados contienen más desviación, más libertad y más negación para conservar los tabúes sociales. Parece que tal desublimación represiva es operativa en la esfera sexual, y en ella, como en la desublimación de la alta cultura, opera como un subproducto de los controles sociales de la realidad tecnológica, que extiende la libertad al tiempo que intensifica la dominación. El nexo entre la desublimación y la sociedad tecnológica puede comprenderse mejor analizando el cambio en el uso social de la energía instintiva.

En esta sociedad, no todo el tiempo empleado en y con las máquinas es tiempo de trabajo (es decir, esfuerzo desagradable pero necesario) y no toda la energía ahorrada por la máquina es fuerza de trabajo. La mecanización también ha «ahorrado» libido, la energía de los «instintos de la vida», esto es, la ha sacado de sus formasanteriores de realización. Éste es el centro de la verdad en el romántico contraste entre el viajero moderno y el poeta errante o el artesano, entre la línea de montaje y la artesanía, entre la villa y la ciudad, el pan de fábrica y el horneado en casa, el barco de vela y el fuera- bordo, etc. Es cierto que este romántico mundo anterior a la técnica estaba lleno de miseria, esfuerzo y suciedad y éstos, a su vez, eran el fondo de todo el placer y el gozo. Sin embargo, había un «paisaje», un medio de experiencia libidinal que ya no existe.

Con su desaparición (un prerrequisito histórico del progreso en sí misma), ha sido deserotizada toda una dimensión de la actividad y la pasividad humana. El ambiente del que el individuo podía obtener placer —que podía percibir como gratificante casi como una extensión de su cuerpo— ha sido rígidamente reducido. Como consecuencia, el «universo» de catexia libidinal se reduce del mismo modo. El resultado es una localización y contracción de la libido, la reducción de lo erótico a la experiencia y la satisfacción sexual.
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Por ejemplo, compárese hacer el amor en una pradera y en un automóvil, en un camino para enamorados fuera de las murallas del pueblo y en una calle de Manhattan. En los primeros casos, el ambiente participa e invita a la catexia libidinal y tiende a ser erotizado. La libido trasciende las zonas erotogénicas inmediatas: se crea un proceso de sublimación no represiva. En contraste, un ambiente mecanizado parece impedir tal autotrascendencia de la libido. Obligada en la lucha por extender el campo de gratificación erótico, la libido se hace menos «polimorfa», menos capaz de un erotismo que vaya más allá de la sexualidad localizada, y la
última
se intensifica.

Así, disminuyendo lo erótico e intensificando la energía sexual, la realidad tecnológica
limita el campo de la sublimación
. También reduce la
necesidad
de sublimación. En el aparato mental, la tensión entre aquello que se desea y aquello que se permite parece considerablemente más baja, y el principio de realidad no parece necesitar ya una total y dolorosa transformación de las necesidades instintivas. El individuo debe adaptarse a un mundo que no parece exigir la negación de sus necesidades más íntimas; un mundo que no es esencialmente hostil.

De este modo, el organismo es precondicionado por la aceptación espontánea de lo que se le ofrece. En tanto que la mayor libertad envuelve una contracción antes que una extensión y un desarrollo de las necesidades instintivas, trabajo
por
antes que
contra
el
statu quo
de represión general; se podría hablar de «desublimación institucionalizada». Esta última parece ser un elemento vital en la configuración de la personalidad autoritaria de nuestro tiempo.

Se ha dicho a menudo que la civilización industrial avanzada opera con un mayor grado de libertad sexual; «opera» en el sentido que ésta llega a ser un valor de mercado y un elemento de las costumbres sociales. Sin dejar de ser un instrumento de trabajo, se le permite al cuerpo exhibir sus caracteres sexuales en el mundo de todos los díasy en las relaciones de trabajo. Éste es uno de los logros únicos de la sociedad industrial, hecho posible por la reducción del trabajo físico, sucio y pesado; por la disponibilidad de ropa barata y atractiva, la cultura física y la higiene; por las exigencias de la industria de la publicidad, etc. Las atractivas secretarias y vendedoras, el ejecutivo joven y el encargado de ventas guapo y viril, son mercancías con un alto valor de mercado, y la posesión de amantes adecuadas —que fuera una vez la prerrogativa de reyes, príncipes y señores— facilita la carrera de incluso los empleados más bajos en la comunidad de los negocios.

El funcionalismo, que se pretende artístico, promueve esta tendencia. Las tiendas y oficinas se abren a través de amplios ventanales y exponen a su personal; en el interior, los mostradores altos y las divisiones opacas están cayendo en desuso. La destrucción de la vida privada en las masivas casas de apartamentos y los hogares suburbanos rompe la barrera que antiguamente separaba al individuo de la existencia pública y expone más fácilmente las atractivas cualidades de otras esposas y otros maridos.

Esta socialización no contradice sino complementa la deserotización del ambiente. El sexo se integra al trabajo y las relaciones públicas y de este modo se hace más susceptible a la satisfacción (controlada). El progreso técnico de una vida más cómoda permite la sistemática inclusión de los componentes libidinales en el campo del interés de producción y el intercambio. Pero no importa cuán controlada pueda estar la movilización de la energía instintiva (que algunas veces llega a un manejo científico de la libido), no importa en qué grado pueda servir como una defensa del
statu quo
, también es gratificante para los individuos manejados, del mismo modo que navegar en una lancha de motor, empujar la segadora de yerba y correr en un automóvil es divertido.

Esta movilización y administración de la libido puede contar para justificar la voluntaria complacencia, la ausencia del terror, la armonía preestablecida entre las necesidades individuales y los deseos, metas y aspiraciones requeridos socialmente. La conquista tecnológica y política de los factores trascendentes en la existencia humana, tan característica de la civilización industrial avanzada, se afirma en la esfera instintiva, como satisfacción lograda de un modo que genera sumisión y debilita la racionalidad de la protesta.

El grado de satisfacción socialmente permisible y deseable se amplía grandemente, pero mediante esta satisfacción el principio de placer es reducido al privársele de las exigencias que son irreconciliables con la sociedad establecida. El placer, adaptado de este modo, genera sumisión.

En contraste con los placeres de la desublimación adaptada, la sublimación preserva la conciencia de la renuncia que la sociedad represiva impone al individuo y por tanto preserva la necesidad de liberación. Desde luego, toda sublimación es impuesta por el poder de la sociedad, pero la conciencia desgraciada de este poder traspasa ya la alienación. Y toda sublimación acepta la barrera social contra la gratificación instintiva, pero también supera esta barrera.

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