Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Hubo un instante de renovado movimiento, el sol reanudó su interrumpida tarea, se restableció el viento e incluso con ese primer sensible instante, todo volvió sigilosamente a su tiempo…
A las diez de la mañana, Sam Marten se afanaba por bajarse del taxi, y se encontró buscando a tientas y en vano su cartera mientras el tráfico avanzaba con lentitud.
Un camión rojo redujo su marcha y luego siguió avanzando. Un letrero blanco en uno de sus lados anunciaba: «F. Lewkowitz e Hijos, Tejidos al por mayor.»
Marten no lo vio. Sin embargo, de alguna manera sabía que todo le iría bien. De alguna manera, como nunca había ocurrido antes, sabía…
“Playboy and the Slime God (What Is This Thing Called Love?)”
—Pero son dos especies —dijo el capitán Garm, estudiando las criaturas que le habían llevado desde el planeta.
Hinchó sus órganos ópticos y los enfocó en resolución máxima. Hizo relampaguear la franja cromática.
Botax se alegraba de seguir nuevamente los cambios cromáticos después de pasarse meses en una célula espía en el planeta, tratando de interpretar las ondas sonoras moduladas emitidas por los nativos. Comunicarse por relampagueos era casi como estar en casa, en el lejano brazo Perseo de la galaxia.
—No son dos especies —le corrigió—, sino dos formas de una especie.
—Pamplinas, son muy diferentes. Vagamente perseicas, gracias a la Entidad, y no tan repulsivas como otras formas de vida exteriores. Contornos razonables, extremidades reconocibles. Pero sin franja cromática. ¿Pueden hablar?
—Sí, capitán Garm. —Botax se permitió un intervalo prismático discretamente reprobatorio—. Los detalles constan en mi informe. Estas criaturas forman ondas sonoras mediante la garganta y la boca, una especie de tos complicada.
—Yo mismo he aprendido a hacerlo —añadió con sereno orgullo—. Es muy difícil.
—Revuelve el estómago, Bien, eso explica sus ojos planos y no extensibles.
—Como no hablan cromáticamente, los ojos son casi inservibles. Ahora bien, ¿por qué insistes en que son una sola especie? El de la izquierda es más pequeño, sus zarcillos, o lo que sean, son más largos y las proporciones parecen ser diferentes. Tiene bultos y el otro no. ¿Están vivos?
—Vivos, pero inconscientes, capitán. Los han sometido a tratamiento psíquico para impedir que se atemoricen, con el fin de facilitar nuestros estudios.
—¿Pero vale la pena estudiarlos? Vamos retrasados y nos quedan por lo menos cinco mundos de mayor relevancia para investigar y explorar. Mantener una unidad de estasis temporal es costoso, así que me gustaría devolverlos y continuar…
Pero el cuerpo húmedo y esmirriado de Botax vibraba de ansiedad. Sacó la lengua tubular y la curvó sobre la nariz chata, volviendo los ojos hacia dentro. Extendió la mano de tres dedos en un gesto de negación, mientras su lenguaje pasaba casi totalmente al rojo profundo.
—La Entidad nos guarde, capitán, pues ningún mundo posee mayor relevancia que éste para nosotros. Tal vez nos estemos enfrentando a una crisis suprema. Estas criaturas pueden ser las formas de vida más peligrosas de toda la galaxia, capitán, precisamente porque existen dos formas.
—No te entiendo.
—Capitán, he estado trabajando en el estudio de este planeta y me ha resultado de lo más difícil, pues es único. Es tan único que apenas comprendo ciertas facetas. Por ejemplo, casi toda la vida del planeta consiste en especies que tienen dos formas. No hay palabras para describirlas, ni siquiera conceptos. Sólo puedo referirme a ellas como forma primera y forma segunda. Si me permites emplear sus sonidos, la pequeña se llama «hembra» o «mujer» y la grande, «macho» o «varón»; de modo que las criaturas mismas son conscientes de esa diferencia.
Garm hizo una mueca de disgusto.
—Qué desagradable medio de comunicación.
—Además, para producir vástagos ambas formas deben cooperar.
El capitán, que se había inclinado para examinar a los especimenes, con una expresión que combinaba el interés con la repulsión, se enderezó de inmediato.
—¿Cooperar? ¿Qué tonterías dices? No hay atributo de la vida más fundamental que el hecho de que cada criatura viviente produzca sus vástagos en íntima comunicación consigo misma. ¿Qué otra cosa hace que valga la pena vivir la vida?
—Una de las formas produce el vástago, pero la otra debe cooperar.
—¿Cómo?
—Me resultó difícil determinarlo. Es algo muy privado y en mi búsqueda por la literatura disponible no encontré una descripción exacta y explícita. Pero he podido realizar deducciones razonables.
Garm meneó la cabeza.
