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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

Cortafuegos (9 page)

BOOK: Cortafuegos
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—¿Qué ha ocurrido? —preguntó de nuevo el inspector.

—Sonja Hokberg ha huido —lo informó Martinson.

Wallander fijó en él una mirada incrédula.

—¿Qué ha huido?

—Hace menos de una hora. Todo el personal disponible está fuera entregado a su búsqueda. Pero parece haberse esfumado.

Wallander observaba a sus colegas.

Después, tras quitarse el chaquetón, tomó asiento.

6

A Wallander no le llevó muchos minutos forjarse una idea clara de la situación.

Alguien había tenido una actitud negligente. De modo flagrante, alguien había contravenido todas las normas profesionales. Y, sobre todo, alguien había olvidado que Sonja Hókberg no era sólo una chica joven cuyo semblante inspiraba confianza sino que, hacía tan sólo unos días, había cometido un brutal asesinato.

El desarrollo de los acontecimientos no fue difícil de reconstruir. En efecto, Sonja Hókberg acababa de mantener una conversación con su abogado y debía ser conducida de nuevo a la celda. Mientras aguardaba, preguntó si podía ir a los servicios y al salir descubrió que el agente de guardia que la había acompañado le volvía la espalda al tiempo que charlaba con otro que se hallaba dentro de un despacho. De modo que la joven comenzó a alejarse del agente. Por el camino, nadie intentó detenerla, por lo que pudo pasar tranquilamente por la recepción y ganar la calle sin el menor inconveniente. Nadie la había visto. Ni siquiera Irene. Transcurridos cinco minutos, el agente de guardia entró en los servicios y comprobó que Sonja Hokberg no se encontraba allí. Volvió entonces a la habitación en la que se había entrevistado con su abogado y no dio la alarma hasta que comprendió que la muchacha no había vuelto. A aquellas alturas, Sonja Hokberg ya había dispuesto de diez minutos para desaparecer. Y fueron más que suficientes.

Wallander rugía retorciéndose de rabia en su interior. Volvía a dolerle la cabeza.

—He movilizado a todo el personal disponible —explicó Martinson—. Y he llamado a su padre. Me dijo que acababas de marcharte. ¿Averiguaste algo que pueda ayudarte a imaginar hacia dónde se dirige?

—Su madre está en Höör, en casa de una hermana —anunció al tiempo que le tendía a Martinson la nota con el número de teléfono.

—Pues hasta allí no puede ir a pie —observó Hanson.

—Ya, pero Sonja Hókberg tiene permiso de conducir —les recordó Martinson con el auricular contra la oreja—. Puede hacer autoestop o robar un coche.

—Bueno, lo más importante es que hablemos con Eva Persson —señaló Wallander—. De inmediato. Me da igual que sea menor de edad. Tiene que contarnos lo que sabe.

Hanson salía del despacho cuando, en la misma puerta, estuvo a punto de chocar con Lisa Holgersson. La comisaría jefe venía de una reunión que se estaba celebrando a las puertas de la comisaría y acababa de enterarse de que Sonja Hókberg se había dado a la fuga. Mientras Martinson hablaba por teléfono con su madre, Wallander le explicó cómo suponían que se había producido la fuga.

—¡Esto es inadmisible! —exclamó una vez que Wallander hubo concluido.

Lisa Holgersson estaba indignada. Y a Wallander le gustó, pues pensó enseguida en cómo su anterior jefe, Bjork, habría empezado a inquietarse por el modo en que su propia imagen hubiese podido quedar deteriorada.

—Es inadmisible que ocurran estas cosas —repitió Wallander—. Pero ha ocurrido. Lo más importante es, pese a todo, dar con ella cuanto antes. Ya veremos después cuáles son las normas rutinarias que se han infringido. Y a quién debemos responsabilizar.

—¿Crees que cabe la posibilidad de que cometa un nuevo ataque violento?

Wallander pensó un poco antes de responder. Recreaba la imagen cíe aquella habitación repleta de muñecos de peluche.

—La información que poseemos sobre ella es mínima —admitió—. Pero no creo que sea del todo descabellado pensar que sí.

En ese momento, Martinson colgó el auricular.

—Bien, ya he hablado con la madre —declaró—. Y con los colegas de Höör, de modo que allí ya están al corriente.

—Pues yo no creo que ninguno de nosotros esté realmente al corriente —objetó Wallander—. Pero, en cualquier caso, quiero encontrar a esa chica lo antes posible.

—¿Creéis que tenía planeada la huida? —inquirió Lisa Holgersso.

—Según el agente de guardia, no es ése el caso —aclaró Martinson—. Yo creo que aprovechó la oportunidad en cuanto se le presentó.

—Por supuesto que lo había planeado —se opuso Wallander—. Estaba alerta a la menor ocasión. Ella quería salir de aquí. ¿Alguien ha hablado con el abogado? Tal vez él pueda ayudarnos.

—Pues yo no creo que haya tenido mucho tiempo de pensar en lo ocurrido —objetó Martinson—. De hecho, se marchó tan pronto como hubo finalizado la entrevista con ella.

