Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Odiaría creer eso, pero supongo que es posible.
—Entonces, y haciendo de abogado del diablo —dijo Rubin—, ¿no diría que las probabilidades que ofrece no merecen el dinero que solicita?
—Manny —dijo Trumbull—, es peor que eso. No creo que la exobiología se ocupe de sólo el sistema solar. ¿No existen planes de tratar de detectar señales de radio de origen inteligente desde otras estrellas?
—Desde planetas que giran alrededor de otras estrellas, sí —dijo Magnus.
—¿Y eso no costaría millones de dólares?
—Algunos millones si se hace apropiadamente.
—Y si localizamos esta vida y llamamos su atención hacia nosotros, ¿entonces qué? ¿Nos invadirán y nos someterán? ¿Es para eso que pagaremos tantos millones?
Por primera vez, Magnus permitió que una expresión de impaciencia cruzara su rostro.
—En primer lugar —dijo— solamente estamos escuchando. El proceso es SETI, “serach for extraterrestrial intelligence”
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. Si recibimos señales no necesitamos tratar de responder si no lo deseamos. En segundo lugar, las oportunidades son que si recibimos las señales, la fuente estará en cualquier lugar a cientos de años luz desde acá. Eso significa que llevará de décadas a siglos recibir cualquier mensaje que les enviemos y con conversaciones como ésa, el peligro no parece inminente. En tercer lugar, incluso si se pudieran mover más rápido que la luz y quisieran encontrarnos, no tenemos razones para suponer que la conquista y la destrucción sea lo que tienen en mente. Pensamos eso solamente porque insistimos en transferir nuestra propia bestialidad a ellos. En cuarto lugar, en todo caso, ya hemos delatado nuestra existencia. Hemos estado dejando escapar radiación electromagnética de origen claramente inteligente por ocho décadas y el escape ha ido creciendo constantemente y más intensamente cada año. De modo que ellos sabrán que estamos acá si quieren escuchar. Y en quinto lugar… —se detuvo de repente.
—Lo recita —dijo Trumbull— como si tuviese muchas oportunidades de repetir la lista.
—Así es —dijo Magnus.
—Entonces, ¿por qué se detuvo? ¿Ha olvidado el quinto punto?
—No, de hecho, es el más fácil de recordar. No estamos gastando millones de dólares, verá, de modo que los que pagan impuestos no tienen que preocuparse por su dinero ni por su vida. En realidad, no estamos gastando casi nada.
—¿Y qué del Proyecto Cíclope? —preguntó Rubin—. Más de mil radio-telescopios computarizados escuchando al unísono las señales de cualquier estrella dentro de los mil años-luz, una por una. No me diga que no costará una fortuna.
—Por supuesto, y es una bicoca, también, a casi cualquier precio. Aun si no recogemos ninguna señal de origen inteligente, ¿quién puede decir los descubrimientos extraños e inesperados que podemos hacer cuando sondeemos el Universo con un instrumento en magnitudes más refinadas que cualquier cosa que utilicemos ahora?
—Exactamente —dijo Rubin—. ¿Quién puede decirlo? Nadie. Porque no encontrará nada.
—Bueno, no es punto de discusión —dijo Magnus—. Es muy dudoso que obtuviéramos alguna vez los fondos necesarios enviados por el Congreso. Hasta ahora, ha sido suficientemente duro conseguir el dinero para asistir a conferencias internacionales sobre el tema y aun eso ha sido restringido gracias a la más maldita serie de circunstancias —un gesto de infelicidad cruzó su rostro.
Hubo un breve silencio y entonces Avalon, juntando sus formidables cejas, dijo:
—¿Le importaría describir esas circunstancias, Dr. Magnus?
—No hay mucho que describir —dijo Magnus—. Hay una pesada niebla de sospechas que no se despeja y eso juega directo a las manos de los millones-para-la-defensa-pero-ni-un-centavo-para-la-banda de tontos sobrevivientes.
Gonzalo parecía encantado.
—Una espesa niebla de sospechas es justo lo que nos gusta escuchar. Díganos los detalles.
—No sería muy discreto si lo hiciera.
—Nada dicho aquí es repetido afuera —dijo Trumbull inmediatamente—. Somos todos discretos y eso incluye a nuestro estimado camarero, Henry.
—Cuando digo que no sería discreto decirles los detalles —dijo tristemente Magnus—, me estoy refiriendo a mi propio desatino. Me temo haber sido el causante del problema y encuentro embarazoso discutirlo.
—Si eso es lo que está molestándole —dijo Trumbull—, entonces, por favor, díganos. La confesión es buena para el alma, y aunque esa fuese condición para la cena, como no dudo que se lo haya dicho Jim, sí lo es el sometimiento a nuestro interrogatorio.
—Me lo dijo —dijo Magnus—. Muy bien.
»Algún tiempo atrás tuvimos un encuentro internacional, para los que estaban interesados en SETI, en New Brunswick, en Canadá. Los soviéticos enviaron un numeroso contingente de algunos de sus astrónomos de más alto vuelo, y por supuesto, nosotros nos presentamos en grupo, tal como los canadienses, británicos, franceses, australianos, japoneses, y un surtido de otros, incluyendo unos pocos de Europa del Este.
