Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
La doctora no le prestaba atención.
—Debes decírselo, pero si se lo dices los hieres, de manera que no debes; pero si no lo dices los hieres también, de manera que…
Y Herbie lanzó un grito estridente…
Fue como una flauta aumentada hasta el infinito, un silbido desgarrador y penetrante que resonó en todos los ámbitos de la habitación. Y cuando se desvaneció en la nada, Herbie se había desplomado, reducido a un montón informe de inerte metal.
—Ha muerto —dijo Bogert, lívido.
—¡No! —exclamó Susan Calvin, estremeciéndose y lanzando salvajes carcajadas—, no ha muerto, se ha vuelto loco. Lo he enfrentado con el insoluble dilema y ha sucumbido. Pueden recogerlo ya, porque no volverá a hablar nunca más.
Lanning estaba de rodillas al lado de lo que había sido Herbie. Sus dedos tocaron el frío rostro de metal ya sin reacción y se estremeció.
—Lo ha hecho usted a propósito —dijo.
Se levantó, enfrentándose con Susan, el rostro convulsionado.
—¿Y si lo hubiese hecho a propósito, qué? ¡No puede evitarlo ya! —Y con súbita amargura, añadió—: Lo merecía…
El director agarró al paralizado Bogert por la muñeca.
—¡Qué importa ya!… Venga, Peter. —Suspiró—. Un robot parlante de este tipo no tiene ningún valor, de todos modos. —Sus ojos cansados acusaban su edad, y repitió—: ¡Venga, Peter!
Una vez que los dos científicos se marcharon, transcurrieron algunos minutos antes que Susan Calvin recobrase su equilibrio mental. Lentamente, su mirada se fijó en el muerto-vivo Herbie y la dureza reapareció en su rostro. Durante largo rato permaneció contemplándolo mientras el triunfo se borraba de su rostro y el desengaño reaparecía; de todos sus turbulentos pensamientos sólo una palabra, infinitamente amarga, salió de sus labios:
—
¡Embustero!
“Little Lost Robot”
Volví a ver a Susan Calvin a la puerta de su oficina. Estaba sacando los archivos.
—¿Cómo van esos artículos, mi joven amigo? —me preguntó.
—Muy bien —dije. Los había estructurado según mi leal saber y entender, dramatizando lo escueto de su relato y añadiendo a la conversación algunos toques de amenidad—. ¿Quiere usted echarles una mirada y decirme si he sido injurioso o me he propasado en algo?
—Con mucho gusto. ¿Quiere que vayamos a la Sala de Juntas? Podremos tomar café.
Parecía de buen humor, de manera que mientras avanzábamos por el corredor, aventuré:
—Me estaba preguntando, doctora Calvin…
—Diga.
—Si querría usted decirme algo más sobre la historia de los robots.
—Me parece que ya ha conseguido saber todo lo que quería, mi joven amigo.
—En cierto modo, sí. Pero estos incidentes que he escrito no tienen gran aplicación en el mundo moderno. Quiero decir; sólo se desarrolló un único robot capaz de leer el pensamiento, las estaciones del Espacio están ya pasadas de moda y en desuso y la explotación minera por robots es cosa descontada. ¿Y el viaje interestelar? No han transcurrido más de veinte años desde la invención del motor hiperatómico y todo el mundo sabe que fue una invención robótica. ¿Qué hay de verdad en todo esto?
—¿El viaje interestelar?… —Quedó pensativa. Estábamos en el salón y encargué una comida copiosa. Ella sólo tomó café—. No fue simplemente una invención robótica, comprenda usted. Pero, desde luego, hasta que construimos el cerebro, no adelantamos mucho. Pero lo intentamos; verdaderamente lo intentamos. Mi primer contacto (directo, me refiero) con las investigaciones interestelares tuvo lugar en 2029, cuando se perdió un robot…
En Hyper Base, las medidas se tomaron con una especie de furia frenética; fue como el equivalente muscular de un grito histérico.
Para clasificarlas por orden de cronología y desesperación, fueron:
1. Todo trabajo en la Zona Hiperatómica que atraviesa el volumen espacial ocupado por las Estaciones del Grupo Asteroidal Veintisiete quedó inmovilizado.
2. Todo volumen espacial del Sistema quedó aislado, prácticamente hablando. Nadie podía entrar sin permiso. Nadie podía salir bajo ningún pretexto.
3. Los doctores Susan Calvin y Peter Bogert, respectivamente Jefe del Departamento de Sicología y Director del Departamento de Matemáticas de la «United States Robots & Mechanical Men, Inc.» fueron llevados a Hyper Base por una nave de patrulla especial del Gobierno.
Susan Calvin no había salido nunca de la superficie de la Tierra ni tenía especiales deseos de salir de ella. En una era de energía atómica y de clara aproximación a la Zona Hiperatómica, seguía siendo muy provinciana. Estaba, entonces, descontenta de su viaje y poco convencida de su urgencia y todas las facciones de su rostro, a su mediana edad, lo demostraron claramente durante su primera cena en Hyper Base,
Tampoco la lívida palidez del doctor Bogert abandonaba una cierta actitud de recelo. Ni el general Kallner, que dirigía el proyecto, olvidó una sola vez de mantener una expresión obsesionada.
