Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Sí, profesor, pero no podemos correr riesgos.
—¿Qué certeza hay de que esta copia sea exacta? ¿Y si en el original hay algo que aquí falta, algo que clarifica el mensaje, algo sin lo cual el mensaje resulta indescifrable?
—Estamos seguros de que la copia es exacta.
—¿Qué me dicen del reverso? No hay nada en el dorso de esta copia. ¿Qué me dicen del reverso del original?
—El agente que hizo la copia nos informó de que la otra cara estaba en blanco.
—Los hombres pueden cometer errores.
—No tenemos razones para pensar que se equivocó y debemos partír del supuesto de que no se equivocó. Al menos, mientras no recobremos el original.
—Entonces, ¿toda interpretación de este mensaje se debe hacer a partir de lo que vemos aquí?
—Eso creemos. Estamos casi seguros —respondió Davenport, con creciente abatimiento.
Urth aún parecía preocupado.
—¿Por qué no dejar el objeto donde está? Si ningún grupo lo encuentra, tanto mejor. Desapruebo cualquier método de jugar con la mente y no me gustaría contribuir a posibilitarlo.
Davenport acalló con un ademán a Ashley, al darse cuenta de que éste iba a hablar, y dijo:
—Debo aclararle, profesor Urth, que el Dispositivo tiene otros aspectos. Supongamos que una expedición extraterrestre viajara a un planeta distante y primitivo y dejara allí una radio antigua, y supongamos que los nativos de ese lugar hubieran descubierto la corriente eléctrica, pero no el tubo de vacío. La población podría entonces descubrir que, cuando se conecta la radio a una corriente, ciertos objetos de vidrio de la radio se calientan y brillan, pero, como es lógico, no recibirían sonidos inteligibles, sino, en el mejor de los casos, únicamente zumbidos y chisporroteos. Sin embargo, si dejaran caer la radio enchufada en una bañera, la persona que estuviera en la bañera se electrocutaría. ¿La gente de ese planeta hipotético debería llegar a la conclusión de que el objeto que estudian sólo sirve para matar?
—Entiendo la analogía —admitió Urth—. Usted piensa que esa capacidad para alterar las mentes es sólo una función accesoria del Dispositivo.
—Estoy seguro de ello. Sí fuéramos capaces de deducir su verdadera finalidad, la tecnología terrícola podría dar un salto de siglos.
—Es decir que usted está de acuerdo con lo que dijo Jennings…
—Consultó el microfilme—. «Quizá sea la clave de… quién sabe qué. Podría ser la clave de una increíble revolución científica.»
—Exacto.
—No obstante, altera las mentes y es infinitamente peligroso. Sea cual sea la finalidad de la radio, lo cierto es que electrocuta.
—Por eso no podemos permitir que los ultras se hagan con ello.
—¿Y el Gobierno?
—Debo señalar que la cautela tiene un límite razonable. Recuerde que la raza humana siempre ha coqueteado con el peligro, desde el primer cuchillo de pedernal de la Edad de Piedra; y, antes de eso, el primer garrote de madera también podía matar. Se podían usar para someter a hombres más débiles a la voluntad de los más fuertes, lo cual también es una forma de alterar las mentes. Lo que cuenta, profesor, no es el Dispositivo mismo, por peligroso que sea en lo abstracto, sino las intenciones de quien lo utiliza. Los ultras han manifestado su intención de exterminar a más del noventa y nueve por ciento de la humanidad. El Gobierno, sean cuales fueren los derechos de los hombres que lo integran, no tiene esa intención.
—¿Y qué intención tiene el Gobierno?
—Un estudio científico del Dispositivo. Incluso esa capacidad para alterar la mente puede producir grandes beneficios. Usado con lucidez, podría enseñarnos algo sobre el fundamento físico de las funciones mentales. Podríámos aprender a corregir trastornos mentales o a curar a los ultras. La humanidad podría aprender a desarrollar una mayor inteligencia.
—¿Por qué voy a creer que semejante idealismo se llevará a la práctica?
—Yo sí lo creo. Pero piénselo de este otro modo. Si nos ayuda, usted se arriesga a enfrentarse a un posible desvío hacia el mal por parte del Gobierno; pero, si no lo hace, se arriesga a enfrentarse al propósito indudablemente maligno de los ultras.
Urth asintió con la cabeza, pensativo.
—Quizá tenga razón. Aun así, debo pedirle un favor. Tengo una sobrina que siente un gran afecto por mí. Siempre está contrariada porque me niego terminantemente a incurrir en la locura de viajar. Afirma que no se dará por satisfecha hasta que algún día la acompañe a Europa, a Carolina del Norte o a cualquier otro lugar absurdo…
Ashley se inclinó hacia delante, desechando el gesto de Davenport.
—Profesor Urth, si usted nos ayuda a hallar el Dispositivo, y si éste funciona, le aseguro que le ayudaremos a liberarse de su fobia hacia los viajes, para que pueda ir con su sobrina a donde desee.
Urth abrió los ojos de par en par y miró salvajemente a su alrededor, como si estuviera acorralado.
