Ángel caído (14 page)

Read Ángel caído Online

Authors: Åsa Schwarz

Tags: #Intriga, policíaco

BOOK: Ángel caído
9.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

Un plan había empezado a tomar forma en su cabeza.

Salió a la calle hacia Centralen, la estación central de ferrocarril. De paso entró en una farmacia y compró tiritas y vendas. La siguiente parada fue en el lavabo del McDonald's. Arrugó la nariz cuando abrió la puerta del servicio. El uso de cientos de personas el último día había dejado un rastro considerable. El personal parecía no tener tiempo de limpiarlo.

La papelera estaba a rebosar de compresas manchadas de sangre, papel húmedo y otra basura que colgaba de los bordes y en el suelo. En una esquina había un condón usado. La taza del váter estaba salpicada y Nova prefería no pensar en si era agua u otra cosa.

Colgó la bolsa de Åhléns en un gancho y se quitó el abrigo. Todo el forro estaba chorreando de sangre. Lo dejó en el suelo y después le siguió el tejano y la camiseta, tras lo cual se examinó detenidamente. En las heridas superficiales la sangre había empezado a coagularse y los cantos ya se estaban cerrando. La herida profunda del muslo dejaría pronto de sangrar. Sólo tuvo que utilizar una de las vendas que había comprado. El resto acabó en la mochila.

Nova se puso la ropa que acababa de comprar. Los pantalones eran muy extraños. Cuando los miró con mayor atención se dio cuenta de que eran para embarazadas. Cogió el gastado cinturón de los tejanos que se había quitado y se apretó los nuevos con él. Quedaron bastante bien sujetos. El jersey de colores alegres parecía una tienda de campaña, pero escondía la falta de forma de la parte superior de los pantalones. De uno de los bolsillos del tejano roto que estaba en el suelo, sacó una barra de maquillaje y mejoró la apariencia de la cicatriz debajo de la barbilla. Nova se miró con detenimiento en el espejo. «Qué mierda de aspecto que tengo», constató, pero se encogió de hombros y salió de prisa de allí. Tras de sí quedó la ropa ensangrentada.

Cuando salió del servicio se dio cuenta de que tenía hambre. Debía comer algo pronto, pero no se le ocurriría ponerse en la cola del McDonald's. Iba en contra de sus principios. McDonald's era la cadena más grande de comida rápida del mundo, el comprador más grande de carne de ternera y uno de los más grandes de carne de cerdo y pollo. El metano que emitía la ganadería criada para la industria de la carne era un importante factor que contribuía al calentamiento global.

A pesar de que McDonald's, en sus documentos oficiales, afirmaba que no compraba carne que contribuyera a la destrucción de bosques tropicales, era sin embargo uno de los peores devastadores del Amazonas. Probablemente en los documentos olvidaban señalar que los pollos que compraban habían comido grandes cantidades de brotes de soja, cultivada en lugares donde antes había bosque. El setenta y cinco por ciento de la producción de dióxido de carbono de Brasil y su aportación al efecto invernadero lo producían los incendios provocados para hacerles sitio a los cultivos. Una superficie equivalente a un campo de fútbol era devastada cada ocho segundos, solía replicar Nova siempre que podía.

Además, la alternativa machacada de la hamburguesa para vegetarianos era incomestible. «McBean, lana especiada», pensó mientras salía a toda prisa del restaurante.

Nova inspeccionó detenidamente la estación central; la gente esperaba a sus amigos y parientes y se apoyaba en la barandilla que rodeaba la «escupidera», el agujero redondo por el que se veía la planta del metro: una red de metal ligero y armadura caía hacia abajo desde el techo en forma de arco. En el lugar que antes estaban los raíles por donde pasaban los trenes de la gran estación, había ahora suelo de terrazo. La gente, vestida con ropa clara de verano, cargaba maletas y maletines, y alguna que otra paloma revoloteaba a través del local.

No había policía a la vista.

Lo que Nova iba a hacer debía hacerse de prisa. Había pensado correr todo lo que le fuera posible de objetivo a objetivo. Lo haría sin comer nada. Nova cogió un número y se quedó esperando su turno. Un vigilante con un pastor alemán pasó mirando a los viajeros. Nova le dio la espalda.

Al cabo de seis minutos le tocó a ella.

—Un billete de ida a Copenhague —pidió y pagó con su tarjeta.

El tren salía en treinta minutos.

En cuanto tuvo el billete en la mano se dio la vuelta y corrió todo lo que pudo. El vigilante buscó la mirada de la cajera para saber si había motivo para correr detrás, pero por lo visto no lo había. Sólo se encogió de hombros en un gesto interrogante.

La ropa de Nova absorbía el aire húmedo mezclado con el sudor y en las axilas se le formaron grandes manchas cuando subía corriendo la escalera que llevaba a la calle Klaraberg. Nova dejó atrás rápidamente la peste a orín de la escalera y lejos oyó el sonido de sirenas que se acercaban. Volvió a pasar delante del macizo edificio marrón de los almacenes Åhléns, del que colgaban unas banderolas de L'Oreal a lo largo de varias plantas. Una grúa se llevaba un Volvo negro de la parada del autobús.

