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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

El consejo de hierro (62 page)

BOOK: El consejo de hierro
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Sobre sus cabezas se elevaba una enorme columna coronada de alambres radiales. La Espiga. Se encontraban en un patio de forma irregular. Las paredes estaban hechas de piedras diferentes, en diferentes colores. Un estremecimiento se aproximó a ellos entre el hormigón. Estaban a gran altura. Cutter bajó la mirada y recorrió con ella un horizonte abierto, la ciudad.

La estación de la Calle Perdido
. Naturalmente, se encontraban en el inmenso y vacío anfiteatro creado por el azar, tapizado de protuberancias, el pequeño páramo del tejado de la estación. Carente de diseño, un espacio olvidado en medio de aquella vastedad. El pasadizo por el que habían llegado ya no parecía una avenida sino una deformación del hormigón.

El muro, un edificio de enormes ladrillos que les hacían sentirse como muñecos, estaba cubierto por los restos de los pisos de madera de cuando aquel espacio abierto había sido un interior. Estaba totalmente pintarrajeado. Un tupido bosque de espirales, tan alto como un baldaquino. Algunas tan complejas e intrincadas como una maraña de zarzas y otras sencillas como juegos de niños. Miles. Meses de trabajo. Cutter exhaló. Desde lo más alto de la pared descendía una línea negra, cruzando el bosque de pictogramas helicoidales. Una espiral centrada en aquel lugar.

Al otro lado del patio cubierto de polvo de ladrillo y maleza salvaje se encontraba Jacobs, el embajador de Tesh. Estaba trazando imágenes en el aire, y cantaba.

—Está apresurándose —dijo Qurabin. Su voz incorpórea sonó muy próxima—. Tiene que actuar. No estaba preparado, pero ahora va a hacerlo, antes de tiempo… Va a tratar de forzarlo, de traer al thysiaco, el genocispíritu… ¡Estoy percibiéndolo! Rápido —y la voz desapareció.

Ori echó a correr. Al otro lado de la desolación, entre la hierba crecida que la escarcha había vuelto crujiente, la llanura abierta y las luces de Nueva Crobuzón se extendían debajo de él. Los demás lo siguieron, aunque nadie sabía qué hacer.

Espiral Jacobs estaba temblando, y el aire temblaba con él. Un centenar de formas empezaron a cobrar solidez emergiendo de la nada. Cutter vio un parche de aire lechoso, una catarata, que cobraba una forma bulbosa, peristaltizada como un gusano, y se transformaba un pálido banquillo espectral, y luego en un utensilio de cocina flotando sobre su frente. A su lado había un insecto, imposiblemente grande, y una flor, una cazuela y una mano, una vela, una lámpara, todas las manifestaciones que habían estado atormentando a Nueva Crobuzón. Parecían incompletas, levemente deformes y descoloridas, y flotaban en el aire dando vueltas. Y mientras Cutter se aproximaba, las manifestaciones empezaron a desplazarse y a moverse unas alrededor de otras describiendo órbitas cada vez más cortas, una interpenetración de silenciosas trayectorias espirales de complejidad inimaginable. Las cosas no colisionaron ni rozaron a nadie. Se movían rápidamente, centradas en Espiral Jacobs. Un vórtice de mundanidad, lo cotidiano insólito.

Ori empezó a golpearlas. Aún no estaban completas; no estaban succionándole el color. Llegó junto a Espiral Jacobs. El viejo lo miró y le dijo algo: un saludo, supuso Cutter.

Siguió mirando al muchacho mientras trataba de alcanzar a Espiral Jacobs sin ningún éxito. Sus puñetazos estaban constantemente mal dirigidos, mal sincronizados. Ori gritó y cayó de rodillas. Judah estaba un paso por detrás de él y su gólem de oscuridad avanzó.

La gran criatura movió su enorme mano de sombra y la no-luz cubrió a Espiral Jacobs al asirlo. Lo oscureció durante un prolongado momento. Jacobs vaciló y su figura se apagó, secundada por todas las formas ectoplásmicas, que empezaron a nublarse todas a la vez, como lámparas gastadas. Pero regresaron al tiempo que él recobraba las fuerzas y la luz, y entonces gruñó. Demostrando furia por vez primera.

