Read Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Milagrosamente, el herido resistió la operación y tras varios días en coma comenzó a reponerse. El balazo había afectado una parte del cerebro, y Juan quedaría permanentemente paralizado del lado izquierdo del cuerpo; no podría hablar correctamente, no podría caminar ni escribir. Pero estaba vivo.
Para justificar la acción del mayor Flores, se fabricó la versión de que Escudero y sus hombres habían intentado levantarse en armas contra el gobierno. Esta versión transmitida en el informe del mayor fue recogida y popularizada por
El Suriano
, periódico de los gachupines dirigido por José O. Muñúzuri. Pero en un telegrama a Obregón, días más tarde, el gobernador Neri, que se había trasladado al puerto, señalaba que el ministerio público tenía una versión contradictoria a la del jefe militar, y afirmaba que había ordenado que se abriera una investigación.
Del clima imperante en el puerto en aquellos días, rinde buen testimonio una carta del agrarista Francisco A. Campos dirigida al presidente Obregón: «En vísperas de alterarse el orden en Acapulco. Pueblo obrero contenido con la esperanza de que se le hará justicia. Persuadidos de lo contrario no alcanzará la guarnición pa´ que empiecen los costeños de Guerrero. No quedará un español vivo ni un comercio que no sea saqueado e incendiado, ni una señorita que no sea violada […] El costeño en su tierra tiene mucho de bárbaro: es buen amigo e implacable enemigo. Todo podrá evitarse con que la guarnición federal que es enemiga del POA sea sustituida».
El hospital estaba rodeado por miembros del POA armados y la guarnición estaba acuartelada. En las casas de algunos comerciantes gachupines se dieron fiestas para celebrar la desaparición de Escudero. Los dirigentes del POA frenaron la voluntad popular de venganza. Juan se reponía lentamente.
Al día siguiente del atentado se creó un ayuntamiento espurio del que Ismael Otero formaba parte y que tenía como presidente municipal a Ignacio S. Abarca, el cual pidió la detención de los policías «por haber resistido a fuerzas del gobierno» e informó al gobernador de la «detención» de Juan R. Escudero y Santiago Solano. El golpe de Estado no operó, y tres días después, el 14, el ayuntamiento volvía a manos del POA con Manuel Solano como presidente municipal.
Felipe Escudero se hizo cargo de
Regeneración
, que volvió a salir a fines de marzo. Juan regresó a su casa a vivir una larga convalecencia. El POA resurgió. El ayuntamiento de Acapulco, aunque las puertas estuvieran quemadas, seguía en sus manos a través de una junta de administración civil y con Felipe Escudero como alcalde. La investigación del gobernador inmovilizó temporalmente al mayor Flores.
No había pasado un mes de ocurrido el atentado cuando, el 9 de abril,
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denunciaba los manejos combinados del gachupín Sierra con el jefe militar del distrito de Galeana contra los agraristas que se habían organizado en la zona, y arremetía contra el candidato a diputado Manuel López, por estar coludido con los hermanos Fernández, los propietarios más grandes de la zona.
A principios de mayo, el POA impulsado por Solano y Felipe Escudero, el hermano de Juan, lanzaba como candidato a diputado propietario por el segundo distrito a Martiniano Díaz, y como suplente a Francisco Escudero, el tercer hermano de Juan, en las elecciones para el congreso federal. El 9 de mayo Juan volvía a escribir en
Regeneración
, menos de dos meses después de su primera muerte.
El combate del 11 de marzo había causado más bajas que la de Juan R. en las filas del POA: Tomás Béjar y Ángeles había desertado, vendiéndose al oro de los gachupines y pasando a escribir en las columnas de
El Suriano
, pero las ausencias se cubrían sobradamente con la afluencia de nuevos miembros que acudían ante el reclamo de la persistencia del POA y el «milagro Escudero».
Juan, utilizando a Alejandro Gómez Maganda como secretario, dictaba los artículos desde un sillón donde convalecía. El muchacho, recién salido de la primaria, tecleaba furiosamente en una vieja Oliver, y de vez en cuando levantaba la cabeza para ver a un Juan «vigilante y optimista desde su sillón de inválido. Pulcro como de costumbre, con bigotera de mañana y el trágico muñón que en ocasiones me apoyaba en la cabeza tropical y desmelenada».
Con dinero de la familia, Juan fundó una tienda, El Sindicato, donde atendía a trabajadores y amigos y proporcionaba alimentos fiados a los obreros en huelga. Auxiliado por Josefina Añorve y por su empistolada secretaria Anita Bello, así como por una legión de adolescentes, para los que era el héroe inolvidable, volvió a tomar el control de
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y aceptó la postulación como candidato suplente al congreso nacional por el primer distrito de Acapulco, llevando como compañero de fórmula a su hermano Francisco (que estaba postulado como titular por el segundo distrito).
