Cuentos completos (510 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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»Caminé muy rápidamente hasta el apartamento de mi amigo. No dijo nada sobre mi retraso de una hora, o sobre mi deplorable aspecto, y no dije nada de lo que había sucedido.

»Y lo que sucedió fue: nada. Nunca escuché nada más. No hubo repercusiones. Y es por eso que es una historia insatisfactoria. No sé quiénes eran esas personas, lo que estaban haciendo, de qué se trataba todo… Ni siquiera sé si estaba ayudando a los chicos buenos o a los malos, o si al menos había chicos buenos. Podía haber quedado entre dos bandas de terroristas jugando una con la otra.

»Pero esa es la historia acerca de mi conocimiento fingido del béisbol.

Cuando Just terminó, un silencio plano e incómodo flotó sobre la habitación, un silencio que parecía enfatizar que por primera vez en la memoria viviente un invitado había contado una historia bastante larga sin haber sido interrumpido.

Finalmente, Trumbull lanzó una mirada cansada, y dijo:

—Confío en que no se ofenderá, señor Just, si le digo que creo que nos está tomando el pelo. Ha inventado una historia muy dramática para nuestro beneficio, y nos ha entretenido —al menos a mí— pero no puedo aceptarlo.

Just se encogió de hombros, y pareció no ofenderse.

—La he adornado un poco, la he lustrado un poco… Soy un escritor, después de todo… pero es bastante cierta.

Avalon se aclaró la garganta.

—Señor Just, Tom Trumbull es algunas veces apresurado en llegar a conclusiones, pero en este caso estoy forzado a coincidir con él. Como dice, usted es un escritor. Siento mucho decir que no he leído ninguno de sus obras, pero imagino que escribe lo que se denomina historias de detectives, de tipos rudos.

—A propósito, no lo hago —dijo Just, con compostura—. He escrito cuatro novelas que son, espero, realistas, pero no excesivamente violentas.

—Es un hecho, Jeff —dijo Rubin, sonriendo.

—¿Le crees, Manny? —dijo Gonzalo.

Rubin se encogió de hombros.

—Nunca encontré que Darius fuera un mentiroso, y sé que sucedió algo, pero es difícil para un escritor resistir la tentación de hacer ficción para lograr efecto. Perdóname, Darius, pero no juraría cuánto de eso es verdad.

Just suspiró.

—Bien, sólo para el registro, ¿hay alguien aquí que crea que lo que les conté realmente sucedió?

Los Viudos Negros permanecieron en un silencio embarazoso, y entonces se escuchó una tos suave proveniente del aparador.

—Vacilaba de meterme, caballeros —dijo Henry—, pero a pesar de la naturaleza excesivamente romántica de la historia, me parece que tiene una oportunidad de ser verdad.

—¿Una oportunidad? —dijo Just, sonriendo—. Gracias, camarero.

—No subestime al camarero —dijo tiesamente Trumbull—. Si él piensa que hay una oportunidad de que la historia sea verdad, estoy preparado a revisar mi opinión. ¿Cuál es tu razonamiento, Henry?

—Si la historia fuera ficción, señor Trumbull, estaría perfectamente cerrada. Ésta tiene una falla interesante la que, si tiene sentido, no puede ser accidental… Señor Just, justo al final de la historia nos contó que la mujer afirmó su creencia de que usted sabía lo que ella estaba diciendo en el bar. ¿Qué le había dicho?

—Es un cabo suelto —dijo Just—, porque no me dijo una maldita cosa. Pude fácilmente haber inventado algo, si no estuviera diciendo la verdad.

—O pudo dejarlo suelto ahora —dijo Halsted—, en aras de la verosimilitud.

—Y aun si su historia es precisa —dijo Henry—, ella sí puede haberle dicho algo, y el hecho de que usted no lo comprenda es la evidencia de su verdad.

—Habla en acertijos, Henry —dijo Just.

—Usted, en su historia —dijo Henry—, no mencionó ubicaciones; tampoco la localización del bar, ni del complejo de apartamentos donde vive su amigo. Hay una buena cantidad de tales complejos de apartamentos en Manhattan.

—Lo sé —interrumpió Rubin—, vivo en uno de ellos.

—El suyo, señor Rubin —dijo Henry—, está en la Avenida Extremo Oeste. Sospecho que el complejo de apartamentos del amigo del señor Just está en la Primera Avenida.

Just pareció asombrarse.

—Lo está. ¿Cómo supo eso?

—Considere la primera escena de su historia —dijo Henry—. La mujer en el bar sabe que está en manos de sus enemigos y no se le permitiría salir excepto bajo escolta. Los dos hombres del bar estaban simplemente esperando a sus cómplices. La llevarían a su departamento por razones propias. La mujer pensó que usted era uno del grupo de ella, sintió que usted no podía hacer gran cosa en el bar, pero le quería en escena, cerca de su apartamento y con refuerzos.

»Por consiguiente le lanzó cerezas al marrasquino —un gesto aparentemente inofensivo, y posiblemente con intenciones de ligue, aunque despertó las sospechas de los dos hombres del bar.

