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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (47 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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—Dirección suroeste, señor —dijo Buckle.

—Muy bien.

Bolitho observó las cercanas tierras del cabo Charles perdiendo su color de bronce sobre el horizonte cuando el sol desapareció al fin tragado por una línea de colinas.

—Puede prepararse para entrar en acción, señor Tyrrell. Más vale prevenir que curar.

Se preguntó por un momento en qué pensaría Farr mientras viraba para seguir la sombra del
Sparrow
hacia la oscura masa de tierra. Duda, arrepentimiento, incluso desconfianza. No podía culparle. Estaba oscuro como la boca del lobo.

Sintió que las tablas temblaban bajo sus pies, ante los marineros que corrían, y el estruendo de los paneles al ser abatidos y el jaleo de las plataformas en las que se disponían los tacos y los cañones. Esa era otra de las diferencias que había encontrado en el
Sparrow
. Incluso prepararse para entrar en acción daba la impresión de una cierta intimidad que faltaba en los navíos de guerra. En el
Trojan
los hombres se hubieran precipitado a la cubierta, avisados por el amortiguado resonar de los tambores y el estrépito de una corneta. A menudo ni siquiera conocía a los que no pertenecían a su misma división o no compartían la guardia con él; pero allí aquello resultaba completamente diferente. Los hombres se saludaban unos a otros mientras se apresuraban a sus puestos, una sonrisa aquí, un breve roce de manos allí. En muchos sentidos, eso hacía que una muerte resultara mucho más difícil de aceptar, y el grito de un hombre demasiado familiar como para pasarlo por alto.

—Preparados para entrar en combate, señor.

—Bien —Bolitho se aferró a las redes y observó las finas crestas de espuma más allá de la amura—. Altere el rumbo otro punto más.

—Sí, señor —Buckle murmuraba con sus timoneles—. Sur-suroeste, señor.

—Manténgala así.

Se movió sin descanso bajo la gran vela de trinquete, viendo el leve resplandor de la luz junto al compás. Ya habían aparecido muchas estrellas en el cielo aterciopelado, y la luna surgiría en el agua en unas pocas horas, pero para entonces ellos debían estar ya en la bahía.

Tyrrell se unió a él junto al timón.

—Es un sentimiento extraño. Mi hermana no debe estar a más de cincuenta millas de donde yo me encuentro. Todavía puedo recordarlo claramente. El río York, el lugar cerca del bosque donde solíamos jugar de niños… se volvió y añadió de manera cortante.

—Déjela que se abata un punto, señor Buckle. Señor Bethune, llévese a algunos hombres y oriente de nuevo la verga de proa —esperó hasta que se sintió satisfecho con el barco y el modo en el que se acercarían al siguiente cabo y continuó—. Después de todo, sí que es una situación extraña.

Bolitho le dio la razón. Durante las primeras semanas no había pensado demasiado en Susannah Hardwicke. Ahora, mientras se imaginaba a la chica desconocida fuera, en la oscuridad, más allá del resplandor del fuego de cañón, se dio cuenta de hasta qué punto sus vidas se habían unido: la hermana de Tyrrell y el secreto deseo de Graves. El duelo de honor de Dalkeith que le había costado la carrera y casi la vida. ¿Y él? Se sorprendió de que aún no pudiera acordarse de ella sin dolor y sin un sentimiento de pérdida.

—Cuando miró de nuevo comprendió que el cabo Charles se había confundido con las sombras. Una rápida mirada a Tyrrell le dio de nuevo confianza. Parecía relajado, incluso feliz, mientras se mantenía en pie en un lugar desde el cual podía ver el compás y las velas desplegadas; de no haber sido por la traicionera lengua de tierra hubieran podido navegar tranquilamente entre los cabos con unas cuatro millas o más a cada banda.

—Debemos cambiar el rumbo de nuevo, señor, con su permiso —dijo Tyrrell.

—Dejo el barco en sus manos.

Tyrrell sonrió.

—¡Señor, sí, señor! —llamó a Buckle—. ¡Rumbo al noroeste! ¡Bolina franca! —entonces formó bocina con las manos y aulló:— ¡Hombres a las brazas!

El
Sparrow
dirigió su proa hacia tierra, mientras los hombres tiraban de las brazas. Varias voces sonaron en la oscuridad, y sobre las cubiertas las pálidas formas de los brazos y las piernas se movían nerviosamente cerca de las vergas.

—¡Noroeste, señor! —Buckle echó una ojeada a las velas al viento cuando el barco viró aún más sobre la amura de estribor.

Tyrrell cojeaba de un lado al otro, agitando el brazo para atraer la atención de un hombre o enviando a voces a otro para que pasara sus órdenes hacia proa, donde Graves se encontraba igualmente ocupado.

—¡Muy bien, muchachos! ¡Manteneos así! —ladeó la cabeza, como para escuchar mejor el coro de obenques y de las drizas que vibraban—. ¡Está respondiendo bien!