En la plaza de Sergel atravesó por entre un montón de gente que paseaba. En la cara sintió una nube de gotas de agua de la fuente. Al fondo estaba la escultura alta de cristal y la moderna fachada de la casa de la cultura, Kulturhuset. Su camino acabó en la oficina del Banco SEB. Sin aliento y sudada, rellenó un impreso para sacar dinero. Delante tenía a mucha gente, según vio por el número que cogió, y al cabo de un momento Nova temblaba de frío por el aire acondicionado, pero la adrenalina de su cuerpo le hacía reprimir la sensación.

Cuando llegó su turno se fue rápidamente a la caja con el impreso en la mano. La cajera, una señora mayor, primero lo cogió pacientemente, pero dio un respingo cuando miró el impreso con más detenimiento. Después observó a Nova y de nuevo el impreso.

—Se tiene que avisar con antelación cuando se quieren sacar más de treinta mil coronas —le informó.

—¿Por qué? —preguntó Nova.

—Por motivos de seguridad, en la agencia no tenemos tanto en metálico. Desde luego no...

La cajera miró hacia el impreso y leyó:

—... ciento cincuenta mil coronas.

—Y ¿cuánto tenéis? —quiso saber Nova.

La cajera la miró con cara de desaprobación y se puso a teclear el tablero del ordenador.

—Primero voy a ver si tienes saldo —le explicó.

Nova sentía cómo la irritación le iba en aumento. «Me pregunto si me hubiera tratado así si hubiera sido un hombre maduro», pensó.

La cajera miró su pantalla. Después se inclinó hacia adelante y la observó más de cerca. Finalmente, se dirigió hacia Nova y le dijo:

—Voy inmediatamente a averiguarlo.

La cajera se fue de prisa a las oficinas internas del banco. Un hombre vestido con un pulcro traje negro asomó por la misma puerta por donde la cajera había entrado. Estudió a Nova de arriba abajo y después su cabeza desapareció.

Cinco minutos más tarde volvió la cajera con un sobre blanco tamaño A4 con el logotipo del banco.

—Con un poco de esfuerzo hemos conseguido ciento cincuenta mil —dijo inclinándose hacia adelante en referencia al sobre.

Nova miró el sobre blanco, casi brillante. Después vio que en los estantes al lado de la caja había un montón de sobres marrones hechos con papel reciclado.

—Preferiría uno de ésos —pidió Nova señalándolos con la cabeza.

La cajera miró a Nova como cuestionando su petición, pero cogió uno de los sobres marrones y lo miró.

—Éste es nuestro antiguo logo. En realidad los tenemos que tirar.

—A mí no me importa vuestro logo —respondió Nova con sinceridad.

Se veía claro que la cajera no estaba de acuerdo, pero sacó el dinero del sobre blanco, lo contó para que Nova pudiera verlo y lo metió en uno marrón. Nova cogió el dinero y lo introdujo en la mochila.

Después, se fue corriendo de la oficina.

La cajera la miró intranquila.

Etapa uno, realizada.

El teléfono móvil sonó justo cuando Amanda iba a atacar a Arvid con otra lluvia de preguntas. La llamada bien valía la interrupción. Nova había utilizado su Visa en Centralen. Amanda cogió el bolso del año anterior, ya que el nuevo, que estaba tirado en un rincón de su piso, apestaba y nunca volvería a ser el de antes. Le faltó voluntad para tirarlo, pero en realidad sabía que tarde o temprano se vería obligada a hacerlo.

Tardó dos minutos en sentarse detrás del volante. Otro coche ya iba de camino. Tardó cinco minutos más en llegar y frenar en la calle Vasa delante de la entrada principal de Centralen. Amanda pasó corriendo a través de las puertas y de la estación hasta las cajas. Allí ya estaban dos de sus compañeros, Kent y Morgan, hablando con una de las cajeras. Amanda sacó una foto de Nova y se la enseñó.

—Sí, fue ella la que utilizó la tarjeta —confirmó la cajera asintiendo con la cabeza para reforzar lo que decía.

—¿Qué es lo que compró? —preguntó Amanda forzada.

—Un billete a Copenhague.

—¿A qué hora sale el tren?

La cajera miró el enorme reloj que había en la pared y dijo:

—Dentro de quince minutos.

Amanda se enteró del vagón y del asiento y salió corriendo hacia los andenes con sus compañeros. Cuando salieron al aire libre le dolía el estómago. «Tengo que ir al médico si esto continúa así», pensó mientras se apretaba el costado y respiraba fuerte. Al mismo tiempo estudió los alrededores. El andén estaba lleno de pasajeros que esperaban, pero el tren aún no había llegado. Nova no se veía por ninguna parte.

Amanda les hizo una señal a sus compañeros para que se mantuvieran en el fondo. Esperarían a Nova. Dentro de un cuarto de hora la detendrían.

