Read Asesinato en Bardsley Mews Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Asesinato en Bardsley Mews (8 page)

BOOK: Asesinato en Bardsley Mews
5.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Entonces, ¿por qué...?

—Los palos de golf. Los palos de golf, Japp.
Eran los de una persona zurda
. Jane Plenderleith guardaba los suyos en Wentworth. Aquéllos eran los de Bárbara Alien. No es de extrañar que la muchacha se sobresaltara cuando usted abrió el armario. Todo su plan pudiera haberse venido abajo. Pero es muy rápida, y comprendió que por espacio de un breve segundo se había delatado. Vio que la observábamos e hizo lo mejor que se le ocurrió en aquel momento: tratar de fijar nuestra atención en un objeto equivocado. Y nos dijo, refiriéndose al neceser: «Es mío. Lo... lo traje conmigo esta mañana... de modo que no puede haber nada.» Y, como ella esperaba, usted siguió la pista falsa. Por la misma razón, cuando a la mañana siguiente se dispone a deshacerse de los palos de golf, continúa utilizando el neceser como... ¿cómo diría yo?, como espejuelo.

—¿Quiere decir que su verdadero objeto era...?

—Reflexione, amigo mío. ¿Cuál es el mejor lugar para deshacerse de un saco de palos de golf? No es posible quemarlos, ni arrojarlos al cubo de la basura. Si se dejan abandonados en algún sitio es probable que alguien los devuelva. La señorita Plenderleith se los llevó a un campo de golf. Los deja en la caseta del club, y cogiendo un par de bastones de su propio saco, se va a jugar sin chico que la acompañase. Sin duda, a intervalos prudentes rompe un palo por la mitad y lo esconde entre la maleza... y termina por arrojar el saco. Si alguien encuentra un bastón roto en el club de golf no es de extrañar. Es sabido que existen personas que arrojan y rompen todos sus palos cuando se exasperan durante el transcurso del juego. ¡En resumen, es cosa propia del mismo juego! Pero puesto que comprende que sus actos pueden ser objeto de interés, arroja el cebo inútil... el neceser... de un modo algo espectacular al lago... Ésta, amigo mío, es la verdad acerca del «Misterio del Neceser».

Japp contempló a su amigo en silencio durante unos instantes. Al fin, puesto en pie, echóse a reír dándole unas palmaditas en el hombro.

—¡No está mal, viejo! ¡Le doy mi palabra de que usted se llevará la gloria! ¿Nos vamos a comer?

—Con mucho gusto, amigo mío, pero el menú tendrá que ser
Omelette aux Champignons, Blanquette de Veau, Petits pois á la France, y...
para terminar,
Baba au Rhum
.

—¡A por ello! —exclamó Japp.

LIBRO SEGUNDO

Un robo increíble

Capítulo I

Mientras el mayordomo servía el suflé, lord Mayfield se inclinó confidencialmente hacia su vecina de la derecha, lady Julia Carrington. Conocido como perfecto anfitrión, lord Mayfield procuraba conservar su fama. Soltero, resultaba siempre encantador para las damas.

Lady Carrington era una mujer de cuarenta años, alta, morena y vivaracha. Era muy delgada, pero bonita. En particular, sus pies y sus manos eran exquisitos, y sus ademanes bruscos e inquietos, propios de una mujer muy nerviosa. Frente a ella, al otro lado de la mesa redonda, se sentaba su esposo, el mariscal del Aire sir George Carrington. Su carrera había empezado en la Marina, y aún conservaba el aire fanfarrón de los ex ministros. Reía y bromeaba con la hermosa mistress Vanderlyn, sentada al otro lado de su anfitrión. Mistress Vanderlyn era una rubia extraordinariamente atractiva. Su voz tenía un ligero acento estadounidense, tan ligero que resultaba agradable.

