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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Asesinato en Bardsley Mews (4 page)

BOOK: Asesinato en Bardsley Mews
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—Ahora escúcheme bien, señora Hogg. Veo que es usted una mujer inteligente y no me cabe duda de que conoce usted la vida de todo el vecindario. Usted es una mujer de criterio... de un criterio extraordinario, me consta... —sin enrojecer repitió el cumplido por tercera vez, en tanto que la señora Hogg asumía una expresión de inteligencia casi sobrehumana—. Déme su opinión acerca de esas dos mujeres... la señora Alien y la señorita Plenderleith. ¿Qué tal son? ¿Alegres? ¿Dan muchas fiestas?

—Oh, no, inspector; nada de eso. Salen mucho... en especial la señora Alien... pero tienen clase, no sé si Me entiende. No como algunas que viven al otro extremo de la calle. Estoy segura de la señora Stevens... si es que es una señora, cosa que dudo... bueno, me gustaría contarle todo lo que pasa aquí... yo...

—Desde luego —Japp apresuróse a detenerla—. Es muy importante lo que acaba de decirme. ¿Entonces la señora Alien y la señorita Plenderleith eran apreciadas en el barrio?

—Oh, sí, inspector... especialmente la señora Alien... siempre tenía una palabra amable para los niños. Creo que ella perdió a su hijita, la pobre. Ah, bueno, yo he enterrado tres, y lo que yo digo...

—Sí, sí, es muy triste. ¿Y la señorita Plenderleith?

—Bueno, claro que también es muy simpática, pero un poco más brusca, no sé si me entiende. Se limitaba a saludar con una inclinación de cabeza, pero no se detiene a charlar. Pero no tengo nada contra ella... nada en absoluto.

—¿Se llevaba bien con la señora Alien?

—Oh, sí, inspector. Nunca se peleaban... nada de eso. Estaban siempre contentas... y estoy segura de que la señora Pierce corroborará mi opinión.

—Sí, ya hemos hablado con ella. ¿Conoce usted de vista al prometido de la señora Alien?

—¿El caballero con quien iba a casarse? Oh, sí. Ha venido por aquí con bastante frecuencia. Dicen que es miembro del Parlamento.

—¿No fue él quien vino ayer noche?

—No, señor. No era él —la señora Hogg se irguió. En su voz había un vibrado timbre de excitación—. Y si quiere saber mi opinión, inspector, le digo que lo que está pensando es un error. Le aseguro que la señora Alien no era de esa clase de mujeres. Es verdad que no había nadie más en la casa, pero yo no creo nada de eso... así se lo dije a Hogg esta mañana. «No, Hogg», le he dicho, «la señora Alien es una señora... una verdadera señora... de modo que no andes insinuando cosas...» Ya sabemos cómo es la mentalidad masculina. Supongo que me perdonará lo que voy a decirle. Los hombres siempre piensan lo peor.

Pasando la indirecta por alto, Japp continuó:

—Usted le vio llegar y marcharse, ¿verdad?

—Eso es, inspector.

—¿Y no oyó nada más? ¿Ruido de pelea?

—No, inspector. Es decir, tampoco lo hubiera oído, porque en la casa de al lado la señora Stevens no deja de gritarle a la criada... Todos le hemos dicho que no la Aguante más, pero el sueldo es bueno... tiene un genio del demonio pero paga treinta chelines semanales...

Japp intervino rápidamente:

—¿Pero usted no oyó nada sospechoso en el número catorce?

—No, inspector. Y tampoco era probable que lo oyera con los fuegos artificiales que disparaban aquí y en todas partes.

—Ese hombre se marchó a las diez y veinte... ¿verdad?

—Es posible, inspector. No podría decirlo. Pero Hogg lo dice y es hombre de fiar.

—Usted le vio marcharse. ¿Oyó lo que dijo?

—No, inspector, no estaba lo bastante cerca. Sólo le vi desde mi ventana, despidiéndose de la señora Alien.

