Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¿De veras? ¿Y a causa de qué?
—Competencia, créelo o no. En general, una de las principales funciones de los análisis de la Máquina es indicar la distribución más eficiente de nuestras unidades productivas. Es visiblemente un error tener regiones insuficientemente surtidas de manera que los gastos de transporte importan un porcentaje considerable del gasto total. De manera similar, es un error tener un área demasiado servida, de forma que las factorías tienen que funcionar con capacidades más bajas o bien competir perjudicialmente unas con otras. En el caso de Vrasayana, se estableció otro taller en la misma ciudad y con un sistema de extracción más eficiente.
—¿Y la Máquina lo permitió?
—¡Oh, sin duda! No es sorprendente. El nuevo sistema se está extendiendo considerablemente. La sorpresa fue que la Máquina omitió avisar a Vrasayana que renovase o cambiase… Sin embargo, no importa. Vrasayana aceptó un cargo de ingeniero en un nuevo taller, y si su responsabilidad y sueldo son ahora menores, por lo menos no sufre. Los obreros encontraron fácilmente trabajo; el antiguo taller fue convertido en no sé qué… Algo útil. Lo confiamos todo a la Máquina.
—¿Y por otra parte no tienes quejas?
—Ninguna.
La Región Tropical:
a)
Superficie
: 35.000.000 de kilómetros cuadrados.
b)
Población
: 500.000.000 de habitantes.
c)
Capital
: Ciudad Capital.
El mapa del despacho de Ngoma estaba muy lejos de tener la neta precisión del de los dominios de Ching en Shanghai. Los límites de las fronteras de la Región Tropical de Ngoma estaban punteados de oscuro y se extendían hacia un bello interior llamado «selva» y «desierto», y «Aquí hay elefantes y Toda Clase de Extrañas Bestias».
Había mucho que recorrer, porque en tierras, la Región Tropical abarcaba más de dos continentes; toda América del Sur, norte de Argentina, y toda África al sur del Atlas. Incluía también América del Norte al sur de Río Grande e incluso Arabia, e Irán en Asia. Era el reverso de la Región Oriental. Donde el hormiguero humano del Oriente se apretujaba en un 15% de la Tierra, los Trópicos desparramaban su 15% de Humanidad sobre casi la mitad de la extensión del globo.
A Ngoma, Stephen Byerley le produjo la impresión de uno de aquellos inmigrantes de rostro pálido que van en busca de la obra creadora en el ambiente suave necesario para el hombre, y sintió una cierta dosis del automático desprecio del hombre fuerte nacido en el duro Trópico por el infortunado oriundo de más pálidos soles.
Los Trópicos tenían la ciudad más nueva del mundo y en su sublime confianza juvenil recibía únicamente el nombre de «Ciudad Capital». Se extendía espléndida por las fértiles tierras altas de Nigeria, y al pie de las ventanas de Ngoma, más abajo, había vida y color, un sol ardiente y frecuentes chaparrones. El gorjeo de los pájaros multicolores era estridente y las estrellas parecían puntas de agujas brillantes en la noche oscura.
Ngoma se echó a reír. Era un hombre bello, muy negro, alto y de facciones enérgicas.
—Desde luego —dijo en un inglés bastante correcto, dando la sensación de hablar con la boca llena—, el Canal de México va atrasado. ¡Qué diablos! ¡Un día u otro se terminará de todos modos, hombre!
—Todo iba bien hasta hace medio año.
Ngoma dirigió una atenta mirada a Byerley y sacando un cigarro del bolsillo mordió una punta, la escupió y encendió la otra.
—¿Es esto una investigación oficial, Byerley? ¿De qué se trata?
—Nada. Nada absolutamente. Entra dentro de mis funciones de Coordinador el ser curioso.
—Bien, si es sólo que te aburres y quieres pasar un rato…, la verdad es que andamos siempre cortos de mano de obra. Hay muchos trabajos en curso en los Trópicos. El Canal es uno de ellos…
—Pero, ¿no ha predicho la Máquina la cantidad de mano de obra disponible para el Canal…, sin contar todos los demás proyectos en curso?
Ngoma se puso una mano en la nuca y echó al aire unos círculos de humo azul.
—Era un poco deficiente.
—¿Es a menudo deficiente?
—No más de lo que es de esperar. No esperamos gran cosa de ella, Byerley. Le suministramos los datos. Tomamos los resultados. Hacemos lo que dice. Pero es sólo un expediente, un instrumento para economizar trabajo. Podríamos prescindir de ella, si fuese necesario. Quizá no tan bien. Quizá no tan rápidamente. Pero el final sería el mismo.
»Aquí tenemos confianza, Byerley, y éste es el secreto. ¡Confianza! Hemos ocupado nuevas tierras que llevaban miles de años esperándonos, mientras el resto del mundo ha sido destrozado por las asquerosas experiencias de la Era Preatómica. No tenemos que comer lúpulo como en Oriente, ni tenemos que preocuparnos de los rancios desperdicios del siglo pasado, como ustedes los Nórdicos,
»Hemos barrido la mosca tse-tsé y el mosquito anofeles, el pueblo ha visto que puede vivir al sol y le gusta. Hemos aclarado las selvas vírgenes y roturado el suelo; hemos encontrado carbón y petróleo en campos intactos e incontables minerales.
