En la reunión se decidieron dos cosas: que Morgan sería apartado del caso y que Amanda, a partir de ese momento, dispondría de tres personas más, además de Andreas Fahlén, el secretario de prensa del jefe provincial de la policía. De momento, se haría cargo de los contactos con los medios de comunicación, a lo que Amanda no puso ningún reparo. Ahora podría seguir trabajando sin que la molestaran y, además, le daban más personal que, probablemente, no iría por ahí disparando a la ligera.
El siguiente paso fue ponerse en contacto con el grupo interno de la policía que colaboraba con SL, la compañía de transportes municipales, con las cámaras de vigilancia. A lo largo del año 2007, SL había instalado tres mil seiscientas cámaras todas unidas en una red llamada Tubnet 3. Estas cámaras sustituían las que había instalado la policía en una decena de estaciones en los años sesenta. El gigantesco proyecto de vigilancia se llamaba Proyecto de Seguridad y se hacía en colaboración con los servicios de rescate y la policía de Estocolmo. SL tenía un gran interés económico, ya que dedicaban millones a la limpieza de grafitis cada año y la policía quería tanto prevenir delitos como obtener pruebas. Dado que Amanda estuvo involucrada en el proyecto, lo conocía bien y esperaba conseguir que las cámaras le indicaran adónde se fue Nova después de que sacara del banco la importante suma de dinero.
La mujer a quien le habían disparado había explicado que Nova bajaba hacia la plaza Sergel cuando le dio el billete y había muchas posibilidades de que Nova continuara hasta el metro. Amanda cogió el móvil y llamó a Kent para que se responsabilizara de las cintas de la estación y las pudiera sacar de allí con ayuda del grupo encargado de las imágenes. Amanda quería estudiar más a fondo los antecedentes de Nova. Ése iba a ser un buen día de trabajo. Amanda se sentía más fuerte después del apoyo de los de arriba. Incluso podría haber tiempo para una reunión con el nuevo grupo.
Al salir de la jefatura, el móvil de Amanda emitió una señal y apareció un mensaje de Moses. «Qué raro, nunca nos llamamos para cosas privadas durante el día», pensó. Aceptó el mensaje y vio que le preguntaba si quería bajarse una señal de llamada. «Éste no es su estilo», pensó Amanda, pero aceptó. Cuando salió a la calle ya estaba descargada por completo y Amanda escuchó
The Final Countdown,
interpretado por la rana
Crazy Frog
. «Moses se debe de haber dado un golpe en la cabeza», pensó Amanda sonriendo mientras entraba en su Golf.
Klas Granquist ya esperaba junto a una ventana del Wayne's Coffee. Como contraste con los demás clientes que tomaban café con leche,
frapino
y té Chai, él bebía una simple taza de café negro. Unas migas en el plato que tenía al lado delataban que antes había un bollo de canela. Amanda se dio cuenta de inmediato de quién era. Después de haber trabajado quince años en la policía, reconocía a uno de ellos en cuanto lo veía. Aunque esta vez no fue muy difícil. Era el único hombre de bastante más de cuarenta años. «Me voy a jubilar para año nuevo», le había dicho por teléfono.
Cuando Amanda bromeaba con los amigos solía decir que había dos clases de policías que se jubilaban. Los que no saben qué hacer y se mueren al cabo de un año y los que se hacen con un perro y se van con su mujer a vivir a Málaga. Klas parecía de la segunda versión, con su sonrisa jovial y aquel brillo en los ojos.
Llevaba una barba gris corta y arreglada. Una barriga algo abultada demostraba su gusto por la comida. «Este hombre podría hacer que el peor de los delincuentes se sintiera a gusto», pensó Amanda.
Klas Granquist se levantó en cuanto cruzó su mirada con la de Amanda y fue a saludarla con una mano seca pero cálida. Ella se la estrechó aunque hizo un gesto explicativo hacia la barra. Pensaba tomar una ensalada ligera, pero cuando vio los
focaccia
en fila en el estante de arriba no se pudo contener. El apetito que sentía en el estómago era irresistible.
—Un
focaccia
con jamón de Parma y mozzarella —pidió.
Después de pagar se dirigió hacia Klas Granquist, que estaba sentado a una mesa junto a la ventana.
—He oído hablar de ti —fue lo primero que dijo.
—El mono de feria —respondió Amanda sonriendo.
—Perdona, no he querido decir eso —se excusó Klas Granquist, y parecía muy sincero disculpándose.
—No, si te entiendo —dijo Amanda, y pasó a hablar del asunto que les ocupaba para quitar tensión.
No había sido su intención enrarecer el ambiente y estaba acostumbrada a que la reconocieran. Cuando empezó en la Escuela de Policías era una rareza. Entonces no había una jefe provincial de la Policía y pocas mujeres patrullaban por la ciudad. Actualmente, una tercera parte de las solicitudes para la Escuela era de mujeres y las recién instruidas eran más valoradas que cuestionadas. Así que ahora se tomaba como un cumplido que la reconocieran y aquello facilitaba notablemente su trabajo. Mejor que la reconocieran a que no lo hicieran, razonaba Amanda.