—¿La vio también a ella?

—Sí, inspector. Estaba precisamente detrás de la puerta.

—¿Se fijó cómo iba vestida?

—No, la verdad. Aunque tampoco observé nada de particular.

Poirot preguntó:

—¿No se fijó usted en si llevaba traje de tarde o de noche?

—No, señor ya le he dicho que no.

Poirot contempló pensativo la ventana superior y luego el número catorce. Sus ojos encontraron los de Japp y sonrió.

—¿Y el caballero?

—Llevaba un abrigo azul oscuro y un sombrero hongo, y era elegante y bien plantado.

Japp le hizo algunas preguntas más y luego fuese a efectuar su próxima entrevista, esta vez con Frederick Hogg, un muchacho de rostro travieso, ojos brillantes y que se daba mucha importancia.

—Sí, inspector. Yo los oí hablar. «Piénsalo bien y comunícame lo que decidas», dijo el caballero, en tono amable, ¿sabe? Luego ella dijo algo y él contestó: «De acuerdo. Hasta la vista.» Y montó en el automóvil... yo le abrí la portezuela, pero no me dijo nada —explicó Hogg con voz que denotaba su decepción—. Y se marchó.

—¿No oíste lo que dijo la señora Alien?

—No, inspector.

—¿Puedes decirme cómo iba vestida? Por ejemplo, cuál era el color de su traje.

—No podría decirle, inspector. Comprenda, yo no la vi. Debía estar detrás de la puerta.

—Es lo mismo —dijo Japp—. Ahora escucha, pequeño. Quiero que medites bien la pregunta que voy a hacerte, antes de contestarla. Si no lo sabes o no lo recuerdas, lo dices. ¿Está claro?

—Sí, inspector.

Hogg le miraba atentamente.

—¿Cuál de los dos cerró la puerta, la señora Alien o el caballero?

—¿La puerta de la calle?

—Sí, la puerta de la calle, naturalmente.

El muchacho reflexionó, entrecerrando los ojos para mejor concentrarse.

—Me parece que la señora... No, no fue ella, sino él. La cerró casi de golpe y fue de prisa hacia el coche. Parecía como si tuviera una cita en otra parte.

—Bien, jovencito. Pareces muy listo. Aquí tienes seis peniques.

Después de despedirse el muchacho, Japp volvió hacia su amigo y de común acuerdo ambos movieron la cabeza afirmativamente.

—¡Podría ser! —dijo el policía.

—Cabe dentro de lo posible —convino Poirot.

Sus ojos brillaron con una tonalidad verde. Parecían los de un gato.

Capítulo VI

Al volver a entrar en el saloncito de la casa número catorce, Japp no perdió el tiempo andándose por las ramas, sino que fue directo al grano.

—Escuche, señorita Plenderleith, ¿no cree que es mejor confesarlo todo desde el principio? Al final también he de averiguarlo.

Jane Plenderleith alzó las cejas. Hallábase junto a la chimenea, calentándose los pies.

—No sé a qué se refiere usted.

—¿Es eso cierto, señorita Plenderleith?

Ella se encogió de hombros.

—He contestado a todas sus preguntas. No sé qué más puedo hacer.

—Pues, en mi opinión, podría hacer mucho más... si quisiera.

—Eso es sólo una opinión, ¿no le parece, primer inspector?

Japp se puso como la grana.

—Creo —intervino Poirot— que mademoiselle apreciaría mejor la razón de sus preguntas si le contara cómo se presenta el caso.

—Es muy sencillo. Pues bien, señorita Plenderleith, los hechos son los siguientes. Su amiga ha sido encontrada muerta con un balazo en la cabeza y con una pistola en la mano... y la puerta y la ventana cerradas, todo lo cual hace suponer un caso claro de suicidio pero no fue suicidio. La inspección médica lo prueba.

—¿Cómo?