Mientras tanto, el congreso local de Guerrero, en manos de representantes de los latifundistas, había anulado las elecciones de enero de 1922 y pedía al ayuntamiento pro gachupín del año 20 que convocara nuevas elecciones. Felipe Escudero, en nombre del ayuntamiento del POA, protestaba ante el gobierno federal y la prensa de la capital.
Se nombró una comisión interventora y el ayuntamiento escuderista se mantuvo en una solución conciliadora, pero sin ser reconocido por la aduana marítima ni los militares. Mientras
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volvía a salir regularmente y Juan se hacía cargo de nuevo del periódico, el dirigente acapulqueño reorganizó su economía personal montando una pequeña academia comercial donde daba clases de mecanografía. En una convocatoria donde exponía el contenido del curso, que costaba completo diez pesos, Juan R. dejaba sentir que enseñar mecanografía a otros era una manera de recuperar sus brazos (el derecho, amputado, y el izquierdo, paralizado).
El POA, a pesar del renacer de sus actividades, se encontraba en un
impasse
en el que no podía desarrollar sus mejores fuerzas. Derrotado en el terreno de los fusiles, incapaz de quebrar el monopolio gachupín en el comercio, limitado a una política municipal «controlada» por la intervención, había ido desplazando (ya desde el año anterior) su lucha hacia la destrucción de los latifundios y el reparto agrario. Pero tampoco ahí la relación de fuerzas le era favorable y tenía que replegarse en los vericuetos burocráticos de una legalidad que funcionaba en cámara lenta, cuando funcionaba. En un artículo anónimo en
Regeneración
, posiblemente escrito por Juan, se hacía un llamado a la paciencia, pidiendo que «no se haga caso a los gachupinistas que dicen que van a recibir a balazos a los que quieren tierras».
En estas condiciones, las elecciones federales del 5 de julio de 1922 para diputados y senadores permitieron al POA volver a movilizarse. Con las fórmulas combinadas de los Escudero y Miguel Ortega como candidatos, desplegaron una amplia campaña en la costa guerrerense. La posición de los latifundistas y grandes comerciantes y sus aliados fue de repliegue. Ante la imposibilidad de ofrecer una oposición en el primer distrito, trataron de boicotear. En algunos casos no abrieron las mesas que tenían a su cargo, ni intentaron poner mesas electorales por su cuenta como acostumbraban; el pro gachupinista Butrón ni siquiera se presentó. En otros casos trataron de hacer algunas maniobras muy burdas, como la ocurrida en la tercera mesa de Acapulco, donde los gachupinistas Sabás Múgica y Ramón Córdoba la cerraron antes de abrirla y levantaron un acta diciendo que nadie se había presentado a votar.
El POA realizó grandes movilizaciones en Acapulco, Coyuca, Tecpan y Atoyac. En Tecpan organizó una manifestación de trescientos campesinos con las banderas rojinegras del partido al frente.
Abundaron las provocaciones. Muñúzuri, el editor de
El Suriano
, disparó con una pistola al dentista González Sánchez; el carro de un prominente comerciante gachupín fue apedreado por niños de Acapulco, y en Tecpan los gachupinistas que apoyaban a Pino y Valverde, hombres de paja del latifundista hispano Garay, dispararon tiros al aire para intimidar a los votantes.
En Coyuca de Benítez trataron de arrastrar a los votantes con una banda de música, pero los que siguieron a la banda buscando la parranda luego votaban contra ellos. En otros casos, enmascararon a sus candidatos Pino y Alfonso Uruñuela, haciéndolos pasar por agraristas presentándolos con emblemas del Partido Nacional Agrarista. En el primer distrito las maniobras fracasaron y Juan R. y su hermano resultaron electos diputados, titular y suplente.
El partido se había consolidado en los poblados de la costa y el triunfo confirmó la línea electoral que
Regeneración
pregonaba: «Por fortuna nuestro pueblo empieza a darse cuenta de lo que es el derecho de voto conferido por la Constitución como medio pacífico de nombrar a sus representantes».
Animados por el triunfo electoral, los miembros del POA reiniciaron su ofensiva en el campo y el periódico comenzó a publicar la Ley Agraria del estado para dar base legal a las movilizaciones.
De fines de julio a mediados de octubre de 1922, no faltaron las provocaciones en el puerto, y los enfrentamientos. Algunos de ellos resultaron chuscos, otros estuvieron a punto de trascender al terreno de la tragedia. Todos ellos tuvieron en común el avance etílico en la sangre de los pro gachupinistas.
A fines de julio, mientras el POA celebraba el triunfo electoral en Acapulco con un baile, el diputado Luis G. Martínez se presentó en el local medianamente borracho. «Sea porque es sabido que Martínez es un gachupinista o porque ha participado en la anulación de elecciones, o bien porque sobraban hombres en el baile, se le dijo que no había vacantes, dejando pasar sólo a sus acompañantes. ¡Que le sirva de escarmiento!».