Al otro lado de sir George Carrington se hallaba mistress Macatta, esposa de un miembro del parlamento. Mistress Macatta era una gran autoridad en la Protección de Menores. Más que hablar parecía que ladraba y por lo general su aspecto era alarmante. Tal vez fuese natural que el mariscal del Aire encontrase más agradable a su vecina de la derecha. Mistress Macatta, que siempre hablaba de sus temas favoritos, estuviera donde estuviera, se dirigía al joven Reggie Carrington, sentado a su izquierda.

Reggie Carrington contaba veintiún años, y no le interesaba lo más mínimo la Protección de Menores ni los temas políticos. De vez en cuando decía: «¡Qué horrible!» y «Estoy completamente de acuerdo con usted», aunque evidentemente su pensamiento estaba en otra parte. Mister Carlile, secretario particular de lord Mayfield, estaba sentado entre el joven Reggie y su madre; era un joven pálido, que usaba lentes. Tenía un aire de inteligente reserva, y aunque hablaba poco estaba siempre dispuesto a llenar las lagunas de la conversación general. Al observar que Reggie Carrington se contenía para no bostezar, se inclinó para preguntar a mistress Macatta por su plan «Ayuda a la Infancia».

Alrededor de la mesa, moviéndose en silencio entre la suave luz ambarina, un mayordomo y dos criados servían los manjares y llenaban las copas. Lord Mayfield pagaba un elevado sueldo a su chef y era considerado un buen
connaisseur
de vinos.

La mesa era redonda, pero no resultaba difícil saber quién era el anfitrión. Donde se sentaba lord Mayfield era decididamente la cabecera de la mesa. Era un hombre de elevada estatura, hombros cuadrados, cabellos espesos y grises, una gran nariz y barbilla un tanto prominente. Era un rostro fácil para un caricaturista. Como sir Charles McLaughhn, lord Mayfield había combinado su carrera 35 política con la dirección de una importante firma de ingenieros. Él mismo era un ingeniero de primera fila. La dignidad de Par le había sido concedida un año atrás, y al mismo tiempo fue nombrado primer ministro de Armamentos, un ministerio que acababa de crearse hacía muy poco.

El postre había sido servido y comenzó a circular el oporto. Lady Julia se puso en pie fijando sus ojos en mistress Vanderlyn, y las tres mujeres abandonaron la estancia. El oporto daba ya la segunda vuelta, y lord Mayfield comenzó a referirse a la caza de faisanes. La conversación versó por espacio de unos cinco minutos sobre temas deportivos. Al fin, sir George apuntó:

—Supongo que te gustaría reunirte con las señoras en el salón, Reggie. A lord Mayfield no le importará, hijo mío.

El muchacho comprendió en seguida la indirecta.

—Gracias, papá, así lo haré.

Mister Carlile murmuró:

—Si quiere perdonarme, lord Mayfield... tengo que revisar cierto memorándum y otros trabajos...

Lord Mayfield asintió, y los dos jóvenes salieron del comedor. Los criados se habían retirado un poco antes, y el ministro de Armamentos y el Jefe de las Fuerzas Aéreas quedaron solos. Al cabo de unos instantes de silencio, Carrington dijo:

—Bueno, ¿todo va bien?

—¡Absolutamente! No hay nada comparable a esta nueva bomba en ningún país de Europa.

—Eso es lo que había pensado.

—Nos dará la supremacía del aire —dijo lord Mayfield en tono seguro.

Sir George Carrington exhaló un profundo suspiro.

—¡Con el tiempo! Hemos atravesado una temporada difícil, Charles. Montañas de pólvora por toda Europa, y nosotros no estábamos preparados, ¡maldita sea! Hemos pasado un mal trago, y todavía no estamos a salvo del todo, por más que nos demos prisa en su reconstrucción.

Lord Mayfield murmuró:

—Sin embargo, George, hay algunas ventajas en comenzar tarde. Muchos de los materiales europeos están ya pasados de moda... y muchos fabricantes se aproximan peligrosamente a la bancarrota.

—No creo que eso signifique gran cosa —replicó sir George—. ¡Siempre se oye decir que esta o aquella fábrica están en bancarrota! Pero continúan igual. Ya sabes, los grandes negocios son un complemento para mí.

