Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Rubin miró hacia arriba con los ojos entrecerrados.
—Veamos… ¿Quiénes eran los tronos de primera clase en 1870? Estaba Guillermo I de Alemania. El Imperio Germánico acababa de ser establecido y había montones de intrigas por allí.
—Esas eran intrigas de Otto von Bismarck, Manny —dijo Drake—. Guillermo I era sólo un hombre viejo que hacía lo que le decían.
—En eso tienes razón, Jim —dijo Rubin—. Francisco José de Austria era el hijo débil de un monarca, y Alexander II de Rusia no estaba mal para ser un zar. Esos eran los únicos que Gilbert hubiera considerado como sentados en tronos de primera clase.
—¿Qué sucede con Napoleón III de Francia? —dijo Halsted—. ¿No estaba gobernando en ese tiempo?
—No —dijo Rubin—. Lo sacaron a las patadas en la guerra franco-prusiana en 1870, y Francia era una república en esa época y, de hecho, desde entonces. Muy malo, también, porque Napoleón III era tan torcido como un relámpago. Era un manipulador e intrigante que llegó al trono imperial mintiendo y haciendo trampas, y en ningún momento se confiaba en que mantendría su palabra a menos que tuviera un arma apuntándole.
—¿Cuándo murió? —dijo Gonzalo.
—No estoy seguro —dijo Rubin—. No mucho después, creo. Henry, ¿podrías verificar ese pequeño dato?
Henry lo hizo.
—Murió el 9 de febrero de 1873.
Gonzalo estaba entusiasmado.
—Eso es perfecto. Gilbert no haría un comentario sarcástico contra un monarca vigente, porque eso crearía un incidente internacional, pero…
—Escucha —dijo Rubin—, Gilbert no hubiera dudado en…
—No, no, sólo estamos armando un argumento —dijo Gonzalo—, de modo que digamos que no lo hubiera hecho. Pero un rey que estaba muerto sería un juego justo. Si fuera 1877, el pirata King podía no pensar en Napoleón III, pero si fuera 1873, Napoleón III habría muerto sólo dos meses antes, debe haber habido obituarios y biografías, y estaría fresco en la mente de los piratas. Naturalmente, se referirían al “trabajo sucio” que hizo. Entonces, tenemos dos argumentos para 1873.
—Eso no funcionará, Mario —dijo Avalon—. Napoleón III no era un rey. Era un emperador. Francia, Alemania, Austro-Hungría, y Rusia eran todos imperios en tiempos de Victoria. Y también el Japón, en tal caso. Esa era una de las razones por la que Victoria estaba tan complacida con el título imperial. Sin él, cada uno de los otros monarcas tenía más rango que ella.
—¿Entonces? —dijo Gonzalo.
—Entonces —dijo Avalon—, el argumento de Tom es que tenía que ser 1873 porque Victoria era llamada Reina y no Reina Emperatriz. Pero si van a ser tan quisquillosos con los títulos, no pueden hacer que el pirata King hable de reyes cuando se refiere a Napoleón III, que era emperador.
—Sobre ese punto, Jeff —dijo Rubin—, me pongo con Mario. Gilbert, como británico leal, ciertamente no bajaría una pizca en el título de Victoria. De todos modos, no se preocuparía por algún monarca francés. En el tiempo de Gilbert, Francia era todavía el enemigo tradicional de Gran Bretaña a través de una serie de guerras extendiéndose hasta Henry II siete siglos antes.
—Agrego algo a eso —dijo Graff, asintiendo—. En Ruddigore, hay una canción del marinero, Richard Dauntless, que hace una ligera broma a los franceses y les llama “froggies”, “parley-voos” y “malditos Mounseers”
[50]
.
—Exactamente —dijo Rubin—. Gilbert no se preocuparía por el título preciso de un maldito Mounseer, de modo que hay dos argumentos a favor de 1873.
