Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Fue hacia el deslizador. A bordo habría un traje, y vendajes…
El deslízador no estaba pensado para viajes largos, y tampoco Jennings resistiría un viaje largo. Tenía el flanco derecho empapado de sangre a pesar de los vendajes. El interior del traje estaba endurecido por la sangre seca.
No había señales de la nave, pero sin duda llegaría tarde o temprano. Tenía mayor potencia y detectores que captarían la nube de la concentración de cargas que dejaban los reactores iónicos del deslizador.
Había intentado comunicarse por radio con Estación Luna, pero aún no llegaba respuesta y Jennings optó por callar. Las señales sólo harían que Strauss lo localizara.
Podía tratar de llegar a Estación Luna, pero no creía que pudiera lograrlo. Strauss lo detectaría antes. O moriría y se estrellaría antes. No llegaría. Tendría que ocultar el Dispositivo, ponerlo a buen recaudo y, luego, enfilar hacía Estación Luna.
El Dispositivo…
No estaba seguro de tener razón. Podía acabar con la raza humana, pero era infinitamente valioso. ¿Debía destruirlo del todo? Era el único vestigio de una vida inteligente no humana. Albergaba los secretos de una tecnología avanzada, se trataba del instrumento de una ciencia mental avanzada. A pesar del peligro, había que tener en cuenta el valor, el valor potencial…
No, debía ocultarlo para que alguien lo hallara de nuevo, pero sólo los moderados del Gobierno. Nunca los ultras.
El deslizador descendió por el borde norte del cráter. Jennings lo conocía y podía sepultar el Dispositivo allí. Si luego no lograba llegar a Estación Luna, tendría que alejarse del escondrijo para no delatarlo con su presencia. Y debería dejar alguna clave de su paradero.
Le pareció que pensaba con increíble lucidez. ¿Era la influencia del Dispositivo? ¿Estimulaba su pensamiento y lo guiaba hacia el mensaje perfecto? ¿O era la alucinación insensata de un moribundo? No lo sabía, pero no tenía otra opción. Debía intentarlo.
Pues Karl Jennings sabía que iba a morir. Le quedaban pocas horas de vida y tenía mucho que hacer.
H. Seton Davenport, de la División Estadounidense del Departamento Terrícola de Investigaciones, se frotó con aire ausente la cicatriz de la mejilla izquierda.
—Sé que los ultras son peligrosos, señor.
El jefe de división, M.T. Ashley, miró a Davenport con los ojos entrecerrados. El gesto de sus mejillas enjutas denotaba su desaprobación. Como había jurado una vez más que dejaría de fumar, buscó a tientas una goma de mascar, la desenvolvió, la estrujó y se la metió en la boca. Se estaba volviendo viejo y malhumorado, y su bigote corto y gris raspaba cuando se lo frotaba con los nudillos.
—No sabe hasta qué punto son peligrosos, y me pregunto si alguien lo sabe. Son pocos, pero gozan de influencia entre los poderosos, que están muy dispuestos a considerarse la élite. Nadie sabe con certeza quiénes ni cuántos son.
—¿Ni siquiera el Departamento?
—El Departamento está atado de manos. Más aún, ni siquiera nosotros estamos libres de esa mancha. ¿Lo está usted?
Davenport frunció el ceño.
—Yo no soy ultra.
—No he dicho que lo fuera. Le pregunto que si está libre de esa mancha. ¿Ha pensado en lo sucedido en la Tierra en los dos últimos siglos? ¿Nunca ha pensado que una moderada disminución demográfica sería algo positivo? ¿Nunca ha pensado que sería maravilloso liberarse de los poco inteligentes, de los incapaces, de los insensibles y dejar el resto? Porque yo lo he pensado, qué diablos.
—Sí, me acuso de haberlo pensado alguna vez. Pero una cosa es expresar un deseo y otra muy distinta planificar un proyecto práctico de acción hitleriana.
—El deseo no está tan lejos del acto como usted cree. Convénzase de que el objetivo tiene importancia, de que el peligro es bastante grande, y los medios se volverán cada vez menos objetables. De cualquier modo, ahora que ha terminado ese asunto de Estambul, le pondré al corriente de esto. Lo de Estambul no fue nada en comparación. ¿Conoce al agente Ferrant?
—¿El que desapareció? No personalmente.
—Bien, pues hace dos meses se localizó una nave abandonada en la superficie lunar. Realizaba una investigación selenográfica, financiada con fondos privados. La Sociedad Geológica Rusoamericana, que patrocinaba el vuelo, informó de que la nave no se había comunicado. Una búsqueda de rutina la localizó sin mayores inconvenientes, a una razonable distancia del lugar desde donde transmitió su último informe. La nave no estaba dañada, pero el deslizador había desaparecido, junto con uno de los tripulantes, Karl Jennings. El otro hombre, James Strauss, estaba vivo, pero deliraba. No mostraba lesiones físicas, pero estaba loco de remate. Todavía lo está, y eso es importante.
