Nova miró a su alrededor. En medio de la plaza había un banco que ella confiscó. Allí desempaquetó su nuevo ordenador. El vendedor le había prometido que llevaba una batería de considerable duración y esperaba que fuera cierto. La noche era demasiado larga.
Nova le dio mentalmente las gracias a
Carlitos
cuando se conectó a la red. Iba despacio pero funcionaba bien. Ahora Nova podría saber más sobre las carpetas que su madre había dejado. Lo primero que buscó fue «La anomalía de Ararat» y en seguida aparecieron dos resultados en el periódico cristiano
www.dagen.se
:
MULTIMILLONARIO ENVÍA A UN GRUPO DE INVESTIGADORES A ARARAT PARA ENCONTRAR EL ARCA DE NOÉ
Publicado:
10-09-2003. 06.00¿Está el Arca de Noé debajo de la nieve de la cima de Ararat, en Turquía?
Para saber la respuesta, un multimillonario americano equipa una expedición con diez investigadores que este verano escalarán la montaña de más de 5.000 metros de altura.
No es la primera vez que los investigadores creen haber encontrado pruebas físicas de la existencia de una nave que se mantuvo flotando durante el Diluvio Universal, exactamente como se describe en el Génesis. Las discusiones comenzaron ya en 1949 cuando un satélite espía americano, que en realidad debía vigilar objetivos en la antigua Unión Soviética, captó algo parecido a una estructura en forma de barco en la cima del monte. En el año 1957 cobró de nuevo actualidad, cuando unos pilotos de combate turcos vieron «el barco» en la provincia de Agri, en Turquía. En los años setenta, las cámaras de los satélites captaron en varias ocasiones lo que los investigadores llamaron «La anomalía de Ararat». Sin embargo, hasta ahora nadie ha completado las investigaciones en el lugar. Durante la guerra fría fue imposible, ya que la zona estaba prohibida a los extranjeros. Además, la Unión Soviética acusó a los investigadores de ser espías americanos. El interés es grande ante la expedición americano-turca de este verano que, integrada por diez personas, piensa subir la impracticable zona montañosa para investigar la estructura en forma de barco que durante tanto tiempo se ha escabullido de los investigadores. Según lo calculado, la formación tendría unos 130 metros de alto por 25 de ancho. Algo que podría coincidir con las medidas de la Biblia, 147 x 23 metros. La financiación la garantiza George McAlley, un empresario multimillonario de Hawai que se ha destacado como activista católico en cuestiones que tienen que ver con el aborto y la eutanasia con asistencia médica, informa la prensa americana.
ASESINADO EL MULTIMILLONARIO QUE BUSCABA EL ARCA DE NOÉ
Publicado:
13-09-2003.09.15Ayer fue brutalmente asesinado el multimillonario americano George McAlley. ¿Tiene esto relación con su próxima expedición en busca del Arca de Noé?
Una fuente de la policía declara que los documentos de McAlley sobre dicha expedición han desaparecido.
George McAlley, católico e impulsor de la prevista expedición al monte Ararat, fue asesinado ayer de manera brutal cuando se dirigía al local de encuentro de la expedición. Allí iba a tener lugar una conferencia de prensa donde se presentarían los hallazgos de la llamada anomalía de Ararat. Ningún documento referente a la Anomalía de Ararat se ha encontrado en casa de McAlley. Una fuente policial declara que trabajan con la teoría de que unos terroristas han querido frenar el ascenso a la montaña. McAlley declaró recientemente en un encuentro con la prensa lo que le impulsaba a realizar el proyecto.
Las tres religiones mundiales monoteístas creen que somos descendientes de Noé y sus tres hijos. En estos tiempos que corren, es positivo que haya algo en lo que se puedan poner de acuerdo judíos, católicos y musulmanes.
Nova leyó los artículos dos veces. Después cogió la carpeta marcada como
The Ararat Anomaly
que había encontrado en su casa y la hojeó. Aunque no podía entender por qué la tenía en su mano, resultaba evidente que contenía los papeles de George McAlley que faltaban. Nova cerró el ordenador y miró fijamente a dos mujeres desnudas que imitaban ser estatuas en medio de la plaza de Mosebacken. «¿Qué tiene que ver todo esto con mi madre?», pensó.
La sala de interrogatorios era del tamaño que permitía amueblarla con una mesa y cuatro sillas, no más. El techo tan bajo daba a la habitación la forma de un cubo perfecto. El aire pesaba sobre Moses y Amanda, que estaban sentados uno frente al otro. Ella lo miraba fijamente y estaba tan enojada que cuando se levantó de golpe lo hizo con tanto ímpetu que volcó la silla.
—¿Por qué lo hiciste? —le gritó a Moses en la cara.
En la sien de Amanda se veía palpitar una vena. Moses se hundió más en su silla, midió la mesa con la mirada y dijo en voz baja:
—Se lo merecía.
—¡Joder! ¡Nadie se merece morir! —gritó Amanda.
Como respuesta Moses toqueteó nervioso la mesa.
—¿Dónde has escondido el cuerpo?
—Ha desaparecido —susurró Moses.
