Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Lo sé —interrumpió el paciente con impaciencia—. Me niego a sentirme culpable por ello. ¿O está usted insinuando que hay presiones poco ortodoxas?
—En absoluto, senador. Las decisiones del Departamento jamás han sido cuestionadas. Si pongo de manifiesto la dificultad y complejidad de la operación es únicamente para explicar mi deseo de llevarla a cabo de la mejor forma posible.
—Bien, pues adelante entonces. Yo comparto su deseo.
—En ese caso, debo pedirle que tome una decisión. Podemos colocarle uno de los dos tipos de corazones cibernéticos, de metal o…
—¡Plástico! —dijo el paciente en tono irritado—. ¿No es ésta la alternativa que iba a proponerme, doctor? Plástico barato. No lo quiero. Lo tengo decidido. Lo quiero de metal.
—Pero…
—Escuche, me han dicho que la decisión depende de mí ¿Es así o no?
El cirujano hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Cuando, desde un punto de vista médico, existen dos procesos alternativos de igual valor, la elección depende del paciente. En la práctica, la elección depende del paciente aun cuando los procesos alternativos no tengan el mismo valor, como en este caso.
El paciente entornó los ojos.
—¿Está intentando decirme que el corazón de plástico es mejor?
—Depende del paciente. En mi opinión, en su caso particular, así es. Y preferimos no utilizar el término plástico. Se trata de un corazón cibernético de fibra.
—A mis efectos es plástico.
—Senador —empezó a decir el cirujano con infinita paciencia—, el material no es plástico en el sentido normal de la palabra. Se trata de un material polimérico, cierto, pero un material que es mucho mas complejo que el plástico corriente. Es una compleja fibra parecida a la proteína diseñada para imitar, al máximo, la estructura natural del corazón humano que tiene ahora dentro de su pecho.
—Exactamente, y el corazón humano que llevo ahora dentro de mi pecho se ha desgastado a pesar de que todavía no tengo sesenta años. No quiero otro como éste, gracias. Quiero algo mejor.
—Todos queremos algo mejor para usted, senador. El corazón cibernético de fibra es mejor. Tiene una vida potencial de siglos. Es completamente no alergénico…
—¿No es así en el caso del corazón metálico?
—Si, en efecto —aceptó el cirujano—. El corazón cibernético metálico es de una aleación de titanio que…
—¿Y no se deteriora? ¿Y es más fuerte que el plástico? ¿O que la fibra o como lo quiera llamar?
—Sí, el metal es físicamente más fuerte, pero el punto en cuestión no es la fuerza mecánica. Puesto que el corazón está bien protegido, no se verá usted particularmente beneficiado por su fuerza mecánica. Cualquier cosa susceptible de alcanzar el corazón lo matará por otras razones, incluso si el corazón no se ve afectado.
El paciente se encogió de hombros.
—Si un día me rompo una costilla, me la remplazarán por una de titanio. Es fácil remplazar huesos. Está al alcance de cualquiera. Será de metal como yo quiero, doctor.
—Está en su derecho de tomar esta decisión, sin embargo, creo que es mi deber decirle que si bien nunca se ha deteriorado un corazón cibernético metálico por razones mecánicas, si se ha estropeado alguno por motivos electrónicos.
—¿Eso qué significa?
—Significa que todos los corazones cibernéticos contienen un marcapasos como parte de su estructura. En el caso de la variedad metálica, se trata de un artefacto electrónico que mantiene el ritmo del corazón cibernético. Significa que, para alterar el ritmo cardíaco y que éste se adapte al estado emocional y físico del individuo, se debe incluir toda una serie de equipo en miniatura. De vez en cuando, algo falla allí y hay gente que ha muerto antes de que el fallo hubiese podido ser corregido.
—Nunca había oído hablar de esto.
—Le aseguro que pasa.
—¿Me está diciendo que pasa a menudo?
—En absoluto. Sucede muy raramente.
—Bien, en ese caso, acepto el riesgo. ¿Y qué me dice del corazón de plástico? ¿Acaso no contiene marcapasos?
—Por supuesto, senador. Pero la estructura química del corazón cibernético de fibra es mucho mas parecida al tejido humano. Puede responder a los controles iónicos y hormonales del propio cuerpo. El conjunto que hay que introducir es mucho más simple que en el caso del corazón cibernético metálico.
—¿Y el corazón de plástico nunca se descontrola hormonalmente?
—Hasta el momento, ninguno lo ha hecho.
—Porque no han trabajado con ellos el tiempo suficiente. ¿No es así?
El cirujano titubeó.