—Háblame de Nova Barakel —pidió.
—Como ya sabes, atacó a su violador. Entonces yo no supe si admirarla o tenerle miedo. Sólo tenía quince años, pero consiguió hacer puré de un hombre adulto.
—¿Cómo lo hizo?
—No supimos exactamente lo que había ocurrido, pero el informe de la autopsia indicaba múltiples derrames tanto en la cabeza como en el abdomen. Incluso tenía una parte del cráneo hundido. Murió porque el cerebro se le inflamó y los médicos no pudieron hacer nada hasta que fue demasiado tarde. Durante un tiempo trabajamos con la teoría de que alguien la había ayudado y que ella protegía a esa persona.
—¿Era así?
—No lo pudimos probar.
—Pero ¿qué decía Nova de todo ello?
—Primero no dijo nada. Ella también salió malparada con una herida importante en el cuello. Después, sólo dijo que se había puesto furiosa porque le manoseó los pechos.
—No sólo le manosearía los pechos.
—No, pero de alguna manera aquello fue lo que la encendió. No querría yo que se enfureciera conmigo.
Amanda pensó en la cicatriz que tenía Nova de lado a lado del cuello y preguntó:
—Si estaba gravemente herida, ¿cómo es que consiguió matar al hombre?
—Yo me pregunto lo mismo. El personal de la ambulancia la recogió a cinco metros de él. Completamente ida. Había perdido un montón de sangre y si hubieran llegado media hora más tarde, quizá no se habría salvado.
—Entiendo que no la condenaran por nada —comentó Amanda.
—No, el fiscal recurrió pero tenía un abogado que era un auténtico diablo. Su propia madre, Elisabeth Barakel.
—¿Crees que podría volver a matar? —preguntó Amanda.
Klas Granquist reflexionó un momento. Se veía que sopesaba sus palabras. Después respondió:
—Sí. Si la acorralan en un rincón, se defenderá.
—¿Sólo en ese caso?
Klas Granquist se encogió de hombros en un gesto de no saber qué responder.
Nova no podía verse la mano. Estaba oscuro como boca de lobo. El aire era cálido, dulce y la envolvía. Una brisa suave jugaba con las copas de los árboles. Aparte de eso, no se oía nada más que su propia respiración. A pesar del calor, el otoño se aproximaba a pasos agigantados. El reloj le había sonado a las once de la noche, tras unas horas de sueño ligero. El último metro pasaba a las doce y media y pensaba cogerlo. Hasta allí había varios kilómetros de bosque oscuro. Nova no veía aquello como un problema ya que tenía muy buenas dotes para la orientación, con mapas y brújula, y además ésa era una de sus mayores aficiones. Estaba en su elemento y tras la compra insensata en Playground, tenía todo cuanto necesitaba: Suunto X9, un reloj con GPS y algo llamado función
find-home
. «Eso es trampa», pensó. En situaciones normales tenía suficiente con un mapa y una brújula.
A la luz de la linterna desmontó la tienda y recogió cuidadosamente todas sus cosas para meterlas dentro de la mochila. Luego la escondió entre la roca y un abeto poco llamativo. Las bolsas de plástico de la comida del día se las puso debajo del brazo. Tenía muy fresca en la memoria las imágenes de la campaña inglesa contra las bolsas de plástico, en especial, una se le había quedado grabada: una cigüeña que estaba completamente envuelta en una bolsa transparente. Lo único que tenía fuera era el pico.
En una reunión habían discutido si Greenpeace haría la misma campaña en Suecia, pero decidieron dedicarse a los transportes. Los suecos no tiraban demasiadas bolsas en la naturaleza y la emisión de dióxido de carbono disminuiría notablemente más si el transporte de la comida cambiara que si la cantidad de bolsas de plástico fuera menor. Sentía aquella discusión muy lejana en esos momentos, a pesar de que había tenido lugar la semana anterior.
Inició su camino en la oscuridad.
La linterna marcaba una estrecha senda de luz.
Si hubiera sido de día, habría ido directamente a través del bosque, pero en la oscuridad corría un gran riesgo de tropezar y torcerse el pie y eso no se lo podía permitir. Así que eligió uno de los caminos más anchos que de día estaba lleno de corredores, ciclistas y transeúntes. Ahora estaba completamente vacío, pero olía a musgo y a árboles viejos por todas partes. Nova, en otras circunstancias, habría disfrutado del rápido paseo, pero en aquellos momentos se sentía presionada y nerviosa.
Llegó veinte minutos antes de que saliera el metro. Dado que era el último de la noche, había querido tener margen. Un vociferante grupo de jóvenes que había bebido bastante estaba en la otra punta del andén. Nova pensó que eran unos críos cuando dos de ellos se pusieron a darse empujones como dos gallitos. Aunque seguramente sólo les llevaba dos o tres años, mientras se sentaba en un banco a esperar, pensó: «Joder, qué vieja me siento.»