»También estaba el personal auxiliar —por ejemplo, traductores, aunque la mayoría de los asistentes podían hablar bien el inglés. Por extraño que parezca, el inglés coloquial más puro vino del único delegado búlgaro, que hablaba como un nativo de Ohio en una reunión social, pero que insistió en hablar en búlgaro y utilizar un intérprete en las sesiones formales, tal vez para mostrar su costado ortodoxo a los soviéticos —pero eso es igual allá que aquí.
—Estoy bastante seguro de que había unos cuantos pesados soviéticos que, como hecho real, eran parte de su aparato de seguridad. También estoy igualmente seguro de que también estaba presente algún personal de seguridad americana.
—¿Para qué, señor Magnus? —dijo Gonzalo—. ¿Qué peligro hay en escuchar a las estrellas? ¿Están los soviéticos temerosos de que realicemos alianzas con algunos hombrecitos verdes y en contra de ellos?
—¿O viceversa? —preguntó Halsted secamente.
—No, pero el conocimiento es indivisible —dijo Magnus—. Aquellos de nosotros que somos expertos en radio-astronomía sabemos bastante acerca de ciertas cosas como el reconocimiento de satélites y satélites asesinos, y sobre manipulación, redireccionamiento y aborto de reconocimiento. De ambos lados, aun así, están ansiosos por prevenir que sus propios hombres sean indiscretos y por atrapar a sus grupos contrarios por ser demasiado conversadores.
—Me parece —dijo Avalon— que esa seguridad sería inútil en tales cuestiones. ¿Podría un operativo de la CIA saber si un astrónomo ha sido indiscreto cuando probablemente no puede comprender el asunto?
—Usted desestima —dijo Magnus— el entrenamiento a que se someten los agentes especiales. Los astrónomos actuales, de ambos lados, son el doble por seguridad. No menciono nombres.
—No tiene sentido llegar hasta eso —dijo Trumbull—, ¿Puede usted continuar, Dr. Magnus?
—Por cierto —dijo Magnus—. He detallado el tamaño de la delegación completa en orden de explicar que no podíamos ser alojados en un solo lugar. De hecho, el sitio de New Brunswick, aunque adecuado como un punto casi neutral —habíamos tenido un encuentro previo en Finlandia— y aunque estaba aislado y era hermoso, sin mencionar que tenía canchas de tenis y pileta de natación, no ofrecía alojamiento adecuado. El personal estaba disperso y el gobierno de Canadá proveía el transporte.
»Teníamos varios coches, cada uno con conductor, y estaban en constante demanda. Los americanos utilizaban una limosina que podía transportar a seis fácilmente, aunque el conductor hubiera llevado rápidamente a un solo pasajero de ida y vuelta. Un desperdicio de combustible, pero conveniente.
»El conductor era Alex Jones, un joven animado de cerca de treinta años, quien parecía tener la idea fija de que éramos astrólogos. Era ignorante como nadie podía serlo sin ser realmente un retardado, pero estaba fascinado con nosotros. Nos conocía a cada uno y nos llamaba con alguna extraña derivación de nuestros nombres.
»Yo la saqué bastante barata. Me llamaba Maggins, lo que está bastante cerca, y una vez Maggots, que no está tan cerca. No me importaba y no traté de corregirle. Alfred Binder, del estado de Arizona, era repetidamente llamado Bandage
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, y sin embargo se enfurecía cada vez. Algunas veces Binder le gritaba al joven de una manera casi fuera de lugar.
—¿Puedo interrumpir, Dr. Magnus? —dijo Avalon—. ¿No está saliéndose del tema? Parece que estuviera recordando casi sin rumbo fijo.
Hubo un rastro de tiesura en la respuesta de Magnus.
—Lo siento, señor Avalon, pero esto es esencial para la historia. Hay poco que sea sin rumbo fijo en mi manera de pensar.
Avalon se aclaró la garganta y dijo en tono apagado:
—Mis disculpas, señor —entonces tomó un algo agitado sorbo de lo que era claramente una copa vacía de brandy. Henry, tranquilo, la volvió a llenar inmediatamente.
—No hay ofensa, señor —dijo Magnus—. Alex no era el único conductor, por supuesto. Al menos había media docena, pero era el que habitualmente daba servicio a la delegación americana. Creo que Binder, ocasionalmente, se colaba con los canadienses o los británicos tan sólo por alejarse de Alex. Sospecho que se hubiera ido con los soviéticos si hubiera pensado que podía aclararlo con la seguridad de ambos lados.
»Debo confesar la que irritación de Binder con Alex me divertía. Mi sentido del humor tiende a ser desconsiderado ahora y entonces, y cuando Binder estaba en el coche instaba a Alex a hacer preguntas. Invariablemente preguntaba qué constelaciones estábamos estudiando, por ejemplo, y cuál constelación era afortunada ese día. Una vez, incluso, llamé a Binder como “Dr. Bandage” cuando estábamos en el coche —no realmente a propósito— y después explotó sobre mí.
