Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—En todo caso —dijo la señora Lindemann—, salí en mi pequeña excursión y estuve fuera mucho más tiempo que el que había planeado. Todo estaba lleno de color y de movimiento y el clima era apacible y agradable. Eventualmente me di cuenta de que estaba terriblemente cansada, había llegado a una calle bastante tranquila y estaba lista a regresar. Saqué de uno de los bolsillos exteriores de mi bolso el map…
Halsted interrumpió.
—Ya lo entiendo, señora Lindemann, usted estaba sola en esa excursión.
—Oh, sí —dijo la señora Lindemann—. Siempre viajo sola desde que falleció mi esposo. Tener compañía es un perpetuo estado de compromiso como cuándo levantarse, qué comer, dónde ir. No, no. Quiero ser una mujer por mis propios medios.
—No quise decir eso, señora Lindemann —dijo Halsted—. Quise preguntar si estaba sola en este paseo en particular por una ciudad extraña —por la noche— con un bolso.
—Sí, señor. Me temo.
—¿Nadie le ha dicho —dijo Halsted— que las calles de Nueva York no son siempre seguras en la noche —en particular, excúseme, para una mujer mayor con bolso y que parece, como usted, gentil e inofensiva?
—Oh, querido, por supuesto que me han dicho eso. Me han dicho eso de cada ciudad que he visitado. En mi propia ciudad hay distritos que no son seguros. Aunque siempre he sentido que toda la vida es un juego, que las situaciones sin riesgo son un sueño imposible, y no iba a privarme de experiencias placenteras por causa del temor. Y he pasado por todos esos lugares sin daño alguno.
—Hasta esa primera noche en Manhattan —dijo Trumbull—, lo entiendo.
Los labios de la señora Lindemann se tensaron.
—Hasta entonces —dijo—. Fue una experiencia que solamente recuerdo a pantallazos, por decirlo de alguna manera. Supongo que era por estar tan cansada, y entonces tan atemorizada, y los alrededores eran tan nuevos para mí, que mucho de lo que sucedió no se registró adecuadamente. Hay pequeñas cosas que parecen haberse desvanecido para siempre. Ése es el problema.
Mordió sus labios y parecía como si estuviera batallando para contener las lágrimas.
—¿Podría decirnos lo que recuerda? —dijo suavemente Henry.
—Bueno —dijo ella, aclarándose la garganta y sujetando su bolso—, como ya dije, la calle estaba bastante tranquila. Había coches que pasaban, pero no peatones, y no estaba segura de dónde estaba. Estaba buscando el mapa y un cartel de calle cuando un hombre joven pareció aparecer de la nada y me dijo, “¿Tiene un dólar, señora?”. No debía tener más de quince —sólo un niño.
»Bueno, hubiera estado deseando darle un dólar si pensara que lo necesitaba pero realmente parecía estar bien y razonablemente próspero, y pensé que no sería aconsejable mostrar mi billetera, de modo que dije, “Me temo que no, joven”.
»Por supuesto, él no me creyó. Se acercó y dijo, “Claro que lo tiene, señora. Aquí, le ayudaré a mirar”, y tomó mi bolso. Bueno, no iba a permitir que la tomara, por supuesto…
—Nada de “por supuesto” en estas cosas, señora Lindemann —dijo Trumbull firmemente—. Si alguna vez le vuelve a suceder, entregue su bolso inmediatamente. No podrá salvarla de ninguna manera, y los matones no pensarán en usar la violencia, y no hay nada en un bolso que merezca su vida.
—Supongo que tiene razón —suspiró la señora Lindemann—, pero en ese momento no estaba pensando correctamente. Sujeté el bolso como un acto reflejo, supongo, y es entonces cuando dejo de recordar. Recuerdo haber estado en una especie de lucha y me parece haber visto a otro joven acercándose. No sé cuántos, pero me sentí rodeada.
»Entonces escuché un grito y unas palabras terribles, y el ruido de pies. No hubo nada más por un rato excepto que mi bolso se había marchado. Entonces escuché una voz ansiosa, baja y educada, “¿Está herida, señora?”
»Le dije, “Creo que no, pero mi bolso se ha ido”. Miré a mi alrededor vagamente. Creo que estaba bajo la impresión de que había caído a la calle.
»Había un joven un poco mayor sosteniendo mi codo respetuosamente. Debe haber tenido veinticinco años. Dijo, “Ellos la tomaron, madame, es mejor que la saque de aquí antes de que regresen por más diversión. Probablemente tienen cuchillos y yo no”.
»Estaba sacándome de allí rápidamente. No podía verlo claramente en la oscuridad pero era alto y vestía un suéter. Dijo, “Vivo cerca de aquí, madame. O la llevo a mi casa o tendremos una batalla”. Creo que había otro hombre joven a la distancia, pero puede haber sido sólo una ilusión.
»Fui con este joven bastante dócilmente. Parecía animado y educado y ya estoy demasiado vieja para sentir que estaba en peligro de… uh… daños personales. Además, estaba tan confusa y mareada que carecía de toda voluntad de resistir.