—Sí, pero son… —dijo Graff y movió las manos en un rápido rollo.
—Muy bien, entonces —dijo Avalon—. ¿Algo más?
Silencio.
Finalmente, Halsted murmuró:
—Deseo conocer la obra mejor. Escucha, Herb, ¿dijiste que los piratas eran miembros de una Casa de Lores?
—Tenían que serlo —dijo Graff—. Cuando el General Mayor escucha que los piratas son hombres nobles echados a perder, dice, “Ningún inglés escucha indiferente esa afirmación, porque, con todos nuestros defectos, amamos nuestra Casa de pares”. Entonces sigue, y dice a los piratas, “Pares serán pares, y la juventud tendrá su aventura. Recuperad vuestros rangos y deberes legislativos”. Entonces, supongo que son parte del Parlamento.
—Ah —dijo Halsted—, entonces eso lo arregla. En 1870, Gran Bretaña era el poder económicamente dominante sobre la tierra. En particular, había grandes inversiones británicas en los Estados Unidos. Si un grupo de notables piratas iban a entrar repentinamente en el parlamento, eso haría que los americanos se sintieran bastante inseguros acerca del estado de las inversiones británicas. No se puede confiar en piratas. Podían haber retirado las inversiones. Eso desestabilizaría la economía americana y…
—Tendríamos el Pánico de 1873 —dijo Rubin, triunfante.
—Exactamente —dijo Halsted.
—Eso realmente lo arregla —dijo Rubin—. Hubo un Pánico en 1873. Fue la peor debacle económica que tuvieron los Estados Unidos hasta la Gran Depresión de 1930.
—Allí lo tienes, Herb —dijo Avalon—. Tres argumentos en favor de 1873. Cada uno en sí mismo es débil, tal vez, pero seguramente que los tres combinados tienen fuerza. Uno: Victoria hubiera sido mencionada como reina en 1873 pero no en 1877 cuando era también Emperatriz. Dos: Napoleón III ha sido mencionado como un ejemplo de real deshonesto en 1873, poco después de su muerte, pero no en 1877 para cuando ya se habría olvidado. Tres: el regreso de los piratas al Parlamento pudo provocar, y lo hizo, la depresión de 1873 en América, mientras que no hubo ninguna en 1877.
Graff asintió sombríamente.
—Sí, está muy bien y espero que funcione. Tal vez funcione. De todos modos, quiero agradecerles a todos. Si puedo hacer que Appelbaum vea la fuerza de estos argumentos… —Hizo una pausa, y entonces dijo, pensativo—: No habría nada más para llevar, ¿verdad? Algo, quiero decir, que no tenga toda esa lógica sutil. Algo simple.
Sus ojos pasaron de uno al otro y sólo encontró rostros en blanco.
—Si quieres algo simple —dijo Gonzalo—, deberíamos preguntarle a Henry. Todavía no ha dicho nada.
Graff levantó la mirada hacia Henry, curioso.
—No me diga que también es aficionado a Gilbert y Sullivan, Henry.
—No exactamente, señor —dijo Henry—. He escuchado selecciones de las operetas en ocasiones, pero nunca asistí a la representación de ninguna de ellas.
—Oh, bien —dijo Graff.
—Sin embargo… —dijo Henry, y se detuvo.
—Vamos, Henry —dijo Avalon—. Si tienes el argumento número cuatro que respalde a 1873, entonces mucho mejor.
—Ése es el punto, señor Avalon. No lo tengo, admiro el ingenio de los argumentos que han presentado y estoy casi avergonzado de tener que decir algo en contra de ellos.
—¿Quieres decir que estamos equivocados, Henry? —dijo Rubin.
—Me temo, señor Rubin. El hecho es que 1873 es casi imposible como tiempo de la acción, como uno puede demostrar muy simplemente sobre la base de todo lo que ha sido dicho.
—¿Imposible? —dijo Graff—. ¿Quiere decir que ninguno de esos argumentos lógicos es bueno?