Lord Mayfield parpadeó. Sir George sería siempre el «honrado y fanfarrón viejo lobo de mar». Ciertas personas decían que era una pose que adoptaba deliberadamente. Cambiando de tema, Carrington dijo en tono casual:

—Mistress Vanderlyn es una mujer muy atractiva, ¿verdad?

—¿Te estás preguntando qué es lo que hace aquí?

—replicó lord Mayfield con ojos regocijados.

Carrington pareció un tanto confundido.

—¡Nada de eso... nada de eso!

—¡Oh, claro que sí! No seas embustero, George. Te estabas preguntando disimuladamente si yo era su última víctima.

Carrington repuso muy despacio:

—Confieso que me ha resultado algo extraño verla aquí... precisamente en fin de semana. —Lord Mayfield asintió.

—Donde hay un cadáver se reúnen los buitres. Nosotros tenemos ese cadáver y mistress Vanderlyn puede ser considerada como buitre número uno.

El mariscal del Aire dijo con brusquedad:

—¿Sabes algo de esa Vanderlyn?

Lord Mayfield cortó el extremo de su cigarro puro, lo encendió con cuidado y reclinando la cabeza hacia atrás fue desgranando estas palabras:

—¿Qué sé de mistress Vanderlyn? Que es ciudadana estadounidense. Que ha tenido tres maridos: uno italiano, otro alemán y otro ruso, y que en consecuencia tiene lo que yo llamo «contactos» útiles con tres países. Que compra trajes caros y vive con gran lujo, y que no se sabe a ciencia cierta de dónde salen las rentas que le permiten hacerlo.

Sir George Carrington murmuró sonriente:

—Veo que tus espías no han estado inactivos Charles.

—Sé —continuó lord Mayfield— que, además de muy seductora, mistress Vanderlyn es también una buena oyente, que sabe escuchar con fascinante interés lo que nosotros llamamos conversación de «negocios». Es decir, un hombre puede hablarle de su trabajo y creer que a ella le resulta altamente interesante. Varios jóvenes oficiales han ido demasiado lejos por querer resultarle interesantes, y sus carreras han sufrido las consecuencias, por haber dicho a mistress Vanderlyn un poco más de lo debido. Casi todas las amistades de esa dama están en servicio activo... pero el invierno pasado estuvo cazando en cierto condado cercano a una de nuestras fábricas de armamento más importantes, e hizo varias amistades de carácter nada deportivo. Resumiendo... mistress Vanderlyn es una persona muy útil para... —trazó un círculo en el aire con su cigarro—. ¡Tal vez será mejor no decir para quién! Digamos para una potencia europea... o tal vez para más de una potencia europea.

Carrington aspiró el aire con fuerza.

—Me quitas un gran peso de encima, Charles.

—¿Pensabas que había caído en las redes de esa sirena? ¡Mi querido George! Los métodos de mistress Vanderlyn son demasiado evidentes para un zorro viejo como yo. Además, como bien dicen, no es ya tan joven. Tus jóvenes oficiales tal vez no lo notasen, pero yo tengo cincuenta y seis años, amigo. Dentro de cuatro años probablemente seré un viejo repugnante que perseguirá a las jovencillas.

—He sido un tonto —dijo Carrington disculpándose—, pero me parecía un poco raro...

—¿Te parecía extraño que estuviese aquí, en amena reunión familiar y precisamente en el momento en que tú y yo íbamos a sostener una conferencia extraoficial para tratar de un descubrimiento que habrá de revolucionar el sistema de la defensa aérea? Sir George Carrington asintió. Lord Mayfield continuó sonriendo.

—Pues ése es el cebo.

—¿El cebo?

—¿Comprendes, George? Ahora no tenemos nada «contra» esa mujer. ¡Y queremos tenerlo! Hasta ahora siempre ha sabido escurrirse. Ha sido muy discreta... Sabemos lo que ha hecho, pero no tenemos pruebas definitivas. Hemos de tentarla con algo grande.

