Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Marge se retorció desesperadamente.
—No me toques. ¡No me toques! Me mancharás con esa viscosidad. Escucha, este vestido me costó veinticuatro dólares con noventa y cinco en Ohrbach’s. ¡Apártate, monstruo! ¡Mira qué ojos tiene! —Jadeaba desesperadamente por los esfuerzos que hacía para esquivar la mano del extraterrestre—. Un viscoso monstruo de ojos saltones, eso es él. Escucha, yo misma me lo quitaré. Pero no lo toques con tu viscosidad, por amor de Dios. —Tanteó el cierre de la cremallera y se volvió irritada hacia Charlie—. ¡No se te ocurra mirar! —Charlie cerró los ojos y se encogió de hombros con resignación. Ella se quitó el vestido—. ¿Qué? ¿Estás satisfecho?
El capitán Garm agitó los dedos, descontento.
—¿Ésos son los senos? ¿Por qué la otra criatura mira hacia otro lado?
—Reticencia, reticencia —contestó Botax—. Además, los senos todavía están tapados. Hay que quitar más pieles. Cuando están desnudos constituyen un estímulo muy fuerte. Continuamente los describen con expresiones como globos de marfil, esferas blancas o alguna otra de ese tipo. Aquí tengo dibujos, que son imágenes visuales, tomados de las cubiertas de las revistas de cuentos espaciales. Sí los miras, verás que en, todos ellos hay una criatura con un seno más o menos expuesto.
El capitán miró reflexivamente la ilustración y luego a Marge.
—¿Qué es el marfil?
—Es otro relampagueo inventado por mí. Representa el material del colmillo de una de las grandes criaturas subinteligentes del planeta.
—Ah —dijo el capitán Garm, con un verde destello de satisfacción—. Eso lo explica. Esta pequeña criatura pertenece a una secta guerrera y ésos son colmillos para destrozar al enemigo.
—No, no. Son muy blandos, según tengo entendido.
Botax extendió su mano pequeña y parda hacia los objetos aludidos y Marge retrocedió con un alarido.
—¿Y qué otro propósito cumplen?
—Creo —respondió Botax, con bastante inseguridad— que se usan para alimentar a los vástagos.
—¿Los vástagos se los comen? —preguntó el capitán, con manifiesta turbación.
—No exactamente. Los objetos producen un fluido y el vástago lo consume.
—¿Consume un fluido de un cuerpo viviente? ¡Puf!
El capitán se cubrió la cabeza con los tres brazos, utilizando para ello el supernumerario central, que salió de la vaina tan rápidamente que casi derribó a Botax.
—Un viscoso monstruo de ojos saltones con tres brazos —comentó Marge.
—Sí —asintió Charlie.
—Oye, tú, cuidado con esos ojos. No mires lo que no debes.
—Escucha, estoy tratando de no mirar.
Botax se acercó de nuevo.
—Señora, ¿te quitarías el resto?
Marge intentó levantarse contra el campo de sujeción.
—¡Jamás!
—Lo haré yo, si lo prefieres.
—¡No me toques! Por amor de Dios, no me toques. Mira la viscosidad que tienes encima. De acuerdo, me lo quitaré.
Y se lo quitó, jadeando entrecortadamente y mirando con ojos severos a Charlie.
—No pasa nada —se quejó el capitán, profundamente insatisfecho—. Y este espécimen parece imperfecto.
Botax se sintió atacado.
—Te he traído dos especimenes perfectos. ¿Qué hay de malo con esta criatura?
—Sus senos no consisten en globos ni en esferas. Sé lo que son los globos y las esferas y así los representan en estas figuras que me has mostrado. Son globos grandes. Esta criatura, en cambio, sólo tiene colgajos de tejido seco. Y están descoloridos.
—Tonterías —se enfadó Botax—. Debes conceder margen a las variaciones naturales. Se lo preguntaré a la criatura misma. —Se volvió hacía Marge—. Señora, ¿tus senos son imperfectos?
Marge se quedó un rato mirándolo boquiabierta y con los ojos de par en par.
—¡Qué descaro! —exclamó al fin—. No seré Gina Lollobrigida ni Anita Ekberg, pero no tengo nada de imperfecta, gracias. Oh, cielos, si mí Ed estuviera aquí. —Se volvió hacia Charlie—. Oye, tú, dile a esa cosa viscosa de ojos saltones que mi físico no tiene nada de anormal.
—Oye —murmuró Charlie—, no estoy mirando, ¿recuerdas?
—¡Oh, claro, no estás mirando! Has espiado bastante, así que bien podrías abrir esos ojos legañosos y defender a una dama, si es que eres un caballero, que no creo.
—Está bien. —La miró de soslayo, y ella aprovechó la oportunidad para tomar aire y echar los hombros atrás—. No me gusta entrometerme en cuestiones tan delicadas, pero creo que estás bastante bien…
—¿Crees? ¿Eres ciego, o qué? Fui candidata a Miss Brooklyn, por si no lo sabías, y perdí por la cintura, no por…
—Vale, vale. Están bien. De veras. —Afirmó con la cabeza vigorosamente en la dirección de Botax—. Están bien. No soy un gran experto, pero a mí me parecen bien.
