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Authors: Greg Egan

Axiomático (38 page)

BOOK: Axiomático
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—Cincuenta y seis minutos. Tú estabas allí. Hace cuatro años.

—Sí. Lo recuerdo.

—Tranquilo. Hay que tener paciencia.

—¿No te sientes un poco estúpida? Es decir, si lo hubiese sabido, hubiese ido con calma.

Una hora. Diez por ciento. Elaine se ha quedado dormida, apoyando la cabeza sobre mi hombro. Yo mismo empiezo a sentirme somnoliento, pero una idea insistente me mantiene despierto.

Siempre había dado por supuesto que el agujero de gusano se movía porque sus esfuerzos por permanecer en un lugar acababan fallando, pero ¿y si la verdad fuese justo la contraria? ¿Y si se moviese porque sus esfuerzos por moverse, al final, siempre tuviesen éxito? ¿Y si el navegante se suelta para intentarlo de nuevo, todo lo rápidamente que pueda, pero su maquinaria rota no puede lograr nada mejor que una tasa de éxito del cincuenta por ciento por cada dieciocho minutos de esfuerzo?

Quizá yo he puesto final a ese esfuerzo. Quizá yo haya hecho que El Acceso, por fin, se quede quieto.

Con el tiempo, la presión crecerá tanto como para ser fatal. Se necesitan casi cinco horas. Es un caso entre cien mil, pero ya ha sucedido una vez antes, no hay razón para que no pueda volver a suceder. Es lo que más me incomoda: nunca lo sabré. Incluso si viese como la gente muere a mi alrededor, nunca llegaría el momento en que supiese, con total certidumbre, que éste era el precio final.

Elaine se agita sin abrir los ojos.


¿
Todavía
?

—Sí —le paso el brazo por los hombros; no parece importarle.

—Bien. No olvides despertarme cuando acabe.

Amor apropiado

—Su marido sobrevivirá. De eso no hay duda.

Cerré los ojos durante un momento y casi grité de alivio. En algún momento de las últimas treinta y nueve horas de vigilia, la incertidumbre se había convertido en algo mucho peor que el miedo, y casi había conseguido convencerme a mí misma de que cuando los cirujanos habían dicho que sería entrar y salir, realmente habían querido decir que no había esperanza.

—Sin embargo,
va
a precisar un cuerpo nuevo. No creo que quiera oír otra relación detallada de sus heridas, pero hay demasiados órganos dañados, muy graves, para que los trasplantes o reparaciones individuales sean una solución viable.

Asentí, Me empezaba a caer bien este señor Allenby, a pesar del resentimiento que sentí cuando se presentó; al menos él me miraba directamente a los ojos y me ofrecía frases claras y directas. Los demás que me habían hablado desde que entré en el hospital se habían cubierto las espaldas; un especialista me había entregado una copia impresa sacada de un Sistema Experto de Análisis de Trauma, que contenía ciento treinta y dos "escenarios de pronóstico" y sus probabilidades respectivas.

Un cuerpo nuevo
. Eso no me daba nada de miedo. Sonaba tan limpio, tan simple. Los trasplantes individuales hubiesen implicado abrir a Chris, una y otra vez, arriesgándose a sufrir complicaciones en cada ocasión, cada vez asaltándole de una forma nueva, por beneficiosa que fuese la intención. Durante las primeras horas, una parte de mí se había aferrado a la esperanza absurda de que todo no fuese más que un error; que Chris había salido caminando del accidente de tren, sin sufrir daño; que era otra la persona del quirófano, algún ladrón que le había robado la cartera. Después de obligarme a abandonar semejante fantasía ridícula y aceptar la verdad —que había sufrido heridas, mutilaciones, hasta el borde de la muerte— la idea de un cuerpo nuevo, inmaculado y completo, parecía una concesión casi igual de milagrosa.

Allenby siguió hablando:

—Su póliza cubre por completo esa parte del procedimiento; los técnicos, la madre de alquiler, los cuidadores.

Volví a asentir, esperando que no insistiese en repasar todos los detalles.
Conocía
todos los detalles. Harían crecer un clon de Chris, interviniendo
in útero
para evitar que el cerebro desarrollase cualquier capacidad más allá de la de mantener la vida. Una vez nacido, obligarían al clon a alcanzar una madurez prematura pero saludable, por medio de una secuencia de complejas mentiras bioquímicas, simulando los efectos del envejecimiento normal y el ejercicio a nivel sub-celular. Sí, yo todavía tenía reparos —por contratar el cuerpo de una mujer, por crear un "niño" con el cerebro dañado— pero ya nos habíamos atormentando con esos detalles cuando decidimos incluir esa técnica tan cara en nuestras pólizas de seguros. Ahora
no
era el momento de la duda.

—Pasarán casi dos años antes de que el nuevo cuerpo esté listo. Mientras tanto, lo importante, evidentemente, es mantener con vida el cerebro de su marido. Bien, no hay ninguna posibilidad de que recupere la consciencia en su estado actual, así que no hay ninguna razón real para intentar preservar sus otros órganos.

