Elisabeth Barakel no había estado allí en toda su vida, lo cual implicaba que el personal no la reconocería. El café estaba lo suficientemente cerca de su antigua casa como para sentir una cercanía y una conexión. Echaba de menos el lugar fijo que había sido su casa durante toda la vida. Ahora, Elisabeth vivía en una maleta. Las cosas que no había querido llevarse las dejó en un trastero de Shurgard.
Pensó de nuevo en el dilema con la información de los clientes. Si no la hubiera dejado, quizá alguien sospechara que había planificado su propia muerte. Si la dejaba, la situación podría resultar peligrosa. Muchos de sus clientes eran nefilim y los otros eran lucrativos o buenos contactos. De cualquier manera, el problema había sido solventado: había forzado el cajón de su propio escritorio. Más tarde, se había dado cuenta de que había olvidado los mapas de Ararat de aquel pastor loco. Probablemente nadie podría relacionarlos con un antiguo asesinato en Estados Unidos. Como conocía a Nova, seguramente seguirían en el cajón hasta el final de los tiempos. Por otra parte, no confiaba mucho en la capacidad de los directivos de la policía. ¿Cómo se les iba a ocurrir que el mismo asesino de unos cuantos delincuentes contra el medio ambiente matara también a un fanático pastor de Estados Unidos?
Los nefilim solían aprovechar el hecho de que el hombre tenía una forma de pensar territorial y era incapaz de colaborar más allá de sus fronteras. Sin embargo, entre ellos las diferentes familias y clanes daban y recibían. Todos ganaban con ello, ya que trabajaban con el mismo objetivo. El Arca no debía ser encontrada. Simplemente, no podía ocurrir. Los nefilim no podían permitir que los hombres supieran demasiado. A pesar de ello, habían avanzado mucho.
Los nefilim de Estados Unidos habían hecho uso de Elisabeth que, después, desapareció sin dejar rastro de las tierras americanas. Dentro de poco necesitarían su ayuda. Volvió a pensar en su casa. Se había dado cuenta de que no sólo echaba de menos la casa, sino también a Nova. Ahora que era una persona adulta y podía resolver sus propios problemas, Elisabeth había creído que sólo era cuestión de dejarla. Como una pintura lista para la venta. Sin embargo, echaba de menos los pasos de su hija por la escalera, sus comedidas preguntas sobre los quehaceres de la casa y los rasgos de su cara que había heredado de su padre. Elisabeth incluso echaba de menos las horribles salchichas que llevaba en la cabeza.
Pensó en la mirada acusadora y decepcionada que vio en los ojos de Nova cuando se dio cuenta de que su madre estaba detrás de los asesinatos. Hubo poco tiempo para explicarle que había sido necesario. El tiempo siempre era poco para casi todo. Se encogía y desaparecía. Elisabeth se dio cuenta por las portadas de la prensa de que Nova había sido detenida por asesinato. Incluso había un vídeo como prueba. Elisabeth Barakel no tenía ni idea de dónde provenía y no había tiempo para descubrirlo. Primero tenía que asegurar la continuidad de la existencia de los nefilim. Después se encargaría de Nova para que se pusiera de nuevo en pie. Elisabeth todavía tenía los conocimientos y los contactos precisos en el sistema judicial. Si es que hacía falta y si no se acababa el tiempo.
En aquellos momentos, la vida de Elisabeth Barakel sólo tenía un objetivo y un significado. Se trataba de hacer frente a los impulsos que hacían que pudiera separarse del objetivo. Intentó olvidar que su hija estaba en la cárcel. Olvidarse de su mirada. No podía ser débil. Ahora no. El mundo la necesitaba. Los nefilim la necesitaban. Nova tendría que esperar. Pensar en ella era un lujo que Elisabeth no podía permitirse.
En lugar de seguir con aquellos pensamientos, hojeó el
Aftonbladet
que tenía delante. Ya no podía utilizar la lista
Dirty Thirty
porque la policía disponía también de ella. Su mirada se clavó en un artículo:
EL AVIÓN DE PERRELLI: CRIMINAL DEL MEDIO AMBIENTAL
«Si hubiéramos pensado en el medio ambiente, nos habríamos quedado en casa.» La gira de Charlotte Perrelli la ayudará a conseguir la victoria en el festival de Eurovisión.
Pero hay un perdedor: el medio ambiente.
—Si hubiéramos pensado en el medio ambiente, nos habríamos quedado en casa —dijo el representante de la cantante.
Hoy aterriza Charlotte Perrelli en Letonia. Allí inicia su gira antes del festival de Eurovisión. Ciertas partes de la gira se harán en un jet privado de alquiler. Un medio de transporte que puede emitir hasta 2,75 toneladas de dióxido de carbono por persona. El representante Staffan Jordansson señaló que Charlotte Perrelli y su grupo piensan utilizar transportes regulares durante la gira.
Apuestan por el concurso.
—Pero alquilaremos un jet privado cuando lo necesitemos —aseguró.