—Es cierto que los corazones cibernéticos de fibra no se utilizan desde hace tanto tiempo como los metálicos —dijo al cabo de un momento.
—Vaya, vaya… ¿Qué pasa, doctor? ¿Tiene usted miedo de que me convierta en un robot… en un Metalo, como los llaman desde que se ha aceptado su ciudadanía?
—No pasa nada malo con los Metalos, como tales Metalos. Como usted muy bien ha dicho, son ciudadanos. Pero usted no es un Metalo. Usted es un ser humano. ¿Por qué no seguir siendo un ser humano?
—Porque yo quiero lo mejor y lo mejor es un corazón de metal. Haga usted lo necesario para que sea así.
El cirujano asintió con un gesto de la cabeza.
—Muy bien. Le pedirán que firme los permisos necesarios y a continuación procederemos a colocarle un corazón de metal.
—¿Y será usted quien realice la operación? Me han dicho que es usted el mejor.
—Haré todo lo que esté en mi mano para que la operación sea un éxito.
Se abrió la puerta y el paciente salió en su silla de ruedas. Fuera lo estaba esperando la enfermera.
Entró el médico ingeniero y se quedó mirando al paciente por encima del hombro hasta que la puerta se cerró de nuevo. Luego se volvió al cirujano.
—Cuéntame, pues no puedo adivinar lo que ha pasado sólo con mirarte. ¿Qué ha decidido?
El cirujano se inclinó sobre su escritorio y se puso a taladrar los últimos documentos para archivarlos.
—Lo que tú habías predicho. Insiste en que le pongamos un corazón cibernético de metal.
—Al fin y al cabo, son mejores.
—No estoy tan de acuerdo contigo. Lo único que ocurre es que hace mas tiempo que lo utilizamos. Es una manía que se ha apoderado de la Humanidad desde que los Metalos se han convertido en ciudadanos. La gente tiene un extraño deseo de parecerse a los Metalos. Suspira por la fuerza física y la resistencia que se les atribuye.
—No se trata de algo unilateral. Tú no trabajas con Metalos, pero yo sí y por eso lo sé. Los dos últimos que han acudido a mí para ser reparados me han pedido elementos de fibra.
—¿Y tú has accedido?
—En uno de los casos, pues se trataba sólo de cambiar unos tendones y no hay mucha diferencia en que éstos sean de metal o de fibra. El otro quería un sistema sanguíneo o su equivalente. Le dije que no podía hacerlo porque para ello habría que convertir completamente la estructura de su cuerpo en material de fibra. Supongo que algún día se llegará a eso, a hacer Metalos que no sean realmente Metalos, sino una especie de seres de carne y hueso.
—¿Y no te inquieta esta idea?
—¿Por qué no puede llegarse a ello? Y también seres humanos metalizados. En estos momentos tenemos en la Tierra dos variedades de inteligencias, pero por qué tener dos. Dejemos que se acerquen la una a la otra, al final no seremos capaces de ver la diferencia. ¿Por qué íbamos a querer que se notase la diferencia? Tendríamos lo mejor de los dos mundos, las ventajas del hombre combinadas con las del robot.
—Obtendríamos un híbrido —dijo el cirujano en un tono que rayaba en la cólera—. Tendríamos algo que no sería ambos, sino nada. ¿No es lógico pensar que el individuo está demasiado orgulloso de su estructura y de su identidad como para querer que algo extraño las adultere? ¿Querría semejante mestizaje?
—Esta conversación se está convirtiendo en una discusión segregacionista.
—¡Pues que así sea! —dijo el cirujano con un énfasis lleno de calma—. Yo creo en ser lo que uno es. Yo no cambiaría ni una pizca de mi estructura por nada en el mundo. Si fuese completamente necesario cambiar algo de la mía, lo haría, pero siempre que la naturaleza de este cambio se aproximase al máximo al original. Yo soy yo, estoy contento de serlo y no me gustaría ser otra cosa.
Ahora había terminado su tarea y tenía que prepararse para la operación. Metió sus fuertes manos en la estufa y dejó que la incandescencia que las esterilizaría completamente las envolviese. A pesar de sus palabras cargadas de pasión, no había levantado la voz en ningún momento y en su bruñido rostro de metal no había aparecido (como siempre) expresión alguna.
“I Just Make Them Up, See!”
Notas de rechazo (1959)Oh, doctor A…
Oh, doctor A…
Quédese aquí,
no huya de mí.
Aunque prefiero morir
a invadir
su intimidad,
mi mente siempre barrunta
y al fin acaba de dar
con la máxima pregunta.