»Retírense de aquí. Es lo único que pedimos al resto del mundo. Retírense y déjennos trabajar.
—Pero el Canal —interrumpió Byerley prosaicamente— hace seis meses que hubiera debido estar terminado. ¿Qué ha ocurrido?
—Perturbaciones obreras —dijo Ngoma, abriendo las manos. Buscó algo por entre los papeles que cubrían su mesa, pero renunció—. Tenía algo sobre esto por aquí —murmuró—, pero no importa. Una vez hubo escasez de mano de obra en México por una cuestión de mujeres. No había bastantes mujeres por allí. Al parecer a nadie se le ocurrió alimentar la Máquina con datos sexuales.
Hizo una pausa para echarse a reír, encantado, y prosiguió:
—Espera un momento. Me parece que ya lo tengo… ¡Villafranca!
—¿Villafranca?
—Francisco Villafranca. Era el ingeniero encargado. Ocurrió no sé qué y hubo un corrimiento de tierras. Eso es. Eso es. No murió nadie pero el desorden fue terrible. ¡Un escándalo!
—¡Oh…!
—Hubo un error en sus cálculos. O por lo menos la Máquina lo dijo así. Le suministraron datos de Villafranca, suposiciones, y así. El material con que había empezado. Las respuestas fueron diferentes. Parece que las respuestas que Villafranca utilizó no tenían en cuenta el efecto de las fuertes lluvias en las cercanías de la brecha. O algo así. No soy ingeniero, ¿comprendes?…
»En todo caso, Villafranca armó un lío de mil diablos. Pretendió que la respuesta de la Máquina había sido diferente la primera vez. Que había seguido a la Máquina ciegamente. ¡Y dimitió! Le ofrecimos mantenerlo…, la duda era razonable, el trabajo anterior era satisfactorio, todo aquello que se dice…, en una posición subordinada, desde luego…, estábamos obligados…, los errores no pueden pasar inadvertidos…, es malo para la disciplina… ¿Dónde estaba?
—Le ofreciste conservarlo.
—¡Ah, sí! Rehusó. Bien, en resumen, llevamos dos meses de retraso ¡No es nada, que diablos!
Byerley extendió la mano y apoyó las puntas de los dedos sobre la mesa.
—¿Villafranca le echó las culpas a la Máquina, verdad?
—Pues…, ¿no iba a echárselas a sí mismo, verdad? Mirémoslo serenamente; la naturaleza humana es una vieja amiga nuestra. Por otra parte, recuerdo algo más ahora… ¿Por qué diablos no podré encontrar los documentos cuando los necesito? Mi sistema de archivar no vale un pepino. Este Villafranca era miembro de una de vuestras organizaciones nórdicas. México está demasiado cerca del Norte. A esto es debido en parte la perturbación.
—¿De qué organización estás hablando?
—La Sociedad Humanitaria, la llaman. Villafranca solía asistir a una conferencia anual en Nueva York. Un montón de chiflados, pero inofensivos. No les gustan las Máquinas; dicen que destruyen la iniciativa personal. De manera que, como es natural, Villafranca echó la culpa a la Máquina… Yo no acabo de entenderlo tampoco. ¿Es que en Ciudad Capital parece que la raza humana esté siendo apartada de la iniciativa?
Y Ciudad Capital siguió tendida bajo el glorioso y dorado sol; la más joven y moderna creación del
Homo Metrópolis.
La Región Europea:
a)
Superficie
: 7.000.000 de kilómetros cuadrados.
b)
Población
: 300.000.000 de habitantes.
c)
Capital
: Ginebra.
La Región Europea era una anomalía bajo varios conceptos. En superficie, era con mucho la menor; ni un quinto de la superficie de la Región Tropical y ni un quinto de la población de la Región Oriental. Geográficamente, tenía cierta semejanza con la Europa de la era preatómica, ya que excluía lo que había sido la Rusia europea e Islas Británicas, mientras incluía las costas Mediterráneas de África y Asia y, en un extraño salto a través del Atlántico, Argentina, Chile y el Uruguay.
No era tampoco probable que mejorase su
status vis-à-vis
de las demás regiones de la Tierra, excepto por el vigor que estas provincias americanas le prestaban. De todas las Regiones, era la única que mostró un franco declive de la población durante el medio siglo pasado. Sólo ella había dejado de extender seriamente sus facilidades productivas o aportar algo radicalmente nuevo a la cultura humana.
—Europa —decía madame Szegeczowska, en su melodioso francés—, es esencialmente un apéndice económico de la Región Nórdica. Lo sabemos, pero no nos importa.
—Y sin embargo —le hizo ver Byerley—, tienen ustedes una Máquina propia, y no están seguramente bajo una presión económica del otro lado del océano.