¿Habéis pensado en la contaminación que se originará con los vuelos de aviones privados?
—Si hubiéramos pensado en el medio ambiente, nos habríamos quedado en casa. Todo depende del resultado que se quiera alcanzar en el concurso —dijo Staffan Jordansson.
¿Pensáis compensar por la contaminación?
—Repito, nos habríamos quedado en casa si hubiéramos pensado así.
Deberían pagar más.
—Cuantas menos personas sean, más contaminación hay para repartir —informó Ingvar Jundén del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza.
Lo que quiso decir es que si Charlotte Perrelli utiliza un avión privado debería compensar por la contaminación y por lo tanto pagar más.
—Habría quedado mejor —afirmó Ingvar Jundén.
El avión emite once toneladas de gases por la combustión La emisión de dióxido de carbono de los vuelos en jet privado es de casi once toneladas. Dividido entre cuatro pasajeros, resultan 2,75 toneladas por persona. La distancia recorrida con los vuelos en jet privado es de 6.375 km. Esta distancia equivale aproximadamente la distancia entre Estocolmo y Nueva York. Un vuelo regular de ida entre Estocolmo y Nueva York genera 440 kilos de dióxido de carbono por pasajero. Magnus Swahn de la Red de Transportes y Medio Ambiente, RTM, ha hecho el cálculo para los vuelos de Charlotte Perrelli. El tipo de avión que ha pensado utilizar la reina de Eurovisión a través de Europa consume una media de 427 litros de combustible a la hora, a una velocidad de 845 km por hora.
«Sí, ¿por qué no? Once toneladas son once toneladas», pensó Elisabeth Barakel cerrando el periódico. Se lo puso debajo del brazo y dejó la taza de café a medio beber sobre la mesa.
Cuando salió de la cafetería respiró profundamente el sofocante aire de verano. Era como si dejara el resto de su antigua vida tras de sí. Todo el comportamiento aprendido se quedaba atrás, como si se tratara de migas o pelusas del suelo. Ahora sólo había un objetivo. Una cosa que focalizar. Por fin Elisabeth se apartaba de la tela de araña de obligaciones sociales en las que vivía la gente. La vida era ahora sencilla y bella.
Por fin Elisabeth había encontrado su propio yo.
Pan tostado con caviar de alburno.
Amanda había comprado caviar de alburno sueco por primera vez en su vida en una tienda de la cadena Vi, que estaba al mismo nivel que el metro. Lo había hecho sólo porque una vez oyó decir a Moses que era su plato favorito. En estos momentos había dos trozos de pan francés tostándose en la sartén. Nadaban en la amarillenta grasa. Moses llamaría a la puerta de un momento a otro. Le había enviado un sms cuando salió del metro en Hornstull.
Amanda colocó bien la ensalada en los platos por segunda vez, controló su peinado en el espejo del recibidor y volvió a la cocina. El pan ya estaba dorado por los dos lados. «Ya están», decidió Amanda y los puso en los platos. Cogió el tarro con el caviar, lo miró un poco dudosa, pero extendió las pequeñas huevas sobre el pan. De la nevera sacó una botella de vino blanco y frío. Para ella había comprado agua mineral con gas Ramlösa con sabor a limón. Pero también se sirvió un vaso de vino para que Moses no sospechara nada. Amanda quería elegir el momento adecuado para decírselo. Pero tenía que ser antes de beber unas cuantas copas, como solían hacer. «Puedo hacer ver que me bebo el primer sorbo para que no note nada», decidió Amanda.
Llamaron a la puerta.
La ancha cara de Moses se iluminó cuando Amanda le abrió. Ella, nerviosa, buscó su mirada. Al ver él lo que había sobre la mesa, se echó a reír y preguntó:
—¿Qué celebramos? ¿Te han ascendido?
Amanda se dio cuenta de que tenía que coger el toro por los cuernos y poniéndose seria dijo:
—Tenemos que hablar.
En los labios de Moses murió la sonrisa y sus ojos intentaron leer la expresión en la cara de Amanda. Ella se sentó a la mesa y él enfrente.
—No hay forma más sencilla de decirlo: estoy embarazada.
En la cara de Moses apareció un sentimiento de piedad y, compasivo, dijo:
—Me doy cuenta de que tiene que resultarte pesado.
Un enorme alivio recorrió a Amanda. Moses lo entendía. Aquello lo iban a solucionar juntos.
—He estado pensando en ello todo el día.
Moses le acarició la mejilla con su gran mano y dijo:
—Pobrecita mía. ¿Cuándo has reservado hora? Si quieres, te acompaño.
—¿Reservar hora? —preguntó Amanda desconcertada.
—Bueno, quiero decir para el aborto. —Amanda vio que la expresión conmovida de Moses se transformaba al continuar casi como dando una orden—. Porque piensas abortar, ¿no?
—No, no lo había pensado —respondió Amanda tanteando—. Quería saber primero lo que opinabas tú antes de que decidamos nada.
—Pero, por favor, Amanda. Yo creía que nuestro romance no era nada más que un romance. Trabajamos en el mismo sitio y...