—¿Por qué? —preguntó Davenport.
—Porque el equipo médico que lo examinó halló anomalías neuroquímicas y neuroeléctricas sin precedentes. Nunca han visto un caso semejante. Nada humano pudo provocarlo.
Una sonrisa fugaz cruzó el rostro grave de Davenport.
—¿Sospecha usted de invasores extraterrestres?
—Quizá —contestó el otro, sin sonreír en absoluto—. Pero permítame continuar. Una búsqueda rutinaria por las cercanías de la nave no reveló indicios del deslizador. Luego, Estación Luna comunicó que había recibido señales débiles de origen incierto. Supuestamente procedían de la margen occidental de Mare Imbrium, pero no estaban seguros de que fueran de origen humano y no creían que hubiera naves en las cercanías. Ignoraron las señales. Pensando en el deslizador, sin embargo, la partida de búsqueda se dirigió hacia Imbrium y lo localizó. Jennings estaba a bordo, muerto. Una puñalada en el costado. Es sorprendente que lograra sobrevivir tanto tiempo. Mientras tanto, los médicos estaban cada vez más desconcertados por los delirios de Strauss. Se pusieron en contacto con el Departamento y nuestros dos agentes lunares llegaron a la nave. Uno de ellos era Ferrant. Estudió las grabaciones de esos delirios. No tenía sentido hacerle preguntas, pues no había modo, ni hay, de comunicarse con Strauss. Existe una alta muralla entre el universo y él, y tal vez sea para siempre. Sin embargo, sus delirios, a pesar de las redundancias y las incoherencias, pueden tener cierto sentido. Ferrant lo ordenó todo, como un rompecabezas. Al parecer, Strauss y Jennings hallaron un objeto que consideraron antiguo y no humano, un artefacto de una nave que se estrelló hace milenios. Parece ser que podía alterar la mente humana.
—¿Y alteró la mente de Strauss? ¿Es eso?
—Exacto. Strauss era un ultra (podemos decir «era» porque está vivo sólo técnicamente) y Jennings no quiso entregarle el objeto. Y por buenas razones. En sus delirios, Strauss habló de usarlo para provocar el autoexterminio, como él lo llamó, de los indeseables. Quería conseguir una población final e ideal de cinco millones. Hubo una lucha, en la cual Jennings, aparentemente, se valió de ese artefacto, pero Strauss tenía un cuchillo. Cuando Jennings se marchó iba herido, y la mente de Strauss estaba destruida.
—¿Y dónde está el objeto?
—El agente Ferrant actuó con decisión. Registró de nuevo la nave y sus inmediaciones. No había rastros de nada que no fuera una formación lunar natural o un evidente producto de la tecnología humana. No encontró nada que pudiera ser el artefacto. Luego, investigó el deslizador y sus inmediaciones. Nada.
—¿No pudieron los miembros del primer equipo de investigación, que no sospechaban nada, haberse llevado algo?
—Juraron que no, y no hay razones para sospechar que mintieran. Posteriormente, el compañero de Ferrant…
—¿Quién era?
—Gorbansky.
—Lo conozco. Hemos trabajado juntos.
—En efecto. ¿Qué piensa de él?
—Es honesto y capaz.
—De acuerdo. Gorbansky encontró algo. No un artefacto extraterrestre, sino algo humano y de lo más corriente. Era una tarjeta blanca común, con una inscripción, insertada en el dedo medio del guante derecho. Supuestamente, Jennings la escribió antes de su muerte, así que, supuestamente, representaba la clave del escondrijo.
—¿Hay razones para pensar que lo escondió?
—Ya he dicho que no lo encontramos en ninguna parte.
—Pero pudo haberlo destruido, pensando que era peligroso dejarlo intacto.
—Es muy dudoso. Si aceptamos la conversación que hemos reconstruido a partir de los delirios de Strauss, y Ferrant logró una reconstrucción que parece ser casi literal, Jennings pensaba que ese artefacto era de importancia decisiva para la humanidad. Lo denominó la «clave de una increíble revolución científica». No destruiría algo así. Simplemente lo ocultaría de los ultras y trataría de informar de su paradero al Gobierno. De lo contrario, ¿por qué iba a dejar una clave del paradero?
Davenport sacudió la cabeza.
—Está usted en un círculo vicioso, señor. Dice que dejó una clave porque usted cree que hay un objeto oculto, y cree que hay un objeto oculto porque dejó una clave.
