Ninguno de nosotros podía añadir nada al respecto. Todos nos quedamos mirando el cuchillo, yo mismo con temor a tocarlo siquiera, mientras los camareros volvían a hacer acto de presencia con un costillar de cordero a la Colbert y unas botellas de Chateau Lagrange.
— Admirable— comentó Kreizler, quien al final se volvió hacia Lucius cuya cara empezaba a enrojecer a consecuencia del vino—. Un trabajo realmente espléndido, sargento detective.
— Oh, esto no es todo— replicó Lucius, dedicándose a su cordero.
— Mastica despacio— le susurró Marcus—. Acuérdate de tu estómago.
Lucius no le hizo caso.
— Esto no es todo…— repitió—. Había otras fracturas interesantes de los huesos frontal y parietal, en lo alto del cráneo. Pero dejaré que esto o explique mi herma…, el sargento detective Isaacson.– Lucius nos miro sonriente—. El placer de esta comida es demasiado grande para seguir hablando.
Marcus le miró fijamente, a la vez que sacudía la cabeza.
— Mañana vas a estar enfermo— murmuró—. Luego me echarás a mí la culpa, pero ya te lo he advertido.
— Sargento detective…— dijo Kreizler, recostándose en el respaldo, con una copa de Lagrange—, tendrá que disponer de una considerable información, si desea superar aquí a su… colega.
— Bueno, tengo algo interesante, y quizá pueda decirnos algo sustancial. La dirección de las fracturas que mi hermano ha encontrado procedía de arriba; directamente de encima. Sin embargo, en un asalto, que es lo que sin duda fue, se espera que existan distintos ángulos de ataque, ya sea por similitud de estatura o por dificultades de aproximación debido a la pelea. Pero la naturaleza de las heridas indica que el asaltante no sólo disponía de un absoluto control físico de sus víctimas sino que además era lo bastante alto para golpear directamente hacia abajo con toda su fuerza y con algún tipo de instrumento contundente… Es posible que con sus puños, aunque tenemos nuestras dudas.
Permitimos a Marcus unos instantes de silencio para que pudiera comer, pero al hacer su aparición una suculenta tortuga de Maryland sustituyendo al cordero, del que Lucius casi tuvo que desprenderse a la fuerza, le apremiamos para que prosiguiera.
— Veamos. Trataré de hacer la explicación lo más sencilla posible… Si tomamos las respectivas estaturas de los dos niños, y luego consideramos el aspecto de las fracturas de los cráneos que acabo de describir, podemos empezar a especular sobre la estatura del atacante.— Se volvió hacia Lucius—. ¿Cuál fue nuestra suposición? Aproximadamente un metro ochenta y siete, ¿no?— Lucius asintió, y Marcus prosiguió—: Desconozco qué conocimientos tienen ustedes sobre antropometria, el sistema Bertillon para identificación y clasificación…
— ¡Oh!— exclamó Sara—. ¿Está usted versado en él? Estaba ansiosa por conocer a alguien que lo estuviera.
Marcus la miró sorprendido.
— ¿Conoce los trabajos de Bertillon, señorita Howard?
Al ver que Sara asentía impaciente, Kreizler la interrumpió:
— Debo confesar mi ignorancia, sargento detective. He oído el nombre, pero poco más.
De modo que mientras hacíamos los honores a la tortuga, repasamos los logros de Alphonse Bertillon, un francés misántropo y pedante que había revolucionado la ciencia de la identificación criminal en los años ochenta. Bertillon, un irrelevante empleado al que se le había encargado de los archivos que el Departamento de Policía de París llevaba de los criminales famosos, había descubierto que si se tomaban catorce medidas de cualquier cuerpo humano— estatura, pie, mano, nariz, oreja, etcétera, etcétera—, las posibilidades de que dos personas compartieran los mismos resultados era de más de 286 millones contra uno. A pesar de la enorme resistencia por parte de sus superiores, Bertillon había empezado a registrar las medidas de conocidos criminales y luego a clasificar los resultados por categorías, preparando a todo un equipo de medidores y fotógrafos en el proceso. Y cuando utilizó la información que había recogido para solucionar algunos de los casos más famosos que habían desafiado la capacidad de los detectives de París, se convirtió en una celebridad internacional.
El sistema Bertillon se adoptó muy pronto en toda Europa, más tarde en Londres, y sólo recientemente en Nueva York. Durante su mandato como jefe de la División de Detectives, Thomas Byrnes había rechazado la antropometría, con sus medidas exactas y sus cuidadosas fotografías, arguyendo que exigían demasiado esfuerzo intelectual a sus hombres…, lo cual sin duda era una suposición acertada. Luego, Byrnes había creado también la Rogues Gallery, una sala llena de fotografías de los criminales más famosos de Estados Unidos: se sentía orgulloso de su creación, y consideraba que ya era suficiente para los fines de identificación. Por último, Byrnes había establecido sus propios principios sobre detección, y no estaba dispuesto a que ningún francés se los tirara por el suelo. Sin embargo, con la marcha de Byrnes del cuerpo, la antropometría había encontrado cada vez más defensores, uno de los cuales era evidente que estaba sentado a nuestra mesa esa noche.
