Al Mando De Una Corbeta

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Abril de 1778, English Harbour, Antigua. Cuando los franceses deciden formalmente intervenir en la Guerra de Independencia Americana, el joven Richard Bolitho recibe su primer mando: el del Sparrow, una corbeta rápida y bien armada. Al fin tendrá la oportunidad de demostrar su capacidad como capitán; pero deberá enfrentarse también a otros retos, amenazas tan reales y peligrosas como el propio enemigo.

Alexander Kent

Al mando de una corbeta

Bolitho #4

ePUB v1.0

Chotonegro
26.06.12

Título original:
El título del libro

Alexander Kent, fecha de publicación del original.

Traducción: Espido Freire

ISBN: 978-84-7486-106-8

Editor original: Chotonegro (v1.0)

ePub base v2.0

PRIMERA PARTE
1778
I
El regalo más codiciado

Un paseo de poco más de cien yardas separaba la bulliciosa playa del elegante edificio blanco situado en lo alto del camino de la costa, pero apenas un minuto después de dejar la lancha Richard Bolitho se encontraba empapado en sudor. En la vasta extensión de English Harbour había alentado una ilusión de brisa, pero aquí, con el sol de mediodía que bañaba la isla de Antigua en una bruma luminosa, detenida sobre Monk's Hill, no le quedaba ese consuelo.

Sin embargo, Bolitho aceleró su paso consciente de su creciente nerviosismo y de un sentimiento de irrealidad que le había acompañado desde su llegada, apenas una semana antes. Los acontecimientos se habían sucedido tan rápidamente que se sentía incapaz de comprenderlos, como un espectador que observara a otra persona, un ser ajeno a su propia suerte.

Atravesó las amplias puertas, con los zapatos nuevos cubiertos por una fina capa de arena y polvo, y cruzó varios jardines bien cuidados, de camino hacia el edificio. De no haber sido por la bandera que colgaba sin vida de su asta hubiera podido tratarse de la residencia de algún rico comerciante, o de un armador. Por el número de criados negros que trabajaban entre las flores y los arbustos, supuso que el anterior propietario habría sido, probablemente, un traficante de esclavos africanos.

En el oscuro porche casi sentía frío, por el contraste con el feroz resplandor del sol, y se encontró frente a un rubicundo sargento de infantería de marina.

—Si es tan amable de pasar a esta sala, señor… —dijo, después de repasar a Bolitho de los pies a la cabeza con una rápida mirada.

Aunque cortés, su tono era el de un hombre tan acostumbrado a soportar las idas y venidas de los oficiales de marina que ya nada ni nadie le alteraban. Bolitho entró en la pequeña sala y escuchó el portazo a sus espaldas. Por primera vez desde que podía recordar se encontraba solo. Solo e intrigado ante lo que podía ser el paso más importante de su vida.

Se obligó a caminar muy despacio hasta la ventana, y permaneció allí, mirando hacia el puerto, que se extendía bajo sus ojos como un inmenso cuadro, English Harbour. Los cuarteles generales y la punta de lanza del poder marítimo de Inglaterra en las Indias y el Caribe. Todas las clases de barco parecían estar allí representadas: majestuosos navíos de dos cubiertas, en el profundo fondeadero, con las velas desplegadas y todas las portas abiertas para atrapar hasta la más leve racha de aire. Esbeltas fragatas, buques de suministros y toda una colección de barcos más pequeños, desde bergantines a goletas, y entre ellos innumerables botes de remos que trasegaban arriba y abajo como pulgas de agua.

En algún lugar del edificio un hombre dio grandes voces, y unos pasos resonaron en el pasillo. Bolitho separó su mirada de los barcos anclados y cruzó la habitación hasta un espejo de pared, consciente, de repente, de lo que los próximos minutos podían traerle o arrebatarle.

Aún no había conseguido acostumbrarse a su cambio de aspecto. Nunca hubiera imaginado que un uniforme alteraría tanto la apariencia externa de un hombre, pese a dejar su interior intacto. Apenas unas semanas antes era segundo teniente en el
Trojan
, un navío de línea de 80 cañones. Durante tres años había vivido, trabajado y casi fallecido dentro de su abarrotado casco, tras ascender desde su puesto inicial de cuarto teniente debido a la muerte de un hombre y a la promoción de otro. Se había acostumbrado al
Trojan
, pese a que había tenido que combatir su anhelo de librarse del peso de la autoridad para encontrar mayor espacio para sus ideas.

Como todo el mundo a bordo, había atendido a múltiples ocupaciones. Con la rebelión en América, todos los barcos de guerra resultaban más necesarios que nunca. A medida que la revolución creció y se extendió, y algunas de sus verdaderas intenciones calaron en la flota, el
Trojan
fue requerido de crisis en crisis.