En una palabra, aquella comida fue un tétrico episodio y la pequeña conferencia de los tres que la siguió, empezó de una manera gris y melancólica.
Kallner, con su reluciente calva y su uniforme, que desentonaba con el resto del ambiente, tomó la palabra con visible inquietud.
—Es realmente toda una historia la que tengo que contarles. Tengo que darles las gracias por su llegada al primer aviso y sin motivo justificado. Trataremos de corregir todo esto, ahora. Hemos perdido un robot. El trabajo ha parado y debe seguir parado el tiempo necesario para encontrarlo. Hasta ahora hemos fracasado y tenemos la sensación de necesitar una ayuda científica.
Quizá el general sintiese que su declaración resultaba decepcionante porque, con cierta desesperación, continuó:
—No necesito decirles la importancia que tiene el trabajo que aquí realizamos. Más del ochenta por ciento de las adjudicaciones de investigación científica de este año han recaído sobre nosotros…
—Sí, eso ya lo sabemos —dijo Bogert amablemente—. U. S. Robots percibe cuantiosos ingresos anuales por el uso de nuestros robots.
Susan Calvin introdujo una brusca y avinagrada nota.
—¿A qué es debida la gran importancia de un solo robot para el proyecto y por qué no ha sido localizado?
El general volvió rápidamente su rostro congestionado hacia ella y se pasó la lengua por los labios.
—En cierto modo,
lo hemos localizado
. —Pero añadió, angustiado—: Me explicaré. En cuanto nos dimos cuenta de la desaparición del robot, se declaró el estado de guerra y todo movimiento en la Hyper Base cesó. El día anterior había aterrizado una nave mercante trayendo dos robots destinados a nuestros laboratorios. Quedaban sesenta y dos robots de…, del mismo tipo, para ser llevados a otros sitios. De esta cifra estamos seguros. No queda la menor discusión posible.
—¿Sí? ¿Y qué relación…?
—Una vez que nos fue posible localizar al robot desaparecido, y le aseguro que hubiéramos localizado una brizna de hierba si hubiese estado allí para ser localizada, nos devanamos los sesos contando los robots que quedaban en la nave. Había sesenta y tres.
—¿Entonces el sesenta y tres, supongo, es el hijo pródigo desaparecido? —dijo la doctora.
—Sí, pero no podemos saber cuál de los sesenta y tres es.
Hubo un profundo silencio mientras el reloj eléctrico daba nueve campanadas; y la doctora en sicología robótica dijo:
—Muy extraño…
Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo y se volvió hacia su compañero con un indicio de furor.
—Peter, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué clase de robots utilizan en Hyper Base?
El doctor Bogert vaciló y sonrió débilmente.
—Hasta ahora ha sido una cosa de gran discreción, Susan… —dijo.
—Sí, hasta ahora —dijo ella rápidamente—. Si hay sesenta y tres ejemplares del mismo tipo, uno de los cuales se busca y cuya identidad no puede ser determinada, ¿por qué no puede servir uno cualquiera de ellos? ¿Qué significa todo esto? ¿Para qué nos han llamado?
—Si me permite usted un momento —dijo Bogert con aire resignado—, Hyper Base, Susan, emplea diversos robots cuyos cerebros no tienen impresa toda la Primera Ley Robótica.
—
¿Que no tienen impresa…?
—preguntó Susan echándose para atrás—. Ya… ¿Y cuántos se hicieron?
—Pocos. Fue un pedido del Gobierno y no había manera de violar el secreto. No tenía que saberlo nadie más que los altos dirigentes. Usted no estaba incluida, Susan. No era nada con que yo tuviese que ver.
El general interrumpió con gesto autoritario.
—Quisiera aclarar este punto. No sabía que la doctora Calvin no estuviese al corriente de la situación. No tengo que decirle a usted, doctora Calvin, que siempre ha habido una fuerte oposición a los robots en el planeta. La única defensa que el Gobierno ha tenido en este asunto, contra los radicales fundamentalistas, fue que los robots se construían siempre con una indestructible Primera Ley, lo cual los imposibilitaba de hacer daño a un ser humano, fueran cuales fuesen las circunstancias.
»Pero nosotros necesitábamos robots de una naturaleza distinta. Así, entonces, se prepararon algunos NST-2, o sea Nestors, con la Primera Ley modificada. Para mantener el secreto, los NST-2 se fabrican sin número de serie; los ejemplares modificados se entregan aquí junto con un grupo de robots normales; y, desde luego, todos estamos bajo la estricta prohibición de revelar las modificaciones a toda persona no autorizada. Todo se ha puesto contra nosotros, ahora —añadió con una sonrisa embarazada.
—¿Ha preguntado usted a cada uno de ellos quiénes son? —preguntó la doctora, ceñuda—. ¿Sin duda debe estar autorizado a hacerlo?