—¡No! ¡No! ¡Jamás! —Bajó la voz y susurró roncamente—: Les explicaré la naturaleza de mis honorarios. Si los ayudo, si ustedes recobran el Dispositivo y aprenden a usarlo, si mi ayuda es conocida por el público, mi sobrina arremeterá contra el Gobierno como una furia. Es una mujer tozuda y chillona, que recaudará dinero y organizará manifestacíones. Nada la detendrá. Y, sin embargo, no deben ceder ante ella. ¡Jamás! Deben ustedes resistir todas las presiones. Quiero que me dejen en paz, como estoy ahora. Eso es lo único que pido como retribución.
Ashley se sonrojó.
—Sí, por supuesto, si así lo desea.
—¿Cuento con su palabra?
—Cuenta con mi palabra.
—Recuérdelo, por favor. También confío en usted, señor Davenport. —Será como usted desee —lo tranquilizó Davenport—. Y supongo que ahora nos dará la interpretación de las anotaciones.
—¿Las anotaciones? —preguntó Urth, concentrando la atención en la tarjeta—. ¿Se refiere a estas marcas, XV y demás?
—Sí. ¿Qué significan?
—No lo sé. Sus interpretaciones valen tanto como cualquier otra. Ashely estalló:
—¿Quiere decir que toda esa cháchara sobre su presunta ayuda no llevaba a nada? ¿A qué vienen tantos rodeos?
Wendell Urth parecía confundido e intimidado.
—Me gustaría ayudarles.
—Pero no sabe qué significan las anotaciones.
—No…, no… Pero sé qué significa el mensaje.
—¿Lo sabe? —gritó Davenport.
—Desde luego. El significado es transparente. Lo sospeché mientras usted me contaba la historia. Y estuve seguro una vez que leí la reconstrucción de las conversaciones entre Strauss y Jennings. Ustedes también lo comprenderían, caballeros, con sólo que se detuvieran a pensar.
—¡Oiga! —se impacientó Ashley—. ¡Usted ha dicho que no sabe qué significan las anotaciones!
—Y no lo sé. Sólo sé qué significa el mensaje.
—¿Qué es el mensaje si no está en las anotaciones? ¿Es el papel, por amor de Dios?
—Sí, en cierto sentido.
—¿Tinta invisible o algo parecido?
—¡No! ¿Por qué les cuesta tanto entenderlo, cuando están a punto? Davenport se inclinó hacia Ashley.
—Señor, déjeme esto a mí, por favor.
Ashley resopló.
—Adelante.
—Profesor —dijo Davenport—, ¿quiere ofrecernos su análisis?
—¡Ah! Bien, de acuerdo. —El menudo extraterrólogo se recostó en la silla y se enjugó la frente húmeda con la manga—. Veamos el mensaje. Si ustedes aceptan que el círculo dividido en cuatro y la flecha los dirigen hacia mí, eso nos deja siete anotaciones. Si éstas se refieren a siete cráteres, por lo menos seis de ellos deben de estar destinados a distraer la atención, pues el Dispositivo sólo puede estar en un lugar. No contenía piezas móviles ni separables; era de una sola pieza. Además, ninguna de esas anotaciones está clara. SU podría significar cualquier sitio del otro lado de la Luna, que es una superficie del tamaño de Suramérica. PC/2 puede significar Tycho, como dice el señor Ashley, o «a medio camino entre Ptolomeo y Copérnico», como pensó el señor Davenport, o «a medio camino entre Platón y Cassini». XYz podría significar Alphonsus, que es una interpretación muy ingeniosá; pero podría también referirse a un sistema de coordenadas donde la coordenada Y fuera el cuadrado de la coordenada X. Análogamente, C–C podría singificar Bond o «a medio camino entre Cassini y Copérnico». F/A podría significar «Newton» o «a medio camino entre Fabricius y Arquímedes». En síntesis, significan tanto que no significan nada. Aunque una de ellas significara algo, no se la podría escoger entre las demás, así que lo más sensato es suponer que son pistas falsas. Es necesario, pues, determinar qué parte del mensaje carece de ambigüedades y está perfectamente clara. La respuesta sólo puede ser que se trata de un mensaje, que es una pista para llegar a un escondrijo. Es la única certeza que tenemos, ¿no es así?
Davenport asintió con la cabeza.
—Al menos, creemos estar seguros de ello.
—Bien. Ustedes han dicho que este mensaje es la clave de todo el asunto. Han actuado como si fuera la pista decisiva. Jennings mismo se refirió al Dispositivo como una clave. Si combinamos esta visión seria del asunto con la afición de Jennings por los retruécanos, una afición que quizás agudizó el Dispositivo… Les contaré una historia.
»En la segunda mitad del siglo dieciséis, había un jesuita alemán que vivía en Roma. Era un matemático y astrónomo de renombre y ayudó al papa Gregorio XIII a reformar el calendario en 1582, efectuando los enormes cálculos requeridos. Este astrónomo admiraba a Copérnico, pero no aceptaba la versión heliocéntrica del sistema solar. Se aferraba a la vieja creencia de que la Tierra era el centro del universo.
