Cuentos completos (181 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Llevaba un día en ese puesto cuando inició el proyecto JN.

Se trataba del proyecto más costoso que hubiera emprendido nunca la compañía, pero Madarian desechó ese detalle con un simpático gesto de la mano.

—Vale todos y cada uno de los centavos que gastemos, Peter. Y espero que convenzas de ello al consejo de dirección.

—Dame razones —dijo Bogert, preguntándose si Madarian se las daría, ya que Susan Calvin jamás había dado razones de nada.

Sin embargo, Madarian aceptó y de buen grado y se arrellanó cómodamente en el enorme sillón del despacho del director.

Bogert observó a su interlocutor con un asombro rayano en la admiración. Su cabello antes negro había encanecido y dentro de esa década seguía los pasos de Susan. Eso significaría el final del equipo que había hecho de Robots y Hombres Mecánicos una empresa internacional que rivalizaba en importancia y complejidad con los Gobiernos mismos. Ni él ni sus predecesores habían captado del todo la enorme expansión de la firma.

Pero ésta era una nueva generación. Los nuevos se sentían a sus anchas en ese coloso. Carecían de la capacidad de asombro que a ellos los hubiera dejado boquiabiertos de incredulidad. Seguían adelante, y eso era bueno.

—Propongo iniciar la construcción de robots sin restricciones —dijo Madarian.

—¿Sin las tres leyes? Pero…

—No, Peter. ¿Ésas son las únicas restricciones que se te ocurren? Demonios, tú contribuiste al diseño de los primeros cerebros positrónicos; ¿debo aclararte que, aparte de las tres leyes, no hay una sola senda cerebral que no esté cuidadosamente diseñada y fijada? Tenemos robots planeados para tareas específicas, con aptitudes específicas implantadas.

—Y tú propones…

—Que en todos los niveles, por debajo de las tres leyes, haya sendas abiertas. No es difícil.

—Claro que no es difícil. Las cosas inútiles nunca lo son. Lo difícil es fijar las sendas y hacer útil al robot.

—¿Pero por qué es difícil? Fijar las sendas requiere un enorme esfuerzo porque el principio de incertidumbre es importante en partículas que tienen la masa de los positrones, y el efecto de incertidumbre se debe reducir al mínimo. Pero ¿por qué? Podemos disponer las cosas de tal modo que el principio posea relevancia suficiente para permitir el cruce de sendas de forma impredecible…

—Y obtendremos un robot impredecible.

—Obtendremos un robot creativo —replicó Madarian, un tanto impaciente—. Peter, si algo tiene un cerebro humano que un cerebro robótico no haya tenido jamás, es ese carácter impredecible que procede de los efectos de incertidumbre en el nivel subatómico. Admito que este efecto nunca se ha demostrado experimentalmente dentro del sistema nervioso, pero sin él el cerebro humano no es superior, en principio, al cerebro robótico.

—Y tú crees que si introduces ese efecto en el cerebro robótico el cerebro humano dejará de ser, en principio, superior al cerebro robótico.

—Exactamente —dijo Madarian.

Continuaron hablando durante un buen rato.

No iba a ser fácil convencer al consejo de dirección. Scott Robertson, el mayor accionista de la firma, manifestó:

—Ya resultaba bastante difícil administrar la industria de la robótica en estas condiciones, con la hostilidad pública hacia los robots siempre a punto de estallar. Si el público se entera de que los robots no tendrán control… ¡Oh, no me hable de las tres leyes! El ciudadano común no va a creerse que las tres leyes lo protegerán, no en cuanto oiga la palabra «descontrolados».

—Pues no la usemos —replicó Madarian—. Digamos que son robots… «intuitivos».

—Un robot intuitivo —murmuró alguien—. ¿Un robot femenino?

Una sonrisa cruzó el rostro de los presentes. Madarian aprovechó la situación.

—De acuerdo. Un robot femenino. Nuestros robots son asexuados y éste también lo será, pero siempre actuamos como si fueran masculinos. Les damos nombres masculinos y los designamos con pronombres masculinos. En cuanto a éste, si tenemos en cuenta la naturaleza de la estructuración matemática del cerebro que he propuesto, entraría en el sistema de coordenadas JN. El primer robot sería JN-1, y di por sentado que se llamaría John-1… Me temo que hasta ahí llega el nivel de originalidad del robotista medio. Pero ¿por qué no llamarlo Jane-1? Si hemos de comunicar al público de qué se trata, diremos que estamos construyendo un robot femenino y con intuición.

Robertson sacudió la cabeza.

—¿Cuál sería la diferencia? Usted dice que planea eliminar la última barrera que, en principio, impide que el cerebro robótico sea superior al humano. ¿Cómo cree que reaccionará el público?

—¿Piensa usted darlo a conocer al público? —preguntó Madarian. Reflexionó un instante—. Pues bien, el público en general cree que las mujeres no son tan inteligentes como los hombres.