Nova aminoró la marcha cuando tomó la calle Drottning. Un hormiguero de gente pisaba las piedras blancas y negras de la calle peatonal. Las banderas con todos los colores del arco iris estaban sujetas entre las casas. Pero no fue la gran cantidad de gente la que impedía que siguiera su camino. Era la primera vez desde aquella noche que pasaba por delante del piso del presidente de Vattenfall y quería darse la vuelta y desaparecer de allí, pero no podía. Una lucha se estaba librando en la cabeza de Nova. Al final, tomó una decisión. Tragó saliva y echó a andar todo lo de prisa que pudo pasando de largo por delante del edificio y del Seven-Eleven sin fijarse en ninguno de los dos.

En seguida llegó a su destino: Playground, una de las mejores tiendas para los entusiastas del aire libre. Había estado allí muchas veces antes, pero sólo había comprado cosas pequeñas. Ahora iba a comprar media tienda. Nova abrió la puerta y se dirigió hacia el primer dependiente que vio. No sólo era el que estaba más cerca, sino que también parecía que realmente le interesaba el deporte; llevaba el pelo largo y alborotado, jersey Houdini y un par de pantalones de la misma marca. El cuerpo delgado pero musculoso hizo que Nova supusiera que habitualmente hacía escalada.

—¿Podrías ayudarme a elegir un equipo de acampada? —preguntó.

—¿Dónde y cuándo lo vas a utilizar? —preguntó el supuesto escalador.

—Como en Estocolmo y ya mismo.

Nova fue conducida hacia el interior del local hasta una tienda de campaña de color naranja y rojo que estaba montada.

—Marmor Earlylight, para dos estaciones del año y dos personas. Dos ábsides, dos arcos. Dos coma cinco kilos.

—¿Hay algo para una sola persona?

—Marmor también tiene una que se llama Eos para una persona. Uno coma cinco kilos.

—Entonces cojo ésa.

El escalador miró sorprendido a Nova por su rápida decisión, pero se repuso con rapidez y se fue a buscar una tienda empaquetada. Cuando volvió preguntó:

—¿Esterilla?

Nova asintió con la cabeza y el dependiente la dirigió hasta un montón de esterillas que colgaban en una de las paredes. El escalador señaló una y dijo:

—La mejor es Exped Downmat 9, esterilla rellena de plumón que se hincha con ayuda de un artilugio incluido. Un kilo.

—Me la quedo.

En ese momento el escalador no pudo por menos que echarse a reír.

—¿Tienes prisa? —preguntó.

—No te lo puedes imaginar —respondió Nova.

Nova salió de la tienda veinte mil coronas más pobre y con una mochila al hombro. La ropa que había comprado en Åhléns la había tirado en una bolsa de basura de Playground. Ahora llevaba puesta una camiseta de color verde marca Haglöfs, un par de pantalones de deporte suaves pero que le quedaban bien y una gorra. En el paquete también llevaba una muda y una chaqueta ligera. Se había quedado con sus zapatillas deportivas gastadas, puesto que por experiencia sabía que en lo referente a los zapatos y a la hora de la verdad era mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Había llegado el momento de la verdad.

Se caló bien la gorra hasta la frente tras meter en ella las rastas rebeldes. Después entró en una de las muchas agencias de viajes de la calle Svea y compró un viaje a Londres con la Visa. Normalmente, Nova evitaba comprar billetes de avión y para aliviar su conciencia también compró lo que se llamaba «neutralizador del clima». Ida y vuelta a Londres daba 0,62 toneladas de dióxido de carbono y Nova pagó ciento setenta y cinco coronas para patrocinar el proyecto de neutralización del clima en la misma proporción. «¿Será mentira?», pensó, pero no tenía tiempo de estudiar a fondo los datos e informes como solía hacer. Por primera vez en su vida Nova tenía más dinero que tiempo. «Otro día», decidió y continuó con su plan.

Etapa dos, realizada.

Cuando el tren iba a salir, ni Amanda ni sus dos compañeros le habían visto el pelo a Nova. Decidieron subir a bordo, Amanda en un extremo y sus compañeros en el otro. Inspeccionarían todo el tren sistemáticamente. Abrieron lavabos, miraron en el compartimento del personal y controlaron pasajero tras pasajero. Amanda consiguió hacer enfadar a una señora que se había tapado la cara con una chaqueta para poder dormir.

—Es que no la pueden dejar a una tranquila —masculló.

El tren pasó la población de Fleminsberg cuando sonó el teléfono. Esta vez Amanda se enfadó en lugar de exaltarse. Nova había utilizado la tarjeta en la calle Svea después de que el tren hubiera salido. Tenía que haber cambiado de opinión porque esta vez había comprado un billete de avión y además había sacado una buena suma al contado del banco SEB que estaba en la plaza Sergel. El avión de Nova salía al día siguiente. Amanda le dio una patada a la pared del vagón con su sandalia de tacón y gritó:

—¡Joder!

Sintió un dolor agudo que le recorría la pierna desde el dedo gordo.

Other books

Slate's Mistake by Tigertalez
And Then There Were None by Agatha Christie
Sweet Sins by E. L. Todd
The Mercury Waltz by Kathe Koja
Such Men Are Dangerous by Lawrence Block
Candy Kisses by Marie, Bernadette