—Completamente inútiles.
—¿Por qué?
—El señor Drake cantó un par de líneas de la canción del General Mayor, más temprano esta noche —dijo Henry—. El General Mayor, si escuché correctamente, se jactaba de conocer todas las tonadas de esa infernal tontería, Pinafore.
—¡Maldición! —dijo Rubin—. ¡Por supuesto!
—Sí, señor, como dijo el señor Drake, Pinafore era una obra anterior de Gilbert y Sullivan, anterior a Los Piratas de Penzance. Mientras estaba mirando varios puntos en la enciclopedia, como lo solicitaron, encontré, para mí, que Pinafore fue escrita en 1878. Podemos imaginar que el General Mayor, en vistas de su alto rango, podía de alguna manera haber echado una mirada a la música cuando se estaba escribiendo en 1877 y haber silbado las tonadas. Ninguna cantidad de vueltas ni de decantación lógica demoledora podía explicar su posibilidad de silbar las tonadas en 1873.
El rostro redondo de Graff se había extendido en una sonrisa.
—Por supuesto. Ningún argumento más, nada de lógica, nada de razonamiento fantasioso. El General Mayor menciona Pinafore y eso es todo. El tiempo de la acción tiene que ser 1877 y Gilbert olvidó, o no sabía, que 1900 no era año bisiesto. Mentz tendrá que ceder, y podemos seguir adelante. Gracias, Henry… ¿pero cómo es que no lo vi?
—O yo —dijo Drake—. Después de todo, canté los versos.
—Parece que tengo el don de una mente simple, caballeros —dijo Henry—, si desean la explicación simple.
Tengo una cantidad de entusiasmos rabiosos, y uno de ellos es Gilbert y Sullivan. Soy miembro de la Gilbert and Sullivan Society y ocasionalmente me gusta meter alguna referencia a G&S en una historia. Finalmente, conseguí pensar un argumento en el cual el ángulo G&S fuese central y entonces pueden apostar que nada podía evitar que escribiera la historia de inmediato. Fred Dannay cambió el título a “El Misterio Gilbert y Sullivan”, pero me sonaba demasiado prosaico, de modo que retuve mi propio título en esta colección.
Incidentalmente, el personaje Herb Graff en la historia es, de cierta manera, una persona real. Es un querido amigo del Dutch Treat Club, otra organización a la que pertenezco. Me pidió que lo pusiera en una historia, utilizando su nombre real, descripción y pasatiempo. Estaba indeciso y le pedí que me diera un trozo de papel con su firma, dándome permiso para hacerlo. Alegremente lo hizo.
Acto seguido, lo escribí en “El año de la acción” y le di una copia de ejemplar de
EQMM
del 1 de enero de 1981, en el que apareció la historia. Fue en un almuerzo del Dutch Treat, algo que tenemos todos los martes.
Al siguiente martes le pregunté, “¿Te gustó la historia?”, ya que pensé que estaría encantado por lo bien que había capturado su esencia (y es realmente uno de los tipos más buenos del mundo… alegra, inteligente, y con un corazón de oro).
De todos modos, había utilizado una palabra que él había desaprobado y que lo arruinaba todo. Se levantó, me clavó los ojos penetrantes, y dijo, “¿¿¿Regordete???”
Ninguna palabra vale tanto como para herir los sentimientos de un amigo, de modo que no la encontrarán en esta versión. La he quitado.
“Can You Prove It?”
Henry, el camarero suave y funcional del banquete mensual de los Viudos Negros, llenó la copa de agua del invitado de la noche como si supiera de antemano que dicho invitado estaba buscando en el bolsillo de la camisa un pequeño frasco de píldoras.
El invitado levantó la vista.
—Gracias, camarero, aunque las píldoras son tan pequeñas que pueden pasar bien, por así decirlo.
Miró alrededor de la mesa y suspiró.