Una expresión de alarma asomó en el rostro de varios hombres, que miraron de soslayo, como si Susan Calvin aún ocupara su asiento de costumbre.

—Si anunciamos que es un robot femenino —prosiguió Madarian—, no importará qué sea. El público dará por sentado que es deficiente mental. Nosotros nos limitamos a presentar al robot como Jane-1 y no añadimos una palabra más. Estamos a salvo.

—En realidad, el problema es más complicado —murmuró Peter Bogert—. Madarian y yo hemos revisado los cálculos matemáticos y la serie JN, llámese John o Jane, sería muy segura. Resultaría menos compleja y tendría menos capacidad intelectual, en un sentido ortodoxo, que muchas otras series que hemos diseñado y construido. Sólo se sumaría el factor de…, bueno, de acostumbrarse a denominarlo «intuición».

—Quién sabe qué haría ese robot —masculló Robertson.

—Madarian ha sugerido una cosa que puede hacer. Como todos sabemos, el salto espacial está desarrollado por principio. Es posible alcanzar hipervelocidades que superan la de la luz, visitar otros sistemas estelares y regresar en muy poco tiempo, en semanas a lo sumo.

—Eso no es ninguna novedad —protestó Robertson—. Se pudo haber hecho sin robots.

—Exacto, y no nos sirve de nada porque no podemos usar el motor de hipervelocidad nada más que una vez, como demostración; de modo que la empresa obtiene pocos elogios. El salto espacial es arriesgado; requiere una inmensa cantidad de energía y, por lo tanto, es muy costoso. Si fuéramos a utilizarlo, sería interesante poder informar de la existencia de un planeta habitable. Una necesidad psicológica, digamos. Si gastamos veinte mil millones de dólares en un salto espacial y sólo obtenemos datos científicos, el público querrá saber por qué derrochamos su dinero. Si señalamos la existencia de un planeta habitable, adquirimos la talla de un Colón interestelar y nadie se preocupa del dinero.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿dónde hallaremos un planeta habitable? O, dicho de otro modo, ¿qué estrella, dentro del alcance del salto espacial en su estado actual de desarrollo, cuál de las trescientas mil estrellas y sistemas estelares que se encuentran a trescientos años luz tiene mayores probabilidades de poseer un planeta habitable? Disponemos de una enorme cantidad de detalles sobre cada una de las estrellas de ese vecindario de trescientos años luz, y la idea de que casi todas poseen sistemas planetarios. ¿Pero cuál de ellas tiene un planeta habitable? ¿Cuál visitamos? No lo sabemos.

—¿Cómo nos ayudaría Jane? —preguntó uno de los asistentes a la reunión.

Madarian iba a responder, pero le hizo un gesto a Bogert y éste comprendió. El director tendría una mayor influencia. Bogert no se sintió muy complacido; si la serie JN fracasaba, él quedaría tan asociado al proyecto que jamás podría desprenderse del pegajoso sentimiento de culpa. Por otra parte, su jubilación no estaba tan lejos, y si el proyecto daba resultado él saldría de la empresa con una aureola de gloria. Tal vez fuera por la confianza que irradiaba Madarian, pero Bogert había llegado a convencerse de que daría resultado.

Así que dijo:

—Es posible que en alguna parte de las bibliotecas de datos que poseemos sobre esas estrellas sobre esas estrellas existan métodos para estimar las probabilidades de la presencia de planetas habitables del tipo Tierra. Sólo es preciso comprender bien esos datos, examinarlos de un modo creativo, establecer las correlaciones correctas. Aún no lo hemos hecho. O, si algún astrónomo lo ha intentado, no fue tan listo como para comprender qué tenía entre manos. Un robot JN podría establecer correlaciones con mayor rapidez y precisión que un ser humano. En un día, establecería y desecharía tantas correlaciones como un hombre en diez años. Más aún, trabajaría de forma realmente aleatoria, mientras que un hombre trabajaría de una forma tendenciosa, partiendo de sus prejuicios y de las creencias aceptadas.

Se hizo un largo silencio.

—Pero es sólo una cuestión de probabilidades, ¿verdad? —preguntó al fin Robertson—. Supongamos que ese robot dijera que la estrella con más probabilidades de tener planetas habitables dentro de un radio de tantos años luz es tal o cual; vamos allí y descubrimos que esa probabilidad es sólo una probabilidad, y no hay planetas habitables. ¿En qué situación quedamos?

—Aun así ganamos —respondió Madarian—. Sabremos cómo llegó el robot a esa conclusión porque nos lo dirá. Podría ayudarnos a comprender mucho mejor los detalles astronómicos y dar validez al proyecto aunque no efectuemos el salto espacial. Además, luego podemos deducir cuáles son los cinco sitios con mayor probabilidad de tener planetas, y la probabilidad de que uno de los cinco tenga un planeta habitable superior el 0,95. Sería casi seguro…

Continuaron deliberando largo rato.