—¿Qué hay con eso? —dijo Just.

—Ella tenía que trabajar con lo que podía encontrar —dijo Henry—. Las cerezas eran pequeñas esferas —pequeñas bolas— y ella lanzó cuatro a usted, una a la vez. Usted había declarado ser un fanático del béisbol. Ella le envió cuatro bolas, y, en idioma del béisbol, como todo mudo sabe, cuatro bolas significan cuatro lanzamientos fuera de la zona del golpe, quiere decir que el bateador puede avanzar a la primera base. Más coloquialmente, “caminar a primera”. Eso es lo que ella le estaba diciendo a usted, y usted, casi sin comprenderlo, sí caminó hasta Primera Avenida por las razones que usted sabe.

Just se veía estupefacto.

—Nunca pensé en eso.

—Porque usted todavía no incorporó el incidente al relato —dijo Henry— es que pensé que su historia es esencialmente verdadera.

POSTFACIO

Una vez escribí una novela titulada “Murder at the ABA” (Asesinato en la Convención) en la que mi héroe era un tipo pequeño llamado Darius Just. Ese libro me gustó mucho.

(Habitualmente, me gustan mucho mis libros, lo que es una suerte. ¿Puede imaginar cómo sería mi vida de miserable si me disgustaran mis libros, considerando cuántos escribí?)

Particularmente, me gustó Darius, y mantuve el plan de escribir otros libros en la serie, pero de alguna manera nunca tuve oportunidad. En primer lugar había muchos libros de no-ficción que tenía que escribir entonces, y cuando llegó el momento en que Doubleday me agarró del cuello y me dijo que tenía que escribir más ficción, ellos dejaron bien en claro que querían decir ciencia ficción.

De modo que mis deseos de novelas adicionales con Darius Just se fueron apagando… al menos por un tiempo.

Pero entonces se me ocurrió que no había nada que me prohibiera poner a Darius en alguna historia corta ocasional e imaginé “La mujer en el Bar” específicamente para él.

Cuando Fred publicó la historia en el ejemplar de
EQMM
del 30 de junio de 1980, la llamó “The man Who Pretended to Like Baseball”
[41]
, y ese es un ejemplo de título que no me gustó. Demasiado largo y demasiado fuera de lugar en mi opinión. De modo que acá está como “La mujer del bar”.

El conductor (1980)

“The Driver”

Roger Halsted miró por encima de su trago y dijo con voz suave:

—El humor exitoso tiene sus incongruencias. Es por eso que la gente se ríe. El cambio repentino de puntos de vista lo provoca y cuanto más repentino y extremo sea el cambio, más fuerte la carcajada —Su voz adquirió el leve tartamudeo que señalaba sus momentos más formales.

James Drake reflexionó.

—Bueno, puede ser, Roger, hay montones de teorías acerca del humor, pero por mi experiencia, una vez que has diseccionado un chiste, estás donde estás cuando diseccionas un sapo. Muerto.

—Pero has aprendido algo… Piensa en un chiste.

—Estoy tratando de hacerlo —dijo Drake.

Mario Gonzalo, resplandeciente en una camisa púrpura con cuello de tortuga debajo de la chaqueta color beige, dijo:

—Intenta con Manny Rubin.

Emmanuel Rubin, después de observar con recelo a Gonzalo, y volverse con una expresión de innegable dolor, dijo:

—Declaro no tener experiencia en humor. Mis escritos son invariablemente serios.

—No estoy hablando de tus escritos —dijo Gonzalo—. Estoy hablando de ti.

—Respondería eso, Mario —dijo Rubin—, pero vestido como estás, tienes una ventaja injusta. Sigo batallando con la náusea.

El banquete mensual de los Viudos Negros estaba a pleno ritmo y Henry, el camarero indispensable en estas funciones, anunció que la cena estaba servida.

—Tranquilo con la comida, Manny —dijo Mario—, que hoy tenemos asado con budín de Yorkshire, me dice Henry, y no queremos problemas con tu delicado intestino ni con tu grosero ingenio.

—Escribes tu propio material, por lo que veo —dijo Rubin—. Malo… Ah, aquí está Tom.

La mata blanca de cabello de Tom Trumbull apareció mientras se movía rápidamente escaleras arriba, seguida por el resto de él.

—Lo siento, caballeros, una crisis familiar menor, todo arreglado y… Gracias, Henry —Tomó agradecido su copa de escocés con soda—. ¿Han comenzado a comer ya?

—Roger está poniendo manteca en su pan —dijo gravemente Roger Halsted—, pero eso es todo lo que hemos tomado.

—Tom Trumbull —dijo Drake—, te presento a mi invitado, Kirn Magnus. Es un exobiólogo.

Trumbull estrechó su mano.

—Perdóneme, señor Magnus. No comprendí la descripción de su trabajo que dio Jim.

Magnus era alto y delgado, con cabello negro y lacio un poco largo y cara de niño. Habló rápido, pero con intervalos de cuidadosa pronunciación.