Luego sus cavilaciones se fueron hacia la visita que había hecho a la biblioteca municipal. En una hora le dio tiempo a leer la mayor parte del material que el bibliotecario había encontrado sobre nefilim y se dio cuenta de que era difícil saber qué era verdad y qué era mentira. También había comprendido que era casi imposible saber el origen de los textos y relatos. La misma frase sobre nefilim había sido traducida de diferentes maneras a lo largo de miles de años. Por una mala interpretación, en una antigua versión griega la palabra había sido traducida como «gigantes», que después pasó a una serie de traducciones europeas. Incluso en las leyendas de la Edad Media había relatos sobre un gigante que iba en el Arca de Noé. Si se analizaba la raíz de la palabra, nefilim podía interpretarse como «los caídos» o «los expulsados».
A Nova se le ocurrió que quizá fuera algún tipo de mafia que había adoptado el nombre de nefilim y que su madre podía estar implicada hasta las orejas. Nova sabía que algunos de sus clientes eran más o menos turbios y que sus negocios podían ser lucrativos pero peligrosos. «Mi madre quizá ha sido asesinada por la mafia y ahora quieren acabar conmigo también», pensó Nova.
El metro traqueteó al entrar en la estación y poco después Nova se subió en él.
Amanda miró con asco el bolso que estaba tirado en un rincón de su piso. Dos semanas atrás se había sentido atraída por él, pero ahora la situación era diferente. La cuenta corriente estaba vacía, el recipiente con las monedas, limpio, y no cobraría el sueldo hasta dentro de unos días. Sólo había dinero en un sitio, en el bolso, y allí no quería mirar.
Cogió aire y aguantó la respiración. Después levantó el bolso y lo llevó a su pequeñísimo baño. Lo abrió con rapidez. Una parte del contenido de su estómago se había secado y otra se había florecido. Entonces se dio cuenta de que había calculado mal. El cerebro empezó a señalar falta de oxígeno, así que no podía aguantar más la respiración. Todo lo que había allí acabó en el lavabo. Cartera, pinturas y recibos, mezclados con los restos del estómago de Amanda. Tenía que volver a tomar aire.
No debería haberse quedado en aquel habitáculo tan pequeño. Una peste ácida le dañó las fosas nasales. Se vio obligada a darse la vuelta y toda la cena acabó en la taza del váter. Cuando el cuerpo se le recompuso un poco, fue a la cocina a buscar una bolsa de plástico. Esta vez respiró hondo antes de volver a entrar en el baño. Rápidamente lo recogió todo y lo metió en la bolsa, todo menos la cartera. La abrió con asco y dejó que los billetes se posaran en el lavabo junto con el carnet de conducir y la tarjeta del gimnasio Sats. El resto pasó a la bolsa y luego la cerró cuidadosamente.
Amanda asomó la cabeza por la puerta, volvió a tomar aire y abrió el grifo para enjuagar los billetes y las tarjetas. Ahora el aire era soportable y podía respirar con normalidad. Lavó un billete tras otro y los colgó en el toallero. Los tubos calientes los secaron en un momento.
El malestar volvió a aparecer.
«He tenido mejores días», pensó Amanda.
Nova echó un vistazo al doblar la esquina.
La casa parecía en silencio y estaba a oscuras.
Con sus ventanas negras y vacías parecía mirar a Nova de forma hostil.
Se sentía fatal. A la vista no había ningún policía, pero se dio cuenta de que tenía miedo de entrar. Ya no la sentía como su hogar, a pesar de que sólo hacía dos noches que no dormía allí. Miró hacia ambos lados de la calle, se acercó a la casa medio agachada y metió la llave en la cerradura. Giró dos vueltas sin protestar.
Nova abrió la puerta y entró.
Se quedó parada de golpe.
Había algo en la atmósfera, un olor.
Algo que no debía estar allí.
Nova estaba a punto de darse la vuelta e irse, pero se calmó. «Claro que hay algo diferente. La casa entera ha estado llena de policías», pensó. Cuando cerró la puerta vio la cámara de vigilancia. Todavía funcionaba. «Tengo que borrar la película», anotó Nova mentalmente y se adentró en el recibidor.
«No sabía que la policía le hacía la limpieza a la gente», pensó cuando descubrió que el montón de trozos de marcos y lienzos había desaparecido. Intentó sonreír por su propio comentario, pero no lo consiguió.
Definitivamente, algo no andaba como debía.
Nova se obligó a continuar. No podría justificarse a sí misma que se rindiera sin más. Su objetivo era el despacho. Allí iría. Por todas partes había rastros del avance de la policía; una alfombra estaba tirada a un lado, habían movido una silla y los libros de la biblioteca estaban amontonados en el suelo.
Nova se volvió dos veces en la escalera. Sentía como si alguien la estuviera mirando desde abajo, pero cuando la luz de la linterna alumbraba hacia allí, no había nadie. «Voy a vender esta puta casa», decidió.