—Ahora no entiendo lo que quieres decir. No es tan raro que los policías estén con policías.
—Sí, pero no en este caso —la interrumpió Moses—. Nunca te he prometido nada y no hagas que sienta remordimientos de conciencia.
Amanda se quedó callada intentando valorar sus contradictorios sentimientos. Pero la desilusión y la pena dieron paso a la furia con las últimas palabras de Moses.
—¿Que yo no haga que sientas remordimientos de conciencia? —gritó Amanda—. Remordimientos, ¿por qué? ¿Porque quiero que te hagas responsable de tus actos? Yo no estaba precisamente sola cuando se trataba de follar.
—Pero, por favor, Amanda, no seas tan vulgar.
—¿Vulgar? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Ya no te interesa?
Amanda cogió su copa de vino y se la tiró a la cabeza a Moses. A éste le pasó a cinco centímetros de la oreja y aterrizó con gran ruido contra la pared. El suelo se llenó de vino y trozos de cristal. Moses se levantó y dejó la servilleta que se había puesto en las rodillas sobre la mesa.
—Me puedes llamar cuando te calmes. Mi oferta se mantiene.
—Tu oferta, ¿para qué? ¿Para quitarle la vida a nuestro hijo?
La última frase la gritó Amanda a una puerta cerrada. Moses ya había abandonado el piso.
El eco de sus pasos se oía en la escalera.
Amanda se desplomó llorando en la silla.
Los platos con las tostadas de caviar de alburno quedaron intactos sobre la mesa.
La madera de la silla era dura e incómoda, pero Nova lo agradeció. Estaba sentada mirando a través de la ventana cerrada. El aire era pesado y sofocante. Las paredes se le caían encima. Fuera se secaban las hojas y los brotes de las plantas. La naturaleza luchaba hasta el final contra el calor. Nova ya no luchaba. Sus pensamientos iban en sentido contrario. «Me lo merezco —pensó—. Si hubiera actuado de otro modo, no habría muerto toda aquella gente.» Nova miró con odio su propia mano que estaba sobre su rodilla. Justo al lado sobresalía la esquina angulosa del alféizar de la ventana. La voz oscura de Trent Reznor se deslizaba a lo largo de sus deambulantes pensamientos.
I hurt myself today
to see if I still feel.
I focus on the pain
the only thing that's real.
Nova apretó sus blandas venas de la muñeca contra el canto. Funcionaba. Sentía que era auténtico. Todo el dolor se canalizaba en el brazo. Apartaba todo lo demás. Apretó más y más fuerte. Ahora no quedaba lugar para la angustia. Todo se resumía a la palpitante sensación en la muñeca.
Las palabras de Trent Reznor continuaban en la
cabeza
de Nova:
What have I become?
Nova se hizo a sí misma las preguntas. Se le quedaron fijadas. Se las repetía una y otra vez. ¿En quién se había convertido? ¿En qué se había convertido?
Al cabo de un instante se sintió como si estuviera fuera de su cuerpo. Vio la habitación en la que estaba encerrada, sus pantalones sucios y sus dedos, que cada vez tenían un color más blanco. De las muñecas se filtraba una delgada corriente de sangre. Delante de ella estaba sentada una mujer cobarde que preferiría un intento patético de quitarse la vida antes que hacerle frente al problema. Era su obligación. Sólo ella podía hacerlo.
Nova apartó el brazo del afilado canto y paró la sangre con la otra mano. Al cabo de unas pocas horas la herida estaría cicatrizada.
Nova tenía la obligación de vivir.
Sentado en una silla a treinta y tres metros sobre el nivel del mar, Peter Dagon admiraba la ciudad de Estocolmo, donde estaba anocheciendo. Al fondo, la iluminación del ayuntamiento se abría paso a través del atardecer y se reflejaba en el agua tranquila de la ría Mälaren. Delante de la isla Kungsholmen se extendía el islote de Riddarholm. Peter Dagon sabía que todavía había restos del claustro de los hermanos grises debajo de la gran construcción de ladrillo de la iglesia. En el islote sólo vivían dos personas y Peter Dagon era una de ellas. Los viejos palacios, el archivo y el Parlamento estaban vacíos por la noche. Sin embargo, Peter Dagon no estaba allí sino que se encontraba en el bar Gondolen esperando a Moses.
En la mano tenía un Cosmopolitan Ginger que el jefe calvo del bar le había preparado en cuanto lo vio acercarse por el llamativo suelo de madera clara y oscura del local.
Unas sillas más allá había dos rubias que, a pesar de tener aspecto de poseer abultadas cuentas corrientes, vestían casi igual. Peter Dagon estaba completamente seguro de que vivían entre las calles Karla, Narva, Strand y Sture. «Las hijas de los hombres pueden ser bellas —pensó Peter Dagon—, pero cuanto más bellas, más simples.» Las rubias miraron hacia él. Peter Dagon volvió la cabeza. Aquella noche no estaba interesado. Tenía cosas más importantes en las que pensar.