— El fallo principal del sistema Bertillon— dijo Marcus—, aparte de que depende de unos expertos medidores, reside en que sólo puede aplicarse a un sospechoso cuyas medidas coincidan con las de otro sospechoso o un criminal convicto que ya aparezca en sus archivos.
Después de haber degustado una copa de sorbete Elsinore, Marcus se dispuso a sacar un cigarrillo del bolsillo, sin duda creyendo que la comida había finalizado. De modo que se quedó agradablemente sorprendido al ver que dejaban ante él un plato de pato marino servido con puré de maíz y gelée de grosellas, y acompañado por una copa de espléndido Chambertin.
— Disculpe la pregunta, doctor— dijo Lucius, en permanente perplejidad—, pero, ¿tiene realmente un final esta cena, o vamos a seguir hasta el desayuno?
— Mientras posean ustedes información que sea útil, sargentos detectives, los platos seguirán llegando.
— Bien, entonces…— Marcus probó un bocado de pato y cerró los ojos elogiosamente—. Será mejor proseguir con cosas interesantes… Bien, como iba diciendo, el sistema Bertillon no ofrece pruebas palpables de que se haya cometido un crimen; no sitúa a un hombre en el escenario del crimen, pero nos ayuda a reducir la lista de criminales conocidos que pueden ser responsables… Nosotros apostamos por el hecho de que el hombre que mató a los hermanos Zweig debe de estar en torno al metro ochenta y siete. Esto nos facilitaría relativamente pocos candidatos, incluso en los archivos de la policía de Nueva York, lo cual no deja de ser un punto de arranque bastante ventajoso. Y la mejor noticia es que, con tantas ciudades como han adoptado el sistema, podríamos efectuar una comprobación a escala nacional… O incluso en Europa, si queremos.
— ¿Y si el hombre carece de antecedentes criminales?— preguntó Kreizler.
— Entonces, como ya he dicho, no estaremos de suerte— contestó Marcus, encogiéndose de hombros. Kreizler le miró decepcionado, y Marcus, con los ojos puestos en su plato e imagino que preguntándose si la comida dejaría de aparecer cuando llegáramos a un callejón sin salida, carraspeó—. Es decir, no estaremos de suerte por lo que a los métodos oficiales del departamento se refiere. No obstante, yo estudio otras técnicas que tal vez al final resulten útiles en esto.
Lucius le miró inquieto.
— Marcus— murmuró—, todavía no estoy seguro. No está aceptado todavía…
Marcus replicó tranquilo, pero con presteza:
— No en los tribunales, pero aún así es válido para la investigación. Ya lo hemos discutido.
— Caballeros…— intervino Kreizler—. ¿Les importaría compartir su secreto?
Lucius bebió nervioso su Chambertin.
— Todavía se trata de algo teórico, doctor, y en ningún lugar del mundo se acepta como prueba legal. Aunque…— Miró a Marcus, al parecer preocupado por el hecho de que su hermano le privara de los postres—. Oh, está bien. Adelante.
— Se llama dactiloscopia— dijo Marcus en tono confidencial.
— Ah— intervine—. Se refiere a las huellas dactilares.
— Sí— contestó Marcus—. Éste es el término coloquial.
— No quisiera que se ofendiera, sargento detective— dijo Sara—, pero la dactiloscopia ha sido rechazada por todos los departamentos de policía de todo el mundo. Además, su base científica nunca se ha podido probar, y en realidad no se ha solucionado ningún caso mediante su utilización.
— No lo tomo como ofensa, señorita Howard, y confío en que usted tampoco se lo tome como tal si le digo que se equivoca. La base científica ya se ha probado, y se han solucionado algunos casos utilizando esa técnica… Aunque no en una parte del mundo de la que probablemente haya oído usted hablar.
— Moore— les interrumpió Kreizler con voz algo cortante—, empiezo a comprender cómo debes sentirte… Una vez más, caballeros, señorita, debo admitir que me he perdido.
Sara empezó a explicar el tema a Laszlo, pero después de este último comentario sarcástico me vi obligado a intervenir y tomar la iniciativa. La dactiloscopia, o las huellas digitales (expliqué en lo que confiaba fuera un tono condescendiente), constituía un método de identificación de los seres humanos, criminales incluidos, del que hacía décadas que se estaba discutiendo. La premisa científica consistía en que las huellas dactilares no cambian durante la vida de una persona, si bien había grandes antropólogos y médicos que todavía no aceptaban este hecho a pesar de las abrumadoras pruebas aportadas y de las ocasionales demostraciones prácticas En Argentina, por ejemplo— un sitio del que, según aseguraba Marcus Isaacson, poca gente en Estados Unidos y en Europa se acordaba—, las huellas dactilares habían proporcionado la primera prueba práctica cuando un oficial de la policía de Buenos Aires, llamado Vucetich, había utilizado el método para solucionar un caso de asesinato relacionado con una brutal paliza perpetrada contra dos niños pequeños.