—Habla de manera que te oiga —le ordenó Amanda inclinándose hacia él.
—Se ha convertido en humo —balbuceó Moses un poco más alto.
—¿Qué quieres decir con que se ha convertido en humo? Un cuerpo no se puede convertir en humo así como así, joder.
—Sí, si lo incineras.
Un atisbo de sonrisa apareció en los labios de Moses, pero desapareció rápidamente. Ahora se miraba fijamente los zapatos y parecía que se avergonzara. Amanda apartó la mesa y gritó:
—¡No puedes ir por ahí incinerando a la gente así como así! ¡Nosotros, los policías, tenemos que hacer que eso no ocurra!
El sobre de la mesa cayó al suelo como para subrayar sus palabras. Al chocar se levantó una pequeña nube de polvo y arena. Amanda cogió el brazo de Moses, lo levantó de la silla y le aplastó la cara contra la pared. En un segundo le puso las manos en la espalda y le colocó las esposas.
—Repite conmigo —le ordenó Amanda con la boca a dos centímetros de la oreja de Moses—. No incineraré nunca más.
— No incineraré nunca más —susurró Moses.
—No te oigo.
—No incineraré nunca más —repitió Moses a un volumen de conversación.
—Más alto —gritó Amanda.
—¡No incineraré nunca más! —gritó Moses con todas sus fuerzas.
Los labios de Amanda buscaron el lóbulo de Moses y se lo chupó. Después inspiró ruidosamente su olor y agarró las esposas con fuerza. Con un movimiento entrenado, lo sentó en una silla, se sentó a caballo sobre él y lo miró fijamente a los ojos. Sin dejar de mirarlo, le empezó a desabrochar la camisa. Después sus labios continuaron y bajaron por el pecho, el abdomen y llegaron hasta el cinturón. Se lo quitó rápidamente y lo tiró en un rincón. Cuando le abrió la bragueta, Moses suspiró con las mandíbulas apretadas.
—No incineraré nunca más.
La fachada de color arena de Storkyrkan tenía un cálido resplandor con el sol de la mañana. Nova subió los siete escalones en cuatro pasos. Dentro de la iglesia lucían encendidas las lámparas que iluminaban desde arriba las bastas columnas de ladrillo y los balcones de color azul violeta y dorado.
Camino del altar se veían los dos tronos reales del siglo XV cubiertos con una tela que parecía que se agitaba con la corriente de aire que venía de fuera. No había nadie. La iglesia parecía vacía y tenía eco. Nova no vio ni una sola persona. Sentía el pulso latirle en la nuca mientras a los ojos le llegaban unos destellos. La falta de sueño era notable y estaba constantemente presente. Las piernas le dolían, como si protestaran por no descansar todo lo que necesitaban.
Los pies de Nova pasaron por encima de la losa de una tumba que tenía la forma de la escultura de un hombre y una mujer. Sus ropas y rasgos estaban desgastados por los millones de pies que habían pasado por encima y ahora era una superficie plana y lisa. Lo que quedaba parecían dos cuerpos de arcilla hechos por un niño. Nunca volverían a ser como antes. Hacía tiempo que su aspecto, destruido con el paso del tiempo, había sido olvidado. Lo mismo ocurría con los personajes que representaban.
Nova vio una sombra aparecer por detrás de una columna.
Dio un respingo.
Después, siguió su movimiento al dirigirse hacia la capilla de Olaus Petri. En un cartel estaba escrito: «Zona para la plegaria. No está permitida la visita.» De la pared de la izquierda de la capilla colgaba una enorme pintura de David Klöcker Ehrenstrahl, una montaña oscura con dos cimas cubiertas de nieve al fondo. Por un camino avanzaba un hombre solo por la montaña. Llevaba el pelo largo y un porte altanero. Una luz alrededor del hombre sugería unas alas. «Un arcángel», supuso Nova y bajó la mirada. Y allí estaba Peter Dagon, apoyado en el altar de la Edad Media. Inició la conversación con estas palabras:
—Interesante lugar de encuentro —dijo mientras hacía un gesto con la mano que envolvía todo el habitáculo de la iglesia.
Nova no pudo hacer otra cosa que asentir con la cabeza, avergonzada de su extraña propuesta. Peter Dagon continuó:
—Recibí una nota de mi querido amigo Vetman. Ponía que sabías lo que estoy haciendo. Exactamente, ¿qué es lo que hago?
Una sonrisa desafiante se formó en los labios de Peter Dagon. Sus ojos observaban intensamente a Nova. Ella había ensayado toda la noche lo que le iba a decir, así que estaba dispuesta.
—Sé que tú y mi madre estáis involucrados en el asesinato de un pastor americano, George McAlley —afirmó Nova.
Peter Dagon lo entendió visiblemente. La sonrisa desapareció y preguntó hablando más bajo que antes:
—¿Qué es lo que te hace creer eso?
—He encontrado sus papeles en mi casa, los que desaparecieron cuando lo asesinaron. También sé que hay algo oscuro en tu fondo, FON.