Toda su ironía y frialdad habían desaparecido, y se inclinó hacia delante, interesada... y observando su rostro.

—La pistola estaba en su mano... pero sus dedos no la aprisionaban. Además no se encontraron huellas dactilares en ella, y el ángulo de la herida hace imposible que la disparara. Tampoco dejó carta alguna, cosa bastante natural tratándose de un suicidio. Y aunque la puerta estaba cerrada no se ha encontrado la llave.

Jane Plenderleith volvióse lentamente, yendo a sentarse en una butaca frente a ellos.

—¡De modo que es cierto! —dijo—. ¡Siempre he pensado que era imposible que se hubiese matado! ¡Y tenía razón! No se suicidó. Alguien la ha asesinado.

Por espacio de un par de minutos permaneció perdida en sus pensamientos, hasta que alzó la cabeza con brusquedad.

—Hágame las preguntas que guste —dijo—. Las contestaré lo mejor que pueda.

Japp comenzó:

—La noche pasada, la señora Alien tuvo una visita. Se dice que fue un hombre de unos cuarenta y cinco años, de aspecto marcial, bigote de cepillo, elegantemente vestido y que conducía un coche «Standard Swallow». ¿Sabe usted quién es?

—No estoy muy segura, claro pero por la descripción parece el mayor Eustace.

—¿Quién es el mayor Eustace? Cuénteme todo lo que sepa de él.

—Es un hombre a quien Bárbara conoció en el extranjero... en la India. Llegó aquí hará cosa de un año, y le hemos visto de vez en cuando.

—¿Era amigo de la señora Alien?

—Se comportaba como tal —replicó Jane en tono seco.

—¿Y cuál era la actitud de la señora Alien hacia él?

—No creo que le agradase en realidad... es decir, estoy segura de ello.

—¿Pero se trataban con aparente amistad?

—Sí

—¿Le pareció alguna vez, piénselo bien, señorita Plenderleith..., que le tenía miedo?

Jane Plenderleith consideró la pregunta durante unos instantes y al cabo dijo:

—Sí, creo que sí. Cuando él estaba presente siempre se ponía nerviosa.

—¿Le conocía el señor Laverton-West?

—Creo que sólo le vio una vez. No simpatizaron mucho. Es decir, el mayor Eustace hizo lo que pudo por agradar a Carlos, pero Carlos no se esforzó lo más mínimo... tiene muy buen olfato para las personas que no son... lo que debieran.

—¿Y el mayor Eustace no es... como usted dice... lo que debiera? —preguntó Poirot.

—No, no lo es —replicó la joven en tono cortante—. Desde luego, no ha salido del cajón de encima.

—Cielos, no conozco esa expresión. ¿Quiere decir que no es un
pukka sáhib
?.

Una sonrisa fugaz iluminó el rostro de la joven, que replicó gravemente:

—No.

—¿Le sorprendería mucho que ese hombre hubiera estado haciendo víctima de sus chantajes a la señora Alien?

Japp inclinóse hacia delante para observar el resultado de su insinuación.

Y quedó satisfecho. Jane se adelantó con las mejillas arreboladas y apoyando su mano crispada en el brazo de su butaca.

—¡De modo que era esto! ¡Qué tonta fui al no advertirlo! ¡Claro!

—¿Lo cree factible, mademoiselle? —preguntó Hércules Poirot.

—¡He sido una tonta al no suponerlo! Durante los últimos seis meses me pidió prestadas pequeñas cantidades de dinero, varias veces, y la vi estudiando su libro de cuentas. Sabía que vivía bien con sus rentas, de modo que no me alarmé; pero, claro, si estaba entregando sumas de dinero...

—¿Concordaría con su comportamiento en general...? —preguntóle Poirot.

—Desde luego. Estaba nerviosa, y aun a veces sobresaltada. Completamente distinta a como ella era.

—Perdóneme —dijo Poirot en tono amable—, pero eso no es lo que nos dijo antes.