Movió las manos y la bandada de manifestaciones móviles cambió, se aglutinó y se precipitó bruscamente sobre el gólem, dejando un reguero de luz en el núcleo de la criatura. Esta retrocedió tambaleándose, como un hombre herido, y de nuevo estiró la mano hacia el cuello de Jacobs, imitando los movimientos de Judah. La luz de su núcleo creciendo.

El gólem se tambaleó y se apoyó en sus talones, más borrosos a cada segundo que pasaba, mientras la linterna de sus entrañas iba consumiéndolo. Jacobs se libró de sus manos de sombra. Enseñó su manchada dentadura. Las manifestaciones se apelotonaron como un enjambre de insectos. Jacobs estaba envuelto en una telaraña formada por la oscuridad que el gólem había dejado; estaba ahogándolo. Vomitó un chorro de sombras vacías. Se derramaron sobre el suelo y se alejaron reptando de regreso a sus lugares naturales, a su misión de bloquear la luz. El gólem de oscuridad cayó, y Judah cayó con él, y mientras yacía en el suelo, inerte e inconsciente por un segundo, el gólem desapareció.

Ori estaba llorando. Seguía tratando de alcanzar a Jacobs y seguía sin conseguirlo. Espiral Jacobs no lo miró. Le dio la espalda mientras el miserable muchacho lanzaba un puñetazo, perdía el equilibrio y volvía a intentarlo. Jacobs estiró una mano y Ori salió catapultado en dirección contraria y quedó adherido a una pared. Un puñado de apariciones con forma de tentáculo atravesó el aire, y golpeó a Elsie sin llegar a tocarla, tejiendo un fugaz halo de formas giratorias y descoloridas a su alrededor: un cuenco, un hueso, un pedazo de algodón. El rostro de Elsie se tiñó instantáneamente de gris y perdió el conocimiento con los ojos inyectados en una sangre sin color de sangre. No cayó. Con el mismo cuidado que si se fuera a la cama, se tendió sobre el suelo, se tumbó y murió.

Las manifestaciones giraban tan deprisa que empezaban a perder integridad a ojos vista y parecían fundirse en una especie de remolino de aceite. Espiral Jacobs dibujó otra forma en el aire y todo se convulsionó. Ori estaba temblando en la pared a la que estaba clavado, emitiendo pequeños gemidos.

Judah despertó. Espiral Jacobs movió las manos. Ya no había manifestaciones; en su lugar, el aire era una leche diluida de su residuo, recorrida por regueros de vapor. El esfuerzo de Jacobs era tal que estaba temblando. Estaba extrayendo algo de la nada y temblaba vívidamente. Como aparecida detrás de una roca, o emergiendo de las profundidades, una presencia empezó a insinuarse.

Era muy pequeña, o era muy grande y estaba muy lejos, y al cabo de un segundo pareció mucho más grande de lo que Cutter había pensado o estuvo mucho más cerca, moviéndose muy despacio o enormemente deprisa a lo largo de inmensas distancias. No podía distinguir sus parámetros. No veía nada. La oía. No veía nada. La criatura hacía ruidos. La cosa que Espiral Jacobs estaba invocando, el genocispíritu, el asesino de la ciudad, aulló. Se acercó más y más, como una manta de hiedra, creciendo o elevándose como si estuviera saliendo de un pozo. Emitió un aullido metálico.

Cutter vio que las luces de la ciudad cambiaban por debajo de ellos. A medida que la invisible y palpable criatura se aproximaba, los edificios empezaron a resplandecer. La arquitectura de Nueva Crobuzón refulgía. Las farolas y las luces de la industria se convirtieron en los destellos de sus ojos.

