Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Por otro lado, algunas veces Fred puede elegir un título que es una mejora (o al menos me lo parece) y, ya que no soy un hombre obstinadamente terco y obstinado, seguiré con él.
Por ejemplo, denominé la historia que han terminado de leer como “Catorce Letras” lo cual es, después de todo, de lo que se trata; pero Fred, cuando apareció en el número de mayo de 1980 del EQMM, la llamó “Sesenta millones de trillones de combinaciones”. Lo cual también es de lo que trata; y el de Fred es infinitamente más dramático de modo que lo acepté —con el habitual enfado conmigo mismo por no haber pensado en él al comenzar a escribir.
The Man Who Pretended to Like Baseball (The Woman in the Bar)
Los tantos y faltas del béisbol, como regla, no han perturbado la ecuanimidad (o falta de ella) de los banquetes de los Viudos Negros. Ninguno de los Viudos Negros era un deportista, en el sentido ordinario de la palabra, aunque se sabía que Mario Gonzalo apostaba a los caballos en ocasiones.
De todos modos, después de la costilla de cordero Tom Trumbull sacudió su cabello blanco y marcadamente crespo y pareció completamente descontento.
—He perdido todo interés en el béisbol —dijo—. Desde que comenzaron a negociar franquicias, han quebrado la clase de lealtad que se hereda del padre de uno. Cuando era joven, era fanático de los Gigantes de Nueva York, como mi padre antes que yo. Los Gigantes de San Francisco son extraños para mí, y en cuanto a los Mets, bien, ya no son lo mismo.
—Todavía están los Yankees de Nueva York —dijo Geoffrey Avalon, separando diestramente la carne del hueso y arqueando sus oscuras cejas por la concentración en la tarea—, y en mi propia ciudad, todavía tenemos los Phillies, aunque hemos perdido los Athletics.
—Chicago todavía tiene a sus dos equipos —dijo Mario Gonzalo—, y todavía están los Indians de Cleveland, los Red de Cincinnati, los…
—No es lo mismo —dijo Trumbull, con fuerza—. Aun si yo fuera a cambiarme a los Yankees, la mitad de los equipos que juegan son equipos de los que nunca oyeron hablar Lou Gehrig ni Bill Dickey. Y ahora tienes cada liga en dos divisiones, con finales de torneo antes de las World Series, lo que lo vuelve aun más decepcionante, y un bateador estrella hace un promedio de bateo de 0.29. Maldición, recuerdo cuando necesitabas 0.35 si querías tener la chance de obtener la posición de cuarto bateador.
Emmanuel Rubin escuchaba con la tranquila dignidad que consideraba adecuada a su posición de anfitrión —al menos hasta que su invitado se volvió hacia él y dijo:
—¿Es Trumbull un aficionado al béisbol, Manny?
Ante eso, Rubin regresó a su rol natural y resopló con voz muy alta. Su escasa barba se erizó.
—¿Quién? ¿Tom? Puede haber mirado un partido de béisbol en la televisión, pero eso es todo. Piensa que un doble son dos medidas de escocés.
—Vamos, Manny —dijo Gonzalo—, tú crees que un pitcher
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sirve para poner leche.
Rubin se quedó mirándolo fijo, a través de los gruesos cristales de sus anteojos.
—Sucede —dijo— que jugué una temporada de béisbol semiprofesional como shortstop
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a finales de 1930.
—Y un shorter stop… —comenzó Gonzalo y se detuvo, sonrojándose.
El invitado de Rubin sonrió. Aunque Rubin estaba a sólo cinco pulgadas por encima de la marca de los cinco pies, el invitado tenía tres pulgadas menos que eso.
—Yo sería un shorter stop, si jugara —dijo.
Gonzalo, haciendo un visible intento de recuperar su compostura, dijo:
—Es más difícil ascender cuando uno tiene una estatura menor que el promedio, señor Just. Eso digo.
—Uno es grandemente subestimado de otras maneras, también, lo que es conveniente a veces —acordó Just—. Y a propósito, no soy muy aficionado al béisbol. Dudo si pudiera distinguir una pelota de béisbol de una de golf con poca luz.
En ese momento, Darius Just levantó la mirada rápidamente.
—Camarero —dijo—, si no le importa, tomaré leche en lugar de café.
James Drake, esperando ansioso su propio café, dijo:
—¿Es un rechazo momentáneo, señor Just, o usted no bebe café?
—No lo bebo —dijo Just—. Ni tampoco fumo, ni bebo alcohol. Mi madre me explicó todo muy cuidadosamente. Si bebo mi leche y evito los malos hábitos, creceré para ser grande y fuerte; y así lo hice —y no lo conseguí. Al menos, no soy grande. Soy bastante fuerte. Todo es bastante “anti-americano”, como que a uno le disguste el béisbol. Al menos, se puede fingir que a uno le gusta el béisbol, aunque eso también le puede meter a uno en problemas… Aquí está la leche. ¿Cómo llegó hasta allí?
Gonzalo sonrió.
—Es nuestro Henry. Silencioso y eficiente.