Marge se relajó.
Botax sintió alivio. Se volvió hacia Garm.
—La forma más grande expresa interés, capitán. El estímulo está funcionando. Ahora, pasemos al punto final.
—¿Y en qué consiste?
—No hay relampagueo para traducirlo, capitán. Esencialmente, consiste en poner el aparato parlante y alimentario de uno contra el aparato equivalente del otro. He inventado un relampagueo para describirlo: beso.
—Esto es cada vez más asqueroso —gruñó el capitán.
—Es el clímax. En todos los cuentos, una vez que se quitan las pieles por la fuerza, se aferran con las extremidades y se consagran alocadamente a besos ardientes, por traducir con la mayor fidelidad posible la frase que se usa con más frecuencia. He aquí un ejemplo escogido al azar: «Abrazó a la muchacha y le estampó la ávida boca en los labios.»
—Tal vez una criatura devoraba a la otra —sugirió el capitán.
—En absoluto —replicó Botax, impaciente—. Son besos ardientes.
—¿Ardientes? ¿Se produce combustión?
—No creo que sea literalmente así. Me imagino que es un modo de expresar que asciende la temperatura. A mayor temperatura, supongo yo, mayor éxito en la producción del vástago. Ahora que la forma grande está adecuadamente estimulada, sólo tiene que estampar la boca en los labios de ella para producir un vástago. Este no se producirá sin ese paso. Es la cooperación de que te he hablado.
—¿Eso es todo? ¿Sólo este…?
El capitán movió las manos para unirlas, pero no soportaba expresar ese pensamiento con relampagueos.
—Eso es todo —asintió Botax—. En ninguno de los cuentos, ni siquiera en Chico juguetón, hallé una descripción de más actividades físicas relacionadas con la producción de vástagos. A veces, después del beso escriben una línea de símbolos semejantes a estrellitas, pero supongo que eso sólo significa más besos; un beso por cada estrella, cuando desean producir una multitud de vástagos.
—Sólo uno, por favor, y rápido.
—Por supuesto, capitán.
Botax dijo con solemne nitidez:
—Señor, ¿besarías a la dama?
—Escucha —objetó él—, no puedo moverme.
—Te liberaré, desde luego.
—Tal vez a la dama no le agrade.
Marge lo fulminó con la mirada.
—Puedes apostar tus botas a que no me agradará. Mantente alejado de mí.
—Eso quisiera, pero ¿qué harán si no te beso? No quiero que se enfaden. Podemos… bien… darnos un pequeño besito.
Ella titubeó, comprendiendo que esa actitud cautelosa estaba justificada.
—De acuerdo, pero sin cosas raras. No tengo por costumbre estar como vine al mundo enfrente de cualquier fulano, ¿entiendes?
—Lo entiendo. Yo no he tenido nada que ver. Tienes que admitirlo.
—Monstruos viscosos —refunfuñó Marge—. Deben de creerse dioses o algo parecido, por el modo en que dan órdenes a la gente. Dioses viscosos. Eso es lo que son.
Charlie se le acercó.
—Sí te parece bien…
Movió la mano como para ladearse el sombrero. Luego, apoyó las manos en los hombros desnudos y se inclinó, frunciendo la boca. Marge se tensó y le aparecieron arrugas en el cuello. Los labios se encontraron.
El capitán Garm relampagueó con fastidio.
—No percibo ascenso en la temperatura.
Había levantado su zarcillo de detección térmica por encima de la cabeza, haciéndolo vibrar.
—Yo tampoco —concedió Botax, desorientado—, pero lo están haciendo tal como lo describen los cuentos de viajes espaciales. Creo que sus extremidades deberían estar más extendidas. Ah, así. Está funcionando.
Casi distraídamente, Charlie había rodeado con el brazo el suave y desnudo torso de Marge. Por un instante Marge pareció apoyarse en él, pero de pronto se contorsionó en el campo de sujeción, que aún la aferraba con bastante firmeza.
—Suéltame —masculló sofocada contra la presión de los labios de Charlie.
Le atizó un mordisco y Charlie se apartó dando un grito, se tocó el labio inferior y se miró los dedos para ver si había sangre.
—¿Qué te pasa? —preguntó en tono lastimero.
—Convinimos en que sólo un beso ¿Qué te proponías? ¿Te crees un seductor? ¿Qué es esto? ¿El seductor y los dioses viscosos?
El capitán emitió rápidos relampagueos azules y amarillos.
—¿Ya está? ¿Cuánto tenemos que esperar ahora?
—Creo que debe ocurrir de inmediato. En todo el universo, cuando alguien tiene que florecer, florece y ya está. No hay espera.
—¿Sí? Después de pensar en esas obscenas costumbres que has descrito, creo que nunca floreceré de nuevo. Por favor, termina con esto.
—Sólo un momento, capitán.
Pero los momentos pasaron y los relampagueos del capitán cobraron un huraño color naranja, mientras que los de Botax perdieron brillo.
Al fin Botax preguntó con voz vacilante:
—Perdón, señora, pero ¿cuándo florecerás?