—Aquello era distinto —Jane Plenderleith hizo un gesto con la mano—No estaba deprimida. Quiero decir que no se portaba como si fuera a suicidarse, ni nada por el estilo. Pero sí como si la estuviera haciendo víctima de un chantaje. Ojalá me lo hubiese dicho. Yo le hubiera enviado al infierno.

—Pero tal vez él no hubiese ido... al infierno, sino a ver a Carlos Laverton-West... —observó Poirot.

—Sí —replicó la joven despacio—. Sí... es cierto...

—¿No tiene idea de lo que este hombre podía tener contra ella? —inquirió Japp.

—Ni la más remota —dijo Jane moviendo la cabeza—. Conociendo a Bárbara no puedo creer que pudiera ser nada realmente serio. Por otro lado... —hizo una pausa y continuó luego—: Lo que quiero decir es que Bárbara era un poco simple en ciertos aspectos. Se asustaba con gran facilidad. ¡En resumen, era la clase de mujer ideal para un chantajista! ¡El muy bruto!

Lanzó las tres últimas palabras con verdadero furor.

—Por desgracia —continuó Poirot—, el crimen parece que ha resultado al revés. Suele ser la víctima la que mata al chantajista, y no el chantajista a su víctima.

Jane Plenderleith frunció ligeramente el ceño.

—No... es cierto..., pero puedo imaginar ciertas circunstancias...

—¿Como, por ejemplo...?

—Supongamos que Bárbara se desespera... Pudo amenazarle con esa ridícula pistola y, al tratar de arrebatársela, dispara y la mata. Luego, horrorizado, intenta simular que fue suicidio.

—Es posible —dijo. Japp—; pero existe una dificultad.

Ella le miró interrogativamente.

—El mayor Eustace, si es que fue él, salió de aquí ayer noche a las diez y veinte, despidiéndose de la señora Alien en la misma puerta.

—Oh —la joven se puso grave—. Ya —hizo una pausa—. Pero pudo haber vuelto más tarde —dijo despacio.

—Sí, es posible —repuso Poirot.

—Dígame, señorita Plenderleith —Japp prosiguió su interrogatorio—. ¿La señora Alien tenía costumbre de recibir sus visitas aquí o en la habitación de arriba?

—En las dos. Pero este saloncito lo utilizaba para reuniones más numerosas o para amistades particulares. Bárbara disponía del dormitorio grande, que utilizaba también como sala de estar, y yo del más pequeño y esta habitación.

—Si el mayor Eustace vino ayer noche, ¿en qué habitación cree usted que lo recibiría la señora Alien?

—Creo que probablemente lo pasaría aquí —la joven parecía vacilar— Es menos íntimo. Por otro lado, si deseaba llenar un cheque o algo por el estilo, es de suponer que lo llevara arriba. Aquí no hay dónde escribir.

Japp movió la cabeza.

—No fue cuestión de cheques. La señora Alien extrajo ayer del Banco doscientas libras, y hasta ahora no hemos podido encontrarlas en toda la casa.

—¿Y se las dio a ese bruto? ¡Oh, pobre Bárbara! ¡Pobre, pobre Bárbara!

Poirot carraspeó.

—A menos que, como usted ha sugerido, se tratase de un accidente, no parece probable que quisiera privarse de una renta regular.

—¿Accidente? No fue un accidente. Perdió los estribos, se le subió la sangre a la cabeza, y disparó contra ella.

—¿Así es como cree usted que ocurrió?

—Sí —dijo; agregando con vehemencia—: ¡Fue un asesinato... un asesinato!

Poirot comentó:

—Yo no diría que está usted equivocada, mademoiselle.

—¿Qué cigarrillos fumaba la señora Alien? —dijo Japp.

—«Gasper». Hay algunos en esa caja.

Japp la abrió y sacando uno hizo un gesto de asentimiento antes de guardárselo en el bolsillo.

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