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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Asesinato en Bardsley Mews (7 page)

BOOK: Asesinato en Bardsley Mews
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—El mayor Eustace.

Asintió y dando media vuelta se agachó para acercar una cerilla al fuego.

—¿Y bien? —preguntó Japp cuando el coche hubo doblado la esquina de una avenida.

Poirot sonrió.

—Fue muy sencillo. Esta vez la llave estaba en la cerradura.

—¿Y...?

Poirot volvió a sonreír.


Eh bien
, los palos de golf no estaban...

—Naturalmente. La chica no es tonta. ¿Faltaba algo más?

Poirot asintió.

—Sí, amigo mío... ¡el neceser!

Japp apretó el acelerador.

—¡Maldición! —dijo—. ¡Sabía que había algo! Pero, ¿qué diablos es? Lo registré a conciencia.

—Mi pobre Japp... pero, ¿acaso no es... cómo diría yo... «evidente, mi querido Watson»?

Japp le dirigió una mirada desesperada.

—¿Adonde vamos? —preguntó.

Poirot consultó su reloj.

—Aún no son las cuatro. Podríamos ir a Wentworth antes de que oscurezca.

—¿Cree usted que de veras estuvo allí la señorita Plenderleith?

—Sí... debió suponer que lo comprobaríamos. Oh... sí; creo que nos dirán que estuvo allí.

Japp gruñó.

—Oh, bueno, vamos allá. Aunque no puedo imaginar lo que tiene que ver ese neceser con el crimen. No consigo relacionarlo con él.

—Precisamente, amigo mío, estoy de acuerdo con usted... no tiene nada que ver.

—Entonces..., ¿por qué...? ¡No me diga! Orden y método y todo saldrá por sus pasos contados. ¡Oh, bueno, hace un día espléndido!

El automóvil corría, volaba, y llegaron al Club de Golf de Wentworth poco después de las cuatro y media. No había mucha gente, por ser día laborable.

Poirot dirigióse al encargado y preguntó por los palos de la señorita Plenderleith, diciendo que los necesitaba para jugar al día siguiente.

El encargado llamó a un muchacho, que estuvo buscando entre los que había en un rincón, y al fin trajo un saco con las iniciales J. P.

—Gracias —dijo Poirot, y antes de marcharse volvióse para preguntar—: ¿No se dejó también un neceser?

—Hoy no, señor. Lo hubiese dejado en la Conserjería.

—¿Vino hoy por aquí?

—Sí, la he visto.

—¿Qué muchacho la acompañó, lo sabe? Echa de menos su neceser y no recuerda dónde pudo dejarlo.

—No fue ningún chico. Vino aquí y compró un par de pelotas, y sólo se llevó dos palos. Me parece recordar que llevaba un pequeño neceser en la mano.

Poirot despidióse dándole las gracias, y los dos hombres dieron la vuelta a la caseta del club. Poirot se detuvo un momento para contemplar el paisaje.

—Es bonito, ¿verdad? El verde oscuro de los pinos... y luego el lago. Sí, el lago.

Japp le miró en el acto.

—Esa es su idea, ¿verdad?

Poirot sonrió.

—Creo posible que alguien haya visto algo. Yo de usted procuraría averiguarlo.

Capítulo X

Poirot dio un paso atrás con la cabeza un tanto ladeada mientras revisaba la disposición de los muebles de la estancia. «Una silla aquí... otra allí. Sí, así queda muy bien.» En aquel momento llamaron a la puerta... debía ser Japp.

El hombre de Scotland Yard fue directo al asunto.

—¡Tenía razón, viejo amigo! Dio en el clavo. Una joven fue vista ayer arrojando algo al lago de Wentworth, y su descripción corresponde a la de la señorita Jane Plenderleith. Conseguimos pescarlo sin grandes dificultades. Hay muchos juncos por allí cerca.

—¿Y qué era?