La bestia estaba manifestándose en la propia Nueva Crobuzón. Estaba atravesando la piel de Nueva Crobuzón. ¿O acaso estaba despertando lo que siempre había estado allí? Cutter se dio cuenta de que se aproximaba a ellos porque el muro, el hormigón que había a su lado, no es que cambiara, sino que de repente le pareció el flanco de un animal preparado para atacar. La criatura de Tesh estaba convirtiéndose en un depredador, despertando los instintos de caza de la metrópolis.

Qué grande, qué grande, ¿cuándo dejará de crecer
?, pensó Cutter. Sintió una somnolencia, una muerte emergente supurada gota a gota.

—Yo conozco a tus dioses —dijo Qurabin. La cosa seguía aproximándose. Los edificios estaban tensos. De repente, Espiral Jacobs parecía muy asustado.

Qurabin era solo una voz que se desplazaba por el espacio vacío. El monje parecía histérico, agresivo, ávido de lucha. Estaba insultando a Jacobs. Cutter estaba seguro de que, de no haber perdido el teshi, eso es lo que habrían oído, aquel sonido pausado y gutural. El ragamol era lo que le quedaba.

—El mal de ojo… Es más fácil intimidarlos cuando no saben lo que es, ¿verdad? Pero, ¿y si te enfrentas a uno que sí lo sabe, eh? Otro teshi, ¿alguien capaz de averiguar secretos teshi? Tus secretos.

Espiral Jacobs gritó algo.

—Ya no te entiendo, amigo mío —dijo Qurabin, pero Cutter estaba seguro de que el embajador había dicho «traidor».

—¿Sabes quién soy? —dijo Qurabin.

—Sí, sé quién eres —gritó Jacobs, y, estirando el brazo, envió una voluta de la misma materia de las manifestaciones al lugar del que brotaba la voz, pero el aire arremolinado no encontró resistencia—. Eres un charlatán del Momento.

Judah estaba tratando de levantarse, hundiendo las manos en la tierra que temblaba con el advenimiento de la criatura-espíritu. Estaba tratando de crear un gólem, uno cualquiera, algo.

—Ahí viene —gritó Cutter. La criatura estaba saliendo de su madriguera para emerger a lo real, desplegándose en un número cada vez mayor de conjunciones imposibles. Las dimensiones de los ladrillos y las esquinas de las paredes se combaron al sentir su proximidad. La arquitectura estaba despertando.

—Todos tus pequeños dioses y demiurgos viven en los Momentos, hombre de Tesh. Y mi Momento los conoce. —La voz de Qurabin era tremenda, más poderosa que el rugido de la criatura homicida.

Espiral Jacobs gritó, y su saliva lanzó una lluvia de golpes por la perturbación lechosa. Qurabin rugió y empezó a gritar.

—Tekke Vogu —dijo el monje—, te lo ruego, dime… —y la voz desapareció mientras Qurabin entraba en el lugar en el que el Momento vivía y escuchaba.

Nada se movió. El espíritu naciente parecía suspendido en equilibrio. Entonces volvió a sonar la voz de Qurabin, con un gemido, un terrible dolor, porque había secretos enormes que desvelar. Lo que le habría costado, Cutter no podía ni imaginarlo, pero el monje había perdido algo. Mientras la temblorosa filigrana del Fásmido Urbomaca emergía al espacio regular, convirtiendo los ladrillos, las torres, las veletas y la pizarra de los tejados de Nueva Crobuzón en colmillos y garras terribles, despertaba todo cuando los rodeaba de tal modo que Cutter lanzó un aullido de terror, Qurabin liberó el conocimiento oculto que había obtenido y la criatura fue devuelta a la nada de la que había venido. Se resistió.

Judah envió un tambaleante gólem de tierra contra Jacobs, pero la criatura fue reducida a polvo antes de aproximarse. Estiró los brazos, y trato de crear un gólem de aire, pero una materia blancuzca lo asfixió.