Los fondos otorgados fueron insuficientes, pero Madarian confiaba en la costumbre de echar dinero sobre dinero. Cuando doscientos millones estuvieran a punto de perderse irremisiblemente y bastaran otros cien para salvarlo todo, estos otros cien milones se aprobarían sin duda.

Jane-1 fue construida y exhibida. Peter Bogert la examinó con gesto grave.

—¿Por qué tiene la cintura tan estrecha? No hay duda de que eso introduce alguna debilidad mecánica.

Madarian se rió entre dientes.

—Oye, si vamos a llamarla Jane, no tiene sentido que parezca Tarzán.

Bogert meneó la cabeza.

—No me convence. Pronto sentirás la tentación de hincharle el busto para que aparente tener senos, y es una pésima idea. Si las mujeres empiezan a pensar que los robots pueden parecerse a ellas, se les meterán ideas perversas en la cabeza y entonces se mostrarán hostiles de verdad.

—Quizá tengas razón —dijo Madarian—. Ninguna mujer quiere ser reemplazada por algo que no tiene ninguno de sus defectos. Estoy de acuerdo.

Jane-2 no tenía la cintura estrecha. Era una robot huraña que se movía poco y hablaba menos.

Madarian había acudido pocas veces a Bogert para presentarle novedades durante la construcción, un indicio seguro de que las cosas no andaban muy bien. El entusiasmo de Madarian cuando tenía éxito era agobiante. No hubiera vacilado en despertar a Bogert a las tres de la madrugada con una noticia de última hora en vez de esperar al día siguiente. Bogert estaba seguro de ello.

Por el contrario, Madarian actuaba como reprimido y parecía pálido y consumido.

—No habla —señaló Bogert.

—Claro que habla. —Madarian se sentó y se mordió el labio inferior—. A veces.

Bogert se levantó y caminó en torno de la robot.

—Y cuando habla lo que dice no tiene sentido, supongo. Claro que si no habla no es una mujer, ¿verdad?

Madarian intentó una débil sonrisa y desistió.

—El cerebro, aisladamente, pasó el examen.

—Lo sé.

—Pero una vez que el cerebro quedó a cargo del aparato físico de la robot fue necesario modificarlo, por supuesto.

—Por supuesto —convino Bogert.

—Pero de un modo imprevisible y frustrante. El problema es que cuando se aborda un cálculo de incertidumbre de ene dimensiones las cosas resultan…

—¿De incertidumbre? —ironizó Bogert.

Su propia reacción le sorprendió. La inversión de la compañía ya era considerable y habían transcurrido casi dos años, pero los resultados eran, por decirlo moderadamente, decepcionantes. Aun así, le divertía mofarse de Madarian.

Para sus adentros, se preguntó si en cierta forma no se estaría mofando de la ausente Susan Calvin. Madarian era mucho más efusivo que Susan… cuando las cosas andaban bien. También era mucho más vulnerable cuando las cosas andaban mal. tlusan, en cambio, nunca se desmoronaba. Madarian ofrecía un blanco perfecto, como compensación por el blanco que Susan nunca se había prestado a ser.

Madarian reaccionó ante la réplica de Bogert con tanta displicencia como Susan Calvin, pero no por desdén —como habría hecho Susan—, sino porque no la oyó.

—El problema es el tema del reconocimiento —argumentó—. Jane-2 correlaciona espléndidamente. Puede establecer correlaciones sobre cualquier tema, pero luego no distingue un resultado valioso de un resultado inservible. No es fácil programar un robot para que distinga una correlación significativa cuando no se sabe qué correlaciones establecerá.

—Supongo que has pensado en reducir el potencial del empalme diódico W-21 y activar…

—No, no, no, no… —La contestación de Madarian se fue disminuyendo hasta el susurro—. No se trata de que lo arroje todo. Eso podemos hacerlo nosotros. Lo importante es que reconozca la correlación crucial y llegue a una conclusión. Una vez que lo consiga, cualquier robot Jane daría una respuesta por intuición. Sería algo que nosotros no podríamos conseguir, excepto por una rarísima casualidad.

—Tengo la impresión —dijo secamente Bogert— de que semejante robot podría hacer rutinariamente lo que entre los seres humanos sólo puede hacer un genio.

Madarían asintió vigorosamente.

—Exacto, Peter. Yo mismo lo habría dicho si no hubiera temido asustar a los ejecutivos. Por favor, no lo repitas delante de ellos.

—¿De veras quieres una robot genio?

—¿Qué son las palabras? Intento obtener un robot con capacidad para establecer correlaciones aleatorias a enorme velocidad, junto con un cociente de alto reconocimiento para una significación clave. Y estoy tratando de traducir estas palabras a ecuaciones de campo positrónicas. Creí que ya lo tenía, pero no. Todavía no. —Miró a jane-2 con insatisfacción y le preguntó—: ¿Cuál es la mejor significación que tienes, Jane-2?

Jane-2 volvió la cabeza hacia Madarian, pero no emitió ningún sonido.

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