Cuentos completos (173 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Espera. Habrá tiempo para hacer un informe cuando tengamos algo de qué informar. Si era una nave, sin duda hallaremos algo más.

Pero no tenía sentido ponerse a buscar en ese momento. Habían trabajado durante horas, y era momento de comer y descansar. Lo mejor sería abordar la tarea frescos y consagrarle varias horas. Se pusieron de acuerdo tácitamente.

La Tierra estaba baja sobre el horizonte oriental, casi llena, brillante y estriada de azul. Jennings la contempló mientras comían y experímentó, como de costumbre, una intensa añoranza.

—Parece muy tranquila —comentó—, pero hay seis mil millones de personas trabajando en ella.

Strauss abandonó sus cavilaciones para replicar:

—¡Seis mil millones de personas destruyéndola!

Jennings frunció el ceño.

—No serás un ultra, ¿eh?

—¿De qué demonios estás hablando?

Jennings se sonrojó. El rubor siempre se le notaba en la tez clara, que se ponía rosada ante cualquier arrebato emocional. Le resultaba tremendamente embarazoso.

Siguió comiendo sin decir nada.

Hacía una generación que la población de la Tierra se mantenía igual. No se podía tolerar un nuevo incremento. Todos lo admitían. Incluso había quienes afirmaban que la falta de incremento era insuficiente, que sería necesario reducir la población. Jennings simpatizaba con ese punto de vista. La Tierra estaba siendo devorada por una población humana excesiva.

¿Pero cómo lograr el descenso de la población? ¿Al azar, alentando a la gente a reducir la tasa de natalidad a su aire? En los últimos tiempos se elevaba un clamor que no sólo exigía un descenso demográfico, sino un descenso selectivo: la supervivencia del más apto, para la cual quienes se consideraban a sí mismos los más aptos escogían los criterios de aptitud.

Creo que lo he insultado, pensó Jennings.

Luego, cuando estaba a punto de quedarse dormido, se le ocurrió de repente que no sabía nada sobre el carácter de Strauss. ¿Y si se proponía ponerse a buscar él solo para adjudicarse todo el mérito del…?

Abrió los ojos alarmado, pero Strauss respiraba entrecortadamente y pronto empezó a roncar.

Pasaron tres días buscando más fragmentos. Hallaron algunos. Hallaron más que eso. Hallaron una zona reluciente con la diminuta fosforescencia de las bacterias lunares. Esas bacterias eran bastante comunes, pero en ninguna parte se había descubierto una concentración tan grande como para causar un fulgor visible.

—Un ser orgánico, o sus restos, debió de estar aquí alguna vez —observó Strauss—, El ser murió, pero sus microorganismos no y, al final, lo consumieron,

—Y quizá se propagaron —añadió Jennings—. Tal vez ése sea el origen de las bacterias lunares. Quizá no sean nativas, sino el resultado de una contaminación… de hace milenios.

—También funciona en sentido contrario. Como estas bacterias son esencialmente diferentes de cualquier microorganismo terrícola, las criaturas de quienes fueron parásitas, si tal es el caso, también debían de ser esencialmente distintas. Otro indicio de una presencia extraterrestre.

El camino terminaba en la pared de un pequeño cráter.

—Es una inmensa tarea de excavación —suspiró Jennings—. Será mejor que informemos y que nos manden ayuda.

—No —dijo sombríamente Strauss—. Tal vez esa ayuda no se justifique. El cráter se pudo haber formado un millón de años después de que la nave se estrellara.

—¿Quieres decir que entonces se vaporizó todo y sólo habría quedado esto que hemos encontrado? —Strauss asintió con la cabeza y Jennings añadió—: Probemos suerte de todos modos. Podemos cavar un poco. Si trazamos una línea a través de los lugares donde hemos hallado algo y continuamos…

Strauss trabajaba con desgana, así que fue Jennings quien hizo el verdadero hallazgo. Sin duda eso contaba. Aunque Strauss hubiera hallado el primer fragmento metálico, Jennings había hallado el dispositivo.

Era un artefacto hundido un metro bajo una roca irregular que al caer había abierto una cavidad en la superficie lunar. Durante un millón de años, la cavidad había protegido el artefacto de la radiación, de los mícrometeoros y de los cambios de temperatura, de modo que permanecía intacto.

Jennings lo bautizó como el Dispositivo. No se parecía a ningún instrumento que él conociera, pero ¿por qué iba a parecerse?

—No veo asperezas —dijo—. Quizá no esté roto.

—Pero quizá falten piezas.

—Quizá, pero no parece haber partes móviles. Es una pieza entera, extrañamente irregular. Es lo que necesitamos. Una pieza de metal gastado o una zona rica en bacterias sirven sólo para hacer deducciones y para mantener disputas. Pero esto es algo fantástico, un dispositivo de evidente origen extraterrestre. —Lo habían apoyado en la mesa y ambos lo observaban muy serios—. Presentemos un informe preliminar.

—¡No! —rugió Strauss—. ¡Claro que no!

—¿Por qué no?