Just bebió un sorbo de leche con satisfacción. Los rasgos de su rostro eran pequeños pero vivos, y los ojos parecían repasar todo en la habitación. Los hombros eran anchos, como si estuvieran hechos para un hombre más alto, y caminaba como un atleta.
Drake se sentó con su café, quieto y pensativo, pero cuando Rubin golpeteó su copa de agua con la cuchara, la quietud terminó. La mano de Drake se elevó.
—Manny, ¿puedo hacer los honores? —dijo.
—Si lo deseas —Rubin se volvió hacia su invitado—. Jim es uno de los Viudos Negros más reservados, Darius, de modo que no esperes que su interrogatorio sea penetrante. De hecho, la única razón por la que se ofrece es porque él mismo ha escrito un libro y quiere codearse con otros escritores.
Los ojos de Just brillaron con interés.
—¿Qué clase de libro, señor Drake?
—Ciencia popular —dijo Drake—, pero las preguntas van en sentido contrario. Henry, ya que el señor Just no bebe, podrías reemplazar el ginger ale por brandy. No quiero que él esté en desventaja.
—Ciertamente, señor Drake —murmuró Henry, ese milagro de camarero—, si el señor Just lo desea. De todos modos, y con el debido respeto, no me parece que el señor Just quede en desventaja fácilmente.
—Ya veremos —dijo oscuramente Drake—. Señor Just, ¿cómo justifica su existencia?
Just se rió.
—Se justifica sola, ahora y entonces, cuando me llena de felicidad. En lo que concierne al resto del mundo, eso puede bastar. Con el debido respeto, como diría Henry.
—Tal vez —dijo Drake—, al mundo puede bastarle aun sin su permiso. De todos modos, durante esta velada usted debe justificar su existencia ante nosotros respondiendo nuestras preguntas. Hasta ahora he estado involucrado con los Viudos Negros por más de la mitad de una razonablemente prolongada existencia y puedo oler afirmaciones que han sido elaboradas. Usted dijo que podía meterse en problemas si fingía el gusto por el béisbol. Sospecho que una vez lo hizo, y me gustaría escuchar sobre ello.
Just pareció sorprendido, y Rubin, mirando fijo su brandy, dijo:
—Te lo advertí, Darius.
—Conoces la historia, ¿verdad, Manny? —dijo Drake.
—Sé que hay una, pero no conozco los detalles —dijo Rubin—. Le advertí a Darius que lo descubriríamos.
Just levantó la caricatura que Mario Gonzalo había hecho. Había un rostro, con amplia sonrisa y los brazos con bíceps prodigiosos levantaban pesas.
—No soy un levantador de pesas —dijo.
—Eso no importa —dijo Gonzalo—. Así es como lo veo yo.
—Levantar pesas —dijo Just—, le hace a uno más lento. Un ataque exitoso depende íntegramente de la velocidad.
—Usted no está siendo muy veloz en responder mis preguntas —dijo Drake, encendiendo un cigarrillo.
—Hay una historia —dijo Just.
—Bien —dijo Drake.
—Pero no es satisfactoria. No puedo suministrarles ninguna razón, ninguna explicación…
—Mejor que mejor. Por favor, comience.
—Muy bien —dijo Just.
»Me gusta caminar. Es una excelente manera de mantener la condición y una noche me había propuesto ir hasta el nuevo apartamento de un amigo al que no había visto por un tiempo. Tenía que estar allí a las nueve de la noche, y era una caminata moderadamente larga por la noche, pero no temo los peligros de las calles de la ciudad en la oscuridad aunque admito que no busco vecindarios particularmente peligrosos.
»De todos modos, como estaba a unas manzanas de mi destino y era temprano, me detuve en un bar. Como les dije, no bebo, pero no soy absolutamente fanático sobre eso y puedo beber, en raras ocasiones, un Bloody Mary.
»Cuando entré, había un juego de béisbol en la TV, pero el sonido estaba bajo, lo que me gustó. No había muchas personas presentes, lo que también me gustó. Había dos hombres en una mesa contra el muro, y una mujer sobre un taburete frente a la barra.
»Tomé el taburete dejando uno entre la dama y yo, y la miré brevemente mientras ordenaba un trago. Era razonablemente bonita, razonablemente formada, y completamente interesante. Bonita y formada estaba bien —a quién no le gusta— pero interesante va más allá de eso que puede ser descrito fácilmente. Es diferente para cada persona, y ella era interesante en mi marco de referencias.
»Entre mis abstenciones, las mujeres no están incluidas. Incluso especulé si era absolutamente necesario que mantuviera la cita con mi amigo, quien sufría la desventaja, en estas circunstancias, de ser hombre.
»Capté su mirada el tiempo justo antes de que mirara hacia otro lado. El ritmo lo es todo y no carezco de experiencia. Entonces levanté los ojos hacia la TV y observé un rato. Uno no quiere parecer muy ansioso.
»Ella habló. Yo estaba bastante sorprendido. No niego que tengo lo mío con las mujeres, a pesar de mi altura, pero mi encanto habitualmente no trabaja tan rápido. Ella dijo: “Usted parece entender el juego”. Era sólo por hablar. Ella no podía conocer mi posible relación con el béisbol por mi mirada fija en el aparato.