—La gente —dijo Rubin— suele ser sensible respecto a sus nombres.
—Eso es seguro —dijo Magnus—, y, como les dije, no estoy muy orgulloso con la dirección que mi sentido del humor toma, pero cuando estoy en vena, por así decirlo, no puedo resistirme a una broma.
»Por supuesto, no supondrán que estas conversaciones en el coche eran otra cosa que tonterías. De hecho, debería decir que la mayoría de los delegados hablaban sobre sus trabajos con intensidad febril, ya que estábamos allí como nuestra propia camarilla. Alex escuchaba sin comprender una palabra y para mí eso era un incentivo adicional, porque amaba sus lanzamientos fuera del blanco. Una vez que alguien mencionó Cygnus XI —el famoso agujero negro, ya saben— Alex dijo, “Somos todos pecadores, pero no podemos evitarlo. Está en las estrellas”. En ese momento no me di cuenta qué quería decir, pero nunca estaba completamente fuera de base. Era una cuestión de “Cygnus” y “sinner”
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y Alex los asoció libremente.
»Pero la conferencia estaba llegando al cierre. Todos habíamos dado nuestras charlas, habíamos tenido discusiones informales durante las comidas y en los descansos de la tarde, y en el día previo al último teníamos un simposio, que incluía a seis de los asistentes más vociferantes, cuyas actitudes eran tan diferentes que prometía algún excitante toma y daca.
»Un grupo de nosotros éramos llevados a almorzar, con el simposio programado para esa tarde, y las personas dentro del coche estaban especulando en cuán agitadas serían las discusiones. Absolutamente lejos de querer provocar problemas, y en orden de molestar a Binder, dije, “¿Y qué piensas de las personas que estarán en el simposio, Alex?”
»Alex dijo, “Pluhtahn” en voz baja y después, “¿Pluhtahn? ¿Quién es él?”
»Allí fue donde Binder desbordó. “¿Qué sentido tiene preguntarle a este idiota? Dios sabe a qué pobre diablo le arrostró ese nombre o de qué está hablando. ¿Por qué demonios le animas?”
»A su vez, eso me puso rebelde. Dije, “Vamos, puede que no entienda los nombres muy bien, pero se refiere a una determinada persona”.
»Binder dijo, “No hay nadie en nuestro grupo cuyo nombre sea algo como Pluhtahn. Es una idiotez”.
»“Él no es un idiota” dije en voz baja, y ansioso de probarlo dije, “Vamos, Alex, ¿quién es Pluhtahn? ¿Cómo es?”
»Pero Alex se veía terriblemente contrariado. Podía ver su perfil cuando me inclinaba sobre el respaldo del asiento delantero. Sus labios estaban temblando y tuvo que tragar antes de poder decir algo. Claramente, la furia de Binder lo había atemorizado. Murmuró, “Supongo que he cometido un error, señor Maggins”.
»Se mantuvo callado por el resto del viaje, poco en realidad, y cuando nos bajamos nos ofreció su acostumbrado movimiento de mano y su sonrisa llena de dientes. ¡Pobre tipo! Lo llamé pero no respondió. No pude evitar pensar que Binder era un tonto pomposo.
»Si lo hubiera dejado así, todo habría estado bien, pero por puro azar, Yuri se sentó cerca de mí durante el almuerzo.
»Yuri era un miembro del grupo soviético, por supuesto; un hombre regordete, bastante corpulento, quien era calvo excepto un fleco de cabello negro, que mantenía corto. Siempre vestía un traje gris y una corbata marrón, y a pesar de ser un excelente radio-astrónomo, estaba siempre malhumorado. Nunca le vi sonreír y probablemente por eso no pude resistir hacerle una broma… Eso, mi problemático sentido del humor.
»Le dije, “¿Qué es lo que escuché, Yuri, sobre que anduviste en nuestra limosina?
»Bajó el cuchillo y se quedó mirándome con indignación, “¿De qué estás hablando?” Hablaba inglés bastante bien, como la mayoría de los soviéticos —lo que era humillante para nosotros, en cierto modo, ya que ninguno podía hablar más de unas pocas palabras en ruso.
»Verán, el apellido de Yuri era Platonov, acentuada en la segunda sílaba, y me parecía que si Alex lo hubiera llevado en el coche, el nombre Pluhtahn es el que podía haber entendido. Por supuesto, sabía que Platonov no hubiera usado nunca nuestro coche. De todo el grupo soviético entero, era el menos posible de hacer algo no-ortodoxo. Nunca fue amistoso y algunos de nosotros estábamos convencidos de que era miembro de la seguridad soviética.
»Por supuesto, eso hacía que el chiste me pareciera bastante poco sólido. Le dije, “Nuestro conductor, Alex Jones, te ha mencionado, Yuri, de modo que sumé que estuviste viajando y hablando con él. ¿Qué estuviste haciendo? ¿Tratando de hacer que desertara?”
Yuri se puso furioso. Dijo, “¿Es un chiste? Te lo advierto, elevaré una protesta. No creo que una reunión de científicos sobrios sea el lugar de afirmaciones desagradables”.