»Lo siguiente que recuerdo es que estaba ante la puerta de su apartamento. Recuerdo que era el 4F. Supongo que eso quedó en mi memoria porque era una combinación familiar durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces estaba dentro del apartamento y sentada en un sillón tapizado. Era un apartamento bastante descuidado, lo noté, pero no recuerdo haber llegado hasta él.
»El hombre que me había rescatado había puesto un vaso en mi mano y bebí de él. Era una especie de vino, creo. No me gustó el sabor en particular, pero me dio calor y me sentí menos mareada —antes que más mareada, como uno supondría.
»El hombre parecía ansioso acerca de la posibilidad de que estuviera herida, pero lo tranquilicé. Le dije que si me ayudaba a conseguir un taxi podría volver a mi hotel. Dijo que era mejor que descansara u poco.
»Ofreció llamar a la policía para informar el incidente, pero yo estaba inflexiblemente en contra de eso. Esa es una de las cosas que recuerdo muy claramente. Sabía que la policía no podría recuperar mi bolso y yo no quería ser un tema de los periódicos.
»Creo que debí haber explicado que no era de la ciudad porque me dio un discurso, muy gentil, de los peligros de caminar en las calles de Manhattan. He escuchado mucho sobre ese tema en la última semana. Deberían escuchar a mi sobrina volver y volver sobre eso.
»Recuerdo otros trozos de conversación. Él quería saber si había perdido mucho efectivo y le dije, bueno, unos treinta o cuarenta dólares, pero que había unos cheques de viajero que podrían, por supuesto, ser reemplazados. Creo que pasé algún tiempo asegurándole que sabía cómo hacer eso, y que sabía cómo informar la pérdida de mi tarjeta de crédito. Solamente tenía una en mi bolso.
»Finalmente, le pregunté su nombre así podría hablar con él apropiadamente, y se rió y dijo, “Oh, los nombres servirán”. Me dio el suyo y le di el mío. Y le dije, “¿No es asombroso cómo encaja todo junto, su nombre y su dirección, y lo que acaba de decir”. Le expliqué y él se rió, y dijo que nunca había pensado en eso. De modo que ya ven… conocía su dirección.
»Entonces bajamos las escaleras y era bastante tarde por entonces, al menos por el reloj, aunque por supuesto no era muy tarde en mi interior. Se aseguró de que las calles estuvieran despejadas, entonces me hizo esperar en el vestíbulo mientras salía a buscar un taxi. Dijo haberle pagado al conductor para que me llevara a donde quisiera ir, y antes de que pudiera detenerle me puso un billete de veinte dólares en la mano porque dijo que no debería dejarme sin un centavo.
»Traté de oponerme, pero dijo que amaba Nueva York, y que ya que había sido maltratada en mi primera noche por los neoyorquinos, tenía que repararlo. De modo que lo tomé… porque sabía que podía devolverlo.
»El conductor me llevó de regreso al hotel y no trató de cobrarme nada. Incluso intentó darme el vuelto porque dijo que el joven le había dado un billete de cinco dólares, pero yo estaba complacida con su honestidad y no tomé el vuelto.
»Entonces ya ven que a pesar de que el incidente comenzó muy dolorosamente, estuvo la extrema gentileza del joven Buen Samaritano y del conductor de taxi. Era como si un acto de crueldad hubiese sido introducido en mi vida para que pudiera experimentar otros actos de gentileza que harían más que revertir el balance. Y aún los experimento; los suyos, quiero decir.
»Por supuesto, era bastante obvio que el joven no tenía nada de sobra y sospeché que los veinticinco dólares que había gastado en mí eran más de lo que podía afrontar como algo a tirar. No me preguntó el apellido ni en qué hotel estaba. Era como si él supiera que le devolvería el dinero sin que nadie me lo recordara. Naturalmente, lo haría.
»Verán, estoy bastante bien realmente, y no es cuestión de devolver. La Biblia dice que si compartes tu pan sobre las aguas retornará diez veces, de modo que pienso que es sólo justo que si puso veinticinco dólares, debería obtener doscientos cincuenta y lo puedo costear.
»Regresé a mi habitación y dormí profundamente después de todo aquello; fue muy reparador. A la mañana siguiente, arreglé mis asuntos con respecto a la tarjeta de crédito y los cheques de viajera y entonces telefoneé a mi sobrina y pasé el día con ella.
»Le conté lo que había pasado, pero sólo lo esencial. Después de todo, tenía que explicar por qué no tenía mi bolso y estaba temporalmente escasa de efectivo. Ella volvió una y otra vez sobre ello. Compré un bolso nuevo —éste— y no fue hasta el final del día cuando me di cuenta de que no había terminado el asunto de la devolución. El estar con mi familia me había distraído. Y entonces me abatió la gran tragedia.
La señora Lindemann se detuvo y trató de evitar que su rostro se compungiera pero no pudo. Comenzó a llorar calmadamente y a buscar la cartera desesperadamente por un pañuelo.
—¿Desea descansar un momento, señora Lindemann? —preguntó Henry suavemente.
—¿Desea una taza de té, señora Lindemann, o algo de brandy? —dijo Rubin igualmente suave. Entonces miró a su alrededor temiendo que alguien dijera una palabra.