—¿Cuándo qué?
—¿Cuándo tendrás vástagos?
—Ya tengo un hijo.
—Me refiero a tener vástagos ahora.
—No lo creo. Aún no estoy preparada para tener más hijos.
—¿Qué? ¿Qué? —preguntaba el capitán—. ¿Qué está diciendo?
—Parece ser —le tradujo Botax—, que no piensa tener vástagos por el momento.
La franja cromática del capitán parpadeó, con intenso brillo.
—¿Sabes qué creo, investigador? Creo que tienes una mente degenerada y perversa. No ocurre nada con estas criaturas. No hay cooperación entre ellas ni tienen vástagos. Creo que son dos especies y que estás haciéndote el listo conmigo.
—Pero, capitán… —protestó Botax.
—¡Qué capitán ni qué cuernos! Ya es suficiente. Me has contrariado, me has revuelto el estómago, me has causado náuseas y repulsión, ante la sola idea de la floración, y me has hecho perder el tiempo. Sólo estás buscando fama y gloria personal y me ocuparé de que no las obtengas. Líbrate de estas criaturas. Devuélvele a ésta sus pieles y déjalas donde las encontraste. Debería descontarte del sueldo todo lo que hemos gastado en la estasis temporal.
—Pero, capitán…
—Que las devuelvas, he dicho. Devuélvelas al mismo lugar y al mismo instante del tiempo. Quiero que este planeta quede intacto y me ocuparé de que así sea. —Echó a Botax otra mirada furibunda—. Una especie, dos formas, senos, besos, cooperación. ¡Bah! Eres un necio, investigador, y también un mentecato y, ante todo, una criatura muy enferma.
No había réplica posible. Temblándole los miembros, Botax se dispuso a devolver las criaturas.
Estaban en la estación elevada mirando a su alrededor de mal humor. Los rodeaba el crepúsculo, y el tren que se aproximaba era apenas un estruendo a lo lejos.
—Oye —habló Marge con un hilo de voz—, ¿sucedió de veras?
Charlie movió la cabeza afirmativamente.
—Yo lo recuerdo.
—No podemos contarlo.
—Claro que no. Dirían que estamos chalados.
—Vale. Bien.
Marge se alejó unos pasos. Charlie se disculpó:
—Oye, lamento que te sintieras molesta. No fue culpa mía.
—Está bien. Lo sé.
Se puso a mirar el andén de madera. El sonido del tren se hizo más fuerte.
—En realidad, no estabas nada mal. De hecho, tenías muy buen aspecto, pero me avergonzaba decirlo.
Ella sonrió.
—Está bien.
—¿No quieres tomar una taza de café para tranquilizarte? Mi esposa no me espera temprano.
—¿No? Vale. Ed no está en casa este fin de semana, así que sólo me espera un piso vacío. El niño está en casa de mi madre.
—Vamos, pues. En cierto modo nos han presentado.
—Vaya que sí —dijo ella, y se echó a reír.
El tren entró en la estación, pero ellos se marcharon, bajando a la calle por la angosta escalera.
Se tomaron un par de cócteles, y luego Charlie no pudo consentir que ella regresara a casa sola en la oscuridad, así que la acompañó hasta la puerta.
Naturalmente, Marge no tuvo otro remedio que invitarlo a pasar un momento.
Entre tanto, en la nave espacial, el abatido Botax hacía un último esfuerzo por demostrar que tenía razón. Mientras Garm preparaba la nave para la partida, Botax lo que preparó fue la videopantalla de rayos para echar un último vistazo a sus especimenes. Localizó a Charlie y a Marge en el piso de ésta. Se le endureció el zarcillo y comenzó a relampaguear en un deslumbrante arco iris de colores.
—¡Capitán Garm! ¡Capitán! ¡Mira lo que hacen ahora!
Pero en ese instante la nave abandonó la estasis temporal.
“The Machine That Won the War”
Faltaba mucho aún para que terminara la celebración incluso en las cámaras subterráneas de «Multivac». Se palpaba en el ambiente.
Por lo menos quedaba el aislamiento y el silencio. Era la primera vez en diez años que los técnicos no circulaban apresurados por las entrañas de la computadora gigante, que las luces tenues no parpadeaban sus extraños recorridos, que el chorro de información hacia dentro y hacia fuera se había detenido.
Claro que no sería por mucho tiempo, porque las necesidades de la paz serían apremiantes. Sin embargo, durante un día, o quizá durante una semana, «Multivac» podría celebrar el gran acontecimiento y descansar.
Lamar Swift se quitó el gorro militar que llevaba puesto y miró de arriba abajo el largo y vacío corredor principal de la inmensa computadora. Se sentó cansado sobre uno de los taburetes giratorios de los técnicos y su uniforme, con el que nunca se había encontrado cómodo, adquirió un aspecto agobiante y arrugado.
—Aunque de un modo extraño lo echaré todo en falta. Es difícil recordar cuando no estuvimos en guerra con Deneb. Ahora me parece antinatural estar en paz con ellos y contemplar las estrellas sin ansiedad.