Axiomático (36 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Axiomático
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Por tanto, el mapa está cubierto de flechas, que indican la ruta óptima hasta El Núcleo, dada la limitación de permanecer en las carreteras. Dos helicópteros más, flotando sobre El Acceso, lo hacen aún mejor: por medio de pistolas de pintura de alta velocidad controladas por ordenador, y un sistema inercial láser de guía que indica a los ordenadores temblorosos la posición y orientación precisa, están dibujando las mismas flechas usando pintura fluorescente/reflectora sobre las calles invisibles de abajo. No puedes ver las flechas que tienes por delante, pero puede mirar a las que has dejado atrás. Ayuda.

Hay una pequeña multitud de coordinadores, y uno o dos Corredores, alrededor de los furgones. A mí la escena siempre me parece triste, como algún pequeño acontecimiento atlético amateur que se ha visto visitado por la lluvia, si no fuese por el tráfico aéreo. Angelo grita:

—¡Mucha mierda! —mientras salgo corriendo del coche. Levanto una mano y saludo sin darme la vuelta. Los altavoces aúllan al interior los consejos habituales, recorriendo una docena de lenguas. Por el rabillo del ojo puedo ver cómo llega una unidad de televisión. Miro la hora. Nueve minutos. No puedo evitar pensar,
setenta y cinco por ciento
, aunque El Acceso, claramente, sigue aquí en un cien por cien. Alguien me toca el hombro. Elaine. Sonríe y dice:

—John, te veré en El Núcleo —y luego corre hacia el muro de oscuridad antes de que pueda responder.

Dolores está entregando misiones en RAM. Ella escribió gran parte del software que usan los Corredores de Acceso de todo el mundo, pero claro, se gana la vida escribiendo juegos de ordenador. Incluso ha escrito un juego que modela El Acceso en sí, pero las ventas han estado lejos de ser espectaculares; los reseñadores decidieron que era de mal gusto. "¿Qué será lo próximo? ¿Juguemos al desastre aéreo?". Quizá opinen que los simuladores de vuelo deberían programarse para ofrecer condiciones climáticas interminablemente tranquilas. Mientras tanto, los televangelistas venden oraciones para mantener lejos al agujero de gusano; no tienes más que pasar la tarjeta de crédito por el lector para obtener protección instantánea.

—¿Qué tienes para mí?

—Tres niños.

—¿Eso es
todo
?

—Llegas tarde, te quedas con las migajas.

Conecto el cartucho a mi mochila. Un sector del mapa aparece en el panel, marcado con tres puntos de un rojo brillante. Me cuelgo la mochila, y luego ajusto la pantalla sobre su brazo móvil para poder verla mirando a un lado, si me hace falta. Se puede conseguir que la electrónica funcione correctamente en el interior del agujero de gusano, pero el diseño tiene que ser especial.

No han pasado diez minutos, no del todo. Cojo un vaso de agua de la mesa junto a los furgones. También se ofrece una solución de hidratos de carbono mezclados, supuestamente optimizada para nuestras necesidades metabólicas, pero lo lamenté mucho la única vez que la tomé; mis tripas no sienten interés por absorber nada en este momento, optimizado o no. También hay café, pero ahora lo último que necesito es un estimulante. Tragándome el agua, oigo mi nombre, y no puedo evitar prestar atención a las palabras del reportero.

—...John Nately, profesor de ciencias de instituto y héroe improbable, embarcándose en ésta, su onceava misión como Corredor de Acceso voluntario. Sí sobrevive a esta noche, habrá establecido un nuevo récord nacional... pero por supuesto, las probabilidades de conseguirlo se reducen en cada ocasión, y a estas alturas...

El imbécil no suelta más que tonterías —las probabilidades
no
se reducen, un veterano no se enfrenta a un riesgo mayor— pero no es el momento de corregirle. Agito los brazos durante unos segundos, en un calentamiento no muy serio, pero no tiene demasiado sentido; tengo tensos todos los músculos del cuerpo, y así será durante los próximos ochocientos metros, haga lo que haga. Intento dejar la mente en blanco y concentrarme en el acelerón —cuando más rápido entras en El Acceso, menor es el impacto— y antes de que pueda preguntarme a mí mismo, por primera vez esta noche, qué coño hago aquí, he dejado atrás el universo isotrópico y la pregunta se vuelve irrelevante.

La oscuridad no te traga. Quizá ésa sea la parte más extraña de todas. La has visto tragarse a otros Corredores: ¿por qué no te traga a
ti
? En su lugar, a cada paso se aleja de ti. El borde no es absoluto; la indeterminación cuántica produce un degradado gradual, extendiendo la visibilidad hasta cada pie extendido. De día, es completamente surrealista, y se sabe de gente que ha sufrido ataques y episodios psicóticos ante la visión de la aparente retirada del vacío. De noche, simplemente parece inverosímil, como perseguir a una niebla inteligente.