Bolitho caminó hasta la banda de barlovento y sintió la espuma fría sobre su cara. Tyrrell había pasado una y otra vez por esos cabos en la goleta de su padre. Quizá ese recuerdo, o el saber que su hermana se encontraba ahora a salvo y cercana, le habían hecho olvidar el objeto de su misión, el peligro que corrían a cada minuto que pasaba.

—¡Rompientes en la amura de barlovento! —el vigía parecía nervioso.

—¡Un cuerno, rompientes! —dijo Tyrrell—. Será la lengua de tierra —sus dientes brillaron en la oscuridad—. Va como una flecha, lo digo yo.

Bolitho sonrió al verlo tan emocionado. Un cuerno. Había empleado exactamente la misma expresión y el mismo tono cuando había atravesado con su espada al hombre que casi le había matado junto al estanque.

La inmensa y apabullante forma del cabo Henry se confundía con las sombras en amura de babor, y por un breve instante a Bolitho le pareció que se acercaban demasiado, que el viento les había arrastrado más allá de lo que Tyrrell hubiera permitido.

Llevó sus ojos al lado opuesto, y a través de la espuma y de la distancia que le separaba de la costa vio una porción blanca de tierra que oscilaba. La lengua de tierra se encontraba claramente indicada por un remolino de agua que rompía contra ella, pero si Tyrrell había calculado mal la distancia ya resultaba demasiado tarde para evitarlo.

—Una vez vi cómo un barco alemán estupendo se iba a pique aquí —gritó Tyrrell—. ¡Se rompió por la mitad!

—Eso es de lo más alentador —murmuró Buckle.

Bolitho volvió la vista hacia la popa.

—Espero que el
Heron
haya visto nuestra entrada.

—Entrará bien —Tyrrell corrió a un costado y estudió la franja más oscura de tierra—. Tiene menos calado y podrá manejarse mejor —dio una palmada sobre la batayola—. ¡Pero el
Sparrow
me tiene a mí!

—Aferre el trinquete, si le parece —Bolitho afinó su oído ante los cambiantes sonidos del mar. El profundo restallar del agua contra las rocas, la nota más grave del agua que entraba en una cueva o en un pasadizo estrecho bajo tierra—. Y luego la otra vela.

Bajo los juanetes y el contrafoque, el
Sparrow
se arrastraba despacio dentro de la, bahía, con su roda subiendo y sumergiéndose bajo el empuje de la marea y el oleaje, y con sus tensos timoneles, que seguían con los dedos el movimiento del barco, junto al timón.

Los minutos se sucedieron, y pasó media hora. Los hombres apostados en las portas de los cañones y las brazas escudriñaban en la oscuridad, y la corbeta viró por avante ante el cabo.

—No hay ningún barco, señor —dijo entonces Tyrrell—. Lynnhaven se encuentra ahora por el través. Cualquier tipo de escuadrón, fuera nuestro o de los franceses, despediría algún tipo de luz, aunque no fuera más que para disuadir al enemigo.

—Eso parece tener sentido.

Bolitho se alejó para ocultar su desilusión. Odell había tenido razón al exigirle las órdenes por escrito, porque si Bolitho se había equivocado tanto con el paradero de Hood, podía muy bien haber cometido una falta al dejar su posición asignada, al sur.

Una serie de explosiones apagadas resonaron sobre el agua, y vieron una brillante estela de fuego, como si se hubiera prendido fuego por accidente a un poco de pólvora. Se pasó los dedos por el pelo, preguntándose qué debía hacer. ¿Debía partir para Nueva York? Parecía la única solución.

—Si vamos a abandonar el cabo —dijo Tyrrell en voz baja—, mi consejo es que viremos en redondo ahora —hizo una pausa—. O que fondeemos.

Bolitho se unió a él junto al compás.

—Entonces, fondeemos. Debemos establecer contacto con el ejército. Al menos, deberían saber lo que está ocurriendo.

Tyrrell suspiró.

—Resulta difícil de creer que tenemos un ejército muy grande a nuestra proa. Pobres bastardos. Si están en Yorktown, tal y como Odell parecía creer, al menos están bien situados, pero no será nada confortable si deben sufrir un asedio.

—No perdamos más tiempo —Bolitho hizo un gesto a Fowler—. Muestre de nuevo el farol. El capitán Farr fondeará cuando vea la señal.

Los juanetes rechinaron ruidosamente cuando el
Sparrow
viró obedientemente, y su ancla arrojó a las alturas una oleada de espuma, como un espíritu acuático al que hubieran molestado.

—¡Cuidado con esa luz, señor Fowler! —gritó Buckle—. ¡Con un poco basta!

Tyrrell ahogó su voz.

—No importa. Nos habrán visto desde el momento en que hemos bordeado el cabo.

Bolitho le miró. No resultaba difícil imaginar a un mensajero escurridizo, o a una hombre a caballo cabalgando a través de la oscuridad para alertar de su llegada. Se sintió como se había sentido en la bahía Delaware: acorralado y limitado, con sólo una vaga idea de lo que estaba ocurriendo.

—Puedo coger un bote, señor —dijo Tyrrell—. Si el ejército ha acampado en la ciudad, estarán protegiendo la franja de terreno junto al río York —su voz cambió—. ¡Dios, este silencio me pone más nervioso que si escuchara cañonazos! Mi abuelo, que era soldado, me solía poner la carne de gallina contándome sus historias de ataques nocturnos.