—Es realmente ridículo. La floración es el acto más sagrado y más privado de todos. En decenas de miles de mundos es igual. Como dijo Levuline, el gran fotobardo: «En tiempo de floración, en tiempo de floración, en el dulce y delicioso tiempo de floración, cuando…»
—Capitán, no lo entiendes. La cooperación entre ambas formas produce (no sé exactamente cómo) una mezcla y una recombinación de genes. Es un recurso por el cual cada generación crea nuevas combinaciones de características. Las variaciones se multiplican y los genes mutantes se expresan casi de inmediato, mientras que con el sistema de floración deben transcurrir milenios.
—¿Me estás diciendo que los genes de un individuo se pueden combinar con los de otro? ¿Sabes lo ridículo que es eso, a la luz de todos los principios de la fisiología celular?
—¡Pero tiene que ser así! —se defendió Botax, nervioso, bajo la mirada atónita del otro—. La evolución se acelera. Este planeta es una turbamulta de especies. Se supone que hay un millón y cuarto de especies de criaturas.
—Lo más probable es que se trate de una docena y cuarto. No aceptes sin reservas lo que lees en la literatura nativa.
—Yo mismo he visto docenas de especies en una pequeña zona. Créeme, capitán, en poco tiempo estas criaturas se mutarán en inteligencias tan poderosas como para superarnos y gobernar la galaxia.
—Demuestra que existe esa cooperación de que hablas, investigador, y tendré en cuenta tus argumentaciones. De lo contrario, desecharé tus fantasías, por ridículas, y continuaremos el viaje.
—Puedo demostrarlo. —Los relampagueos cromáticos de Botax cobraron un intenso tono verde amarillento—. Las criaturas de este mundo son únicas también en otro sentido. Prevén adelantos que no han realizado, quizá como consecuencia de su creencia en el cambio acelerado, del cual, a fin de cuentas, son testigos constantemente. En consecuencia, se permiten un tipo de literatura que habla del viaje espacial, aunque ellos no lo han desarrollado. He traducido el término con que designan esa literatura como «ciencia ficción». Me he consagrado a leer casi exclusivamente ciencia ficción, pues pensé que allí, en sus sueños y fantasías, se revelarían tal cual son y revelarían el peligro que constituyen para nosotros. Y de la ciencia ficción deduje el método de la cooperación entre las dos formas.
—¿Cómo lo hiciste?
—En ese mundo hay una revista que a veces publica ciencia ficción, aunque está dedicada casi totalmente a los diversos aspectos de la cooperación. No habla con toda claridad, lo cual es un fastidio, pero persiste en insinuar. La traducción más aproximada a nuestros relampagueos es «chico juguetón». Deduzco que la criatura que la dirige sólo está interesada en la cooperación entre las formas y la investiga por doquier con una intensidad sistemática y científica que despertó mi admiración. He hallado ejemplos de cooperación descritos en la ciencia ficción, así que dejé que el material de la revista me guiara. En sus historias ilustradas aprendí cómo se realiza. Te ruego, capitán, que, cuando la cooperación esté cumplida y se produzca el vástago ante tus ojos, ordenes que no quede en pie un solo átomo de este mundo.
—Bien —dijo el capitán Garm, con fastidio—, despiértalos y haz pronto lo que tengas que hacer.
Marge Skidmore recobró repentinamente la conciencia. Recordaba claramente la estación elevada, a la hora del crepúsculo. Estaba casi desierta. Había un hombre cerca y otro en el extremo del andén. El tren que se aproximaba era apenas un estruendo a lo lejos.
Y entonces había sufrido el relampagueo, esa sensación de volverse del revés, la visión borrosa de una criatura esmirriada que goteaba mucosidad, un ascenso y…
—Cielos —dijo, estremeciéndose—. Aún está ahí. Y, también hay otra.
Sintió náuseas, pero no miedo. Estaba orgullosa de sí misma por no tener miedo. El hombre que había a su lado, también tranquilo, como ella, seguía llevando un sombrero maltrecho y era el que se encontraba junto a ella en el andén.
—¿También te apresaron? —le preguntó Marge—. ¿A quién más?
Charlie Grimwold, sintiéndose fofo y barrigón, intentó levantar el brazo, para quitarse el sombrero y alisarse el cabello ralo, y se topó con una resistencia gomosa, pero endurecida. Bajó la mano y miró con aturdimiento a aquella mujer de rostro delgado. Ella aparentaba unos treinta y cinco años, tenía bonito cabello y un vestido que le sentaba bien; pero Charlie lo que deseaba era encontrarse en otra parte, y estar acompañado no le suponía ningún consuelo, aunque se tratase de compañía femenina.
—No lo sé —respondió—. Yo estaba en el andén de la estación.
—Yo también.
—Y luego vi un relampagueo. No oí nada. Y aquí estoy. Deben de ser hombrecillos de Marte, de Venus o de uno de esos lugares.
Marge movió la cabeza afirmativamente.
—Eso me imaginé. Algún platillo volante, ¿no? ¿Estás asustado?
—No. Eso es raro. Creo que debo de estar chalado para no asustarme.
—Sí, es raro. Yo tampoco estoy asustada. Oh, Dios, ahí viene uno. Si me toca, gritaré. Observa esas manos ondulantes. Y esa piel arrugada y viscosa. Me da náuseas.