—Exobiólogo, señor Trumbull. Exo, un prefijo griego que significa “afuera”. Personalmente prefiero xenobiólogo, que suena como si comenzara con z pero es xeno, de una palabra griega que significa “extraño”. De cualquiera de las dos maneras, es el estudio de la vida en otros mundos.

—Como marcianos —dijo Trumbull.

—O Mario en su camisa —dijo Rubin.

—El asunto evoca risas, lo admito —dijo Magnus sonriendo—. Hay cierta incongruencia en un campo de estudios que no incluye casos conocidos y, como estaba diciendo el señor Halsted, la incongruencia es la verdadera cuestión del humor.

—Exactamente —dijo Halsted, tragándose un bocado de riñón sobre tostadas—. Le daré un ejemplo. Jack está sentado triste en un bar, mirando su cerveza. Entra Bob, mira a Jack y dice, “¿Qué te pasa?”. Responde Jack, “Mi mujer se fue con mi mejor amigo”. Bob le dice, “¿De qué estás hablando? Yo soy tu mejor amigo. Y Jack responde, “Ya no más”.

Hubo una carcajada general y aun Trumbull esbozó una sonrisa.

—Ya ve —dijo Halsted—, se permite suponer que Jack está deprimido hasta las tres últimas…

—Ya lo comprendemos, Rog —dijo Rubin—. No necesitas reelaborarlo.

—O como en el siguiente…

—Dios sea alabado —dijo Trumbull cuando Drake golpeteó la copa de agua con la cuchara—. Henry, sirve mi brandy doble. ¡Oh, ya lo has hecho!

—Sí, señor —dijo Henry, sobriamente—. Me anticipé a la necesidad cuando el señor Halsted comenzó a citar limericks
[42]
.

—Te he recordado en mi testamente, Henry, y algunas más de estas sesiones acelerarán tu papel como beneficiario… ¿Qué?

—Dije —dijo Drake con paciencia—, que me gustaría que tú hagas los honores, Tom, y que cocines a nuestro exobiólogo.

—Será un placer —dijo Trumbull—, si se me permite tomar un sorbo vigorizante… Ah. Ahora, señor Magnus, es habitual que comencemos preguntando al invitado cómo justifica su existencia, pero haré la pregunta menos general… ¿Cómo es que el rol de exobiólogo justifica su vida?

Magnus sonrió.

—¿Creerían en la gloria de la búsqueda del conocimiento?

—Para usted, ciertamente, y para mí, tal vez… pero sus investigaciones pesan mucho en la cartera pública. ¿Cómo justifica su existencia para el contribuyente?

—Desearía poder hacerlo, señor Trumbull. Desearía poder decirle en voz tan alta que pueda ser escuchada: “Señor, el mundo gasta 400 billones de dólares cada año para sus variadas instalaciones militares para comprar nada más que un seguro aumento de la destrucción. Demos un 0,1 por ciento de eso para ganar lo que puede ser un conocimiento fundamental concerniente al Universo”.

Avalon sacudió su cabeza gravemente y dijo:

—Eso no funcionará, Dr. Magnus. El público ve la defensa nacional como su seguridad contra la invasión y opresión de extranjeros odiados. Pueden estar equivocados, ¿pero qué tiene usted que ofrecer a cambio? ¿Qué pasa si usted descubre vida en Marte? ¿A quién le importa? ¿Por qué debería importarle a alguien?

Magnus suspiró.

—De alguna manera no esperaba encontrar filisteos aquí.

—Hago alegato del caso filisteo —dijo Avalon—, para reducir mi exorbitante cuenta de impuestos. ¿Qué responde a eso?

—Que su cuenta de impuestos es exorbitante por razones que no tienen nada que ver con la exobiología o con la ciencia, y sí mucho que ver con desatino y corrupción, a lo ancho del mundo. Si hubiéramos descubierto vida en Marte, la cual, como los desembarcos vikingos, es muy improbable, entonces sin importar lo simple que sea, ofrecerá la observación, en primer lugar, de una estructura de vida para nada relacionada con nosotros mismos.

»Todas las formas de vida de la Tierra, plantas, animales, bacterias y virus, están formadas sobre el mismo esquema; todas, las casi dos millones de especies son inter-convertibles en el sentido de que cualquiera de ellas puede ser parte de una cadena de alimentos que termine en otra. La vida marciana, sin importar lo simple que pueda ser, duplicaría instantáneamente las variedades de vida que conocemos, lo cual resulta en incalculables beneficios posibles para un biólogo, y para todos nosotros por supuesto. Después de todo, cuanto mejor podamos comprender la vida, mejores serán nuestras oportunidades en cosas como la cura de enfermedades y la prolongación de la vida.

—Pero el hecho —interrumpió Rubin— es que probablemente no haya vida en Marte, ni siquiera la más simple.

—Las probabilidades —dijo Magnus— son que no la haya.

—Ni en ningún lugar del sistema solar.

—Posiblemente no.

—Y si la hubiera, después de todo, podría estar formada sobre el mismo plan que la terrestre.

—Es imaginable.

—Y si no lo estuviera, la diferencia podría no ayudarnos a comprendernos a nosotros mismos para nada.

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