—Porque si lo hacemos se transformará en un proyecto de la Sociedad. Esto se llenará de intrusos y cuando terminen no seremos ni siquiera una nota a pie de página. ¡No! —Adoptó una expresión taimada—. Vamos a hacer todo lo que podamos y a sacar el mayor provecho posible antes de que lleguen esas arpías.

Jennings lo pensó. Tampoco él quería perder la fama que se merecía. Pero aun así…

—No sé si quiero correr el riesgo, Strauss. —Sintió el impulso de llarmarlo por el nombre de pila, pero se contuvo—. Mira, no es correcto esperar. Si esto es de origen extraterrestre, tiene que ser de otro sistema solar. No hay sitio en este sistema solar, aparte de la Tierra, que pueda albergar una forma de vida avanzada.

—Eso no está demostrado —gruñó Strauss—. ¿Pero qué hay con ello, suponiendo que tengas razón?

—Eso significaría que las criaturas de la nave dominaban el viaje interestelar y, por lo tanto, estaban tecnológicamente más avanzadas que nosotros. Quién sabe lo que el Dispositivo puede decirnos sobre su avanzada tecnología. Quizá sea la clave de… quién sabe qué. Podría ser la clave de una increíble revolución científica.

—Devaneos románticos. Si es producto de una tecnología mucho más avanzada que la nuestra, no aprenderemos nada de ella. Resucita a Einstein y muéstrale una microprotodistorsión. No sabría cómo ínterpretarla.

—No tenemos la certeza de que no aprenderemos nada.

—Aun así, ¿qué? ¿Qué tiene de malo una pequeña demora? ¿Qué tiene de malo asegurarnos el mérito? ¿Qué tiene de malo asegurarnos una participación, que no nos dejen excluidos?

—Pero Strauss… Jennings se sintió conmovido casi hasta las lágrimas en su afán de comunicar la importancia que él atribuía al Dispositivo—. Imagínate que nos estrelláramos con él. Imagínate que,no lográramos regresar a la Tierra. No podemos poner en peligro esta cosa. —La acarició, casi como si estuviera enamorado de ella—. Deberíamos informar sobre ella y pedir que envíen naves para buscarla. Es demasiado preciosa para…

En medio de tanta intensidad emocional, el Dispositivo pareció entibiarse bajo su mano. Una parte de la superficie, semioculta por un reborde de metal, emitió un fulgor fosforescente.

Jennings apartó la mano con un gesto espasmódico y el Dispositivo se oscureció. Pero era suficiente; el momento había sido infinitamente revelador.

—Fue como si se abriera una ventana en tu cráneo —jadeó Jennings—. Pude ver tu mente.

—Yo leí la tuya, o la experimenté, o entré en ella, o lo que sea.

Tocó el dispositivo con actitud fría y distante, pero no ocurrió nada.

—Eres un ultra —lo acusó Jennings—. Cuando toqué esto… —Lo tocó de nuevo—. Vuelve a ocurrir. Lo veo. ¿Estás loco? ¿De veras crees que es humanamente aceptable condenar a casi toda la raza humana a la extinción y destruir la versatilidad y la variedad de la especie?

De nuevo apartó la mano, asqueado por las revelaciones, y de nuevo el Dispositivo se oscureció. Una vez más, Strauss lo tocó con reservas y no ocurrió nada.

—No empecemos a discutir, por amor de Dios —dijo Strauss—. Esto es un aparato de comunicación, un amplificador telepático. ¿Por qué no? Las células cerebrales tienen potencial eléctrico. El pensamiento puede considerarse un campo ondulatorio electromagnético de microintensidades…

Jennings se apartó. No quería hablar con Strauss.

—Pasaremos un informe de inmediato. Me importa un bledo la fama. Puedes quedarte con ella. Yo sólo quiero que esto esté fuera de nuestras manos.

Por un instante, Strauss permaneció tenso. Luego, se relajó.

—Es más que un comunicador. Responde a la emoción y la amplifica.

—¿De qué estás hablando?

—Ha funcionado dos veces cuando lo tocaste ahora, aunque lo estuviste manipulando todo el día sin efecto visible. Y no reacciona cuando yo lo toco.

—¿Y bien?

—Se activó cuando estabas en un estado de alta tensión emocional. Supongo que eso es lo que requiere para reaccionar. Y cuando desvariabas sobre los ultras hace un instante, me sentí igual que tú por un momento.

—Te sentiste como debías.

—Escúchame, ¿estás seguro de tener razón? Cualquier hombre pensante sabe que la Tierra estaría mejor con una población de mil millones que con seis mil millones. Si usáramos la automatización al máximo, algo que ahora las masas nos impiden, podríamos tener una Tierra totalmente eficaz y viable con una población de sólo cinco millones, por ejemplo. Escúchame, Jennings. No te vayas, hombre. —Suavizó el tono de su voz, en un esfuerzo por conquistarlo con argumentos razonables—: Pero no podemos reducir la población democráticamente, ya lo sabes. No se trata del impulso sexual, pues los dispositivos intrauterinos resolvieron hace tiempo el control de la natalidad. Es una cuestión de nacionalismo. Cada grupo étnico quiere que los demás sean los primeros en reducir su población, y yo estoy de acuerdo con ellos. Quiero que mi grupo étnico, nuestro grupo étnico, prevalezca. Quiero que la Tierra la herede una élite, lo cual significa hombres como nosotros. Somos los seres humanos verdaderos, y esa horda de simios que nos contiene nos está destruyendo a todos. De cualquier forma, están condenados; ¿por qué no salvarnos nosotros?