Wallander se puso en pie.

—Yo hablaré con él.

—¿Y la conferencia de prensa? —quiso saber Lisa Holgersson—. ¿Qué hacemos?

Wallander miró su reloj de pulsera. Eran las once y veinte minutos.

—Se celebrará en el momento fijado pero me temo que, por más que nos pese, no nos quedará más remedio que darles la noticia.

—Supongo que mi presencia será necesaria —comentó Lisa Holgersson.

Wallander no replicó sino que se dirigió a su despacho. Le zumbaba la cabeza.

Y le dolía la garganta al tragar.

«Debería estar en casa guardando cama», se dijo. «En lugar de andar por ahí persiguiendo a jovencitas que se dedican a matar a los taxistas a golpes».

En uno de los cajones de su escritorio encontró unos pañuelos de papel que usó para enjugarse el sudor del pecho. Tenía fiebre y transpiraba copiosamente. Después llamó al abogado Lotberg y le refirió lo sucedido.

—¡Vaya! Eso sí que ha sido algo imprevisible —aseguró Lotberg una vez que Wallander hubo terminado.

—Sí, pero sobre todo ha sido nefasto —precisó Wallander—. ¿Podrás ayudarme?

—La verdad, no lo creo. Estuvimos hablando de lo que iba a suceder y le recomendé que tuviese paciencia.

—¿Está en condiciones de ser paciente?

Lotberg reflexionó un instante antes de pronunciarse.

—Si he de ser sincero, no lo sé. No es fácil comunicarse con ella, A juzgar por las apariencias, estaba tranquila, pero ignoro qué se oculta bajo esa imagen.

—¿No mencionó que tuviese novio o alguien que pudiese venir a visitarla?

—No.

—¿Nadie en absoluto?

—No. Tan sólo preguntó por Eva Persson.

Wallander prosiguió, tras haber meditado la siguiente pregunta.

—¿No quiso saber de sus padres?

—Pues, la verdad, no dijo nada.

A Wallander le resultó muy llamativo. Tan extraño como su habitación. Todo aquello no hacía sino fortalecer su sensación de que había algo misterioso en torno a la persona de Sonja Hókberg.

—Como es natural, si se pusiera en contacto conmigo, yo os llamaría de inmediato —prometió Lótberg.

En ese punto, finalizaron la conversación. En la memoria de Wallander seguía patente la imagen de la habitación de la joven. «Es la habitación de una niña pequeña», concluyó. «No la de una joven de diecinueve años. Un dormitorio apropiado para una niña de diez. Es decir, que la habitación dejó de crecer, mientras que Sonja se hacía mayor».

En realidad, era incapaz de precisar las consecuencias de su razonamiento; pero estaba convencido de que era importante.

A Martinson no le llevó ni media hora preparar el encuentro entre Eva Persson y Wallander, que quedó perplejo al ver a la muchacha. En efecto, era de baja estatura y no aparentaba más de doce años. Observó con atención sus manos, pero, por más que se esforzaba, no logró imaginársela sosteniendo un cuchillo que, además, fue a clavar con violencia en el pecho de un semejante. Pero no tardó en descubrir que existía una característica de su persona que recordaba a la de Sonja Hókberg. En un primer momento, no pudo identificar cuál podía ser el rasgo común. Pero lo detectó enseguida.

Eran los ojos, la misma indiferencia en la mirada.

Martinson los dejó solos. Wallander habría preferido contar con la presencia de Ann-Britt Hóglund durante la entrevista con Eva Persson, pero la colega se encontraba fuera coordinando las acciones de búsqueda de Sonja Hókberg con objeto de potenciar al máximo su j eficacia.

La madre de Eva Persson, que también estaba presente, tenía los ojos enrojecidos. Wallander experimentó enseguida un profundo sentimiento de compasión hacia ella, atormentado él mismo ante la idea de lo que la mujer estaría pasando en aquellos momentos.

No obstante, fue derecho al grano.

—Sonja se ha fugado. Así que quiero que me digas si sabes adonde ha podido ir. Piénsalo bien antes de responder, y hazlo con total sinceridad. ¿Entendido?

Eva Persson asintió.

—Bien, en ese caso, ¿adónde crees que ha podido irse?

—Pues supongo que se habrá marchado a casa. ¿Adónde, si no?

Wallander fue incapaz de dilucidar si la respuesta de la joven era sincera o si respondía a un alarde de soberbia. Por otro lado, el dolor de cabeza le impedía controlar su impaciencia.

—Si se hubiese marchado a casa, ya la habríamos atrapado —explicó en un tono de voz tan elevado que la madre de la joven se encogió en la silla.

—No sé dónde puede estar.

Wallander abrió un bloc escolar.

—¿Quiénes son sus amigos? ¿Con quién suele salir? ¿Conoce a alguien que tenga coche?

—Solemos salir juntas, las dos solas.

—Ya, pero, debe de tener otros amigos.

—Bueno, Kalle.

—¿Cuál es su apellido?

—Ryss.

—¿De verdad se llama Kalle Ryss?