Eso al principio me sobresaltó, pero luego pensé: ¿
Por qué no
?¿Por qué no liberar a Chris del desastre de su cuerpo, de la misma forma que le habían liberado del desastre del tren? Había visto el resultado del choque en la televisión de la sala de espera: los especialistas en rescate cortando el metal con limpios láseres azules, quirúrgicos y precisos. ¿Por qué no completar el acto de liberación?
Él
era su cerebro, no sus miembros aplastados, sus huesos rotos, sus órganos dañados y sangrantes. ¿De qué mejor forma podría aguardar la restauración de su salud que en un sopor perfecto y sin sueños, sin riesgo de dolor, sin estar lastrado por los restos de un cuerpo que al final habría que desechar?

—Debo recordarle que su póliza especifica que la opción médicamente sancionada menos costosa se usará como soporte vital mientras crece el nuevo cuerpo.

Casi comencé a contradecirle, pero luego lo recordé: fue la única forma de poder encajar la póliza en nuestro presupuesto; la prima para reemplazos de cuerpos era tan altas que tuvimos que recortar en los detalles. En su momento, Chris había bromeado:

—Espero que no consigan hacer funcionar el almacenamiento criogénico mientras vivamos. No me apetece mucho la idea de que me sonrías desde un congelador durante todos los días durante dos años.

—¿Dice que sólo quiere mantener su cerebro con vida...
porque es el método más barato
?

Allenby frunció el ceño comprensivo.

—Lo sé, es desagradable tener que pensar en los costes en un momento como éste. Pero debo recalcar que la cláusula se refiere a procedimientos
sancionados médicamente.
Jamás insistiríamos en nada que no fuese seguro.

Casi dije con furia: No
insistirán
en que haga
nada.
Pero no lo hice; no tenía fuerzas para montar una escena, y no habría sido más que un gesto vacío. En teoría, la decisión sería exclusivamente mía. En la práctica, Global Assurance pagaba las facturas. No podía imponer el tratamiento directamente, pero si yo no podía reunir el dinero para pagar la diferencia, sabía que no me quedaba más opción que hacer lo que estuviesen dispuestos a financiar.

Dije:

—Debe darme algo de tiempo, para hablar con los médicos, para pensarlo.

—Sí, claro. Por supuesto. Pero debo explicarle que de entre todas las opciones...

Levanté una mano para silenciarle.


Por favor.
¿Tenemos que hacerlo ahora? Ya se lo he dicho, tengo que hablar con los médicos.
Tengo
que dormir un poco. Lo sé: al final tendré que enfrentarme a todos los detalles... las distintas empresas de soporte vital, los distintos servicios que ofrecen, los tipos diferentes de máquinas... lo que sea. Pero puede esperar doce horas, ¿no?
Por favor.

No es sólo que me sintiese completamente agotada, probablemente sufriendo todavía el shock, y empezaba a sospechar que me dirigían a una "solución predeterminada" estándar que Allenby ya había valorado hasta el último centavo. Cerca había una mujer de bata blanca, que nos miraba subrepticiamente cada pocos segundos, como si esperase el fin de la conversación. No la había visto antes, pero eso no probaba que no formase parte del equipo que cuidaba de Chris; ya me habían mandado seis médicos diferentes. Si tenía alguna noticia, quería oírla.

Allenby dijo:

—Lo lamento, pero si puede concederme unos minutos más, hay algo que
realmente
debo explicarle.

El tono era de disculpa, pero tenaz. Yo no me sentía nada tenaz; me sentía como si me hubiesen golpeado por todo el cuerpo con un martillo de goma. No confiaba en que pudiese seguir discutiendo sin perder el control, y en cualquier caso, parecía que dejarle hablar sería la forma más rápida de librarse de él. Si me mostraba detalles para los que no estaba preparada, entonces simplemente me desconectaría y se lo haría repetir todo más tarde.

—Adelante —dije.

—De todas las opciones, la menos costosa no requiere de ninguna
máquina
de soporte vital. Hay una técnica llamada soporte vital biológico que se ha perfeccionado hace poco en Europa. En un periodo de dos años, es más económica que los otros métodos en un factor de veinte. Más aún, el perfil de riesgo es extremadamente favorable.

—¿Soporte vital biológico? Jamás lo había oído.

—Bien, sí, es muy reciente, pero se lo aseguro, está muy perfeccionada.

—Sí, pero ¿
qué
es? ¿Qué implica en la práctica?

—Se mantiene el cerebro con vida compartiendo el suministro sanguíneo de otra persona.

Le miré fijamente.

—¿
Qué
? ¿Quiere decir... crear una persona con dos cabezas...?