—¡Una Máquina! ¡Bah! —encogió sus delicados hombros y dejó que una leve sonrisa se filtrase por sus labios mientras encendía un cigarrillo con sus largos dedos—. Europa es un lugar soñoliento. Y todos nuestros hombres que no consiguen emigrar al trópico están cansados y aburridos de todo esto. Usted mismo puede ver en qué consiste la tarea de Vice-coordinadora. En fin, afortunadamente no es un papel difícil, y no espera gran cosa de mí. En cuanto a Máquina…, ¿qué sabe decir fuera de «Haz esto y será mejor para ustedes»? Pero, ¿qué es lo mejor para nosotros? Pues ser un apéndice económico de la Región Nórdica…
»¿Y esto es acaso tan terrible? No hay guerras. Vivimos en paz…, y es agradable después de setecientos años de guerras. Somos viejos, señor Byerley. En nuestras fronteras tenemos las que fueron cuna de las viejas civilizaciones. Tenemos Egipto y Mesopotamia; Creta y Siria; Asia Menor y Grecia. Pero los tiempos antiguos no son necesariamente unos tiempos infelices. Puede hallarse fruición…
—Quizá tenga usted razón —dijo Byerley, afablemente—. Por lo menos el «tempo» de la vida no es tan intenso como en otras regiones. Es una atmósfera agradable.
—¿Verdad? Van a traer el té, señor Byerley. ¿Quiere indicarme su preferencia sobre la leche y el azúcar?… Gracias.
Tomó un sorbo de té con elegancia; después continuó:
—Es agradable. El resto de la Tierra se ha convertido en una lucha continua. Aquí encuentro un paralelo; un paralelo interesante. Hubo un tiempo en que Roma era dueña del mundo. Había adoptado la dulzura y civilización de Grecia; una Grecia que no había estado nunca unida; que se había arruinado en la guerra y estaba languideciendo en un estado de decadente ruina. Roma la unió, aportó la paz y le permitió vivir una vida de seguridad sin gloria. Se ocupó de su filosofía y de su arte, lejos del estruendo y la agitación de la guerra. Era una especie de muerte, pero de una muerte tranquila con pequeños intervalos, unos cuatrocientos años.
—Y sin embargo —interrumpió Byerley—, Roma cayó y el sueño de opio tocó a su fin.
—No había ya bárbaros para derrumbar la civilización.
—Nosotros podemos ser nuestros propios bárbaros, Madame Szegeczowska. ¡Ah!…, quería hablarle de una cosa. Las minas de mercurio de Almaden han disminuido considerablemente de producción. ¿El mineral no debe haber disminuido más rápidamente de lo previsto, supongo?
Los pequeños ojos grises de la muchacha se fijaron en Byerley.
—Los bárbaros…, la caída de la civilización…, el probable fracaso de la Máquina… El proceso de sus ideas es muy transparente, monsieur.
—¿Sí? Veo que me hubiera convenido tratar con hombres, como hasta ahora, ¿Considera usted que el asunto de Almaden es culpa de la Máquina?
—En absoluto, pero me parece que usted sí lo es. Usted es nativo de la Región Nórdica. La Oficina Central de Coordinación está en Nueva York. Y hace ya tiempo que he observado que ustedes, los nórdicos, carecen de fe en la Máquina.
—¿Nosotros?
—Hay una Sociedad Humanitaria que tiene mucha fuerza en el Norte, pero no consigue hacer adeptos en la fatigada y vieja Europa, que sólo anhela dejar tranquila a la débil Humanidad. Con toda seguridad, es usted uno de los confiados nórdicos y no uno de los cínicos del viejo continente.
—¿Tiene esto relación con Almaden?
—¡Oh, sí, creo que sí! Las minas están bajo el control de «Consolidated Cinnabar», que es con toda certeza una compañía nórdica, con la oficina central en Nikolaev. Personalmente, dudo que el Consejo de Administración haya consultado para nada la Máquina. En la conferencia del mes pasado, dijeron que lo habían hecho, y desde luego, no tenemos ninguna prueba de lo contrario, pero no me atrevería a dar crédito a un nórdico en este asunto, sin ánimo de ofender, de ningún modo. Sin embargo, espero que todo acabará bien.
—¿En qué sentido, mi querida madame?
—Debe usted comprender que las irregularidades económicas de estos últimos meses (que, aun cuando insignificantes comparadas con las grandes tormentas del pasado, son sin embargo, perturbadoras para nuestros espíritus sedientos de paz), han causado considerables inquietudes en la provincia española. Tengo entendido que «Consolidated Cinnabar» va a vender a un grupo de españoles. Es consolador. Si somos vasallos económicos del Norte, es humillante ver el hecho proclamado con excesiva ostentación. Y se puede confiar más en nuestro pueblo para seguir los consejos de la Máquina.
—¿Entonces, cree usted que no habrá más disturbios?
—Estoy segura de ello… En Almaden, por lo menos.
La Región Norte:
a)
Superficie
: 27.000.000 de kilómetros cuadrados.
b)
Población
: 800.000.000 de habitantes.
c)
Capital
: Ottawa.