—Los sesenta y tres niegan haber trabajado aquí y uno de ellos miente —asintió el general.
—¿Muestra el que busca usted alguna señal de desgaste? Los demás deben salir de fábrica…, supongo.
—El robot en cuestión llegó este mismo mes. Este y los dos que acaban de llegar tenían que ser los últimos que necesitábamos. No puede haber desgaste perceptible. —Movió pausadamente la cabeza y en sus ojos apareció de nuevo la preocupación—. Doctora Calvin, no nos atrevemos a dejar zarpar esta nave. Si la existencia de robots sin Primera Ley llega a ser divulgada…
La conclusión de la frase no podía ofrecer duda alguna.
—Destruya los sesenta y tres —dijo la doctora—, y termine con esto.
—Esto significa destruir treinta mil dólares por robot —dijo Bogert, torciendo el gesto—. Temo que a la U. S. Robots no le gustaría. Es mejor que hagamos un esfuerzo primero, Susan, antes de destruir algo.
—En este caso —dijo ella, secamente—, necesito hechos. ¿Qué ventaja obtiene exactamente la Hyper Base con estos robots modificados? ¿Qué factor los hace necesarios, general?
Kallner frunció intensamente las arrugas de su frente y se pasó una mano por ella.
—Los robots precedentes nos han creado complicaciones. Nuestros hombres trabajan mucho con radiaciones intensas, ¿comprende? Es peligroso, desde luego, pero se toman precauciones razonables. No ha habido más que dos accidentes desde que empezamos y ninguno ha sido fatal. Sin embargo, era imposible explicar esto a un robot ordinario. La Primera Ley declara y se la citaré: «Ningún robot puede dañar a un ser humano, o por inacción, permitir que un ser humano sufra daño».
»Esto es elemental, doctora Calvin. Cuando era necesario que uno de nuestros hombres estuviese expuesto por un corto período de tiempo a un campo gamma moderado, que no tuviese efectos psicológicos, el robot más cercano se precipitaba a sacarlo de allí. Si el campo era excesivamente débil, lo conseguía, y el trabajo quedaba interrumpido hasta que todos los robots eran retirados. Si el campo era ligeramente más fuerte, el robot no llegaba nunca al técnico afectado, ya que su cerebro positrónico sucumbía bajo las radiaciones gamma, y nos encontrábamos privados de un robot caro, y difícilmente reemplazable.
»Tratamos de discutir con ellos. Su punto de vista era que un ser humano en un campo gamma exponía su vida, y que nada importaba que pudiese permanecer en él durante media hora sin peligro. Supongamos, decían, que se olvidaba y permanecía una hora. No podía correr riesgos. Les hicimos ver que sólo arriesgaban su vida en una remota posibilidad. Pero el instinto de conservación es sólo la Tercera Ley Robótica, y la Primera Ley de seguridad viene primero. Les dimos órdenes; les ordenamos estricta e imperativamente mantenerse fuera del campo gamma a toda costa. Pero la obediencia es sólo la Segunda Ley Robótica, y la Primera, la de la seguridad, viene primero. Doctora Calvin, o teníamos que prescindir de los robots o hacer algo con la Primera Ley…, y esto es lo que hicimos.
—No puedo creer que encontrasen la posibilidad de suprimir la Primera Ley —dijo Susan Calvin.
—No fue suprimida, fue modificada. Se construyeron cerebros positrónicos que poseían sólo el aspecto positivo de la ley, que dice: «
Ningún robot debe dañar a un ser humano
». Eso es todo. No tienen la obligación de evitar que un ser humano sufra daño debido a un factor extraño, como los rayos gamma. ¿He expuesto la situación claramente, doctor Bogert?
—Muy claramente —asintió éste.
—¿Y es ésta la única diferencia entre sus robots y el modelo NST-2 ordinario, Peter? ¿La
única
diferencia?
—La
única
diferencia, Susan.
—Ahora me voy a dormir —dijo la doctora, levantándose y hablando en tono decidido—, y dentro de ocho horas quiero hablar con el que vio el robot por última vez. Y a partir de ahora, general Kallner, si tengo que asumir alguna responsabilidad de los acontecimientos, necesito pleno control de esta investigación, sin que se me hagan preguntas.
Susan Calvin, aparte de dos horas de profundo cansancio, no experimentó nada parecido al sueño. A las 7, hora local, llamó a la puerta del doctor Bogert y lo encontró despierto también. Por lo visto se había tomado la molestia de traerse una bata a Hyper Base, porque estaba sentado y vestido con ella. Al entrar la doctora, dejó al lado las tijeras de las uñas.
—La esperaba a usted, en cierto modo. Supongo que todo esto le da asco.
—Sí.
—Lo siento. No hubo manera de evitarlo. Cuando vino la llamada de Hyper Base supuse en el acto que había ocurrido algo con el robot modificado. Pero, ¿qué podíamos hacer? No podía explicarle a usted lo ocurrido durante el viaje como hubiera querido porque tenía que estar seguro primero. El asunto de la modificación es un riguroso secreto.