—Lo admito. Todo es dudoso. ¿Los delirios de Strauss significan algo? ¿La reconstrucción de Ferrant es válida? ¿La pista de Jennings es realmente una pista? ¿Existe una artefacto, ese Dispositivo, como lo llamaba Jennings? No tiene sentido hacerse preguntas. Ahora debemos actuar sobre el supuesto de que el Dispositivo existe y hay que encontrarlo.
—¿Porque Ferrant ha desaparecido?
—Exacto.
—¿Secuestrado por los ultras?
—En absoluto. La tarjeta desapareció con él.
—Oh…, entiendo.
—Hace tiempo que sospechamos que Ferrant es un ultra encubierto. Y no es el único sospechoso dentro del Departamento. Las pruebas no bastaban para actuar abiertamente; no podemos basarnos en meras sospechas, porque pondríamos el Departamento patas arriba. Ferrant estaba bajo vigilancia.
—¿Por parte de quién?
—De Gorbansky. Afortunadamente Gorbansky había filmado la tarjeta y envió la reproducción al cuartel general terrícola, admitiendo que la consideraba sólo un objeto curioso y la adjuntaba al informe por mero afán de cumplir con la rutina habitual. Ferrant, el más inteligente de los dos, me parece a mí, entendió de qué se trataba y actuó en consecuencia. Lo hizo a un alto precio, pues se ha delatado y destruye así su futura utilidad para los ultras; pero es posible que esa futura utilidad no sea necesaria. Si los ultras controlan el Dispositivo…
—Tal vez Ferrant ya lo tenga.
—Recuerde que se encontraba bajo vigilancia. Gorbansky jura que el Dispositivo no estaba en ninguna parte.
—Gorbansky no fue capaz de impedir que Ferrant se marchara con la tarjeta. Tal vez tampoco logró evitar que localizara el Dispositivo.
Ashley tamborileó sobre el escritotio, con un ritmo inquieto y desigual.
—Prefiero no pensar eso. Si encontramos a Ferrant, podremos averiguar cuánto daño ha causado; hasta entonces, debemos buscar el Dispositivo. Si Jennings lo ocultó, seguramente intentó alejarse del escondrijo, pues de lo contrario ¿por qué iba a dejar una pista? No debe de estar en las cercanías.
—Tal vez no vivió el tiempo suficiente para alejarse.
Ashley volvió a tamborilear.
—El deslizador mostraba indicios de haber emprendido un vuelo largo y acelerado y de haber acabado estrellándose. Eso concuerda con la idea de que Jennings procuraba alejarse todo lo posible del escondrijo.
—¿Se sabe de qué dirección venía?
—Sí, pero no nos sirve de mucho. Por lo que indican las toberas laterales, estuvo efectuando deliberadamente virajes y cambios de dirección.
Davenport suspiró.
—Supongo que tendrá una copia de la tarjeta.
—En efecto. Aquí está.
Le entregó un duplicado. Davenport lo estudió unos instantes. Era así:
—No le veo ningún significado a esto —comentó Davenport.
—Tampoco yo se lo veía al principio, y tampoco vieron nada las primeras personas con las que consulté. Pero piense un poco. Jennings debía de creer que Strauss lo perseguía; tal vez no supiera que había quedado fuera de combate para siempre. Además, temía que algún ultra lo encontrara antes que un moderado. No se atrevía a dejar una pista demasiado clara. —El jefe de división dio unos golpecitos con el dedo sobre la copia de la tarjeta—. Esto debe de representar una clave de difícil comprensión en apariencia, pero lo suficientemente clara para alguien dotado de ingenio.
—¿Podemos estar seguros de eso? —preguntó Davenport, escéptico—. A fin de cuentas, era un hombre moribundo y que se sentía atemorizado, y tal vez estaba sometido al influjo de ese objeto. Puede ser que no pensara de un modo lúcido y ni siquiera humano. Por ejemplo, ¿por qué no intentó llegar a la Estación Luna? Terminó a casi media circunferencia de distancia. ¿Estaba demasiado alterado para pensar claramente? ¿Demasiado paranoico para confiar siquiera en la Estación? Sin embargo, trató de comunicarse, pues la Estación captó las señales. Lo que quiero decir es que esta tarjeta, que no parece tener sentido, en efecto no tiene sentido.
Ashley meneó de lado a lado la cabeza solemnemente, como si fuera una campana.
—Estaba atemorizado, sí. Y supongo que no disponía de la presencia de ánimo suficiente para llegar a la Estación Lunar. Sólo quería correr y escapar. Aun así, esto tiene algún sentido. Todo encaja demasiado bien. Cada anotación tiene un sentido, y también el conjunto.
—¿Cuál es ese sentido?
—Notará usted que hay siete puntos en el lado izquierdo y dos en el derecho. Veamos primero el lado izquierdo. El tercero parece un signo de igual. ¿Un signo de igual significa algo para usted, algo en particular?