Espiral Jacobs maldijo en teshi, y Qurabin chilló y el espíritu reemprendió su ascenso reptando, pero con una última súplica, una última y aullante petición, Qurabin obligó al colosal y asesino visitante a alejarse. Mientras Espiral Jacobs maldecía, el mismo aire regurgitó una figura. Con el rostro ensangrentado y exhausto, Qurabin el monje sonrió entre sus heridas, sin idioma, sin ojos, vio Cutter. Este era el precio de los secretos que los habían salvado. Qurabin alargó las manos y agarró al embajador Jacobs y le susurró la que debía de ser la última palabra que le quedaba al teshi renegado, y entonces regresó a un auténtico secreto, a un lugar oculto, a los dominios de Tekke Vogu. El aire parpadeó tras ellos, y, junto con el Urbomaca, engullidos por el espacio, desaparecieron.

Solo quedó el fulgor del aire. Empezó a espesarse, moviéndose y goteando como la clara de huevo en agua caliente, hasta formar una solidez apestosa. Goteó como la orina, cayó en grumos, en una lluvia mucosa, y el cielo y el aire quedaron vacíos.

Se hizo un silencio, y luego cesó, y Cutter volvió a oír los sonidos de la guerra. Se aproximó a Judah entre los escombros y vio que, aturdido y cubierto por el olor de la disolución de las manifestaciones, trataba de levantarse. Vio a Ori, inmóvil, enclavado de algún modo en el ladrillo, sangrando. El cuerpo de Elsie, una nada grisácea. No vio nada en el aire. Cutter vio que Qurabin, Espiral Jacobs y el asesino de la ciudad habían desaparecido.

30

Llamaron a Qurabin a gritos y susurraron su nombre, pero el monje había desaparecido definitivamente.

—Ahora está con el Momento —dijo Judah.

Elsie estaba decolorada y muerta. Ori estaba suturado a la pared, y su piel se había convertido en ladrillo en los puntos de contacto. La trabazón estaba cubierta por una costra de sangre. También él había muerto.

Tenía los ojos muy abiertos y no pudieron cerrárselos. Cutter sintió una terrible pena por el joven. Trató de convencerse de que había paz en la expresión de Ori.
Descansa
, pensó.
Descansa
.

Recorrieron lentamente el enorme espacio cerrado hasta encontrar un agujero en la piedra. En Nueva Crobuzón no había muro que no tuviera fisuras. Por túneles secundarios, pasarelas de metal y escalerillas, accedieron a la estación de la Calle Perdido. Tuvieron que dejar a sus amigos muertos en el oculto jardín. No podían hacer otra cosa.

En la enorme caverna nervuda de la estación, su vasto vestíbulo central, Judah y Cutter se deshicieron de sus armas y trataron de limpiarse la ropa manchada de ectoplasma, entre los viajeros nocturnos y los milicianos. Tomaron un tren.

Pasaron velozmente sobre el paisaje regular de Prado del Señor, en compañía de los trabajadores de los últimos turnos. Cuando las cúpulas de la universidad de Nueva Crobuzón aparecieron al norte, bajaron en la estación de Empalme Sedim. Después de que los andenes quedaran en silencio, Cutter llevó a Judah siguiendo las vías hacia Arboleda y la Perrera. Con la media luna apenas visible sobre las luces de la ciudad, salieron a los raíles y se encaminaron al sur.

Algunas líneas penetraban en el territorio del Colectivo, que trataba de mantener sus propios servicios paralelos a los de Triesti, de Salida de Siriac a Salpetra, de Barro Bajo a Ri. Los trenes convencionales y los que marchaban bajo bandera del Colectivo se aproximaban en las mismas líneas, se detenían sobre tejados angulosos, separados por pocos metros, cada uno en un lado de las barricadas levantadas entre las vías.

Las Costillas ascendían colosalmente hacia el cielo. En su punto medio, docenas de metros sobre las vías férreas, se encontraba la mella que el fuego había hecho en una de ellas. El borde fragmentado de la grieta era de un blanco más claro, aunque ya estaba empezando a amarillear. En las calles que había debajo, Cutter vio el agujero abierto por el fragmento caído, que había aplastado varias casas. Yacía allí, en su agujero, entre los cráteres de las bombas, toneladas de hueso destrozado.

BOOK: El consejo de hierro
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