—¡El dichoso neceser! Pero, en nombre del cielo, ¿por qué? ¡Bueno, no lo entiendo! Dentro no había nada... ni siquiera las revistas. ¿Por qué una joven sensata, según es de suponer, habría de arrojar al lago un objeto tan caro? He pasado toda la noche sin dormirme, porque no consigo dar con ello.


Mon pauvre
Japp! Pero ya no necesita preocuparse más. Aquí llega la respuesta. Acaba de sonar el timbre.

Jorge, el intachable criado de Hércules Poirot, abrió la puerta para anunciar:

—La señorita Plenderleith.

La joven penetró en la estancia con su acostumbrado aire de completo dominio y seguridad en sí misma, y saludó a los dos hombres.

—Le he pedido que viniera... —explicó Poirot—. Siéntese aquí, ¿quiere? Y usted ahí, Japp... porque tengo que darles ciertas noticias.

La joven tomó asiento, miró a los dos hombres y dijo impaciente:

—Bueno. El mayor Eustace ha sido detenido.

—Supongo que ha debido leerlo en los periódicos de la mañana, ¿verdad?

—Sí.

—De momento está acusado de un cargo menos grave —continuó Poirot—. Entretanto, vamos recogiendo pruebas relacionadas con el crimen.

—¿Entonces fue un crimen?

—Sí —replicó Poirot—. Fue un crimen. La destrucción voluntaria de un ser humano por otro ser humano.

La joven se estremeció.

—No, por favor —murmuró—. Es horrible decir una cosa así.

—¡Sí... pero la realidad también lo es!

Hizo una pausa y agregó:

—Ahora, señorita Plenderleith, voy a decirle cómo llegué a conocer la verdad de este caso.

Ella miró a Poirot y luego a Japp, que sonreía.

—Tiene sus métodos, señorita Plenderleith —le dijo—. Yo le sigo la corriente. Creo que debemos escuchar lo que tiene que decirnos.

Poirot comenzó:

—Como usted ya sabe, mademoiselle, llegué con mi amigo al escenario del crimen en la mañana del seis de noviembre. Nos dirigimos a la habitación donde fue encontrado el cadáver de la señora Alien y en seguida me llamaron la atención una serie de pequeños detalles. En aquella estancia había cosas realmente extrañas.

—Continúe —dijo la muchacha.

—Para empezar... el olor a humo de cigarrillos —dijo Poirot.

—Creo que en eso exagera usted, Poirot. Yo no olí nada —exclamó Japp.

Poirot volvióse hacia él con la velocidad del rayo.

—Precisamente. Usted no olió a humo... igual que yo. Y eso era muy, muy extraño... puesto que la puerta y la ventana estaban cerradas y en el cenicero había los restos de diez cigarrillos por lo menos. Era extraño... muy extraño, que el dormitorio tuviera una atmósfera perfectamente límpida.

—¡De modo que ahí es donde usted quería ir a parar! —Japp suspiró—. Siempre le gusta llegar a las cosas por caminos tortuosos.

—Su Sherlock Holmes hizo lo mismo. Recuerde que dirigía la atención hacia el curioso incidente del perro en plena noche... y la solución era que no hubo tal incidente. El perro no hizo nada durante la noche. Bueno, continúo. Otra cosa que llamó mi atención fue el reloj de pulsera que llevaba la interfecta.

—¿Por qué?

—No tenía nada de particular, pero lo llevaba en la muñeca derecha. Sé por experiencia que lo corriente es llevarlo en la izquierda.

Japp alzóse de hombros, pero antes de que pudiera hablar, Poirot proseguía:

—Pero, como ustedes me dirán, eso no es nada definitivo. Algunas personas prefieren llevarlo en la derecha. Y ahora pasemos a algo verdaderamente interesante... amigos míos... al escritorio.

—Sí, lo imaginaba —dijo Japp.

—¡Eso sí que era curioso... muy curioso...! Por dos razones. La primera es que faltaba algo.