»En 1650, casi cuarenta años después de la muerte de este matemático, otro jesuita, el astrónomo italiano Giovanni Battista Riccioli, trazó un mapa de la Luna. Denominó los cráteres con nombres de astrónomos del pasado y, como él también rechazaba a Copérnico, escogió los cráteres mayores y más y espectaculares para aquellos que situaban la Tierra en el centro del universo: Ptolomeo, Hiparco, Alfonso X, Tycho Brahe. Reservó el cráter de mayor tamaño que pudo hallar para su predecesor, el jesuita alemán.
»Este cráter es sólo el segundo en tamaño visible desde la Tierra. El mayor es Bailly, que está en el borde de la Luna y resulta difícil de ver desde la Tierra. Riccioli lo ignoró, y su denominación proviene de un astrónomo que vivió un siglo después y murió guillotinado durante la Revolución Francesa.
Ashley lo escuchaba con impaciencia.
—¿Pero qué tiene que ver esto con el mensaje?
—Pues todo —contestó Urth, sorprendido—. ¿No dijeron ustedes que este mensaje era la clave de todo el asunto? ¿No es la pista decisiva?
—Sí, desde luego.
—¿Hay alguna duda de que nos enfrentamos a algo que es la clave de otra cosa?
—Pues no —respondió Ashley.
—Bien… El nombre del jesuita alemán de que hablaba es Christoph Klau. ¿Ven ustedes el retruécano? Klau es clave.
La desilusión aflojó el cuerpo de Ashley.
—Eso es muy rebuscado —masculló.
—Profesor Urth —dijo ansiosamente Davenport—, no hay ningún lugar de la Luna llamado Klau.
—Claro que no. De eso se trata. En aquella época de la historia, la segunda mitad del siglo dieciséis, los eruditos europeos latinizaban sus nombres. Eso ocurrió con Klau. En vez de la «u» alemana, usó la letra latina equivalente, la «v». Luego, añadió el «ius» habitual en los nombres latinos y Christoph Klau pasó a ser Christopher Clavius, y supongo que ustedes recuerdan ese cráter gigante que llamamos Clavius.
—Pero… —comenzó Davenport.
—Sin peros. Sólo señalaré que la palabra latina clavis significa clave. ¿Ven ahora ese retruécano doble y bilingüe? Klau, Clavis, clave. En toda su vida, Jennings jamás habría logrado un retruécano doble y bilingüe sin el Dispositivo. Entonces pudo hacerlo, y sospecho que tuvo una muerte triunfal, dadas las circunstancias. Y les dijo que acudieran a mí porque sabía que yo recordaría su afición por los retruécanos y porque sabía que a mí también me gustaban. —Los dos hombres del Departamento lo miraban con los ojos desorbitados—. Sugiero que registren el borde de Clavius, en ese punto donde la Tierra está más cerca del cenit.
Ashley se levantó.
—¿Dónde está su videoteléfono?
—En la habitación contigua.
Ashley salió disparado. Davenport se quedó con el profesor.
—¿Está seguro? —le preguntó.
—Totalmente. Pero aunque me equivoque sospecho que no importa.
—¿Qué es lo que no importa?
—Que lo encuentren o no. Pues si los ultras hallan el Dispositivo dudo que sean capaces de usarlo.
—¿Por qué lo dice?
—Ustedes me preguntaron que si jennings había sido alumno mío, pero no me preguntaron por Strauss, que también era geólogo. Fue alumno mío un año después de jennings. Lo recuerdo bien.
—¿Sí?
—Un hombre desagradable, muy frío. La característica distintiva de los ultras. Son gélidos, muy rígidos, muy seguros de sí mismos. No pueden sentirse identificados con nadie, ya que, en ese caso, no hablarían de matar a miles de millones de seres humanos. Sus únicas emociones son glaciales y egoístas, sentimientos que no pueden franquear la distancia entre dos seres humanos.
—Creo que lo entiendo.
—Claro que lo entiende. La conversación reconstruida a partir de los delirios de Strauss nos mostró que no podía manipular el Dispositivo. Carecía de intensidad emocional, o de las emociones necesarias. Sospecho que lo mismo ocurre con todos los ultras. Jennings, que no era un ultra, podía manipularlo. Cualquiera que pudiera usar el Dispositivo sería incapaz de ser cruel a sangre fría. Podría atacar por miedo, como jennings atacó a Strauss, pero no por mero cálculo, como Strauss atacó a jennings. Para expresarlo de una manera tríllada, creo que el Dispositivo se puede activar mediante el amor, pero no mediante el odio; y los ultras se caracterizan por odiar.
Davenport asintió con la cabeza.
—Espero que tenga razon. Pero, entonces…, ¿por qué recela tanto del Gobierno, si piensa que esos hombres no podrían manipular el Dispositivo?
Urth se encogió de hombros.
—Quería asegurarme de que ustedes podían racionalizar sin vacilaciones y ser persuasivos ante una argumentación inesperada. A fin de cuentas, quizá tengan que vérselas con mi sobrina.
“The Billiard Ball”