—¿Como la especificación de la nueva bomba?

—Exacto, tiene que ser algo lo bastante importante para inducirla a correr el riesgo... de descubrirse. ¡Y entonces... la habremos atrapado!

Sir George gruñó:

—¡Oh, bueno! No está mal. Pero supongamos que no corre ese riesgo.

—Sería una lástima —repuso lord Mayfield—. Pero creo que lo hará...

Se puso en pie.

—¿Quieres que vayamos al salón a reunimos con las señoras? No debemos privar a tu esposa de su bridge.

—Julia tiene demasiada afición al bridge —gruñó sir George—. No puede jugar tan alto como lo hace, se lo he dicho muchas veces...; lo malo es que Julia nació jugadora.

Y contorneando la mesa para reunirse con su anfitrión, le dijo:

—Bueno, espero que tu plan salga bien. Charles.

Capítulo II

En el salón la conversación languideció más de una vez. Mistress Vanderlyn se encontraba por lo general en desventaja entre los miembros de su propio sexo. Su simpatía y encanto, tan apreciados entre el elemento masculino, por una razón u otra no surtían efecto entre las mujeres. Lady Julia era una mujer cuyos modales eran o muy buenos o muy malos. En esta ocasión le desagradaba mistress Vanderlyn, le molestaba mistress Macatta y no lo disimulaba. La conversación iba decayendo, y hubiese cesado del todo a no ser por esta última.

Mistress Macatta era una mujer de gran fuerza de voluntad, y en seguida calificó a mistress Vanderlyn como perteneciente al tipo de los parásitos y trataba de interesar a lady Julia en una función benéfica que estaba organizando. Lady Julia iba respondiendo en tono ausente, y tras disimular un par de bostezos se entregó a su disquisición interna. ¿Por qué no volvían Charles y George? ¡Qué pesados eran los hombres! Sus comentarios se fueron haciendo más despistados a medida que iba absorbiéndose en sus propios pensamientos.

Las tres mujeres guardaban silencio cuando al fin entraron los caballeros.

Lord Mayfield pensó: «Julia parece enferma esta noche. Es un manojo de nervios». Y en voz alta dijo:

—¿Y si Jugásemos una partida, eh?

Lady Julia se animó en seguida, pues el bridge era para ella como el aire que respiraba.

En aquel momento entraba Reggie Carrington en la estancia y quedó dispuesto el cuarteto. Lady Julia, mistress Vanderlyn, sir George y el joven Reggie tomaron asiento alrededor de la mesa de juego. Lord Mayfield se entregó a la tarea de entretener a mistress Macatta. Cuando hubieron jugado un par de
rubbers
, sir George miró el reloj que había sobre la chimenea.

—No vale la pena comenzar otro —observó.

Su esposa pareció contrariada.

—Sólo son las once menos cuarto. Será cortito.

—Nunca lo son, querida —repuso sir George de buen talante—. Y de todas formas. Charles y yo tenemos algo que hacer.

Mistress Vanderlyn murmuró:

—¡Qué importante parece eso! Supongo que ustedes los hombres inteligentes que están por encima de las cosas nunca pueden descansar del todo.

—Para nosotros la semana no tiene cuarenta y ocho horas —replicó sir George.

—¿Sabe usted?, me siento bastante avergonzada de mí misma como simple estadounidense, pero me emociona conocer a dos personas que gobiernan el destino de un país. Supongo que le parecerá un punto de vista muy vulgar, sir George.

BOOK: Asesinato en Bardsley Mews
5.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Noon Lady of Towitta by Patricia Sumerling
The Dolocher by European P. Douglas
Covenants by Lorna Freeman
Sentido y Sensibilidad by Jane Austen
Nursery Crimes by Ayelet Waldman
A Virgin for the Wolf by Harmony Raines
Guerra y paz by Lev Tolstói
A Promise of Tomorrow by Rowan McAllister