Parecía increíble que aquellas bandas desorganizadas de hombres pudieran conformar cuerpos de ejército lo suficientemente ágiles y fuertes como para constituirse en mejores estrategas que algunas de las más destacadas tropas inglesas. Pero, como muchos de sus compañeros, Bolitho había creído firmemente que algún tipo de compromiso les mantenía unidos; eso había sido hasta seis meses antes, en octubre de 1777, cuando las noticias de la rendición de Burgoyne les cogieron por sorpresa.

De la noche a la mañana, o así lo parecía, la rebelión se había transformado en un conflicto nuevo, y más amargo. Por un lado, los británicos, con recursos insuficientes, y, por el otro, los ejércitos de la revolución americana respaldados por toda una flota de corsarios franceses y españoles. Ningún barco de abastecimiento podía navegar en solitario sin el riesgo real de ser capturado por esos piratas. Ni siquiera los convoyes de la Armada se libraban de los ataques.

Fue en medio de esta nueva guerra de guerrillas cuando la propia vida de Bolitho había cambiado. El
Trojan
había dado caza y abordado una presa, un hermoso bergantín, lejos de la costa de Puerto Rico, con las bodegas llenas de géneros de contrabando y de pólvora para los americanos. Atrapado entre dos bancos de arena, y en el trance de hacer frente a la impresionante artillería del
Trojan
, su capitán decidió rendirse sin luchar.

El primer teniente del
Trojan
resultaba de vital necesidad en su propio barco, ya que la mayor parte de los oficiales habían sido asignados recientemente y no poseían mucha experiencia. A Bolitho se le encomendó el puesto de capitán del navío apresado, con la orden de conducir el barco hasta Antigua y aguardar allí nuevas instrucciones. Aquello significó el comienzo de un sueño imposible. Libertad, emoción, espacio para moverse libremente y actuar sin la supervisión de su capitán; el pequeño bergantín parecía ofrecer innumerables posibilidades, a pesar de que era consciente de que aquello ocurriría por tiempo limitado.

Pero el destino tenía otros planes. Al cabo de unos pocos días avistaron otro bergantín algo mayor, bien provisto, que exhibía un armamento superior al habitual en ese tipo de embarcación. No cabía duda de que era un barco pirata, y, lo que era más, parecía aproximarse con la intención de abordar el barco apresado.

Quedaba poco tiempo para pensar, y menos aún para hacer planes. El otro barco navegaba más rápidamente, y su alcance de tiro era mayor; les superaba en cualquier maniobra que la pequeña tropa de Bolitho pudiera llevar a cabo. Luchar y morir en vano era impensable, y lo mismo podía decirse de rendirse sin hacerlo.

Resultó tan simple que recordarlo parecía también formar parte del sueño. Cuando se acercaron al desprevenido barco pirata, en apariencia para intercambiar mensajes, avanzaron hasta su costado y lo abordaron; ambos buques permanecieron enterrados bajo una masa de mástiles y lonas caídos durante la colisión. Tras una salva de fuego de mosquetes y una embestida de marineros al abordaje que aullaban salvajemente, el barco pirata fue capturado, aunque su tripulación excedía a la de Bolitho en una proporción de cuatro a uno. Los marineros del
Trojan
estaban muy habituados a ese tipo de juego. Las gentes del corsario no. En realidad, era el primer viaje del capitán que mandaba aquel barco.

De modo que en lugar de con una presa, Bolitho hizo su entrada en el puerto con dos. Con el mal desarrollo de la guerra en tierra, y tanta confusión como para que también el descorazonamiento cundiera entre las fuerzas marítimas, su llegada bajo los disparos de la artillería del puerto actuó como un bálsamo. Bolitho quedó maravillado ante la bienvenida: apretones de mano del contraalmirante, felicitaciones y sonrisas de los capitanes con más experiencia.

Con las presas ya libradas al arsenal, encontró alojamiento en un viejo buque llamado
Octavia
. En su origen fue un barco de dos cubiertas, y había sufrido todo tipo de contratiempos, excepto el hundimiento durante un huracán, el año anterior. En esos momentos se utilizaba como barco de alojamiento. Los oficiales más jóvenes mataban el tiempo apostando, durmiendo o bebiendo en exceso mientras aguardaban su siguiente destino. El viejo
Octavia
ya lo había visto todo: ascensos y traslados, consejos de guerra o los regresos a casa, después de un encuentro con el enemigo, como una víctima tullida.

Según pasaban los días, Bolitho comenzó a imaginar que le habían olvidado. Pronto regresaría el
Trojan
, y él se encontraría de nuevo sometido a sus estrictas normas de convivencia; sobreviviendo día a día, con ciertas esperanzas, pero sin atreverse a esperar demasiado.

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