—¡Edad avanzada! En nuestra época moderna no se nos permite llegar a viejos y libres. Los doctores siguen el mecanismo en detalle e insisten en fijarse en las grasas. Mi presión sanguínea está un poco alta y tengo una sístole extra ocasional, de modo que tomo esta pequeñita píldora anaranjada cuatro veces al día.
Geoffrey Avalon, quien se sentó inmediatamente al otro lado de la mesa, sonrió con el aire de superioridad de un hombre moderadamente preocupado por la edad y que se mantenía en buena forma con un vigoroso sistema de gimnasia, y dijo:
—¿Qué edad tiene, señor Smith?
—Cincuenta y siete. Con el cuidado apropiado, mi doctor supone que viviré una vida normal.
Los ojos de Emmanuel Rubin brillaron, magnificados detrás de sus gruesos anteojos, mientras decía:
—Dudo que haya un americano que llegue a la edad media en estos días y que no tenga que acostumbrarse a un régimen de píldoras de una clase u otra. Yo tomo zinc, vitamina E y unas pocas cosas más.
James Drake asintió y dijo con su voz suave a través del humo de su cigarrillo.
—Tengo una caja de píldoras con arreglo especial para una semana, para mantener las dosis diarias con corrección. De ese modo puedo controlar si he tomado la segunda píldora de una clase en especial. Si aún está en el compartimiento del viernes, suponiendo que el día sea viernes, entonces no la he tomado.
—Tomo solamente —dijo Smith— esta clase de píldora, lo que simplifica las cosas. Compré un suplemento semanal tres años atrás, veintiocho en total, por indicación de mi doctor. Estaba francamente escéptico, pero me ayudaron tremendamente y convencí a mi doctor que las prescribiera en frascos de a mil. Cada domingo por la mañana, pongo veintiocho en mi frasco original, el que llevo a todas partes y todo el tiempo, y el que aún utilizo. Sé todo el tiempo cuántas debería tener; en este momento deberían quedarme cuatro, habiendo tomado la vigésimo cuarta de la semana, y eso tengo. En tres años, he olvidado una píldora sólo dos veces.
—Aún no he llegado —dijo Rubin altivamente— a ese grado de senilidad que necesite algún dispositivo nemotécnico.
—¿No? —preguntó Mario Gonzalo, recogiendo el último trozo de baba al ron—. ¿A qué grado de senilidad has llegado?
Roger Halsted, quien era el anfitrión del banquete de esa noche, se anticipó a la réplica de Rubin, diciendo rápidamente:
—Hay una cuestión interesante planteada aquí. Como una creciente cantidad de personas se rellenan con químicos, debe haber cada vez menos con tejidos químicamente no-alterados.
—Ninguno —gruñó Thomas Trumbull—. La comida que tomamos está llena de aditivos. El agua que bebemos tiene purificantes químicos. El aire que respiramos está medio polucionado de alguna cosa u otra. Si pudiera analizar la sangre humana con cuidado, probablemente podría decirse dónde vivió, lo que come, y las medicinas que ingiere.
Smith asintió. Su corto cabello dejaba ver prominentes orejas, algo de lo que había tomado nota Gonzalo en la realización de la caricatura del invitado de la noche. Ahora, Smith se rascaba una de ellas, con aire pensativo.
—Tal vez se pueda almacenar el patrón detallado de la sangre de cada persona en algún ordenador. Entonces si todo lo demás fallara, la sangre podría ser la identificación. El patrón sería ingresado en el ordenador, que lo compararía con todas las que están en la memoria y en minutos dirá, en una pantalla, “El hombre que tiene aquí es John Smith de Fairfield, Connecticut” y te podrás poner de pie e inclinarte ante él.
—Si puedes ponerte de pie e inclinarte —dijo Trumbull—, puedes ponerte de pie e identificarte. ¿Por qué molestarse con un patrón de sangre?