Jane Plenderleith preguntó:

—¿Qué es lo que faltaba?

Poirot volvióse hacía ella.

—Una hoja de papel secante, mademoiselle. La que había, estaba completamente limpia, sin estrenar.

Jane se encogió de hombros.

—La verdad, señor Poirot, de vez en cuando suele romperse el secante que se usa demasiado.

—Sí, pero, ¿qué se hace con él? Tirarlo al cesto de los papeles, ¿verdad? Pero no estaba en el cesto de los papeles. Lo miré.

Jane Plenderleith parecía impaciente.

—Porque probablemente la habría cambiado antes. El secante estaría limpio porque Bárbara no escribiría aquellos días.

—Pero no es ése el caso, mademoiselle,
ya que la señora Alien aquella tarde fue vista echando una carta al buzón. Por lo tanto tuvo que haber estado escribiendo
. No pudo hacerlo abajo, puesto que no hay material para ello. Y no es probable que fuese a la habitación de usted para escribir. De modo que, ¿qué ha sido del secante con que secó sus cartas? Es verdad que algunas personas arrojan las cosas al fuego en vez de tirarlas al saco de los papeles, pero en su dormitorio sólo hay un fuego de gas y
el de la chimenea de abajo no había sido encendido el día anterior, puesto que usted me dijo que estaba ya preparado y sólo tuvo que acercar una cerilla
.

»Un problema curioso. Miré en todas partes, en la papelera, en el cubo de la basura, pero no conseguí encontrar la hoja usada de papel secante... y eso me pareció muy importante. Me daba la impresión de que alguien lo había ocultado deliberadamente. ¿Por qué? Porque en él había impresa cierta escritura que podía ser fácilmente leída colocándola ante un espejo.

»Pero había otro punto curioso en aquel escritorio. Japp, tal vez recuerde cómo estaba dispuesto. En el centro el secante y el tintero, a la izquierda una bandejita con plumas y a la derecha un calendario y una pluma de ave.
Eh bien?
¿No lo ven? Recuerde, Japp, que la examiné... y era sólo un elemento decorativo. No había sido utilizada. ¡Ah! ¿Todavía no lo ve? Lo diré otra vez. El secante en el centro, la bandejita de plumas a la izquierda... a la izquierda, Japp. ¿Y no es costumbre encontrarla a la derecha, puesto que se escribe con la mano derecha?

«Ahora lo comprende, ¿verdad? La bandejita de las plumas a la izquierda..., el reloj de pulsera en la muñeca derecha..., el secante recién cambiado... y algo que fue traído a la habitación... el cenicero con las colillas de cigarrillos.

»La atmósfera del dormitorio era fresca y sin el menor olor, Japp. Por lo tanto, la ventana había estado abierta y no cerrada toda la noche... Y entonces imaginé lo ocurrido.

Volvióse para enfrentarse con Jane.

—La vi a usted, mademoiselle, llegando en un taxi, despidiéndole subiendo la escalera a todo correr y tal vez gritando «Bárbara»... Abre usted la puerta y encuentra a su amiga tendida en el suelo, muerta y con una pistola en su mano crispada... la izquierda: naturalmente... puesto que era zurda... y por lo tanto la bala había penetrado
en el lado izquierdo de su cabeza
. Hay una nota dirigida a usted, en la que le dice lo que la ha impulsado a quitarse la vida. Imagino que sería una carta conmovedora... Una mujer joven, simpática y desgraciada que, víctima de un chantaje, decide quitarse la vida.

»Creo que en aquel mismo instante concibió usted la idea de la venganza. Aquello era obra de un hombre... ¡pues que recibiese su castigo... completo y adecuado! Coge la pistola, la limpia bien y la coloca en la mano derecha de la difunta. Coge la nota y el secante con que fue secada. Luego sube el cenicero... para crear la ilusión de que allí hubo dos personas charlando... y también un pedacito de esmalte de un gemelo que encuentra en el suelo. Es un hallazgo afortunado y espera que le aten cabos. Luego cierra la ventana y la puerta. No debe haber la menor sospecha de que usted ha estado en la habitación. La policía debe verla tal como está... de modo que no pide ayuda entre el vecindario, sino que llama directamente a la policía.