Botax se aproximó con cuidado y habló con una voz áspera y chirriante a un mismo tiempo, procurando imitar el timbre de los nativos:
—¡Criaturas! No os haremos daño. Pero debemos pediros que nos hagáis el favor de cooperar.
—¡Esa cosa habla! —exclamó Charlie—. ¿Qué quieres decir con cooperar?
—Ambos. Entre vosotros —dijo Botax.
—Vaya. —Charlie miró a Marge—. ¿Entiendes de qué habla?
—No tengo la menor idea —respondió ella, con altanería.
—Quiero decir…
Y Botax pronunció la palabra que una vez oyó como sinónimo del proceso.
Marge enrojeció.
—¡Qué! —exclamó con el alarido más resonante que pudo lanzar. Botax y el capitán Garm se pusieron las manos sobre la cintura para cubrirse las franjas auditivas, que temblaron dolorosamente con los decibelios—. ¡Habráse visto! —continuó ella, atropelladamente y sin mayor coherencia—. ¡Soy una mujer casada! Si mi Ed estuviera aquí, ya os metería en cintura. Y tú, tío listo —añadió, girándose hacia Charlie a pesar de la resistencia gomosa—, quienquiera que seas, si crees…
—Oye, oye —protestó Charlie—, que no ha sido idea mía. Quiero decir, claro está, que no es que vaya a despreciar a una dama, por supuesto, pero Yo también estoy casado. Tengo tres hijos. Escucha…
—¿Qué pasa, investigador Botax? —preguntó el capitán Garm—. Estos sonidos cacofónicos son espantosos.
—Bueno… —Botax lanzó un rojo relampagueo de embarazo—. Es un ritual complicado. Al principio deben mostrarse reticentes. Eso realza el resultado posterior. Después de esa etapa inicial tienen que quitarse la piel.
—¿Hay que despellejarlos?
—No exactamente. Estas pieles son artificiales y se pueden quitar sin dolor. Así es como tienen que hacerlo; sobre todo, la forma más pequeña.
—De acuerdo. Diles que se quiten la piel. Botax, esto no me resulta agradable.
—No creo que convenga decirle a la forma más pequeña que se quite la piel. Creo que será mejor seguir atentamente el ritual. Aquí tengo fragmentos de esos cuentos de viajes espaciales que tanto elogiaba el director de la revista Chico juguetón. En ellos se quitan las pieles por la fuerza. He aquí una descripción de un accidente, por ejemplo, «que causó estragos en el vestido de la muchacha, casi arrancándoselo del esbelto cuerpo. Por un segundo, él sintió la tibia firmeza de esos senos casi desnudos contra la mejilla…» Así continúa. Rasgar la ropa y quitarla a la fuerza actúan como estímulo.
—¿Senos? —se extrañó el capitán—. No reconozco ese relampagueo.
—Lo inventé para traducir el significado. Alude a los bultos de la región dorsal superior de la forma más pequeña.
—Entiendo. Bien, dile a la más grande que rasgue las pieles de la más pequeña. Qué cosa tan horrenda.
Botax se volvió hacia Charlie.
—Por favor, arranca casi por completo el vestido de la muchacha del cuerpo esbelto. Te liberaré para que puedas hacerlo.
Marge abrió los ojos de par en par y se volvió hacia Charlie hecha una furia.
—No te atrevas a hacerlo. No oses tocarme, maniático sexual.
—¿Yo? —gimió Charlie—. No es idea mía. ¿Crees que me dedico a rasgar vestidos? Escucha —le dijo a Botax—, tengo esposa y tres hijos. Si ella descubre que ando rasgando vestidos, me molerá a golpes. ¿Sabes lo que hace mi esposa cuando miro a otra mujer? Escucha…
—¿Aún se muestra reticente? —se impacientó el capitán.
—Eso parece —contestó Botax—. El entorno extraño puede prolongar esta etapa de la cooperación. Como sé que es desagradable para ti, yo mismo realizaré esta etapa del ritual. En los cuentos de viajes espaciales, a menudo se escribe que una especie de otro mundo realiza esa tarea. Por ejemplo, aquí. —Hojeó las notas hasta hallar la que buscaba—. Aquí describen a una horrenda especie de otro mundo. Las criaturas de este planeta tienen ideas absurdas, ya me entiendes. Nunca se les ocurre imaginar individuos guapos como nosotros, con una bonita cobertura mucosa.
—¡Continúa! ¡Continúa! ¡No gastes todo el día! —le metió prisa el capitán.
—Sí, capitán. Aquí dice que el extraterrestre «se acercó a donde estaba la muchacha. Gritando histéricamente, fue apresada en el abrazo del monstruo. Las garras le desgarraron ciegamente el cuerpo, haciéndole jirones la falda». Como ves, la criatura nativa grita al ser estimulada cuando le quitan las pieles.
—Pues, adelante, Botax, quítasela. Pero, por favor, no permitas que grite. Me tiembla todo el cuerpo con esas ondas sonoras…
—Si no te importa… —se dirigió Botax a Marge, cortésmente.
Movió uno de sus dedos espátula para agarrar el cuello del vestido.