Después de llevar tanto tiempo sin dormir, mi sentido de la realidad estaba ya bastante tocado. Durante un momento, literalmente creí que estaba soñando que me había quedado dormida en un sofá de la sala de espera y soñado con buenas noticias, y que ahora mi fantasía degeneraba hacia la más pura farsa cruel, para castigarme por mi ridículo optimismo.

Pero Allenby no sacó ningún folleto reluciente, mostrando a clientes satisfechos sonriendo de oreja a oreja junto a sus anfitriones. Dijo:

—No, no, no. Claro que no. El cerebro se saca por completo del cráneo, y se envuelve en una membrana protectora, en un saco lleno de fluido. Y se coloca internamente.

—¿Internamente? ¿
Dónde
, internamente?

Vaciló, y miró de reojo a la mujer de bata blanca, que seguía revoloteando impaciente a nuestro alrededor. Pareció tomárselo como una señal y comenzó la aproximación. Allenby, comprendí, no había pretendido que lo hiciese, y durante un momento se mostró agitado —pero pronto recuperó la compostura e hizo lo posible por sacarle partido a la intrusión.

Dijo:

—Señora Perrini, ésta es la doctora Gail Sumner. Sin duda, una de las jóvenes ginecólogas más brillantes de este hospital.

La doctora Sumner le dedicó una sonrisa reluciente de esto-será-todo-gracias, luego me puso la mano en el hombro y empezó a apartarme.

Fui —electrónicamente— a todos los bancos del planeta, pero todos parecían introducir mis parámetros financieros en las mismas ecuaciones, e incluso bajo las tasas de interés más punitivas, ninguno estaba dispuesto a prestarme ni una décima parte de lo que necesitaba para compensar la diferencia. El soporte vital biológico era simplemente
mucho más
barato que los métodos tradicionales.

Mi hermana menor, Debra, dijo:

—¿Por qué no hacerte una histerectomía total? ¡Cortar y quemar, sí! ¡Eso enseñará a los cabrones a intentar colonizar tu matriz!

A mi alrededor todos se volvían locos.

—¿Y luego qué? Chris acabaría muerto, y yo acabaría mutilada. No es mi ideal de victoria.

—Lo habrías dejado claro.

—No
quiero
dejarlo claro.

—Pero no quieres que te obliguen a llevarlo, ¿no? Escucha: si contratas a la gente de relaciones públicas adecuada, como plan de emergencia, y haces los gestos correctos, podrías tener al setenta u ochenta por ciento del público apoyándole. Organiza un boicot. Dale a la compañía de seguros la suficiente mala publicidad, provócales el suficiente daño financiero, y acabarán pagando lo que quieras.

—No.

—No puedes pensar sólo en ti, Carla. Tienes que pensar en todas las demás mujeres que tratarán de la misma forma si no peleas.

Quizá tuviese razón, pero sabía que yo no podría hacerlo. No podía convertirme a mí misma en una
cause célèbre
y batallar en la prensa; carecía de la fuerza necesaria, la resistencia necesaria. Y pensé: ¿por qué
tendría
que hacerlo? ¿Por qué tendría que montar una campaña de relaciones públicas nacional simplemente para conseguir que un contrato se cumpliese de forma justa?

Busqué consejo legal.

—Por supuesto, no pueden
obligarla
a hacerlo. Hay leyes contra la esclavitud.

—Sí... pero en la práctica, ¿cuál es la alternativa? ¿Qué otra cosa puedo
hacer
?

—Deje morir a su marido. Haga que desconecten la máquina de soporte vital que usa ahora. No es ilegal. El hospital puede, y hará, lo mismo, con o sin su consentimiento, en el momento en que dejen de recibir el pago.

Ya me lo habían repetido media docena de veces, pero seguía sin creerlo.

—¿Cómo puede ser legal asesinarle? Ni siquiera es eutanasia... tiene todas las probabilidades de recuperarse, todas las probabilidades de llevar una vida perfectamente normal.

La abogada agitó la cabeza.

—Está disponible la tecnología para darle a prácticamente todo el mundo, por enfermo que esté, por viejo que sea, por graves que sean sus heridas,
una vida perfectamente normal.
Pero todo eso cuesta dinero. Los recursos son limitados. Incluso si los doctores y los técnicos médicos estuviesen obligados a ofrecer sus servicios sin coste... y como le he dicho, hay leyes contra la esclavitud... bien, alguien, en algún lugar, tendría que salir perdiendo. El gobierno actual considera que el mercado es el mejor método para decidir quién es ese alguien.

—Bien, no tengo intención de dejarle morir. Lo único que quiero es mantenerlo conectado a una
máquina
de soporte vital, durante dos años…

—Puede quererlo, pero me temo que simplemente no puede permitírselo. ¿Ha considerado contratar a alguien para llevarlo? Emplearán una madre de alquiler para el nuevo cuerpo, ¿por qué no una para el cerebro? Saldría caro, pero no tanto como los medios mecánicos. Quizá pudiese permitirse la diferencia.

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