Esto no es una mofa,
conteste con decisión.
Deseche toda aprensión
y hábleme de su visión.
¿Dónde halla
las agallas
para ideas tan disparatadas?
¿Se trata de indigestión
y de una derivación
del mal sueño resultante?
¿Los ojos desorbitados,
los dedos agarrotados,
o la sangre galopante
con el ritmo apasionado
de un pulso desenfrenado?
¿O acaso será el licor
que genera ese escozor?
Tal vez un martini seco
le brinde su inspiración,
u otra combinación
donde cualquier ingrediente,
con efectos consiguientes,
siguiendo un extraño curso
le ofrece nuevos recursos;
o tal vez una mixtura,
marihuana más tequila,
le provoque una apertura
y le inspire retahílas
que le dan la sensación
de que la cosa ha arrancado,
y su crisma despejada
se lanza desaforada
al camino inexplorado.
Pues hay algo, doctor A.,
que lo vuelve extravagante.
Yo le leo con unción
y tengo un interrogante.
Hágame una descripción
de esa perversa poción
de donde emergen sus tramas,
ese secreto brebaje
que lo ha vuelto un personaje
en nuestra ciencia ficción.
Doctor A.,
quédese aquí…
Oh, doctor A…
Oh, doctor A…
“Rejection Slips”
a - Erudita
Querido Asimov: Las leyes de la mente
prueban que la ortodoxia es defectuosa.
Observe esa ecléctica cláusula kantiana
que roe con batiente mandíbula antilógica
los carcomidos e inservibles dientes
que asoman en buches modernos y imitantes.
Aquí va su cuento (con exiguo aplauso).
Las palabras que anteceden nos excusan.
b - Brusca
Querido Isaac: Estaba preparado
(de veras, realmente entusiasmado)
para tragarme lo que usted escribiera.
Pero, Isaac, ¿qué tiene en la mollera?
Su estilo está cargado de sandeces,
plagado de chapuzas y ñoñeces.
Le devuelvo esta bazofia maloliente,
con un vistazo ya fue suficiente.
Pero, amigo, no se desaliente,
que siempre necesito material
y, venga, no lo hace usted tan mal.
c - Amable
VQuerido Isaac, muy estimado:
Tu cuento me pareció sabroso,
estremecedoramente
delicioso,
un dechado
de toques talentosos.
Significó para mí toda una noche,
amigo, de tensión
y emoción
a troche y moche
y colmó la ansiedad
y el placer
de suspender
la incredulidad.
Es trillado,
aun delicado,
señalar que contiene deficiencias.
Nimiedades, naderías
que nunca deberían
corroer tu conciencia.
Pues sin dilación
aclaro,
amigo muy estimado,
que el fin de tu narración
me ha dejado alborozado
y colmado de embeleso.
P.D:
Eso sí, confieso
(con cierta consternación)
que el cuento va de regreso.
En los dos primeros volúmenes de mis cuentos completos (éste es el segundo) reúno más de cincuenta relatos, y todavía quedan muchos más para volúmenes futuros.
Debo admitir que incluso a mí me deja un poco atónito. Me pregunto dónde encontré tiempo para escribir tantos cuentos, considerando que también he escrito cientos de libros y miles de ensayos. La respuesta es que me he dedicado a ello durante cincuenta y dos años sin pausa, de modo que todos estos cuentos significan que ya soy una persona de cierta edad.
Otra pregunta es de dónde saqué las ideas para tantas historias. Me la plantean continuamente.
La respuesta es que, al cabo de medio siglo de elaborar ideas, el proceso se vuelve automático e incontenible.
Anoche me encontraba en la cama con mi esposa y algo me estimuló la imaginación.
—Acaba de ocurrírseme otra historia sobre deseos frustrados —le dije.
—¿Cómo es? —me preguntó.
—Nuestro héroe, que ha sido bendecido con una esposa tremendamente fea, le pide a un genio que le conceda una mujer bella y joven en la cama por las noches. Se le concede el deseo con la condición de que en ningún momento debe tocar, acariciar y ni siquiera rozar el trasero de la joven. Si lo hace, la joven se transformará en su esposa. Cada noche, mientras hacen el amor, él no es capaz de apartar las manos del trasero, y el resultado es que todas las noches se encuentra haciendo el amor con su esposa.
[2]
Lo cierto es que cualquier cosa me hace pensar en un cuento.
Por ejemplo, estaba revisando las galeradas de un libro mío cuando me llamó el director de una revista. Quería un cuento de ciencia ficción inmediatamente.
—No puedo —le dije—. Estoy liado con unas galeradas.