—No, estoy bien —dijo la señora Lindemann—. Siento mucho comportarme así, pero encontré que había olvidado. No recuerdo la dirección del joven, para nada, aunque la debo haber conocido esa noche porque hablé de ella. ¡No recuerdo su nombre! Permanecí despierta toda la noche tratando de recordar, y eso fue peor. Al día siguiente salí para tratar de reconstruir mis pasos, pero todo se veía muy diferente de día —y por la noche, temí intentarlo.
»¿Qué pensará el joven de mí? Nunca había escuchado de mí. Tomé su dinero y me desaparecí con él. Soy peor que esos matones terribles que me arrebataron la cartera. Nunca fui gentil con ellos. No me deben gratitud.
—No es su culpa que no pueda recordar —dijo Gonzalo—. Ha tenido muy malos momentos.
—Sí, pero él no sabe que no recuerdo. Piensa que soy una ladrona desagradecida. Finalmente le conté a mi sobrino acerca de mi problema y él estaba pensando emplear al señor Gonzalo para algo, y pensó que el señor Gonzalo podría tener esa clase de sabiduría mundana que pudiera ayudar. El señor Gonzalo dijo que lo intentaría, y al final… aquí estoy. Pero ahora que he escuchado mi propia historia me doy cuenta que suena sin esperanza.
—Señora Lindemann —suspiró Trumbull—, por favor no se ofenda por lo que voy a preguntarle, pero debemos eliminar algunos factores. ¿Está segura de que todo esto sucedió?
La señora Lindemann se veía sorprendida.
—Bueno, por supuesto que realmente sucedió. ¡Mi bolso ya no está!
—No —dijo Henry—, lo que el señor Trumbull quiere decir, pienso, es que después del asalto usted regresó al hotel de alguna manera, y entonces se durmió; y que puede haberse llenado con pesadillas, de modo que lo que usted recuerda ahora es en parte un hecho y en parte un sueño —lo que explicaría el recuerdo imperfecto.
—No —dijo la señora Lindemann con firmeza—. Recuerdo lo que recuerdo perfectamente. No era un sueño.
—En ese caso —dijo Trumbull encogiendo los hombros—, tenemos poco para continuar.
—No importa, Tom —dijo Rubin—. No nos estamos dando por vencidos. Si elegimos el nombre correcto de su joven rescatador, ¿lo reconocería, aunque ahora no pueda recordarlo?
—Eso espero —dijo la señora Lindemann—, pero no lo sé. He intentado mirar en la guía de teléfonos para ver diferentes nombres, pero ninguno me pareció familiar. No creo que haya sido un nombre muy común.
—¿Entonces no puede ser Sam? —dijo Rubin.
—Oh, estoy segura de que no lo es.
—¿Por qué Sam, Manny? —preguntó Gonzalo.
—Bueno, el tipo era un Buen Samaritano. La señora Lindemann lo recuerda así. Sam por Samaritano. El número y la calle pueden haber sido capítulo y versículo de la Biblia donde comienza la parábola del Buen Samaritano. Dijo que el nombre y la dirección encajaban y es la única pista que tenemos.
—Espera —agregó entusiasmado Avalon—, el nombre podría haber sido el menos común Lucas. Ese es evangelio donde puede ser encontrada la parábola.
—Me temo que no me suena bien, tampoco —dijo la señora Lindemann—. Además, no estoy familiarizada con la Biblia. No podría identificar capítulo y versículo de la parábola.
—No nos vayamos por costados imposibles —dijo Halsted—. Señora Lindemann enseñó historia americana en la escuela de modo que es muy posible que lo que le sucedió sea aplicable a la historia americana. Por ejemplo, supongamos que la dirección fuera Avenida Madison 1812 y que el nombre del joven fuera James. James Madison era Presidente durante la guerra de 1812.
—O Avenida Colón 1492 —dijo Gonzalo—, y el joven se llamaba Cristóbal.
—O Avenida Lexington 1775, y el nombre Paul, por Paul Revere —dijo Trumbull.
—O Avenida Amsterdam 1623, y el nombre Peter —dijo Avalon—, por Peter Minuit, o Avenida Hudson 1609, y el nombre Henry. De hecho, hay varias calles con nombres en el bajo Manhattan. Nunca podremos acertar con el apropiado a menos que la señora Lindemann recuerde.
La señora Lindemann sujetó sus manos fuertemente una contra otra.
—Oh, cielos, oh, cielos, nada me suena familiar.
—Por supuesto que no —dijo Rubin—, si intentamos adivinar al azar. Señora Lindemann, asumo que usted está en un hotel del centro.
—Estoy en el New York Hilton. ¿Está en el centro?
—Sí. Sexta Avenida y la Calle Cincuenta y Tres. Las alternativas son que usted no pudo haber caminado más de una milla, probablemente menos, antes de sentirse cansada. Por lo tanto, quedémonos al centro. La Avenida Hudson está demasiado lejos al sur, y lugares como Colón 1492 o Madison 1812 están muy lejos al norte. Debería ser en el centro, probablemente el West Side —no se me ocurre nada.