Un par de meses después, el borracho era el administrador de aduanas Juan B. Izábal, que despidió (en la cantina de los hermanos San Millán donde a veces instalaba su oficina) al celador Bernáldez, después de arrojarlo contra una mesa de billar, todo porque había sido recomendado para el puesto por Tellechea, dirigente del POA. En la versión de
Regeneración
, Bernáldez se estaba sacudiendo la ropa tras haber sido arrojado y tocó su pistola, lo cual fue suficiente para que se abalanzaran sobre él, se la quitaran y lo detuvieran veinticuatro horas. En el mismo artículo Izábal era acusado por Escudero de contrabandista de pistolas, de «pro gachupín y de vago y huevón alcohólico, puesto que llega a las doce del día a trabajar y todavía a medias luces».
La tercera escena alcohólica la protagonizó el eterno mayor Flores, que le echó los soldados encima a Felipe Escudero mientras se encontraba oyendo una serenata. Después de haber sido fuertemente golpeado, Felipe, que se había convertido en el indiscutible sucesor de Juan en las calles del puerto, fue encerrado en los resguardos de la aduana marítima. Juan B. Izábal, el jefe de aduanas, comprado por el oro de los grandes comerciantes, a los que servía haciendo la vista gorda ante el contrabando, se había convertido con Flores en el peor enemigo del escuderismo acapulqueño. Desde julio de 1922 retenía el 2 por ciento de los ingresos de la aduana que por ley le correspondían al ayuntamiento. E. Lobato, actuando como presidente municipal, se quejó en octubre amargamente a Obregón en un telegrama, señalando que se buscaba estrangular económicamente al ayuntamiento.
Durante los últimos días de noviembre se intercambiaron telegramas entre Lobato, Obregón y el ministro De la Huerta (del que dependían las aduanas), hasta que lzábal hizo explícita su opinión en un telegrama a Obregón: «Considero a Juan y Felipe Escudero peores enemigos del gobierno sin valor levantarse en armas. Mismo opina jefe de operaciones de ésta. Ayuntamiento manejan dichos individuos no tiene personalidad por negación amparos suprema corte de justicia en 22 Septiembre próximo pasado contra actos congreso que desconócelos [...] Hermanos Escudero durante presente año pretextando temer por su vida han pedido cuatro veces amparo contra actos de usted». El telegrama culminaba preguntando si debía hacer entrega de los fondos a Felipe Escudero, tesorero municipal.
Obregón se tomó un solo día para responder y ordenó a Izábal que no entregara los fondos.
En esos mismos días, el POA vuelve a triunfar en otra contienda electoral: Santiago Solano vence como candidato propietario a diputado por el distrito electoral de Acapulco al congreso local, y Juan R. Escudero, como suplente, con más de 2.700 votos. Uno de los hermanos Vidales ganó, representando al POA, la presidencia municipal de Tecpan y el partido triunfó en Tololapan, aunque un fraude organizado por los caciques logró impedir que tomaran el poder.
Por fin, en la primera semana de diciembre se presentan las esperadas elecciones para restablecer un ayuntamiento legal en Acapulco; Juan Escudero encabeza la lista de regidores que propone el POA y asiste a los actos de su organización en silla de ruedas. Dicta sus discursos y hace que los muchachos que lo acompañan los ensayen frente a él, y luego los pronuncian en público ante su mirada atenta.
Extraña estampa bajo el sol de invierno de Acapulco la de ese hombre paralizado del lado izquierdo, con el brazo derecho amputado, sentado en una silla de ruedas, con un adolescente al lado, subido en un cajón, que habla por él, y a su espalda una joven costeña (Anita Bello) con una pistola automática calibre treinta y dos entre la falda y la blusa de encaje.
Extraña estampa, la del hombre que afirma cabeceando sus propias frases en boca de niños, que pronuncian, siempre bajo el estribillo de «Juan dice», un discurso incendiario que promete el fin de la injusticia en el paraíso corrompido.
Y Juan Escudero vuelve a ganar las elecciones para la presidencia municipal de Acapulco, derrotando al pro gachupín y traidor Martiniano Díaz.
El 7 de diciembre los militares salen por las calles tratando de provocar a los triunfadores. Pero la población les hace el vacío. El primer día del año 1923 Escudero es nombrado presidente municipal. Levantando el muñón derecho y con unas frases ininteligibles arrancadas a fuerza de emociones a la garganta paralizada, Juan R. Escudero rinde la protesta como alcalde del puerto. La sesión solemne se celebró a las once de la mañana en la propia casa de Escudero que se convirtió en sala de cabildo. El acta levantada registra: Juan R. no pudo firmar «por imposibilidad momentánea».
En marzo de 1923 murió Francisco, padre de los Escudero, que había estado sometido a grandes tensiones a lo largo de la azarosa carrera política de sus hijos, presionado por sus paisanos, con los que había tenido que romper relaciones, y destrozado por el atentado contra Juan y las múltiples amenazas de muerte que habían recibido Francisco y Felipe.