—No —rechazó con firmeza Jennings—. Ningún grupo tiene el monopolio de la humanidad. Tus cinco millones de reflejos idénticos, atrapados en una humanidad privada de variedad y versatilidad, se morirían de aburrimiento, y se lo habrían ganado a pulso.

—Sensíblerías, Jennings. Tú no lo crees. Nuestros tontos humanitaristas te han enseñado a creerlo. Mira, este artefacto es justo lo que necesitamos. Aunque no podamos construir otros ni comprender cómo funcionan, éste sería sufiente. Si pudiéramos controlar o guiar la mente de ciertos hombres, poco a poco impondríamos nuestro punto de vista en el mundo. Ya tenemos una organización. Lo sabes si has visto mi mente. Está mejor motivada y estructurada que cualquier otra organización de la Tierra. A diario nos vienen los mejores cerebros de la humanidad, ¿por qué no tú? Este instrumento es una clave, pero no sólo para obtener más conocimiento; es una clave para la solución final de los problemas humanos. ¡Únete a nosotros!

Había hablado con un apasionamiento que Jennings le desconocía. Apoyó la mano en el Dispositivo, que parpadeó un par de segundos y se apagó.

Jennings sonrió sin humor. Entendía lo ocurrido. Strauss había intentado agudizar su intensidad emocional para activar el Dispositivo y había fallado.

—No puedes activarlo —le dijo—. Eres un superhombre, un maestro del autodominio, y no puedes dejarte llevar, ¿verdad?

Cogió con manos trémulas el Dispositivo, que se encendió de inmediato.

—Entonces, actívalo tú. Gana renombre por salvar a la humanidad.

—Jamás —replicó Jennings, sofocado por la emoción—. Pasaré el informe ahora.

—No. —Strauss tomó un cuchillo de la mesa—. Tiene punta y filo suficientes.

—Un comentario incisivo —observó Jennings, consciente de su retruécano a pesar de la tensión del momento—. Entiendo tus planes. Con el Dispositivo puedes convencer a cualquiera de que nunca existí. Puedes lograr una victoria ultra.

Strauss movió varias veces la cabeza en sentido afirmativo.

—Me lees la mente a la perfección.

—Pero no lo lograrás —susurró Jennings—. No, mientras yo tenga esto.

Lo inmovilizó con su voluntad. Strauss se movió desmañadamente y se detuvo. Empuñaba el cuchillo con firmeza y le temblaba el brazo, pero no podía hacerlo avanzar. Ambos sudaban profusamente.

—No puedes… mantenerlo así… todo el día —se esforzó Strauss, hablando entre dientes.

Jennings lo percibía con claridad, pero no contaba con palabras para describirlo. Era como retener a un animal escurridizo y de enorme fuerza, un animal que no cesaba de contorsionarse. Tenía que concentrarse en esa sensación de inmovilidad.

No estaba familiarizado con el Dispositivo. No sabía utilizarlo hábilmente. Era como pedirle a alguien que nunca hubiera visto una espada que la empuñara con la destreza de un mosquetero.

—Exacto —dijo Strauss, siguiéndole los pensamientos, y avanzó un paso con esfuerzo.

Jennings sabía que no podría oponer resistencia a la firme determinación de Strauss. Ambos lo sabían. Pero estaba el deslizador. Debía irse de allí con el Dispositivo.

Sólo que Jennings no tenía secretos. Strauss le vio el pensamiento y procuró interponerse entre él y el deslizador.

Jennings redobló sus esfuerzos. No inmovilidad, sino inconsciencia. Duerme, Strauss, pensó desesperadamente. ¡Duerme!

Strauss cayó de rodillas, apretando con fuerza los párpados.

Con el corazón desbocado, Jennings corrió hacia delante. Si pudiera golpearlo con algo, arrebatarle el cuchillo…

Y como sus pensamientos habían dejado de concentrarse en el sueño Strauss lo agarró por un tobillo y tiró de él con brusquedad.

Y no lo dudó un momento. En cuanto Jennings cayó al suelo, subió y bajó la mano que empuñaba el cuchillo. Jennings sintió un dolor agudo, y una llamarada de miedo y desesperación le invadió la mente.

Ese arrebato emocional elevó el parpadeo del Dispositivo a un fogonazo. Strauss aflojó la mano y Jennings lanzó unos incoherentes y silenciosos gritos de temor y rabia con la mente.

Strauss se derrumbó, con el rostro demudado.

Jennings se levantó con esfuerzo y retrocedió. No se atrevía a hacer nada, salvo concentrarse en mantener la inconsciencia del otro. Todo intento de acción violenta le restaría fuerza mental, lo privaría de una vacilante y torpe fuerza mental que no podría dedicar a un uso efectivo.

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