Al principio, es casi demasiado fácil; los recuerdos del dolor y la fatiga parecen ridículos. Gracias a las prácticas frecuentes en un arnés de compresión, el patrón de resistencia al respirar me resulta casi familiar. Al principio los Corredores tomaban drogas para reducir la presión arterial, pero con el entrenamiento suficiente, el propio sistema vasorregulador del cuerpo puede adquirir la flexibilidad suficiente para lidiar sin ayuda contra la presión. La extraña sensación de tirón en cada pierna al hacerla avanzar probablemente me volvería loco, si no fuese porque comprendo (toscamente) su razón de ser: hay resistencia al movimiento hacia dentro, cuando se tira, no cuando se empuja, porque la
información
viaja hacia fuera. Si arrastrase tras de mí una cuerda de diez metros, no podría dar ni un solo paso; tirar de la cuerda pasaría información sobre mi movimiento desde mi posición hasta un punto más afuera. Eso está prohibido, y no es más que la indeterminación cuántica la que me permite arrastrar cada pie hacia delante.

La calle gira levemente a la derecha, perdiendo gradualmente su orientación radial, pero todavía no hay una salida conveniente. Permanezco en medio de la carretera, sobre una línea blanca doble, mientras el borde entre pasado y futuro se desplaza a la izquierda. La superficie de la carretera parece siempre inclinarse hacia la oscuridad, pero no es más que otro efecto del agujero de gusano; la predisposición en el movimiento térmico molecular —provocado por el viento hacia el interior y la lenta deshidratación— produce también una fuerza, o pseudo fuerza, sobre los objetos sólidos, inclinando la vertical aparente.

—¡...me! ¡Por
favor
!

Una voz de hombre, desesperada y confundida y casi indignada, como si no pudiese evitar creer que le he oído todo el rato, que yo debía estar fingiendo sordera por malicia e indiferencia. Me giro sin reducir el paso; he aprendido a hacerlo de tal forma que sólo me mareo ligeramente. Todo parece casi normal, mirando hacia fuera, dejando de lado que la iluminación callejera esté apagada, y por tanto gran parte de la luz viene de los cañones de luz de los helicópteros y del gigantesco mapa callejero del cielo. El grito proviene de una parada de bus, toda plástico y cristal reforzado a prueba de vándalos, ahora, al menos a cinco metros por detrás de mí; igual podría estar en Marte. Una red de alambres cubre el vidrio; apenas puedo distinguir la figura que hay detrás, una silueta vaga.

—¡Ayúdeme!

Misericordiosamente —para mí— he desaparecido en la oscuridad de este hombre; no tengo que pensar en ningún gesto que dedicarle, una expresión que adoptar que sea adecuada para la situación. Me vuelvo y gano velocidad. No estoy habituado a la muerte de los extraños, pero estoy habituado a mi inutilidad.

Después de diez años de El Acceso, hay un estándar internacional para las marcas pintadas en el suelo alrededor de todos los peligros potenciales en un espacio público abierto. Al igual que todas las demás medidas, ayuda un poco. También hay estándares para eliminar con el tiempo los peligros —retirando las esquinas donde la gente puede quedar atrapada— pero eso costará miles de millones, llevará décadas y ni siquiera afectará al problema real: los espacios interiores. He visto demostraciones de casas y bloques de oficinas libres de trampas, con puertas, o portales con cortinas, en
todas
las esquinas de
todas
las habitaciones, pero el estilo no ha sido un éxito. Mi propia casa está lejos de ser ideal; después de pedir presupuesto para las alteraciones, decidí que la solución más barata era tener una almádena junto a cada pared.

Giro a la izquierda, justo a tiempo para ver cómo un sendero de flechas relucientes aparece siseando sobre la carretera que tengo delante.

Casi estoy junto a mi primera misión. Toco un botón de la mochila y miro a la pantalla, cuando cambia a un plano de la casa objetivo. Tan pronto como se conoce la posición de El Acceso, el software de Dolores comienza a recorrer las bases de datos, acumulando una lista de lugares donde es razonable que podamos hacer algún bien. Nuestra información nunca es completa, y en ocasiones es completamente errónea; los datos del censo a menudo están desfasados, los planos de los edificios pueden ser inexactos, estar mal archivados o simplemente no existir, pero es siempre mejor que entrar a ciegas en una casa escogida al azar.

Adopto un ritmo casi de paseo, dos casas antes del objetivo, para darme tiempo de acostumbrarme al efecto. Correr al interior reduce el componente hacia fuera —en relación al agujero de gusano— de los movimientos cíclicos del cuerpo; reducir velocidad parece siempre justo la acción incorrecta. A menudo sueño que estoy corriendo a través de un cañón estrecho, no más ancho que mis hombros, cuyas paredes permanecerán separadas sólo si me muevo a la suficiente velocidad; eso es lo que opina mi cuerpo de
reducir velocidad.