»Y continúa la farsa. Usted representa su papel con precisión y sangre fría. Al principio se niega a decir nada, pero luego expresa sus dudas acerca del suicidio. Más tarde se muestra dispuesta a ponernos sobre la pista del mayor Eustace.

»Sí, mademoiselle, muy, muy lista..., un asesinato muy inteligente... porque esto es lo que es el supuesto asesinato del mayor Eustace...

Jane Plenderleith se puso en pie.

—No era un asesinato..., sino justicia. ¡Ese hombre llevó a la pobre Bárbara a la muerte! ¡Era tan dulce y tan ingenua! La pobre se vio engañada por un hombre la primera vez que fue a la India. Ella sólo tenía diecisiete años, y él era casado. Tuvo una niña. Pudo haberla dejado en una casa cuna, pero no quiso ni oía hablar de ello. Se marchó de aquel lugar y regresó haciéndose llamar señora Alien. Más tarde la niña murió. Vino aquí y se enamoró de Carlos... ese mochuelo orgulloso y presumido. Ella le adoraba... y él se dejaba adorar. De haber sido otra clase de hombre le hubiese aconsejado que se lo contara todo, pero siendo como es, le dije que callara. Después de todo, nadie sabía nada, excepto yo. ¡Y entonces apareció ese demonio de Eustace! Ya conocen ustedes el resto. Empezó a atacarla sistemáticamente, pero no fue hasta la noche pasada cuando comprendió que estaba exponiendo también a Carlos al escándalo. Una vez casada con Carlos, Eustace la tendría donde él quería... ¡casada con un hombre rico al que le horrorizaba el escándalo! Cuando Eustace se fue con el dinero que ella le había preparado, sentóse a reflexionar. Luego tomó una determinación y me escribió una nota, diciéndome que amaba a Carlos y que le era imposible vivir sin él, pero que por su propio bien no podían casarse, y que por ello iba a tomar la mejor salida.

Jane echó la cabeza hacia atrás.

—¿Le extraña que yo hiciera lo que hice? ¡Y usted lo llama asesinato!

—Porque lo es —dijo Poirot con voz dura—. Un asesinato puede ser que a veces esté justificado,
pero sigue siendo asesinato
. Usted es sincera y posee una amplia mentalidad... ¡enfréntese con la verdad, mademoiselle! Su amiga murió
porque no tuvo valor para vivir
. Podemos lamentarlo... o comprenderla... Pero el hecho no varía... Fue por un acto suyo... no de otra persona.

Hizo una pausa.

—¿Y usted? Ese hombre está ahora en la cárcel, donde cumplirá una larga condena por otras cosas. ¿Desea usted realmente, por su propia voluntad, destrozar la vida... fíjese bien, la vida... de un ser humano?

Ella le miró con ojos sombríos. De pronto musitó:

—No. Tiene razón. No lo deseo.

Y dando media vuelta salió de la habitación y oyeron cerrar la puerta de la calle...

Japp lanzó un silbido prolongado.

—¡Bueno, que me aspen! —dijo.

Poirot tomó asiento, mirándole con simpatía. Transcurrió un buen rato antes de que rompieran el silencio, y fue Japp quien dijo:

—¡No se trataba de un asesinato disfrazado de suicidio, sino de un suicidio preparado para que pareciera un crimen!

—Sí, realizado con gran inteligencia, sin exageraciones.

Japp dijo de pronto:

—Pero ¿y el neceser? ¿Qué relación tiene con todo esto?

—Pues, amigo mío, ya le he dicho que ninguna.

BOOK: Asesinato en Bardsley Mews
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