—FON no es ningún Fondo. Es una asociación que trabaja contra el calentamiento global. Tú, sobre todo, deberías pensar que es algo bueno.
No había nada que Nova pudiera argumentar en contra y preguntó para ganar tiempo:
—Pero ¿por qué lo llamáis
Friends of Nephilim?
—Porque es lo que somos. No queremos que se nos lleve un diluvio universal. La verdad es que hacemos todo lo posible para que no haya otro diluvio. En estos momentos la emisión de dióxido de carbono está en primer lugar en nuestra agenda.
Una idea que no se le había ocurrido antes apareció en su cabeza: que Peter Dagon y FON estaban relacionados con la muerte de su madre. ¿Había un motivo mejor y más clásico que veintiséis millones y medio? Igual se encontraba en una iglesia vacía delante del asesino de su madre. Nova intentó disimular su miedo y se fue apartando despacio. Peter Dagon parecía no entender qué pasaba.
Cuando estuvo a unos cuantos metros de distancia sintió que debía preguntar:
—Y a mi madre, ¿la matasteis vosotros?
—No, claro que no —respondió Peter Dagon levantando las palmas de las manos para demostrar que no era peligroso—. Era de los nuestros.
—¿De los vuestros?
—Sí, una nefilim y una gran amiga.
—¿Quieres decir que era miembro de la asociación?
—Quiero decir que era descendiente directa de la originaria Nefilim.
Nova observó la cara de Peter Dagon para ver si era verdad lo que decía. Toda su postura indicaba que intentaba convencerla.
Ella así lo entendió.
—¡Estás loco! —gritó. Se dio la vuelta y salió corriendo por el suelo de piedras cuadradas.
Detrás de ella se oyó el eco de las palabras de Peter Dagon en el gran espacio de la iglesia:
—¿Y si tengo razón? ¿Y si tú también eres una de nosotros?
«Esto tendría que haberlo hecho hace tiempo», pensó Amanda camino de la casa en la calle Drottning. Un ángel dorado en un pedestal la miraba fijamente como si fuera su enemiga. Le hizo un gesto con el dedo corazón y tomó el chirriante ascensor hasta el último piso. Allí llamó a la puerta que estaba enfrente de la de Josef F. Larsson. «Kerstin y Gudrun Liljenkrona», leyó en la puerta. En el informe del interrogatorio no ponía nada de dos señoras, que recordara Amanda. Quizá sólo había una en casa aquella noche. «¿Serán hermanas o lesbianas? Demasiado viejas para ser lesbianas», decidió, y llamó a la puerta.
De inmediato oyó el ladrido de un perro seguido de los arañazos en la puerta. Dentro de la vivienda se oyeron unas palabras dando órdenes. La cadena de seguridad hacía que la puerta no se pudiera abrir más que un poco. Asomó una cara arrugada. Medio metro más abajo, el hocico húmedo de un perro olía empeñado el aire.
—Policía. Soy de la policía —dijo Amanda a la vez que enseñaba su tarjeta de identidad.
La puerta se cerró al momento y sacaron la cadenilla. Cuando la puerta se abrió de nuevo, salió disparado un caniche grisáceo que se levantó sobre sus patas traseras y con las de delante se apoyó en Amanda. Ella miró amablemente al animal, pero no se movió. ¿Quién sabía dónde había estado aquel hocico antes?
Los ojos de la señora resplandecían con avidez.
—Pasa, pasa —la instó echando hacia atrás el andador sin esperar la respuesta de Amanda.
Ésta la siguió con la esperanza de que aquello no se hiciera demasiado largo. En varias ocasiones se había visto obligada a escuchar la vida entera de gente que no le interesaba en absoluto, ni a ella personalmente, ni para el caso. A menudo era en ambos aspectos.
La mesa de la cocina ya estaba preparada. «¿Cómo sabía que iba a venir?», pensó Amanda. Se sentó e ignoró al perro que de nuevo intentaba saludarla.
—Abajo,
Gudrun
—le ordenó la señora con una voz aguda sin que el perro le hiciera el menor caso.
«Ajá, así que ésta es
Gudrun»
, pensó Amanda. La perra se fue con la señora cuando ésta puso en marcha la cafetera con sus temblorosas manos. Amanda oía el andador darse contra los marcos de las puertas un poco más adentro de la vivienda. Era agradable oír el sonido del gorgoteo de la cafetera. El banco de la cocina estaba gastado y los armarios parecían ser originales de los años cincuenta. Hacía unos años hubieran estado anticuados, pero ahora los habían declarado de interés cultural. Amanda pensó cómo podrían anunciar el piso: «Necesita algún arreglo. Muchas posibilidades de convertirla en la vivienda de tus sueños. Una bombonera.» La mujer atravesó la puerta arrastrando los pies apoyada sólo en una mano. La otra la llevaba cerrada en un puño. Al llegar hasta Amanda la abrió y le enseñó un pañuelo doblado con un emblema. Amanda lo cogió y lo miró detenidamente. Luego abrió los pliegues y vio asqueada lo que contenía: un chicle usado. Puso el pañuelo encima de la mesa de la cocina e hizo un gesto de interrogación.