Aquí la calle se encuentra unos treinta grados fuera de la radial. Atravieso el patio delantero de la casa del vecino, luego paso por encima de un muro de ladrillos que me llega hasta las rodillas. Con este ángulo, hay pocas sorpresas; la mayoría de lo que permanece oculto es tan fácil de extrapolar que al ojo mental casi le parece visible. Una esquina de la casa objetivo surge de la oscuridad a mi izquierda; me oriento hacia ella y me dirijo directamente a una ventana lateral. La entrada por la puerta principal me cortaría el acceso a casi la mitad de la casa, incluyendo al dormitorio que el muy errático Sistema de Predicción de Uso de Habitaciones de Dolores considera más probable como dormitorio del niño.

Rompo el vidrio con la palanca, abro la ventana y me meto dentro. En el alféizar dejo una pequeña lámpara eléctrica —llevarla conmigo la convertiría en inútil— y me muevo lentamente al interior. Ya empiezo a sentir mareos y náuseas, pero me obligo a concentrarme. Un paso de más, y el rescate se volvería diez veces más difícil. Dos pasos, y sería imposible.

Está claro que estoy en la habitación correcta cuando aparece un vestidor cubierto de juguetes de plástico, polvos de talco, champú para bebés y otros elementos que caen al suelo. Luego por la izquierda aparece la esquina de la cuna; probablemente para empezar estuviese paralela a la pared, pero se deslizase desigualmente debido a la fuerza hacia el interior. Me acerco sigilosamente hasta ella, luego avanzo, hasta que aparece un bulto bajo la manta. Odio este momento, pero cuanto más espere, más difícil será. Alargo las manos de lado y levanto al niño, trayendo también la manta. Doy una patada a la cuna, camino hacia delante, doblando lentamente los brazos, hasta que puedo meter al niño en el arnés del pecho. Un adulto tiene fuerza suficiente para tirar de un bebé pequeño una distancia corta hacia fuera. Normalmente es fatal.

El niño ni se ha movido; está inconsciente, pero respira. Me estremezco un momento, una especie de rápida catarsis emocional, luego empiezo a moverme. Miro la pantalla para volver a comprobar el camino de salida, y finalmente me permito comprobar la hora. Trece minutos. Sesenta y uno por ciento. Lo más importante. El Núcleo está a sólo dos o tres minutos cuesta abajo, sin parar. Una misión cumplida con éxito significa olvidarse de las otras. No hay alternativa; no puedes cargar con un niño, entrando y saliendo de edificios; ni siquiera lo puedes depositar en algún sitio y venir a buscarlo más tarde.

Al atravesar la puerta principal, la sensación de alivio me deja mareado. O quizá sea haber recuperado el flujo de sangre al cerebro. Gano velocidad al atravesar el patio delantero y entreveo a una mujer que grita:

—¡Espere! ¡Alto!

Reduzco la marcha; me alcanza. Le pongo una mano en el hombro y la situó ligeramente por delante de mí, luego digo:

—Siga moviéndose, tan rápido como pueda. Cuando quiera hablar, sitúese detrás de mí. Yo haré lo mismo. ¿Vale?

Me coloco delante. Ella dice:

—Ésa es mi hija. ¿Está bien? Oh, por favor... ¿está viva?

—Está bien. Tranquila. Ahora sólo tenemos que llevarla a El Núcleo. ¿Vale?

—Quiero sostenerla. Quiero llevarla.

—Espere a que estemos a salvo.

—Quiero llevarla yo misma.

Mierda. La miro de lado. El rostro le reluce por el sudor y las lágrimas. Tiene un brazo magullado y contuso, los síntomas habituales de haber intentado alcanzar lo inalcanzable.

—Creo que será mejor que esperemos.

—¿Qué derecho tiene? ¡Es
mi
hija! ¡Démela! —la mujer está indignada, pero asombrosamente lúcida, considerando lo que ha pasado. No puedo ni imaginar cómo debe haber sido, estar junto a la casa, esperando hasta la locura un milagro, mientras el resto del vecindario pasa a su lado, mientras los efectos secundarios la hacen sentirse cada vez peor. Por inútil que sea, por idiota que sea su coraje, no puedo evitar admirarlo.

Tengo suerte. Mi ex-mujer, con nuestro hijo y nuestra hija, vive al otro lado de la ciudad. No tengo amigos que vivan cerca. Mi geografía emocional está cuidadosamente dispuesta; no me importa una mierda nadie a quien podría encontrarme incapaz de salvar.

Por tanto, ¿qué hacer... dar un salto para alejarme de ella, dejándola correr tras de mí, gritando? Quizá debería.
Pero si le diese a la niña, podría comprobar una casa más.

—¿Sabe cómo hacerlo? Nunca intente moverla hacia atrás, alejándose de la oscuridad.
Nunca.

—Eso lo sé. He leído todos los artículos.

lo que usted pretendía hacer.

—Vale —debo estar loco. Adoptamos un ritmo de paseo, y le paso la niña, bajándosela a los brazos desde un lado. Comprendo, casi demasiado tarde, que nos encontramos en el desvío de la segunda casa. Mientras la mujer desaparece en la oscuridad, le grito—: ¡
Corra
! ¡Siga las flechas y
corra
!

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