—Sí.

—No quiero oír ni una sola palabra que no sea verdad, ¿está claro?

—¿Por qué coño me gritas, viejo de mierda? Te digo que se llama así, Kalle Ryss.

Wallander estuvo a punto de explotar, pues no le agradaba lo más mínimo que lo llamasen «viejo».

—¿Y quién es?

—Hace windsurfing y pasa la mayor parte del tiempo en Australia, pero ahora está en Suecia y trabaja con su padre.

—¿Dónde?

—Tienen una herrería.

—Así que Kalle es uno de los amigos de Sonja.

—Bueno, estuvieron saliendo.

Wallander siguió con sus preguntas, pero a Eva Persson no se le ocurría ninguna otra persona con la que Sonja hubiese podido ponerse en contacto. Tampoco sabía adonde había podido encaminarse. En un último esfuerzo por obtener algún dato del que partir, Wallander dirigió sus preguntas a la madre de Eva Persson.

—Yo no la conocía —confesó la mujer en un tono tan bajo que Wallander se vio obligado a inclinarse sobre la mesa para descifrar sus palabras.

—¡Cómo! ¿No conocías a la mejor amiga de tu hija?

—No, no me gustaba.

Veloz como un rayo, Eva Persson se volvió y golpeó a su madre en el rostro. Todo ocurrió tan deprisa que Wallander no tuvo tiempo de reaccionar. La mujer empezó a gritar mientras Eva Persson no cesaba de golpearla al tiempo que profería a gritos palabras soeces. Wallander recibió un mordisco en la mano, pero logró al fin, no sin esfuerzo, separar a Eva Persson de su madre.

—¡Saca de aquí a esta vieja! —estalló la niña—. ¡No quiero verla más!

En ese preciso momento, Wallander perdió el control. Y propinó a Eva Persson una fuerte bofetada. El golpe fue tan intenso que la chica cayó de espaldas. Wallander salió trastabillando de la sala, con la mano dolorida. Lisa Holgersson, que encaminaba hacia ellos su paso apresurado, clavó una mirada atónita en el espectáculo que se ofrecía a su vista.

—Pero… ¿qué ha pasado aquí?

Wallander no respondió. Simplemente, se miraba la mano, que le ardía tras el golpe.

Ahora bien, ninguno de ellos había reparado en el periodista de un diario vespertino que había llegado con tiempo a la conferencia de prensa. Durante el tumulto y provisto de una pequeña y discreta cámara fotográfica, había accedido inadvertido hasta el lugar de los hechos. Una vez allí, tomó varias fotografías sin dejar de anotar cuanto vio y oyó. Un sustancioso titular comenzó a fraguarse en su mente. Satisfecho, regresó veloz a la recepción.

La conferencia de prensa no comenzó hasta media hora más tarde de lo previsto. Lisa Holgersson conservó hasta el último minuto la esperanza de que alguna patrulla hubiese encontrado a Sonja Hókberg antes de comenzar. Pero Wallander, que no se había hecho la menor ilusión al respecto, quería respetar la hora acordada desde un principio. Esto se debía en parte al hecho de que consideraba que Lisa Holgersson estaba equivocada. Sin embargo y en la misma medida, era consecuencia del resfriado en el que estaba ya a punto de caer de lleno.

Al final logró convencerla de que no había motivo alguno por el que seguir esperando. Por otro lado, la hizo reparar en el detalle de que, con el retraso, sólo conseguirían poner nerviosos a los periodistas y, de hecho, las cosas estaban ya bastante difíciles.

—¿Y qué quieres que les diga? —inquirió antes de entrar en la gran sala de reuniones en que iba a celebrarse la conferencia de prensa.

—Nada —repuso Wallander—. Yo me ocuparé. Tan sólo quiero tu presencia y tu apoyo.

Wallander entró a los servicios y se enjuagó la cara con agua fría antes de entrar en la sala. Una vez allí, se sobresaltó: en efecto, había muchos más periodistas de los que él había imaginado. Subió a la tarima seguido de cerca por su jefa. Una vez que hubieron tomado asiento, Wallander echó una ojeada a la concurrencia. Algunos de los rostros le resultaban familiares y conocía incluso el nombre de unos cuantos periodistas, pero la mayor parte de ellos le eran totalmente desconocidos.

«¿Qué digo yo ahora?», se preguntó. «Por más que uno se lo proponga al final nunca contamos toda la verdad».

Lisa Holgersson dio la bienvenida a los periodistas antes de ceder la palabra a Wallander.

«¡Cómo odio todo esto!», exclamó en silenciosa resignación. «No es que no me gusten, es que, por muy necesarios que sean, odio estos encuentros con los medios de comunicación».

Contó mentalmente hasta tres, antes de comenzar.

—Hace unos días, un taxista resultó atracado y agredido aquí en Ystad. Como ya sabéis, falleció, por desgracia, a causa de las heridas. Hemos podido relacionar con el delito a dos personas que, además, se han confesado culpables. Dado que uno de los delincuentes es menor de edad, no podemos dar su nombre en esta conferencia de prensa.

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