— Con esto intuyo que existe una desviación general del sistema Bertillon— dijo Kreizler, mientras los camareros aparecían con unos petits aspics de foie gras.
— Todavía no— replicó Marcus—. Es una batalla que aún se está llevando a cabo… Aunque la fiabilidad de las huellas ya se ha demostrado, aun existe una gran resistencia.
— Lo más importante a tener en cuenta— añadió Sara…, y qué satisfacción producía el verla instruir ahora a Kreizler— es que las huellas dactilares pueden demostrar quién ha estado en un lugar determinado. Son idóneas para nuestra…— Se interrumpió, tratando de calmarse—. Son de un gran potencial.
— ¿Y cómo se toman las huellas?— preguntó Kreizler.
— Existen tres métodos básicos— contestó Marcus—. En primer lugar están, obviamente, las huellas visibles: una mano que haya tocado pintura, sangre, tinta, cualquier cosa por el estilo, y que luego toque otra cosa. Luego están las huellas en relieve, que se dejan cuando alguien toca masilla, yeso, escayola húmeda y cosas por el estilo. Por último están las huellas latentes, las más difíciles Si coge usted la copa que tiene delante doctor, sus dedos dejarán en el cristal unos residuos de sudoración y de grasa corporal con el dibujo de las huellas dactilares. Si sospecho que puede usted haber tocado la copa…— Marcus sacó del bolsillo dos pequeños frascos, uno con polvos blancogrisáceos y otro con una sustancia negra, de consistencia similar—, la rociaré con polvo de aluminio— levantó el frasco gris— o con carbón finamente pulverizado— levantó el frasco negro—. La elección dependerá del color de fondo del objeto. El blanco resalta sobre los objetos oscuros, y el negro sobre los claros. Ambos serían adecuados para su copa. A continuación la grasa y el sudor absorberán los polvos, dejando una perfecta imagen de la huella.
— Fantástico— murmuró Kreizler—. Pero, si ya se ha aceptado científicamente que las huellas digitales de un ser humano nunca varían, ¿por qué todavía no se ha admitido esto como prueba legal en los tribunales?
— A la gente no le gustan los cambios, ni siquiera cuando implican un progreso.— Marcus dejó los frascos sobre la mesa y sonrió—. Pero estoy seguro de que usted ya sabe eso, ¿no, doctor Kreizler?
Éste asintió con un movimiento de cabeza para corroborar el comentario. Luego dejó el plato a un lado y volvió a recostarse en la silla.
— Le agradezco sus instructivas palabras— le dijo—, pero tengo la sensación, sargento detective, de que ocultan algún propósito más específico.
Marcus se volvió de nuevo a Lucius, pero éste se limitó a encogerse de hombros con resignación. Entonces Marcus sacó algo plano y delgado del bolsillo interior de su chaqueta.
— Aunque hoy en día un forense diera por casualidad con algo como esto— dijo—, serían muy pocas las probabilidades de que lo notara, o de que le intrigara, así que hace tres años serían más pocas aún.– Dejó caer el papel, de hecho una fotografía, sobre la mesa frente a nosotros, y las cabezas de los tres se juntaron para examinarla. Era un detalle de algo, de unos objetos blancos. Huesos, no tardé en averiguar, aunque no podía ser más específico.
— ¿Dedos?— preguntó Sara, alzando la voz.
— Dedos— contestó Kreizler.
— Para ser más exactos— dijo Marcus—, los dedos de la mano izquierda de Sofia Zweig. Observen la uña en el extremo del pulgar, la que se puede ver en su totalidad.— Sacó una lupa del bolsillo y nos la tendió. Luego volvió a sentarse y mordisqueó su foie gras.
— Parece amoratada…— musitó Kreizler, mientras Sara le cogía la lupa—. Al menos hay una decoloración de algún tipo.
Marcus se volvió hacia Sara.
— ¡Señorita Howard!
Sara se colocó la lupa frente a la cara y acercó la fotografía. Sus ojos se fruncieron para enfocar mejor, y luego, ante el descubrimiento, se abrieron desmesuradamente.
— Me parece que veo…
— ¿Qué es lo que ves?— pregunté, impaciente como un niño de cuatro años.
Al mirar Laszlo por encima del hombro de Sara, su expresión se volvió aún más atónita y asombrada que la de ella.
— ¡Dios del cielo! No querrá decir…
— ¿Qué, qué, qué?— inquirí, y Sara me tendió finalmente la lupa y la fotografía. Siguiendo las instrucciones, examiné la uña en el extremo del pulgar. Sin la lupa parecía una decoloración, tal como había dicho Kreizler. Bajo la lente de aumento, era indudable que había la marca de lo que identifiqué como una huella digital impresa mediante alguna sustancia oscura. Me quedé atónito.