Bolitho observó a los gavieros que se deslizaban hasta la cubierta, aparentemente indiferentes a la cercanía de la tierra o a un posible enemigo.

—Apareje las redes de a bordo y cargue con metralla la mitad de los cañones del doce.

Tyrrell asintió.

—Sí. Pondré algunos hombres de los buenos en los cañones giratorios, también. No tiende sentido que nos sorprenda un ataque cuando estemos en los botes. —esperó, y luego preguntó—. ¿Me voy ya?

—Muy bien. Coja los dos esquifes. El señor Graves puede tomar el mando del segundo. El señor Fowler irá con usted por si necesitamos hacer más señales.

—¡El
Heron
ha anclado! —señaló una voz.

Pero cuando Bolitho miró a través de las redes no pudo ver nada. El vigía debía haber captado un breve reflejo de sus juanetes arrizados cuando bordeaba el cabo, o las salpicaduras del ancla cuando la dejó caer.

Los topes crujieron y se quejaron cuando los dos esquifes fueron arrastrados sobre las pasarelas antes de que las cubiertas quedaran protegidas por una telaraña de redes de abordaje. Eso podía dejarse que lo hiciera tranquilamente el contramaestre: no tan tensas como para permitir que un enemigo osado se enganchase, ni lo suficientemente flojas como para confundirle, como para permitir que un pico o una bayoneta le alcanzara antes de poder liberarse.

Los hombres se deslizaron por la cubierta, y escuchó algún ruido metálico, y el golpe de los remos al ser liberados de sus ataduras. Graves se acercó hasta la popa; sus pantalones, muy blancos, destacaban en la oscuridad.

—¿Saben lo que tienen qué hacer? —Bolitho les miró por turnos—. El señor Tyrrell llevará la delantera. Envuelvan con algo los remos, y vigilen por si se encuentran con un piquete enemigo.

—¿Cómo reconoceremos a nuestros soldados? —Graves parecía sin aliento.

Bolitho pudo imaginar su boca, que temblaba continuamente, y se sintió tentado de mantenerlo a bordo, pero Tyrrell era demasiado importante. Conocía aquel pedazo de tierra tan bien como su propio camarote. Necesitaba un oficial con experiencia para guardarle las espaldas si las cosas se ponían feas.

—Tranquilo —escuchó que replicaba Tyrrell—. ¡Los franceses suelen hablar en francés!

Graves se volvió en redondo y se controló con un esfuerzo.

—¡Puedes… puedes ahorrarte el sarcasmo! Para ti todo resulta fácil. Al fin y al cabo, esta es tu tierra.

—¡Ya basta! —Bolitho se acercó un paso más—. Recuerden que nuestra gente depende de nosotros. De modo que vamos a dejarnos de tonterías.

Tyrrell dejó su espada en su funda.

—Lo siento, señor. Ha sido culpa mía —apoyó su mano en el hombro de Graves—. Olvida lo que he dicho, ¿de acuerdo?

La voz de Fowler llegó desde los botes.

—¡Todo listo, señor!

Bolitho caminó hasta el pasamanos.

—Estén de vuelta para el amanecer —tocó el brazo de Tyrrell—. ¿Cómo va ese dolor?

—Apenas lo siento, señor —Tyrrell permaneció atrás para permitir que sus hombres subieran al esquife—. Me vendrá bien un poco de ejercicio.

Los botes zarparon y se deslizaron lentamente en la oscuridad. En unos minutos se habían desvanecido, y un silencio expectante cayó sobre los que permanecían en pie junto a los cañones cargados en cada amura. Bolitho avistó a Stockdale.

—Haz que bajen la yola —le dijo—. Puede que quiera enviar más tarde un mensaje al
Heron
. —Vio la robusta figura de Bethune junto a la batayola y añadió—. Usted coja la yola y reme alrededor del barco. Le haré una señal si necesito que pase un mensaje.

Bethune dudó.

—Hubiera ido de buena gana con el primer teniente, señor.

—Lo sé —era difícil de creer que en medio de toda aquella confusión Bethune se las hubiera arreglado para interpretar la elección de Fowler como una ofensa personal—. El señor Fowler es muy joven. Necesito a todos los hombres —y remarcó esa palabra— que pueda conseguir para hacerse cargo del barco —era una interpretación sesgada, pero pareció bastar.

Hacía frío bajo las estrellas, y después del calor del día era un suave alivio. Bolitho mantuvo a los hombres cumpliendo guardias cortas, de modo que los que no estuvieran de vigías o junto a los cañones pudieran disfrutar de un momento de descanso.

Del mismo modo, los oficiales mantuvieron las guardias, y cuando Heyward le relevó, Bolitho se dejó caer contra el tronco del palo de mayor y descansó la cabeza entre las manos. Sintió que alguien le cogía de la muñeca y supo que debía de haberse quedado dormido. Heyward cruzaba hacia él, con la voz convertida en un fiero susurro.

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