»Me volví, sonreí, y dije: “Es mi segunda naturaleza. Lo vivo y lo respiro”.
»Era una completa mentira, pero si una mujer marca el paso, tú la sigues con ritmo.
»Bastante seria, ella dijo: “¿Realmente lo entiende?”. Miraba dentro de mis ojos como si esperara leer la respuesta en mi retina.
»Decidí continuar y dije: “Querida, no hay movimiento en el juego del que no pueda ver sus motivaciones. Cada movimiento de la pelota, cada golpe del bate, cada postura del jugador, es una nota de una sinfonía que puedo escuchar en mi cabeza”, después de todo, soy un escritor; puedo apoyarme en eso.
»Ella se veía desorientada. Me miró dudosa; entonces, brevemente, a los hombres de la mesa. Yo también miré en esa dirección. No parecían interesados… hasta que noté sus ojos en el espejo del muro. Estaban mirando nuestro reflejo.
»La miré a ella otra vez y fue como un calidoscopio que cambiaba y tenía sentido. Ella no estaba conquistándome, estaba atemorizada. Estaba en el ritmo de su respiración y en la tensión de sus manos.
»Y ella pensaba que estaba allí para ayudarla. Ella estaba esperando a alguien y me había hablado con eso en la mente. Lo que respondí estaba bastante cerca —accidentalmente— de hacerle pensar que yo podía ser el hombre, pero no tan cerca para hacerla sentir segura.
»Le dije, “Enseguida me voy. ¿Quiere venir conmigo?”. Sonó como una conquista, pero estaba ofreciendo protegerla si eso era lo que quería. Qué podía pasar después… bien, ¿quién podía saber?
»Ella me miró sin entusiasmo. Conocía la mirada. Decía:
»“Usted tiene cinco pies y dos pulgadas; ¿qué puede hacer por mí?”
»Es una subestimación crónica lo que tenía en las manos. Lo que siempre hago es tanto más de lo que esperan que asume enormes proporciones. Soy el beneficiario de una línea de comparación baja.
»Sonreí. Miré en dirección de los dos hombres de la mesa, la miré a ella, dejé que mi sonrisa se ampliara y dije, “No se preocupe”.
»Había recipientes con adicionales para cóctel justo detrás de la barra donde estábamos. Ella alcanzó las cerezas al marrasquino, tomó un puñado y les quitó los tallos, entonces, una a una, les dio capirotazos pensativamente hacia mí, con los ojos fijos en los míos.
»No sabía cuál era su juego. Tal vez estaba sólo considerando si me daba una oportunidad y éste era un hábito nervioso al que estaba acostumbrada cuando estaba en un bar. Pero siempre digo: Sigue jugando.
»Había pescado cuatro y me preguntaba cuántas me lanzaría, y cuándo vendría el tabernero (barman) a rescatar su provisión, cuando mi atención cambió.
»Uno de los hombres que había estado sentado ahora estaba entre la mujer y yo, y me estaba sonriendo sin el menor buen humor. No me había dado cuenta de su aproximación. Estaba atrapado como un aficionado, y de repente el calidoscopio cambió otra vez. Ése es el problema con los calidoscopios. Siempre cambian.
»Seguro que la mujer tenía miedo. No tenía miedo de los hombres de la mesa. Tenía miedo de mí. No pensaba que era un posible rescatador; pensaba que era un posible agresor. De modo que mantuvo mi atención distraída mientras uno de sus amigos se acercó… y yo permití que sucediera.
»Cambié mi atención hacia el hombre ahora, minutos después de lo que debía haber hecho. Tenía rostro de luna, ojos aburridos, y una mano pesada. Esa mano pesada, la derecha, descansaba sobre mi mano izquierda sobre la barra, dejándola inmóvil.
»Dijo, “Creo que está molestando a la dama, compañero”.
»Él también me subestimó; me tomó por lo que no era.
»Verán, nunca fui más alto que lo que soy ahora. Cuando era más joven era, en realidad, más pequeño y más liviano. Cuando tenía diecinueve tendría que haber engordado cinco libras para ser un debilucho de noventa y seis.
»Pueden adivinar el resultado. La caballerosidad y el espíritu deportivo de los jóvenes es tal que yo era regularmente derrotado para alegría de la multitud. No lo encontraba inspirador.
»Desde los diecinueve en adelante, sin embargo, me suscribí a los cursos de incremente-su-fuerza. Luché con extensores de pectorales. Tomé lecciones de boxeo en la Y. Trozo a trozo, estudié cada una de las artes marciales. Eso no me hizo más alto, ni una pulgada, pero sí más ancho, grueso y fuerte. A menos que me enfrente a una brigada, o a un arma, no soy derrotado.
»De modo que el hecho de que mi brazo izquierdo estuviera paralizado no me molestó. Le dije, “Amigo, no me gusta que un hombre me tome de la mano, de modo que creo que tendré que pedirle que la quite”. Tenía mi propia mano derecha a la altura de los ojos, con la palma hacia arriba, en algo que podía parecer un gesto de súplica.